jueves, 18 de noviembre de 2021

Cuando la solución se convierte en problema

Se acerca el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Desafortunadamente, una problemática que estamos lejos de erradicar y que hunde sus raíces en las profundas desigualdades que siguen sufriendo las mujeres respecto a los hombres.

Afortunadamente, por otro lado, parece que la sociedad está cada vez más concienciada al respecto, y en estos días proliferan múltiples iniciativas que intentan sensibilizar sobre el problema.

Pero tengo la sensación de que esta movilización se está convirtiendo en una mala noticia. Como bien sabemos los que nos dedicamos a la intervención social, a veces la solución se convierte en problema.

En mi medio, una pequeña comunidad rural constituida por una comarca en torno a los 15.000 habitantes llevo contabilizadas más de una docena de actividades, todas del mismo corte: una charla por alguien más o menos “especializado”, al que invita una entidad para hablar a la comunidad sobre la violencia contra la mujer.

Entidades públicas, asociaciones privadas, incluso grupos informales, organizan dichas actividades de manera individualizada y sin ninguna coordinación entre las mismas. La población queda bombardeada por múltiples convocatorias presenciales y, ahora que han proliferado tanto, también on-line, con logos y temáticas tan similares que ya es difícil averiguar quien organiza cada una de ellas y qué es lo que se va a hablar.

Soy de los que creo que la mera agregación de actuaciones no produce ninguna sinergia útil. Más bien al contrario. Se produce un ruido en el que al final los mensajes se diluyen, las contradicciones no se resuelven y la confusión y saturación hace que la motivación disminuya.

Como hablaba en alguna otra entrada, las formas son más importantes que el fondo y tengo la sensación de que para todas estas entidades es más importante el parecer que se hace algo que solucionar el problema de verdad. A veces parece una competición (y perdón por el exabrupto machista) "a ver quien la tiene más larga".

Gastar la subvención a la que se ha accedido, (concedida sin mucho criterio, esa es otra…) y mantener una presencia pública (colgarse la medalla de toda la vida, vaya) parecen ser las motivaciones más importantes para todas estas iniciativas. Mucho más importantes que realizar una reflexión sosegada y planificar coordinadamente las actuaciones pensando en la mejor manera de sensibilizar y abordar el problema.

Estoy convencido también de que el Sistema de Servicios Sociales tendría que liderar y abordar esta coordinación, ordenar estas iniciativas, incluso supervisar los contenidos, al menos cuando están sostenidas con fondos públicos.

Pero, como en otras muchas cosas, tenemos el viento demasiado en contra.

Y eso es algo que me parece que está contribuyendo a un peor abordaje del problema de la violencia contra la mujer. Un problema que creo que habría que tomarse más en serio. Y eso no significa hacer más cosas. Significa hacerlas mejor.

miércoles, 27 de octubre de 2021

Postureo

Dícese del "comportamiento poco natural de una persona que se esfuerza por dar una imagen pública para conseguir la aprobación de otras personas".

Esto del postureo se ha puesto muy de moda en los últimos años, sobre todo con la eclosión de las redes sociales, donde encuentra un contexto muy favorable. Se trata de un comportamiento donde la imagen tiene más importancia que la realidad y las apariencias imperan sobre las verdaderas motivaciones.

A mi juicio, es un fenómeno que transciende el mero exhibicionismo público que una persona o entidad puede hacer ante su potencial público o, las más de las veces, simplemente ante su cohorte de seguidores.

Creo que es un comportamiento, una actitud, que ha invadido todas las esferas, incluidas las respuestas políticas a los grandes problemas sociales que hoy nos atraviesan.

En el fondo se trata de parecer que se hace algo. En ese sentido es una especie de pseudo-intervención donde se trata de aparentar que se hace lo correcto, sin que los resultados finales importen demasiado. Los protocolos tienen más importancia que las soluciones y la implementación de medidas mucho más que su impacto real.

Dichas medidas serán además más numerosas y más agrandadas, no en función de la gravedad del problema, sino en cuanto la percepción pública del mismo o la estrategia de algún grupo implicado así lo determinen.  

Las evaluaciones son siempre de procesos, rara vez de resultados, y la crítica es imposible o está prohibida: se está haciendo lo correcto.

Detecto que en política social el virus del postureo campa a sus anchas, convirtiendo todos los programas a los que infecta en un “como si”, esto es, abordar la problemática como si nos estuviéramos ocupando realmente de ella cuando todos sabemos que los intereses en juego son otros.

Lo más grave es que, a diferencia del coronavirus, este otro cuenta con mayoría de negacionistas. Aunque la realidad, tozuda, nos devuelva una y otra vez que los problemas no se solucionan y que cada vez más personas son expulsadas del camino en forma de exclusión social, de sufrimiento o de pérdida de oportunidades.

Y el verdadero drama es que tenemos vacunas, pero no queremos utilizarlas.


viernes, 1 de octubre de 2021

EL volcán

Dolor y miedo. No se me ocurren mejores palabras para definir lo que imagino deben sentir los habitantes de la isla de La Palma ante la cólera con que el volcán está arrasando sus propiedades y sus medios de vida.

No puedo ni pensar qué debe suponer perder la casa en la que has pasado tu vida, o ver arrasados irremediablemente tus cultivos, o vivir con la incertidumbre de qué futuro te espera a ti y a los tuyos mientras las explosiones y el ruido atronador de la lava expulsada por el volcán amenaza con llevarse todo por delante.

Aunque desde un lugar seguro como el que escribo es difícil imaginarse ahí, es fácil empatizar con quien está sufriendo semejante desventura. Por eso entiendo la explosión de solidaridad que a lo largo de todo el Estado se está produciendo.

Galas solidarias, actos benéficos, donaciones… iniciativas de entidades públicas, privadas o particulares, todas destinadas a recaudar fondos para que los afectados puedan hacer frente a las necesidades de subsistencia, alojamiento, medios de vida...

Diversos Ayuntamientos de la zona, el Cabildo insular, incluso Cruz Roja, han habilitado números de cuenta y bizum para vehiculizar esta expresión solidaria.

No juzgo estas iniciativas, ni mucho menos en momentos de tanto dolor e incertidumbre, pero sí me surgen algunas preguntas:

  •  En un Estado Social y de Derecho ¿es la solidaridad ciudadana la que debe garantizar la atención a las necesidades de los afectados por una desgracia como esta?
  • ¿Carece el Estado de la capacidad o los medios necesarios para proteger a los afectados y por ello son necesarias estas ayudas solidarias?
  •   ¿Son complementarias estas ayudas solidarias y las ayudas públicas? ¿Cómo se articula esta complementariedad?
  •  ¿Estado o Sociedad Civil?. ¿Impuestos o donaciones? ¿Cómo se entiende la protección social ante una desgracia como la que nos ocupa?
Son preguntas que me planteo al reflexionar sobre estas noticias y que sólo quería compartir con vosotros mientras deseo a los ciudadanos de La Palma que se acabe esta pesadilla cuanto antes.

 

lunes, 27 de septiembre de 2021

Elegía

Como podéis consultar en Wikipedia, la elegía es un subgénero de la poesía lírica que designa un poema de lamentación, un poema de duelo por la muerte de un personaje público o un ser querido. La actitud elegíaca consiste en lamentar cualquier cosa que se pierde: la ilusión, la vida, el tiempo, un ser querido, un sentimiento, etc…

Elegía, por William Adolphe Bouguereau (1899).
Wang y yo mantenemos esta actitud elegíaca desde hace tiempo, cuando tomamos conciencia de lo que para nosotros son dos realidades: la desaparición del Sistema de Servicios Sociales y la muerte del Trabajo Social dentro de él, en una relación de retroalimentación entre ambas cosas. Allá por el año 2017 escribimos profusamente al respecto.

En un análisis tan ligero como seguramente equivocado, opino que el Sistema de Servicios Sociales fue incapaz de adaptarse a los requerimientos de la crisis socioeconómica que comenzó en 2008. Probablemente había alguna semilla sembrada con anterioridad, pero el problema comenzó a florecer con fuerza a partir de entonces.

Las prácticas asistencialistas y benéfico paternalistas se convirtieron en la respuesta predominante a los desafíos que esa crisis trajo y poco a poco el Sistema se convirtió en un conjunto deforme e inconexo de normativas y prestaciones que lo arrinconaron en una posición residual, con el casi exclusivo encargo de atender y controlar la pobreza.

Paralelamente, el Trabajo Social asumió el liderazgo de dicha propuesta asistencial, y lo hizo incrementando el papel de gestión burocrática, convirtiéndolo así en su principal identidad.

Ya por aquel entonces homenajeé la desaparición del Sistema mediante la Copla II, de Jorge Manrique, que rescato ahora de nuevo:

Pues si vemos lo presente

cómo en un punto se es ido

y acabado,

si juzgamos sabiamente,

daremos lo no venido

por pasado.

No se engañe nadie, no,

pensando que ha de durar

lo que espera

más que duró lo que vio,

pues que todo ha de pasar

por tal manera.

Desde entonces y en diversos foros venimos compartiendo nuestra actitud elegíaca con el lamento de otros muchos profesionales y colegas de la intervención social, con la sensación de estar realizando una especie de travesía por el desierto. Coincidimos en el diagnóstico mientras soportamos el sol abrasador durante el día y el frío extremo por la noche, buscando un camino de salida que no acabamos de encontrar y seducidos por algún oasis que siempre termina siendo un espejismo.

Por ejemplo, esta misma semana dos compañeros de viaje en esto de la intervención social hablan de la situación actual del Sistema y de sus profesionales. Son Fernando Fantova y BelénNavarro  y os invito a leer las entradas que enlazo bajo sus nombres.

Ambos reflexionan sobre los Servicios Sociales en la época postpandémica y cómo la crisis que estamos atravesando con este virus no ha hecho sino incrementar las dinámicas de residualidad, asistencialismo y burocratización previas.

Y es que en esta crisis del virus hemos vuelto a responder con las mismas recetas, viejas, gastadas e ineficaces como ya lo eran cuando las utilizamos en la crisis anterior. Nuestra capacidad para tropezar en la misma piedra es ilimitada.

Personalmente llevo tiempo con la sensación de que no hay salida. Por un lado, que estas dinámicas se hayan instaurado con tanta fuerza señala que tienen mucho de legitimidad social, mucho más que las propuestas alternativas que algunos estamos intentando construir y reclamar. Son dinámicas con un amplio apoyo político, técnico y ciudadano.

Por otro lado, esas propuestas alternativas no acaban de hacerse con la concreción necesaria, probablemente porque en el fondo, no se vive la situación actual como problemática y quien lo hace, alude para salir de ella a intangibles difíciles de implementar en la práctica, sobre todo cuando el viento está tan en contra.

Por mi parte, para salir de este desierto creo que sería necesario partir de un proceso en el que primero hubiera un RECONOCIMIENTO del problema. Y por reconocimiento entiendo no únicamente constatar el mismo, sino averiguar las razones y asumir las responsabilidades en él. Un punto en el que no se ha avanzado lo suficiente aún.

Con posterioridad a ello, sería necesario una APUESTA Y APOYO POLITICO decidido al proyecto. Refundar los servicios sociales con un compromiso similar al que se tuvo para crear el Sistema,  allá por los años 80 del siglo pasado. Lamentablemente, no está en la agenda de ningún partido está necesidad de refundación. Al contrario, los Servicios Sociales llevan años invisibilizados, ninguneados y reducidos en la mayoría de dichas agendas. Las propuestas que se hacen son del tipo “más de lo mismo”: más control, más burocracia, más asistencialismo, más residualidad, más confusión…

En el hipotético caso de que siguiéramos avanzando en este proceso (y disculpad lo lineal del mismo) que describo, el siguiente paso sería la DEFINICION DEL OBJETO del sistema. Esto es, los cometidos, funciones y encargo social del mismo. La experiencia nos demuestra que no se puede soplar y sorber al mismo tiempo, por lo cual esta redefinición supone dos cosas: abandonar el actual encargo y sustituirlo por uno nuevo, con lo cual necesariamente conllevaría una redefinición global del conjunto de la política social y no sólo del sistema de servicios sociales. Vista la querencia dentro del sistema por las definiciones sobrevenidas y la urticaria que produce señalar por ejemplo la necesidad de una Ley General para el mismo, no hemos de esperar avances significativos en esta etapa.

El siguiente paso sería la definición de las ESTRUCTURAS necesarias para llevar a cabo el objeto definido. En estos tiempos digitales de sinergias, multiniveles e instituciones líquidas este paso tendría unas dificultades casi insalvables, pero definir con claridad los equipamientos materiales y profesionales es el único camino si se pretende construir un sistema de la complejidad que se le supone.

Así que mi pronóstico está claro. El sistema va a seguir así durante mucho tiempo. Un tiempo en el que sus problemas estructurales no van a ser resueltos y en el que, a los profesionales, no nos va a quedar otra cosa que la elegía.

Lo cual no estaría mal si no fuese porque es lo mismo que les queda a los ciudadanos que atendemos.

miércoles, 25 de agosto de 2021

De lo individual y lo comunitario

 Llevo tiempo dándole vueltas a lo que creo que es una tendencia cada vez más consolidada: la preeminencia de la satisfacción de las necesidades individuales y particulares por encima de las colectivas o comunitarias.

Es una consecuencia de la lógica posmoderna y neoliberal en la que estamos inmersos. El individuo y su subjetividad es la medida de todas las cosas y se ha producido una intensa desestructuración de toda idea de comunidad, hasta el punto de que el individuo reniega de cualquier identidad sujeta a vinculaciones sociales.

El derecho individual se convierte en el indicador social privilegiado de las formas de sociabilidad produciéndose, en términos del filósofo Gilles Lipovetsky, un “narcisismo individualista” donde, como decía al principio, toda forma de vinculación social queda supeditada a la satisfacción de las necesidades individuales más que de las comunitarias.

Las consecuencias de todo ello para el Trabajo Social, que trabaja básicamente con los vínculos, son evidentes: unas profundas contradicciones entre lo que debe hacer y lo que puede (o le es requerido) hacer.

Y en los Servicios Sociales ocurre algo parecido. Servicios orientados a la comunidad y a las formas de convivencia que se dan en ella, a los que se exige que se ocupen únicamente de esas necesidades individuales y sobre todo, aceptando la definición que el individuo, en su subjetividad, haga de ellas. La deriva hacia agencias expendedoras de recursos es evidente.

Creo que estas dinámicas están en el sustrato de los grandes problemas que el Trabajo Social y los Servicios Sociales tienen hoy y oponerse a ellas, proponiendo otra manera de afrontar los problemas sociales, es el gran reto al que nos enfrentamos.

Y no es un reto menor. Porque no son dinámicas propias de nuestros sistemas. Están imbricadas en la cultura e ideología de la sociedad. Desde esa perspectiva, el Estado ya no debe garantizar el bien común, sino los intereses particulares de cada uno de los individuos.

El bien común no puede conseguirse sin la renuncia a algunos de esos intereses particulares, lo cual es una lógica contraria a la dominante, en la cual son las estructuras sociales y los servicios los que deben adaptarse a cada uno de los individuos, con independencia de lo que ello signifique para el resto o para la colectividad en su conjunto.

Recuperar la idea de comunidad es tan urgente como necesario y sólo unos Servicios Sociales orientados hacia lo convivencial y relacional podrán colaborar a conseguirlo.

Pero creo que cada vez estamos más lejos de ello.

miércoles, 21 de julio de 2021

Tipos de pobres

 En mis muchos años de trabajo en Servicios Sociales he tenido oportunidad de conocer a muchos tipos de personas: ricos, pobres, mediopensionistas, cantantes de ópera, contables, chatarreros, adivinadores de cartas…

Y de toda esta panoplia de personas, de la que más subtipos he conocido son los pobres. Debe ser por la gran cantidad de ellos que en los últimos años nuestra sociedad se ha empeñado en crear.

Un gran número que ha promovido su diversidad, a diferencia, pongo por caso, de los aficionados a coleccionar soldados de plomo, cuyo escaso número no favorece demasiado su diversificación y suelen ser bastante uniformes, como los que llevan las figuras que coleccionan.

Así que hoy quiero compartir con vosotros y vosotras los subtipos que, según mi experiencia, se dan entre los pobres.

Una de las caracterizaciones más comunes son los POBRES TONTOS. Estos son muy frecuentes, y los poderes públicos no se cansan de diseñar políticas y programas para ellos.

Los pobres tontos están en situación de pobreza porque no saben atender sus propias necesidades. Carecen de formación, conocimientos y habilidades para acceder a un empleo o para aprovechar adecuadamente los recursos que tienen o los que pueden ponerse a su disposición.

No saben hacer la compra de manera adecuada y dilapidan su presupuesto, nunca mejor dicho, “tontamente”.  Tampoco saben cómo ahorrar energía, ni por supuesto acceder a los numerosos y suficientes recursos que existen para ellos, pues su torpeza les impide realizar los trámites de manera adecuada.

Este tipo de pobres son tan tontos que, consecuentemente, esperan que se les trate como tales, así que la mejor manera de ayudarles es sustituir sus capacidades. El profesional que se disponga a ayudarles debe estar dispuesto a hacer todo lo que ellos no saben hacer, mientras intenta, habitualmente sin éxito, (para lo que debe estar preparado), que aprendan a hacer algo por sí mismos. Enseñar al que no sabe es sin duda una noble función, pero puede resultar ciertamente frustrante.

En mi experiencia, junto a los anteriores aparecen los POBRES LISTOS. Su principal objetivo es no trabajar y vivir de las ayudas públicas, para lo cual desarrollan unas habilidades importantes. Conocen todos los recursos, formas de ayuda, cómo, dónde y con quién tramitarlas.

Como habitualmente no se diseñan los programas de intervención por subtipos de pobres (un error que este artículo espero contribuya a enmendar), a estos pobres se les propone lo mismo que a los anteriores: formación. En los más variados y diversos temas: desde cómo buscar un empleo (que no desean) hasta cómo aprovechar mejor la compra semanal (como si no lo supieran).

Pero los pobres listos no pondrán pega alguna a estos programas. Saben que participando en ellos las probabilidades de acceder a ayudas y vivir regaladamente de las mismas es mayor.

Al igual que con los anteriores, el profesional que intervenga con ellos debe estar preparado para trabajar incansablemente en todo lo que le demanden, preparado para ver cómo las situaciones de pobreza de éstos se cronifican en el tiempo y se transmiten de generación en generación.

Con matices diferentes pero compartiendo algunas de las características con los pobres listos y con los tontos, encontramos a los POBRES VAGOS. Para estos el acceso al trabajo no responde a sus esquemas vitales, lo cual muestran permanentemente con un importante autoabandono e indolencia.

Su negligencia es tal que, con frecuencia, ni siquiera demandarán ayudas directamente, como hacen los pobres listos. Al contrario, dejarán que su situación personal y familiar se deteriore lo suficiente como para que los profesionales se activen e intervengan, lo cual tendrán que hacer como con los pobres tontos, dispuestos para asumir todo lo que, en este caso no es que no sepan, sino que no quieren hacer.

Paradójicamente, uno de los programas que suelen proponerse para este tipo de pobres vagos son lo que se llama programas de activación, desde posiciones en la que la única motivación está en el profesional y con el propósito, fracasado de antemano, de traspasársela.

Con estos tres subtipos que acabo de describir no suele ser difícil trabajar. Tan sólo hay que asumir el fracaso de cualquier intervención que pretenda que superen la situación de pobreza. Pero hay otro tipo de pobres, más complicado. Son los POBRES MALOS.

Estos, además de ser pobres, se dedican a delinquir, toman drogas o alcohol y suelen ser agresivos tanto para su entorno como para los profesionales que intervienen con ellos.

Para ellos suelen implementarse programas de exhaustivo control de las prestaciones que reciben, pues en el fondo sabemos que no son merecedores de las mismas. Este control será fuente de no pocas confrontaciones con los profesionales, pero es algo ineludible pues sin él la ayuda carecería de cualquier tipo de legitimación social.

Menos mal que, también con frecuencia, encontramos a los POBRES BUENOS. Estos son simpáticos y suelen mostrar agradecimiento, lo cual es una importante fuente de satisfacción profesional.

No suele generarse problemas en la relación con ellos, al contrario, es el subtipo más necesario para la sociedad, pues permiten canalizar de mejor manera la compasión y solidaridad de la misma. Y eso explica que este tipo de pobres buenos no desaparezca.

Y ya para finalizar, voy con el último de los subtipos que voy a nombrar. Hay algunos más, pero no es objeto de este artículo ser demasiado exhaustivo. Si alguien quiere hacer alguna tesis doctoral sobre el tema, me presto a darle más información, pero de momento señalaré los POBRES QUE NO SON POBRES.

Y es que hay pobres (pobres…) que no se encuentran en situación de pobreza por sus propias aptitudes o actitudes personales. No son vagos, indolentes, malos o ignorantes. Son simplemente personas en situación de pobreza, esto es, en un contexto estructural que les mantiene en la misma y que les niega cualquier oportunidad para salir de ella.

No son muchos, pues todos sabemos que cuando eres pobre es porque algo habrás hecho mal, como este artículo acaba de probar científicamente.

Lo cual coincide por otra parte con lo que queremos creer. No vaya a ser que nosotros mismos pudiéramos encontrarnos en alguna de estas situaciones. 

Eso no nos puede suceder, ¿verdad Wang?

jueves, 17 de junio de 2021

De la subsistencia y otras pequeñeces

La tendencia que se viene consolidando en materia de subsistencia material de las personas, esto es, que las personas tengan unos medios para vivir dignamente y atender sus necesidades más básicas en materia de alojamiento y alimentación es que sea una especie de política multinivel y transversal a todas las áreas de la política social o incluso de coordinación con otras áreas como la política fiscal.

Podía haberse consolidado otro modelo, como por ejemplo dedicar un área de la política social exclusivamente a este tema, un hipotético Sistema de Garantía de Rentas, pero el modelo que se ha implantado en la práctica, defendido por muchos sectores, es el que he descrito antes.

Ese modelo plantea que las sinergias entre las distintas políticas configuran un sistema de protección suficiente del que forman parte desde las prestaciones más institucionales, como las pensiones, prestaciones por desempleo o el reciente IMV, hasta los bancos de alimentos (con más o menos subvenciones públicas), pasando por las prestaciones de emergencia de los servicios sociales locales y otras ayudas y subvenciones más o menos finalistas de entidades locales o de otras áreas de la política social como las de vivienda o educación.

Y es un modelo que parece funcionar. Aunque los niveles de pobreza son muy altos, inexcusablemente altos, no nos encontramos en nuestro país con hambrunas generalizadas o grandes masas de población sin techo. Otra cuestión es el grado de sufrimiento que las personas padecen en las condiciones que soportan para tener comida y techo, pero salvo excepciones, son dos elementos accesibles.

Claro que un sistema tan complejo, con semejante multiplicidad de actores intervinientes, es algo difícil de coordinar y por ello tiene sus fallos. Digamos que aunque funcione, es alto el riesgo de que no proteja a alguien. Y en esas situaciones de falla, un sistema así puede tener dificultades para identificar la responsabilidad y por tanto de implementar medidas para corregirlas.

Por ello, en esa construcción histórica del sistema, hubo que buscar un actor que asumiera esa última responsabilidad. Y ahí aparecimos los Servicios Sociales locales, expertos en ocupar zonas de incertidumbre y siempre prestos a asumir lugares residuales.

Y con más o menos matices, las leyes y normativas fueron incorporando que el Sistema de Servicios Sociales debía garantizar las necesidades de subsistencia de la población. Explicitar este encargo social, seguramente en coherencia con el paradigma dominante (básicamente la garantía de derechos individuales), tuvo un gran impacto en el Sistema de Servicios Sociales y por ende, en el conjunto de la política social.

A mi juicio, una de sus repercusiones fue la disociación de la Atención Primaria de Servicios Sociales del resto de Sistema. Se relegó esta Atención Primaria a la función de atender la subsistencia. Y esta puerta de entrada quedó reducida a recibir la principal demanda que el Sistema recibe: dinero. Dinero para pagar las facturas, para alimentación o para pagar la vivienda.

Claro que el Sistema de Servicios Sociales tiene más cosas que hacer. Y ante el colapso de la Atención Primaria (ya hemos definido que el sistema de atención a la subsistencia tiene demasiados fallos que se decidió que ésta tenía que corregir) se fueron creando diferentes puertas de entrada y subsistemas (chiringuitos, los hemos denominado a veces, en una impropia caricatura) para atender esas otras cosas (violencia, problemáticas relacionales, prevención o inserción) obviando la función de la Atención Primaria como puerta de entrada general del Sistema.

Todo ello dificulta visibilizar qué función social realizan los Servicios Sociales, quedando reducida generalmente en el imaginario de muchos políticos y técnicos de otros sistemas (incluso del propio) como función de atención a la pobreza. Sobre las repercusiones de esta concepción ya hemos hablado profusamente en otras entradas.

Otra de las repercusiones importantes al asumir esa última responsabilidad (una de las definiciones frecuentes del Sistema de Servicios Sociales es denominarlo como la última red de protección social de las personas), fue el uso de las prestaciones económicas dentro del Sistema.

Prestaciones diseñadas para situaciones muy concretas, de carácter sobrevenido y no crónico, como las de urgencia o emergencia, tuvieron que generalizarse para atender situaciones permanentes y de forma periódica. Prestaciones diseñadas para favorecer la inserción tuvieron que rediseñarse para atender la subsistencia. Esta modificación conceptual fue, más que algo planificado, realizada de una manera reactiva a ese encargo social que se estaba asumiendo y ha supuesto numerosos problemas que aún no terminan de resolverse (por ejemplo la consideración como subvenciones de este tipo de ayudas, las limitaciones en cuantías o presupuestos de las mismas o la exigencia o no de contraprestaciones o condiciones de algún tipo).

Rediseñadas de esta forma, este tipo de prestaciones ha tenido efectos paradójicos, sobre todo al permitir que el resto de Sistemas puedan eludir sus responsabilidades y no tener que gestionar sus prestaciones de modo accesible, al mismo tiempo que han colaborado con la cronificación de muchas situaciones de pobreza, generando procesos de desresponsabilización y delegación con efectos bastante contrarios a los que se pudieran pretender.

Porque no siempre fue así. En el paradigma anterior la responsabilidad era de la propia persona, y los Servicios Sociales generábamos procesos, en primer lugar de diagnóstico, y posteriormente de acompañamiento en la búsqueda o reclamación de soluciones. En el nuevo paradigma la responsabilidad es exclusiva del profesional, que es quien debe proveer las soluciones tal y como la persona las plantee. Diagnóstico y prescripción han quedado anticuadas, sustituidas por certificación y acceso.

La epistemología que subyace en estos dos paradigmas es muy diferente y creo que la irrupción de la segunda ha hecho unos Servicios Sociales mucho más inefectivos.

Reflexiones al hilo de mi participación en el VIII Foro de Derechos Sociales de Zaragoza. Os dejo aquí el enlace en youtube con el debate completo . 

 

martes, 18 de mayo de 2021

Cuando rectificar no es suficiente

El Gobierno de Aragón ha rectificado y ha incluido a los profesionales del Sistema de Atención Primaria de Servicios Sociales en la lista de profesionales esenciales a vacunar.

Por lo que acabo con esta entrada mis reflexiones sobre este proceso de vacunación, a través del cual he tenido la oportunidad de analizar algunas de las más profundas deficiencias de nuestro Sistema.

En lo que a mí respecta, me he vacunado dentro de mi grupo de edad, (a los que sabemos quien son Los Chiripitifláuticos nos están admitiendo ahora) y no, como esperaba, por mi condición de profesional esencial. Creía, iluso de mí, que el Sistema de Servicios Sociales iba a ser considerado de otra manera.

Bueno, al menos, algunos compañeros y compañeras más jóvenes verán reconocida su condición de profesionales esenciales, aunque sea de la manera tan tardía y descreída como el Gobierno de Aragón lo está haciendo. A mí ni siquiera me ha llegado esa magra y simbólica reparación.

Porque si algo me ha quedado claro con la pandemia y en especial con este tema de la vacunación es la extrema debilidad de la posición que ocupamos en la sociedad en general y en la política social en particular el Sistema de Servicios Sociales.

Un Sistema desorganizado, sin liderazgo ni guía, muy desprestigiado, residual. En demasiadas ocasiones ninguneado e invisibilizado y en algunas, como en ésta, maltratado y agraviado.

Creo que ese es el principal reto del Sistema, pues desde estas posiciones poco se puede aportar a la política social más allá de mantenernos en los papeles que al resto de actores les interesa que ocupemos.

Tener un Sistema de Servicios Sociales respetado y prestigioso es el único camino para ser útiles. Y obtener ese prestigio no depende tanto de que se reconozca lo que hacemos (de sobras es conocido por cualquiera que se interese) o de cómo lo comuniquemos. Sin negar que hay cosas que podríamos hacer mejor y que sin duda las podríamos contar de mejor manera, creo que conseguir ese prestigio pasa por una actitud digamos más “combativa”.

Hasta ahora hemos sido demasiado condescendientes con las pérdidas de respeto que hemos sufrido. Traicionados en muchas ocasiones por la pragmática, hemos asumido encargos extemporáneos y posiciones residuales que no nos han hecho ningún bien.

Estoy persuadido de que hay que incorporar posiciones mucho más claras de denuncia y hay que decir con claridad que no a muchos encargos y propuestas. Sé que nuestra dispersión y debilidad hacen difícil este camino, pero me parece que es el único posible en estos momentos.

En este sentido, la rectificación del Gobierno de Aragón y la tardía incorporación como profesionales esenciales a los planes de vacunación no me parece suficiente. Incorporación que estoy convencido de que si no nos ponemos a protestar todavía estaríamos esperando.

Los hermanos Malasombra
El insulto sufrido con la exclusión de nuestro Sistema durante estos meses ha sido demasiado grave y ya estaba llegando a niveles insostenibles. Hay profesionales de los ámbitos privados con mucha menos intervención que nosotros que llevan meses vacunados. Se está comenzando a vacunar incluso a voluntarios de otros sectores. Seguir excluidos de los planes de vacunación era ya un agravio consciente y deliberado que no se podía consentir más. El siguiente paso era acudir a la Justicia.

Por ello no basta con la incorporación ahora. Hay que identificar quién se negaba a nuestra vacunación y qué argumentos utilizaba para ello. Del mismo modo que tenemos que saber que contraargumentos se han intentado y con qué intensidad.

Mi hipótesis es que se tomaron esas decisiones basadas en una mezcla de prejuicios, desconocimiento y prepotencia. Y que quien tuvo la oportunidad de influir en ellas se inhibió de una manera incalificable.

Poner en valor el sistema significa también pedir explicaciones al respecto. El silencio que hemos sufrido como respuesta a nuestras demandas hasta ahora (y la desconfirmación que significa) no puede continuar.

Incluirnos en los planes no repara el daño sufrido. Vernos relegados como profesionales ha sido sentir cómo lo que muchos hemos estado construyendo durante años (un sistema de atención social en Aragón) no era valorado y que la respuesta a los problemas que hemos dado durante la pandemia (en muchos lugares los únicos profesionales que hemos estado presencialmente atendiendo problemas hemos sido los de Servicios Sociales) no ha importado en absoluto. Eso es en verdad lo que hay que reparar.

La herida es profunda. Creo que una vacuna no va a curarla por completo, si no viene acompañada de otro tipo de tratamiento.

Que estaría bien que comenzara por algún tipo de disculpa…

* * * 

Aprovecho para agradecer los apoyos sentidos durante este proceso por parte de usuarios, profesionales y amigos y también de quien se ha comprometido con el tema para que al final se corrigiese.