lunes, 24 de abril de 2017

La intervención social ¡vaya circo!



Abordo hoy un tema relativo a la intervención social, más hacia terrenos técnicos que políticos, para el que os confieso que no tengo respuestas. Lo que van a continuación son sólo preguntas y reflexiones, sin ninguna certeza y sí con alguna preocupación.


El tema en cuestión, sobre el que suelo reflexionar a menudo, tiene que ver con el trabajo social de casos y la hago desde mi práctica en este tipo de intervención social.

Lo que suelo encontrarme es que, ante un caso de tipo social (cualquier tipo de violencia familiar, personas en situación de riesgo por diversas causas, familias en situación de exclusión social…) la cantidad de profesionales y personas intervinientes es extremadamente elevada y con frecuencia, su implicación en el problema también.

Ello tiene que ver con algunas características de las personas o familias que atraviesan situaciones de dificultad, pero no nos detendremos ahora en ellas. Considero que la responsabilidad está más bien en ese contexto de intervención que crece sin guía ni control conforme el caso se desarrolla.

Esto es algo que sólo ocurre, al menos en este grado, con los problemas sociales. En otros terrenos, por ejemplo el sanitario, son muchos menos los profesionales intervinientes. Para la mayoría de los problemas médicos de cierta gravedad en este ámbito hay un par de profesionales en la atención primaria y otro par de profesionales en la atención especializada que sostienen el núcleo de la intervención. Si hay más profesionales son accesorios y subordinados a éstos.

Y además, esto es importante, con ligeras variaciones suelen coincidir en el diagnóstico y el tratamiento, al menos en sus líneas más generales. Naturalmente que hay discrepancias, pero no suelen ser la norma.

Al contrario que en nuestro “territorio”. En los problemas sociales, todo el mundo se siente legitimado para opinar e intervenir. La intervención social se construye bajo un paradigma pseudodemocrático, en el que todas las voces son legitimadas y todas las intervenciones bienvenidas. Así, independientemente de su procedencia (pública o privada, individual o institucional, del mismo o de diferentes niveles de la administración, profesional o voluntario…) los operadores van desarrollando sus intervenciones conforme a sus paradigmas e intereses.

A diferencia del sistema sanitario, donde, pongo por caso, a nadie se le ocurre que la voz de un curandero sea considerada igual que la de un catedrático de anatomía patológica, en el sistema de servicios sociales todas las voces tienen más o menos el mismo peso.

Profesionales de servicios sociales de atención primaria, atención especializada, voluntarios, miembros de asociaciones, curas, alcaldes, maestros, médicos, “activistas”, vecinos… Todos saben qué hay que hacer, quien debe hacerlo y cuándo y cómo debe hacerse. Naturalmente, cada uno piensa una cosa diferente.

Y no sólo eso. Entre la profesión y dentro del propio sistema, también ocurrirá algo parecido. Ante la misma situación, difícilmente se coincidirá en el diagnóstico (suponiendo que alguien se tome la molestia de desarrollar ese extraño paso intermedio entre la presentación del problema y su resolución). Cada profesional interviniente “echará la suya” y, legitimado como digo para intervenir, comenzará a desarrollar actuaciones de las cuales no necesita dar cuenta a nadie más allá de su propia institución (si pertenece a alguna). Además de todo ello, con frecuencia tenemos a gala contradecir el diagnóstico y cuestionar las intervenciones previas de otros colegas, ejerciendo un anti-corporativismo radical que nos apasiona.

Pero no descubro nada nuevo ¿verdad? Tanto es así que hace tiempo que hemos descubierto las dificultades que ello supone para la intervención social, que construida de esta manera, siendo generosos, la podríamos tildar de ineficaz.

Por eso hemos intentado aplicar algunas soluciones. En concreto hemos desarrollado dos: una cosa que hemos dado en llamar COORDINACION y otra PROFESIONAL DE REFERENCIA.

De cada una de ambas podríamos escribir unas cuantas entradas…Sobre algunos de los problemas de ambas ya escribimos una hace un par de años. "Fragmentación al cubo", que os invito a que leáis.

Personalmente, pienso que el desarrollo que esto del profesional de referencia está teniendo lo asemeja cada vez más a un titiritero-equilibrista. Un saltimbanqui enfrentado a una tarea de todo punto imposible y teniendo que saltar sin red en un circo tan roto y desvencijado como triste y decadente.

En cuanto a lo de la coordinación, en la propia definición llevamos las contradicciones. Vuelvo al ejemplo. ¿Debe el catedrático coordinarse con el curandero?

El verdadero problema para que ambas soluciones (o cualquier otra que pudiéramos imaginar) funcionen es que no se puede legitimar de igual manera todos los intervinientes en una situación social. Y eso sólo puede hacerse desde unas estructuras claras, donde se encuentren definidas las responsabilidades y competencias.

Desarrollo estructural y competencial que, en nuestro sistema, estamos lejos de abordar con la seriedad y la profundidad necesarias.

domingo, 16 de abril de 2017

De la subsistencia



Somos muchos los que anhelamos la aparición de una Renta Básica, que como el Mesías en la tradición católica, nos traiga la salvación al Sistema de Servicios Sociales.


Por mi parte, soy de los que creo que nuestros pecados no son tan graves como para habernos condenado de esta manera, pero estamos esperando en vano. La Renta Básica no va a llegar.

Falacias como que “no hay recursos suficientes”, o “cómo le vamos a pagar a la gente por no hacer nada” (y unas cuantas más), están tan profundamente contenidas en los valores sociales que la ideología neoliberal ha conseguido imponer, que hacen absolutamente  inviable una medida de estas características.

Tal vez el próximo milenio, si nuestro planeta Tierra no nos ha expulsado antes o nosotros mismos no nos hemos autodestruido, un nuevo sistema de valores se desarrolle y pueda garantizarse de verdad esa Renta Básica para todos. O tal vez no.

En todo caso, mientras no la tenemos, estamos condenados como digo en Servicios Sociales a trabajar con las múltiples contradicciones que ello supone, y entre ellas, como hemos señalado en otras ocasiones, el haber asumido como parte del Sistema de Servicios Sociales lo que tenía que ser asumido por otras políticas sociales.

Hoy me voy a referir de nuevo a la garantía de ingresos, que hemos asumido en Servicios Sociales de un modo residual porque hemos definido que una de nuestras funciones es garantizar la subsistencia de las personas.

Y esto es solo así en parte…

La subsistencia no es una función de los servicios sociales. Es un derecho fundamental, al ser consustancial y análogo al más básico de los derechos, el derecho a la vida. (ver Constitución).   Como tal derecho fundamental, es obvio que debe  ser asumido por todos los sistemas públicos y por sus políticas (no sólo las sociales, también las económicas o las de seguridad, por ejemplo).
 
Porque la subsistencia tiene que ver con el nivel de ingresos, pero sólo en parte. Sin ingresos (bien económicos o en especie), no hay subsistencia, en eso estamos de acuerdo. Ahora bien, los ingresos ¿garantizan la subsistencia? Yo diría que no. Voy más allá: en algunos casos garantizan lo contrario.

En Servicios Sociales estamos acostumbrados a trabajar con familias con ingresos superiores al nivel de renta que podríamos considerar insuficiente para vivir, que a pesar de ello no consiguen garantizar a sus miembros los mínimos vitales para subsistir.

Está de sobras estudiado que, en muchas familias, el verdadero problema no es la falta de recursos, sino el adecuado uso y aprovechamiento de los mismos. Son familias en las que coexisten otros problemas (salud mental, toxicomanías, violencias varias, negligencias y otros…)

Personalmente, creo que en el campo de la subsistencia, este es el único territorio en que la intervención desde los servicios sociales tiene sentido. Pero para poder hacerla, hay un requisito imprescindible: que se garantice un nivel ingresos suficiente a todas las personas.

Y de eso estamos cada vez más lejos. En materia de supervivencia, se ha impuesto el “sálvese quien pueda” y el incremento de la desigualdad y el retroceso en la cohesión social llevan camino de ser imparables. 

Como imparable parece ya el retroceso de nuestra profesión, cada vez más asemejada a una "gestoría de prestaciones economico-sociales" donde el trabajo social de casos ha sido relegado a una caricatura.

Es urgente revertir este proceso en el trabajo social y acompañarlo de profundos cambios legislativos y organizativos en el sistema de servicios sociales.

Espero que no sea ya tarde.    

 

lunes, 10 de abril de 2017

El ejército de Pancho Villa



Wang define muchas veces al Sistema de Servicios Sociales como “el ejército de Pancho Villa”, metáfora con la que intenta describir nuestra crónica descoordinación y nuestra querencia a hacer la guerra cada uno por nuestra cuenta.


Aunque peyorativa, la metáfora sin duda es acertada pues define con precisión nuestro modo de actuar. La fragmentación, descoordinación, confusión de objetivos y fines, reactividad… se han convertido, por así decirlo, casi en marcas permanentes de nuestro contexto.

Pero más allá de las metáforas y sensaciones, las impresiones que resume esa metáfora me llevan a analizar un poco qué puede estar detrás de la misma.

Aunque no he realizado una investigación ni un análisis concienzudo del tema, me parece que el problema se encuentra en que los servicios sociales están cada vez más alejados de las agendas políticas. Lo explicaré.

Raramente los políticos hablan del sistema de servicios sociales. En el mejor de los casos se refieren a problemas concretos de los ciudadanos (dependencia, desahucios, pobreza energética…) y se habla de una especie de derechos sociales, que en genérico empieza a sustituir algunos ámbitos antes reservados a los servicios sociales.

De lo que no se habla casi nunca es de la estructura del propio sistema. A diferencia del sistema sanitario o el educativo, en los cuales la resolución de los problemas se canaliza siempre a través de los centros, estructuras, equipamientos y profesionales, en nuestro sistema parece que los problemas se resuelven de otra manera.

En una entrada anterior “Las leyes de Newton y la atención a la pobreza” hablé de cómo el sistema aborda la resolución de los problemas de pobreza y exclusión social de un modo tan simplificado como ineficaz. Generalizando al resto de problemas sociales que podemos encontrar (violencia, dependencia, protección…) la mayoría de abordajes propuestos coinciden en esta simplificación. Es como si en las ecuaciones propuestas faltasen partes importantes.

En una situación lógica, resolver un problema que afecte a los ciudadanos seguiría este esquema simplificado:
            1.-PROBLEMA
2.-DERECHO RECONOCIDO
3.-ESTRUCTURAS ENCARGADAS
4.-MEDIOS NECESARIOS
5.-ACTUACIONES PARA LA RESOLUCIÓN
 
Esquema que, en el caso del sistema de servicios sociales, atraviesa algunas dificultades.

Sobre el problema y los derechos reconocidos:
En servicios sociales suele hablarse como digo de derechos sociales, y se hace de una forma tan genérica que, en realidad, no se definen con claridad.
Por un lado, se atribuye al sistema la inabarcable misión de garantizar los derechos humanos más amplios, como si fuera exclusiva del mismo.
Y por otro, se definen en negativo: el sistema de servicios sociales se ocupa de… lo que no se ocupan los demás sistemas, o de los derechos que dejan de garantizar éstos.
Esta indefinición conceptual trae como consecuencia básica la confusión, tanto para los ciudadanos como para los profesionales. Y detrás de la confusión, la dispersión y disgregación: cada uno interpreta, acude y ejecuta en el sistema lo que considera subjetivamente.

 Sobre las estructuras encargadas:
Coherentemente con la indefinición, confusión y disgregación anterior, no se sabe con claridad qué estructuras ni equipamientos son los encargados de abordar el problema.
Al fin y al cabo, la cuestión es tan genérica que todo el mundo puede y debe hacerlo. Múltiples niveles administrativos comienzan a intervenir descoordinadamente. La iniciativa pública, la social y la privada se postulan o no, en función de sus presupuestos e intereses, para resolver el problema.
Y, en la creencia siempre de que son problemas nuevos, no se analiza qué se está haciendo o qué se ha hecho previamente. 

De los medios necesarios:
Al no saber con claridad quién tiene que encargarse de qué, es difícil adscribir medios para ello (lo cual en el fondo viene muy bien a algunos, no nos engañemos).
Así, la mayoría de medios adscritos no pasarán de un mero maquillaje: tal vez una línea de subvenciones o una oficina de intervención que se publicitarán como el dardo en la diana que va a resolver con eficacia el problema.
Casi sin excepción el asunto terminará en la creación de algún chiringuito temporal que morirá de inanición y desapercibidamente.

Y las actuaciones para la resolución:
Lo diré con una palabra: ineficaces. Tanto, que mejor no perdemos el tiempo en evaluarlas.
 
Por todo ello, el esquema de resolución de problemas en el sistema de servicios sociales vendría a ser el siguiente:
1.-PROBLEMA
2.-ACTUACIONES PARA LA RESOLUCION  

En el cual el problema es tan indefinido y el diagnóstico tan inexistente que las actuaciones no pueden ser otras que del tipo “como pollo sin cabeza”.

Mientras nuestros políticos sigan pensando (y algunos técnicos también) que los problemas se resuelven así, sin crear, potenciar y dotar establemente estructuras claras que los aborden, seguiremos sin encontrar soluciones a muchas de las situaciones que enfrentamos.

Eso sí, como dice Wang, nadie podrá negar que parece que se está haciendo algo con las mismas.