lunes, 19 de agosto de 2019

Detrás del barco

Hace aproximadamente un año, (ver entrada) el verano pasado, el barco "Aquarius", con medio millar de personas migrantes rescatadas de una muerte segura en el Mediterráneo, ponía a prueba nuestras más profundas convicciones éticas como sociedad desafiando nuestra capacidad para compartir y proporcionar un hogar seguro a esas personas.


Este mes de agosto otro barco, el "Open Arms", hace lo mismo. Y como era de prever, nada ha cambiado sustancialmente. La política migratoria europea se reduce a lo mismo: cerrar fronteras para preservar lo que entendemos nuestro territorio, el cual no estamos dispuestos a compartir. Que el Mediterráneo se haya convertido por ello en un auténtico cementerio no parece importarnos demasiado.

Y si nos remueve la conciencia un poco, siempre podemos lanzar unas migajas de solidaridad (como siempre hacemos con los débiles) y dejaremos entrar a unos pocos de ellos. Pero de reformas profundas en la política migratoria, ni hablar. Y de ponernos de acuerdo los paises europeos para dar respuesta y solucionar lo que es una tragedia de dimensiones insoportables, tampoco.

¿Cómo puede ser esto así? ¿Cómo nuestra opulenta sociedad, con recursos despilfarrados por todos los sitios, no podemos compartir algunos de ellos para evitar tanta muerte y tanto sufrimiento?

Creo que lo que hay en el fondo es la constatación de que no creemos en el valor universal de la vida humana. La vida humana no vale nada y mucho menos, la vida de los que nada tienen.

Por eso seguirán muriendo personas en el mar.

Por eso seguirán sin respuesta los grandes desafíos de la política social en nuestras sociedades.

Y es que detrás del barco lo que hay es un espejo. Un espejo que refleja lo peor de nuestra condición como seres humanos.

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"El espejo ve hermoso al hombre,
el espejo ama al hombre,
otro espejo ve feísimo al hombre, y lo odia;
y es siempre el mismo ser el que produce las impresiones."
                                                  Marqués de Sade.

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