martes, 1 de septiembre de 2015

La danza de la demanda

La última entrada que ha publicado la compañera Belén confesando su odio a las prestaciones económicas (ver aquí), me ha animado a publicar esta entrada, que tenía escrita hace algún tiempo, donde reflexiono sobre aspectos parecidos o, al menos, en relación a ellos.



-"Buenas, quiero una cita con la Trabajadora Social, a ver si me da trabajo".

¡Cuántas veces he oído esta frase en mi Centro! Y no me refiero a los últimos años, que también. Es algo que oigo desde que comencé en esta profesión con bastante frecuencia.

Más allá de la frase, es una poderosa manera de encarar una demanda. Es una manera de contactar con el Sistema de Servicios Sociales intentando controlar la relación que se pretende establecer con el mismo. Lo explico.

Una vez en la consulta de la Trabajadora Social, comenzará una pequeña danza en la que ambos, profesional y usuario, son conscientes del engaño. Valgan aquí las palabras del poema de Machado, 
    

                                                  "Cuando dos gitanos hablan
                                                     ya es la mentira inocente: 
                                                  se mienten y no se engañan."

  El usuario sabe que la Trabajadora Social no puede proporcionarle trabajo y ésta sabe que el usuario no ha venido a su consulta con la esperanza de que se lo proporcione. Pero por unos momentos van a bailar un rato.

  Probablemente el siguiente movimiento de la danza sea la petición del usuario de una prestación económica, planteando las dificultades económicas que está atravesando por su situación de desempleo.

   La Trabajadora social enfrentará entonces una disyuntiva: ¿acepta el nuevo paso de baile propuesto y tramita con diligencia la ayuda solicitada? ¿O afronta la ardua tarea de elaborar un complejo diagnóstico (que nadie le demanda) sobre la historia y la situación personal, social y familiar de la persona que tiene en su consulta?

  Pero recordemos que la Trabajadora Social ha comenzado a bailar y las normas implícitas de ese baile ya llevan el diagnóstico incorporado: la causa de la precariedad económica es el desempleo del usuario y la solución, la prestación económica solicitada.

  Añadamos ahora que la Trabajadora Social se encuentra ya cansada de bailar el mismo baile tantos y tantos días... ¡et voilà! La prestación económica queda tramitada y el problema resuelto.

  Pero, como en los cuentos de hadas, los finales felices tal vez no lo sean tanto...

  Comencemos por el principio. Tras la inocente frase con la que nuestro imaginario usuario se ha presentado hay más de lo que parece. En primer lugar hay un mensaje implicito, que más o menos viene a ser éste: 

"estoy atravesando dificultades económicas, pero no vaya a pensar usted que la causa es responsabilidad mía. El problema es que no hay trabajo (si lo hubiera, ya lo habría conseguido o usted me lo proporcionaría). Por tanto no hay nada que yo pueda hacer y debe ser usted la que, tramitándome la ayuda que le solicito, solucione mi problema."

 Es un discurso potente, que contiene en sí diversos elementos: en primer lugar, un diagnóstico (mi problema: las dificultades económicas; la causa: el desempleo). En segundo una definición del objeto de intervención, el cual, mediante un fenómeno de atribución externa, el usuario señala. En tercer lugar, una manera de definir la relación mediante una delegación del usuario, que se declara incapaz, al t.s., que debe proveer la solución. Y en cuarto lugar por el momento, un juego de poder, con el que el usuario intenta controlar dicha relación.

  Como se indica, es una frase y un mensaje en nada inocentes. Aunque atención, tampoco estoy indicando con ello que el usuario los utilice de forma consciente, estratégica y perversa. Más bien lo hace inconscientemente, respondiendo a patrones relacionales que ha ido incorporando a lo largo de su vida familiar, personal y social.  

  Pero es curioso comprobar cómo en muchas ocasiones  este discurso individual es admitido sin más por los profesionales. Además del cansancio del que hablaba en nuestra también imaginaria protagonista, las causas creo que van un poco más allá. Este tipo de discursos no pueden ser cuestionados, pues nos resuena con posiciones de juzgar, que tanto aborrecemos. Además, no se trata de un discurso individual, es más bien social. Está muy arraigada en nuestra sociedad la creencia de que el empleo es lo que conduce al bienestar.

 No en vano hemos oído unas cuántas veces que la mejor política social es el empleo. Mensaje perverso de nuestros gobernantes neoliberales para justificar los recortes en servicios y prestaciones sociales. Pero que al final damos por bueno.

  Por supuesto que el empleo contribuye al bienestar, pero si no va acompañado de otras políticas sociales, difícilmente lo conseguirá por sí sólo. No tenemos más que tomar el ejemplo del nuevo fenómeno social que venimos llamando "precariado". Hay más, pero no voy a extenderme en este punto.

   Porque más allá de estos conceptos, digamos que el baile viene ya viciado de origen. En nuestra metáfora diríamos que se está bailando en la pista equivocada. Propio de nuestra indefinición como sistema, tanto el usuario como el profesional admiten bailar en torno a un problema que no es competencia de servicios sociales. El empleo ya hemos dicho que ambos saben que no. Pero ambos admiten que la garantía de ingresos sí lo es. 

   Y admitido este concepto, nada ya de lo que se haga tiene sentido. Por ejemplo, que sea un Trabajador Social quien haga ese trabajo. Hay profesiones mucho más preparadas, más eficientes y seguramente más económicas, para valorar una carencia de medios e ingresos y tramitar una prestación económica. 

     De la misma manera, tampoco tiene sentido pensar que obtener esa prestación económica mejorará la situación personal, familiar o social del beneficiario. Ello dependerá únicamente del propio beneficiario y del azar en combinación con sus acontecimientos y contextos vitales; poco o nada tendrá que ver con la propia prestación y mucho menos con el trabajo del profesional. 

   Tampoco podrán medirse los efectos iatrogénicos que tal prestación pueda tener.

 Con respecto al propio sistema, los hemos dejado claros: en última instancia, la desaparición. Con respecto a los usuarios... ¿queda a estas alturas alguien que piense que es necesario medirlos?

   Porque puede tenerlos, sin duda. Al igual que toda medicación tiene sus efectos secundarios (y no puede ser prescrita de forma universal, sin la individuación que proporciona la evaluación médica), toda intervención social tiene también unas consecuencias, a veces indeseadas, que los profesionales hemos de prever, medir y controlar.

   En el inextricable mundo de la intervención social, donde se ponen en juego tantas variables intersistémicas, toda actuación tiene unas repercusiones en las esferas intrapsíquicas y relacionales que son, en última instancia, las que constituyen el objeto de nuestra profesión.
  
 El resto, es otra historia...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar.