lunes, 16 de noviembre de 2015

Siempre nos quedará París

Anda Europa golpeada por los últimos actos terroristas que el islamismo radical ha cometido en París. Todo el mundo muestra su solidaridad con las víctimas a la par que la repulsa contra los perpetradores. Mientras las redes sociales se visten con la bandera francesa, no son pocos los que recuerdan que los muertos de otras banderas también son muertos, aunque en la lejanía duelan menos.

 

Como siempre, vaya por delante mi condolencia para con las víctimas. ¡Como si fuese necesario decirlo! 
No es momento de comparaciones, ni de juzgar cómo cada cual expresa su dolor o solidaridad. Unos vecinos nuestros han sufrido un execrable atentado y hay que estar junto a ellos. 
Pero también es tiempo de reflexionar sobre lo que está sucediendo.

Y lo estamos haciendo. ¡Vaya si lo estamos haciendo! Todos los medios de comunicación están analizando la situación desde múltiples perspectivas. Desde las más amplias, como la geopolítica hasta las más reducidas, como la psicología.

Entre tanta maraña de enfoques, uno tiende a perderse.  Por lo que no está de más en estos momentos insistir en el verdadero germen de la violencia que estamos padeciendo, tanto en Europa (de un modo más puntual) como en Oriente Medio o Africa (de un modo más permanente).

Y ese no es otro sino la pobreza. Una pobreza que genera incultura y sobre todo, resentimiento. En la pobreza, y no en otro sitio, encuentran terreno abonado las ideas radicales y con ellas, los actos violentos.

Cuando un pueblo no tiene más esperanza que la amarga supervivencia entre el hambre y la miseria puede surgir en su seno la semilla del odio. Es en el fondo lo que estamos sufriendo, mucho más allá del resto de explicaciones.

Hemos vivido demasiado tiempo de espaldas a la pobreza de otros países. Nuestra solidaridad con ellos ha sido vergonzosamente escasa, sobre todo a nivel gubernamental. Los presupuestos para cooperación y solidaridad con estos países han sido siempre rácanos, como a regañadientes. "No podemos dedicar más..." nos decían (mos).

Tan sólo la sociedad civil, organizada en torno a unas cuantas organizaciones no gubernamentales, han estado, en ocasiones y de forma puntual (y naturalmente insuficiente) a la altura.  En cuanto al Estado y sus políticos... ni han estado ni se han enterado. Lo cual es una amable manera de decir que les importaba más bien poco.

Y luego nos sorprendemos de los fenómenos migratorios y de radicalización que presenciamos.

Porque si la cooperación internacional  es algo en lo que hemos fracasado sin paliativos, qué decir de la pobreza en nuestro propio pais. Se ha optado por una política económica y social que ha incrementado la pobreza hasta niveles inimaginables para un pais que se supone desarrollado. Convivimos como si nada con una desigualdad insultante y unos índices de pobreza que, en muchas ocasiones, nuestros prebostes se dedican a negar.

Pues bien, sigamos mirando para otro lado. Permitamos que la pobreza cabalgue a sus anchas en nuestro país y en otros paises. Sigamonos diciendo que no hay recursos suficientes para acabar con ella.

La factura la pagaremos más adelante. Y como siempre que nos retrasamos en un pago nos saldrá mucho más cara. Tan cara como ahora en París.


miércoles, 11 de noviembre de 2015

La paradoja de los refugiados

Por su condición de extranjero, Wang está siempre muy atento a los fenómenos de inmigración, extranjería o refugio que se producen en nuestro entorno. Y todo el baile que se está produciendo en torno a las medidas de asilo para los refugiados sirios le tiene más que preocupado.



"Enfadado", me confesaba el otro día, mientras leía la noticia sobre los primeros refugiados que han llegado a España. Yo coincidía con él en la lamentable postura de nuestro gobierno ante este tema y que, varios meses después de que se comenzase a tomar conciencia con el problema (foto de niño ahogado mediante), ha desembocado en la increible cifra de doce refugiados acogidos por nuestro país. Enlace.

Para mí, y así se lo explicaba a mi amigo chino, todo lo sucedido en estos meses con este tema no es casual. Responde a una serie de razones estructurales e ideológicas de nuestra sociedad, y por tanto, de nuestros gobiernos. Y en este sentido, más que una excepción, constituye una pauta de funcionamiento sobre los problemas sociales.

En primer lugar la ideología neoliberal que impregna toda nuestra sociedad y nuestra política tiene una incapacidad manifiesta para identificar el sufrimiento humano. Del mismo modo que el depredador no se preocupa del sufrimiento de sus víctimas, símplemente se las come. Es la ley de la selva, los fuertes sobreviven y los débiles no.

Desde ahí, todas las situaciones en que las personas sufren no son objeto de preocupación política y por tanto no se arbitrarán las medidas necesarias para solucionarlas, a pesar de que haya recursos más que suficientes para ello. Como mucho, lo hará desde la caridad o la conmiseración, en lo que no es más que una revictimización o instrumentalizacion del sufrimiento. No desarrollaremos más este tema, pues ya lo hemos hecho en numerosas ocasiones en este blog.

Digamos como resumen que la empatía no es uno de los puntos fuertes de la ideología neoliberal.

La incapacidad para integrar el sufrimiento es lo que explica que fenómenos como el de la pobreza, la violencia contra la mujer o contra la infancia, o este mismo de los refugiados, no sean adecuadamente abordados por nuestros gobernantes. Y es lo que hace que, en vez de medidas estructurales y profundas, se opte por medidas coyunturales y reactivas, a todas luces insuficientes e ineficaces para resolver los problemas que pretenden tratar.

En consecuencia con esta línea ideológica, sobre los problemas sociales se da una especie de pauta general que voy a desgranar.

https://www.flickr.com/photos/h-k-d/4635702361
Todo comienza con una toma de conciencia falsa sobre el problema. Ya sabíamos que existía, pero mirábamos para otro lado hasta que un suceso dramático nos lo pone delante de los ojos. La foto del niño sirio es algo paradigmático, de la misma manera que lo son otras luctuosas noticias. La madre que tira a su bebé recién nacido a la basura, el hombre que mata a cuchilladas a una mujer, el desahucio de una familia con niños, una dependencia o discapacidad especialmente penosa... La cuestión es que una noticia concreta moviliza a la sociedad en general y llama la atención sobre un problema más general.

Lo que viene invariablemente a continuación es la implementación por parte de la sociedad de respuestas asistenciales, (unas veces necesarias, otras no tanto, muchas veces irreflexivas y a veces contraproducentes). En algunas ocasiones, esta respuesta viene acompañada de una denuncia para que la administración y sus gobernantes solucionen el problema, lo cual en el mejor de los casos sólo servirá para que se incrementen más respuestas de corte asistencial.

Tras esta explosión de la ciudadanía condolida por el problema, pasado un tiempo comenzarán a surgir voces que intentarán justificar la inacción: tal vez los refugiados no lo sean tanto y nos encontremos ante peligrosos terroristas..., tal vez los pobres a los que estamos ayudando nos están engañando y sólo son unos vagos que pretenden vivir a costa de los demás..., tal vez esa mujer ha presentado una denuncia falsa por violencia para obtener ventaja...

Tal vez... pero al final, algo de todo eso queda. Y se ralentiza, si es que se estaba poniendo en marcha, algún tipo de respuesta estructural.

Mientras, la sensibilización ciudadana se va diluyendo, se satura la capacidad de denuncia y de respuesta y los medios ofrecerán pronto otra noticia que, a modo de carnaza, hará que dejemos la anterior.

En resumen. De los miles y miles de refugiados que íbamos a acoger en nuestro país, de momento sólo han llegado doce. Y hay siete que han rechazado venir con nosotros.

Aún hay gente que no se lo explica. Miedo me da Wang, con el cabreo que lleva, cuando dice que él se ofrece a explicárselo...

lunes, 2 de noviembre de 2015

Se necesitan pobres

Pero pobres de los de verdad. De los de toda la vida, vaya. Pobres "como Dios manda". De esos que se pueden mirar con conmiseración y a los que ayudarles nos hace sentirnos mejores. Mejores que ellos, sin duda. Y mejores también que todo el resto de personas que no les ayuda.



Debe ser tan importante este servicio que los pobres nos prestan que no encuentro otra explicación al insoportable incremento que ha experimentado en nuestro país este fenómeno de la pobreza. En uno de los países más ricos de todo el planeta nos encontramos conviviendo con una tasas de pobreza y de desigualdad como si no pasara nada. Podéis echarle un ojo al último informe sobre el Estado de la Pobreza en España en 2015 que ha elaborado la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social. Os dejo aquí el enlace al Informe  y al resumen con los datos más significativos.

Si consultáis los documentos, os encontraréis unos datos estremecedores. Como por ejemplo, que en España un total de 13.657.232 personas se encuentran en riesgo de pobreza y/o exclusión. ¡Un 29,2% de la población total! O que en el último año se han incorporado a esta situación 790.801 nuevas personas. Y eso mientras el Gobierno de la Nación nos sigue diciendo que ya hemos salido de la crisis y que la situación económica y social de España es una maravilla, gracias a su eficaz gestión.

Pero si sangrante es la situación e insultante la inoperancia y dejadez con la que nuestros gobernantes enfocan el problema, me llena de desesperanza comprobar muchas de las propuestas que los partidos políticos están dando a conocer en sus programas electorales.

Medidas parciales, claramente insuficientes, absolutamente descoordinadas, llenas de errores tácticos y técnicos... Ninguna de ellas servirá para atajar el problema, más allá de poner algunos parches que sin duda no vendrán mal allí donde se pongan, pero que al final no servirán para mucho más que permitir que sus impulsores saquen pecho ante los otros gobiernos y territorios que no las implementen.

Ya he planteado en alguna otra entrada el tipo de medidas que considero necesarias, en torno a dos grandes ejes. Una reforma constitucional que permita el desarrollo legislativo y funcional de un verdadero Sistema Público de Servicios Sociales y una Ley de Renta Básica Universal que permita a todas las personas tener garantizados unos mínimos vitales y dignos de supervivencia.
No veo por ningún lado que ambas medidas puedan ponerse en marcha en nuestro futuro más inmediato, así que no tenemos por qué preocuparnos. Los pobres seguirán entre nosotros. Les necesitamos.