miércoles, 29 de mayo de 2019

Tiempo de reflexión

Casi se me pasa este año, pero el día dos de mayo este pequeño blog ha cumplido siete años intentando aportar una mirada sobre algunos aspectos de la realidad y de la política social en nuestro país.


Y como en todos los aniversarios, no puedo dejar de dedicar un espacio para la reflexión, echar la vista atrás y ver qué ha pasado desde ese ya lejano 2012 en que comenzábamos a escribir de estos extraños temas desde una posición que intenta mezclar algunas referencias teóricas con la experiencia de haber trabajado en la atención social primaria durante treinta años.

Esta experiencia me sirve para tamizar algunos de los desarrollos del Sistema de Servicios Sociales y de la posición del Trabajo Social dentro del mismo incorporando a los diseños y paradigmas que se van creando (esencialmente a través de la legislación y planificación social, pero no sólo) una visión pragmática que me permite evaluar, (de un modo sesgado y limitado pero concreto y aplicado) el impacto de todo ello en la vida y el bienestar de las personas y poblaciones a las que tengo acceso.

Lo primero es la constatación de la deriva asistencialista del sistema. Atender la pobreza se ha convertido en la principal marca de contexto del mismo, constituyendose en su principal función y, en el marco de una política social neoliberal, concretándose en realizar certificaciones de la situación de precariedad que permitan acceder a los insuficientes y contradictorios servicios y prestaciones (económicas la mayoría) que dicha política diseña.

Lo segundo es la renuncia a redefinir el sistema desde otras claves que superen la posición residual respecto al resto de áreas de la política social. El Sistema de Servicios Sociales tiene el encargo social de proporcionar a los pobres lo que los otros sistemas no pueden, no saben, o no quieren proporcionar. Ello, naturalmente, es ineficaz, pero no importa. Lo verdaderamente importante es que permite al resto de sistemas expiar sus pecados y seguir desarrollando sus políticas sin excesivas presiones y expulsar los problemas difíciles hacia otro sistema donde, si no se resuelven, los primeros quedan salvados de responsabilidad alguna. 

En el fondo es hacer trampas al solitario. Sabemos que los problemas no se resuelven así, atribuyendo esas funciones al Sistema de Servicios Sociales, pero hay un gran consenso social para creer que ese es el camino, más allá de la evidencia de constatar como los grandes problemas de la sociedad como la pobreza, la desigualdad o la violencia se han cronificado desde hace más tiempo del que creemos.

Como consecuencia de esta función expiatoria tan necesaria aparece por tanto la indefinición, confusión y descoordinación en el marco normativo y legislativo que subyace (que no sustenta) al sistema. Hace tiempo que el sistema renunció a una Ley General que lo definiese. Las leyes generales están para los sistemas importantes y, no nos engañemos, en este terreno los servicios sociales jugamos en las divisiones más humildes. El Sistema ha optado por legislar de modo parcial (dependencia por ejemplo) o de modo territorial (leyes autonómicas y normativas locales), configurando un entramado descoordinado y confuso tras el que poder esconder las miserias de nuestra política social.

En otro orden de cosas, en estos años se ha consolidado otra tendencia, que tiene que ver con la atomización de la intervención a todos los niveles. Las relaciones se van individualizando cada vez más y las intervenciones conjuntas empiezan a ser la excepción. Es una tendencia que se ha incrementado en la relación entre sistemas, cada vez más descoordinados y con menos relación entre sí. Cada sistema se considera una una entidad autocapacitada en sí misma para intervenir en la parte del problema que considera oportuno. Los problemas complejos se escinden y se parten en trozos, de manera que cada cual puede ocuparse de la parte que se autoatribuye, sin necesidad de coordinarse con los demás. El mantra de la confidencialidad o el secreto profesional se está utilizando para evitar dichos abordajes conjuntos, a costa de cronificar y de aportar soluciones ineficaces a los problemas.

En cuanto al Trabajo Social opino que como profesión no hemos sabido situarnos ante estas realidades. Creo que nos falta reflexión conjunta y consenso, dos bienes escasos que tenemos que recuperar.

Y estas son las principales tendencias sobre las que ando reflexionando en este séptimo aniversario del blog. Por lo demás, Wang y yo tenemos intención de seguir. Por octavo año consecutivo amenazamos con seguir dando la tabarra con nuestras convicciones, esperanzados en que alguna vez cambien los vientos y las tendencias que he descrito se modifiquen hacia una sociedad más habitable y amable que la que tenemos.


miércoles, 15 de mayo de 2019

Crisis... ¿qué crisis?

No, no voy a hablar de la crisis económica, esa sobre la que los políticos y economistas discuten si ha pasado o no, mientras los pobres, los de siempre, siguen en ella de manera crónica, incluso antes de que se anunciara y, por supuesto, después de que se declare su superación. Y es que los pobres siempre están en crisis.


Así que hoy no me voy a ocupar de esa crisis. Voy a hacerlo de otra de la que llevamos mucho tiempo hablando en el sector. La crisis del sistema de servicios sociales.

Las dos crisis son isomorfas. Lejos de ser coyunturales, son consecuencia de deficits estructurales en la sociedad y, por tanto, crónicas e independientes de las condiciones temporales del contexto. La primera, la económica, consecuencia de la estructura social de nuestro país, terriblemente desigual y que mantiene a grandes capas de la población en situación de pobreza. La segunda, la del sistema, consecuencia de su confusa definición y de su compleja y dispersa creación y organización.

Practicamente desde la creación del sistema llevamos hablando de su crisis. El Sistema de Servicios Sociales se asentó con unas bases jurídicas y organizativas tan débiles y confusas que, operativamente, no podemos hablar de un sistema como tal, sino de una compleja amalgama de prestaciones y actividades en acción social de imposible armonización y sobre todo, de escasa eficacia para solucionar problemas.

Llevo mucho tiempo abogando porque no podemos solucionar los graves deficits del sistema sin una redefinición del mismo en el marco de la política social general. Es necesaria una revolución epistemológica, previa a la organizativa.

Para mí, pasa por afrontar uno de nuestros grandes paradigmas. El binomio servicios sociales - pobreza. La pobreza no puede ser objeto del sistema de servicios sociales, como está ocurriendo ahora.

Esa relación simbiótica que hemos mantenido con la misma ha hecho que hoy se identifique al Sistema (por la mayoría de los políticos y por la mayoría de los ciudadanos, con escasas excepciones) como un proveedor de recursos, básicamente dinero, para las situaciones de pobreza y necesidad.

Esta simbiosis contamina de tal manera al Sistema (tanto conceptual como operativamente) que le hace incapaz para desarrollar otras funciones que podrían ser más propias del mismo: la inclusión social, la protección ante las diversas formas de violencia, las dificultades relacionales y convivenciales, la autonomía y los cuidados...

Estoy convencido de que el Sistema no puede seguir integrando ambos grupos de funciones, resumidamente las que tienen que ver con la supervivencia material de las personas (dinero, vivienda, empleo...) y las que tienen que ver con su universo convivencial y relacional. En esta relación, vale el viejo aforismo: "quien a dos amos sirve, con uno de ellos quedará mal".

Personalmente, creo que estamos quedando mal con los dos. En el primero de ellos estamos realizando una exigua transferencia de renta con tantas trabas y precauciones, que es absolutamente ineficaz para solucionar las situaciones de pobreza que se pretenden, colaborando además en la cronificación de muchas de ellas.

Con respecto al segundo, no estamos pudiendo afrontar con la profundidad necesaria la definición de los aspectos relacionales (familiares, comunitarios...) a proteger, ni estamos siendo capaces de desarrollar mecanismos de intervención y evaluación estables en el tiempo y generalizables.

Por ello, creo que el primer paso es liberar al Sistema de ese primer grupo de funciones. Y aunque sé que estoy pidiendo un imposible (hay demasiadas presiones e intereses para mantener la simbiosis con las mismas), estoy persuadido de que de otro modo nunca superaremos nuestra crisis.

Esta necesaria redefinición conceptual del Sistema, que he definido otras veces como "Del cuarto pilar a la sexta pata" , ha de hacerse en el marco, como hemos señalado reiteradamente, de varias cuestiones:

  • Una Ley General de Servicios Sociales, que afronte la redefinición del Sistema dentro de la Política Social y lo armonice para todo el territorio.
  • La instauración de una Renta Básica Universal que garantice la supervivencia material de todas las personas sin más condición que la de existir y a partir de la cual se estructure el Sistema de Garantía de Ingresos.
  • El desarrollo de un Sistema de Vivienda que coordine todas las políticas en esta materia y garantice el derecho a la misma para todas las personas.
  • La creación de un auténtico Sistema de Atención Social Primaria suficientemente dotado en cuanto a profesionales, funciones y estructuras, que constituya la verdadera (y única) puerta de entrada al mismo.
  • La simplificación administrativa de todos los programas y prestaciones en todos los Sistemas de Protección Social.
A pocos días de la celebración de las elecciones municipales y autonómicas los nuevos gobiernos que se constituyan poco podrán hacer para sacarnos de la crisis si no caminan en esta dirección.

Lo demás son cuentos chinos, como diría mi amigo Wang.