lunes, 25 de enero de 2021

Pobreza inmunológica

 En nuestra última entrada hablábamos de la necesidad de una vacunación ética de la política, a la cual definíamos tan necesaria como la vacuna contra el virus para poder salir airosos de los desafíos que esta pandemia nos ha traído.

Sin un ejercicio ético del poder inherente a la acción de gobernar, la política se convierte en un problema que, en lugar de hacernos avanzar como sociedad, hace retroceder nuestro bienestar y nuestra calidad de vida.

Además, traslada a la sociedad y a la ciudadanía que el bienestar colectivo no es el objeto de la política, que queda condicionado al mantenimiento de los privilegios de las élites gobernantes.

La polémica sobre el acceso improcedente y privilegiado de algunos políticos a las vacunas es paradigmático de este problema.

Inesperadamente la vacuna, que se percibe como la única garantía de no contraer la enfermedad de forma grave, se ha convertido en un bien escaso. Y como sucede en torno a los bienes escasos, no faltan quienes utilizan los privilegios que el ejercicio del poder les supone, para apropiarse indebidamente de ellos en beneficio propio.

Decía en mi anterior entrada que, más que el hecho, lo que nos ha sorprendido son los argumentos que utilizan estos corruptos para justificar su postura. Traducen a las claras el egocentrismo de esta época hipermoderna que estamos atravesando y que el sociólogo Gilles Lipovetsky define como “narcisismo individualista”.

Es el individuo y no la colectividad la medida de todas las cosas. Por ello estos corruptos no ven ninguna contradicción en saltarse los protocolos y administrarse ellos mismos las vacunas, utilizando los más variados argumentos con un único hilo conductor: “mis circunstancias, que sólo yo juzgo, me hacen merecedor de la vacuna.”

Desde ahí se hace imposible el gobierno, pues se traslada a la ciudadanía la desaparición de la función del Estado como garante del bienestar social, sustituido por el “salvase quien pueda” individual. En el fondo es un mensaje conocido. Si no te vacunas (o si eres pobre, o si sufres violencia…) es por tu responsabilidad individual, no eres merecedor de más.

La vida es una carrera de obstáculos. Si te estás quedando atrás algo estás haciendo mal. La prueba es que hay otra gente que está llegando a la meta sin problemas.

Es el verdadero problema de esta pandemia. Se apela a la responsabilidad individual en pro de un bienestar colectivo al cual no se le da ninguna importancia. ¿Cómo pedir por tanto a la ciudadanía los sacrificios o esfuerzos en su bienestar individual que el control del virus requiere?

Queda por tanto deslegitimada cualquier medida al respecto, pues los ciudadanos la cumplirán o no en función de la percepción individual sobre el miedo que tengan (a las sanciones, a contagiarse…). Y este miedo es un ingrediente mucho peor que el compromiso ético colectivo.

Así no tardaremos en ver el siguiente paso en el guión. Las vacunas van a ser necesarias durante mucho tiempo, así que se propondrá la privatización de su acceso. Pronto oiremos voces que, ante la irresponsabilidad política en la gestión de dicho acceso, plantee que debe ser el mercado quien lo regule, pues lo hará mucho más eficientemente que el Estado. Al fin y al cabo, ¿quién puede impedir obtener la vacuna a quien pueda pagar lo que la empresa que las fabrica estime?

¿Veremos pronto vacunas para ricos y vacunas para pobres? Es un escenario probable y coherente con la sociedad que hemos construido, fundamentada en ese narcisismo individualista y falsa meritocracia que todo lo invade.

¿Y cómo se situará el Sistema de Servicios Sociales en ese escenario? Para prepararlo propongo definir otra pobreza. La pobreza inmunológica, para aquellos que el sistema certifique que no pueden pagar el coste de la vacuna y para los cuales se diseñarán unas prestaciones económicas que les permita adquirirla.

Wang propone que si no, siempre podremos organizar un tómbola benéfica o un banco de vacunas para inmunizar a los pobres.

No será porque no hay soluciones…

lunes, 18 de enero de 2021

Vacunas, ética y política (más alcaldadas)

Nos alejamos hoy un poco de la política social para reflexionar sobre aspectos más generales, a raíz de algunos comportamientos surgidos en la campaña de vacunación que está desarrollando el Gobierno. 

 

Y lo hacemos a sugerencia de Wang. Mi compañero se escandalizaba el otro día con las noticias de que distintos alcaldes se estaban vacunando (enlace), saltándose el protocolo de prioridad establecido respecto al orden de grupos vulnerables.

Situaciones de este tipo se están dando a lo largo y ancho de todo el país, no sólo entre alcaldes, claro, sino también en otros que, aprovechando posiciones de poder para beneficio propio, detraen los sobrantes de las vacunas y los utilizan para vacunarse ellos, sus amigos o familiares.

Nada diferente a lo conocido, vaya. La corrupción es tan vieja como el poder y estos episodios no son sino la muestra de un fenómeno (el interés individual por encima del bien común), con el que históricamente hemos sido demasiado permisivos, instalándose como un parásito imposible de erradicar, en la política y en la administración.

Por eso Wang me aclara que no son estos sucesos los que le escandalizan, pues de sobras sabía que iban a suceder, sino la desfachatez, en el caso de los alcaldes, que exhiben en los argumentos con los que defienden su tropelía.

Lejos de reconocerla, pedir perdón y dimitir, se aferran a su decisión de haber aprovechado la situación en beneficio propio y haber utilizado esas dosis sobrantes por encima de cualquier sanitario, persona mayor o dependiente a los que sin duda hubiera sido tan fácil de localizar y ofrecer en su lugar como dicen que se les ofreció a ellos.

Parece que algunos de estos alcaldes van a ser sancionados por sus partidos políticos (enlace). 

Es un paso, aunque algo falla cuando la clase política no tiene interiorizada la necesidad de dimitir cuando te han descubierto en un comportamiento delictivo o, al menos reprochable.

Oyendo su defensa, uno piensa que están convencidos de que ellos merecían esas dosis, sin generarles ningún conflicto ético haberlas obtenido en lugar de otras personas más vulnerables.

Un comportamiento ético, del que como alcaldes deben dar ejemplo, les hubiera exigido rechazar ese privilegio y al no hacerlo uno se pregunta en cuántas otras cosas los que ocupan posiciones de poder obtienen réditos particulares de lo que deberían ser bienes comunitarios.

El poder conlleva información, la información oportunidad y la oportunidad, sin referentes éticos, desemboca en la corrupción. Son estos referentes éticos la única vacuna por tanto para fenómenos como los que estamos describiendo, pues sólo mediante ellos puede ejercerse la función de gobernar y administrar los bienes y asuntos públicos. 

Eso a lo que llamamos política y que necesita con urgencia un plan de vacunación ética.

 


 

lunes, 11 de enero de 2021

Bombonas de gas y protocolos

La crisis del coronavirus y una tormenta de nieve de dos días con una moderada ola de frío ha descubierto todas nuestras miserias como comunidad, aunque tranquilos, hay una solución para todo.

Tal vez esté equivocado, pero tengo la sensación de una total descoordinación, improvisación, reactividad y falta de planificación en las propuestas de solución a los problemas que esta crisis ha destapado.

Y no es que los problemas no existieran antes. Por ejemplo, llevamos décadas con unos niveles de pobreza escandalosos e inasumibles, impropios de un país con los recursos del nuestro, sin que se haya nunca implementado una verdadera estrategia que abordase de verdad este problema estructural, más allá de unos tibios, confusos y desordenados programas de rentas mínimas.

Parece que es ahora cuando muchos están descubriendo que hay personas y familias con graves dificultades para atender sus medios básicos de subsistencia como vivienda, suministros o alimentación adecuada.

Pero o mucho me equivoco o creo que este “descubrimiento” no vaya a servir de nada, pues las medidas que se proponen para esos problemas desde el ámbito político y que se asumen desde los ámbitos técnico y ciudadano siguen siendo de corte asistencial y paliativo, sin apenas repercusión en los cambios estructurales que serían necesarios.

Medidas asistenciales y llamadas a la solidaridad ciudadana y al voluntariado que parecen dejar satisfechos a todos. Excepto a los beneficiarios de la ayuda, me temo.

Como ejemplo, vaya un botón, con la noticia de que la Comunidad de Madrid va a entregar 120 bombonas y 100 estufas de gas a las familias de la Cañada Real. (Enlace) Sin duda una eficaz y planificada medida para solucionar el problema que el Gobierno de esa Comunidad Autónoma coordina con la parroquia de la zona, en otro ejemplo de la cooperación Iglesia-Estado que tan buenos resultados ha dado siempre en nuestro país.

Ante el virus, ante la nieve, ante el frío, para las personas sin hogar, para cualquier problema comunitario todo el mundo se pone a tomar decisiones como “pollo sin cabeza”.

En lugar de planificar y consensuar (con quien piensa diferente también, no se olvide), se establece una carrera entre políticos a ver quien responde de manera más rápida y efectista. Todo el mundo tiene la razón, “su” razón, y desde ahí tiene clara la solución e intenta demostrar que la pone en marcha. Que funcione o no es irrelevante y en cuanto a los resultados y efectos (hasta los iatrogénicos)… total, no se van a evaluar nunca.

Carrera que se reproduce entre la sociedad civil, con mútiples ONGs tan voluntariosas como desordenadas conviviendo con iniciativas informales cuyo impacto es muy limitado.

La descoordinación entre los múltiples niveles de la administración tampoco ayuda demasiado y se termina elevando a la enésima potencia esa toma de decisiones que venimos describiendo, tan efectista como ineficaz.

Claro que una cosa que esta crisis ha puesto a las claras es que, al igual que para el virus parece que se ha descubierto una vacuna, también para los grandes problemas sociales se ha descubierto una solución universal: los protocolos.

Es una solución mágica, pues de todos es sabido que establecer un protocolo hace que inmediatamente desaparezca el problema. Basta con elaborarlo rápidamente y difundirlo con profusión desde todo medio digital o físico disponible, sin valorar la pertinencia para los receptores. En esto, como en todo, mejor exceso que defecto.

Que los protocolos sean confusos, de inaplicable gestión, sin dotación suficiente o contradictorios entre sí son detalles sin importancia. Lo importante es que se han elaborado a plena satisfacción de… ¿los destinatarios? No, ¡que va! De quien los ha elaborado, claro.

Porque en el fondo, siempre hay cosas más prioritarias que atender, de verdad, las necesidades de las personas vulnerables.

lunes, 4 de enero de 2021

Obscenidades

Obscena. No se me ocurre mejor palabra para describir la política social que se está desarrollando en nuestro país, presidida por un paternalismo, beneficencia, asistencialismo y postureo que, mientras a algunos nos repugna, a muchos otros les tiene absolutamente satisfechos y encandilados.

De sobras sé que es una batalla perdida. Hace ya muchos años que descubrí que en la estructura social de nuestro país, cualquier forma de acción social diferente a la beneficencia (con sus diferentes eufemismos: caridad, altruismo, solidaridad social...) tiene graves dificultades para prosperar.

Unos días antes de Navidad, publiqué mi entrada "Sopa boba en el siglo XXI", donde criticaba la iniciativa de que en el Congreso de los Diputados se realizase una especie de reparto de alimentos a los pobres en la Nochebuena. 

Las fotos del acto perpetrado, personalmente, me causan verguenza ajena. Las podéís consultar aquí. Salvo por el detalle que la Presidenta no hizo caso de mis recomendaciones y no vestía de negro y peineta (hubiera quedado mucho más lucido el acto, donde va a parar), son imágenes que podrían haber quedado estupendas en el NO-DO, ese famoso documental cinematográfico de los años del franquismo.

La Iglesia y el Estado, de la mano (como Dios manda). La izquierda y la derecha, juntitas en el reparto de alimentos a los pobres (no se han puesto tan de acuerdo en ninguna otra cosa desde hace décadas). Es para reflexionar.

De un Congreso, iluso de mí, uno espera que legisle contra la pobreza, no que desarrolle rancias y casposas actividades, más propias de siglos pasados, que para lo único que sirven es para desarollar un modelo que, lejos de combatir las condiciones estructurales de la misma, las mantiene y legitima.

Dejaré clara mi postura. Somos un país rico, donde nadie, bajo ninguna circunstancia, debería tener comprometida ni su alojamiento ni su subsistencia. Si hay quien se encuentra en esas situaciones, no es por falta de recursos, sino a causa de un infame y desigual reparto de los mismos, consecuencia directa de unos gobernantes que legislan para los poderosos y no para los vulnerables.

En lugar por tanto de presumir de ese tipo de iniciativas, mejor harían nuestros dirigentes en virar sus políticas y generar las condiciones para que no tuvieran sentido.

Lo cual no es de esperar, claro. El modelo propuesto (y el reclamado) es el de no luchar contra las causas estructurales (dejarlas al arbitrio del libre mercado, que para el caso es lo mismo) y abordar de forma asistencial las consecuencias. En el fondo, se trata de un asunto epistemológico o conceptual en el que la gran mayoría de la población (políticos, técnicos y ciudadanía) ha encontrado un fuerte consenso.

Consenso que ha permitido que el Sistema de Servicios Sociales haya perdido todo el sentido con el que se construyó y se encuentre colonizado de prácticas asistenciales y burocráticas de absoluta ineficacia para resolver ninguna problemática social, ni de orden individual ni comunitaria pero a las cuales, de modo muy comprometido, se adhieren muchos profesionales y políticos.

No son tiempos fáciles para oponerse a estas prácticas. La pedagogía y los argumentos a utilizar son mucho más complejos que los que sirven para defenderlas.

Pero Wang y yo (y seguro que muchos/as de los que estáis leyendo estas líneas) estamos comprometidos con un modelo alternativo para la política social, en un intento de resolver de otra manera los grandes problemas sociales que nos atraviesan como sociedad y que están causando tanto malestar a tanta gente.

Aunque nos canse. Aunque nos repitamos. Aunque sea una causa perdida.