En mis muchos
años de trabajo en Servicios Sociales he tenido oportunidad de conocer a muchos
tipos de personas: ricos, pobres, mediopensionistas, cantantes de ópera,
contables, chatarreros, adivinadores de cartas…
Y de toda esta
panoplia de personas, de la que más subtipos he conocido son los pobres. Debe
ser por la gran cantidad de ellos que en los últimos años nuestra sociedad se
ha empeñado en crear.
Un gran número
que ha promovido su diversidad, a diferencia, pongo por caso, de los aficionados
a coleccionar soldados de plomo, cuyo escaso número no favorece demasiado su
diversificación y suelen ser bastante uniformes, como los que llevan las
figuras que coleccionan.
Así que hoy
quiero compartir con vosotros y vosotras los subtipos que, según mi
experiencia, se dan entre los pobres.
Una de las
caracterizaciones más comunes son los POBRES TONTOS. Estos son muy
frecuentes, y los poderes públicos no se cansan de diseñar políticas y
programas para ellos.
Los pobres
tontos están en situación de pobreza porque no saben atender sus propias
necesidades. Carecen de formación, conocimientos y habilidades para acceder a
un empleo o para aprovechar adecuadamente los recursos que tienen o los que
pueden ponerse a su disposición.
No saben hacer
la compra de manera adecuada y dilapidan su presupuesto, nunca mejor dicho,
“tontamente”. Tampoco saben cómo ahorrar
energía, ni por supuesto acceder a los numerosos y suficientes recursos que
existen para ellos, pues su torpeza les impide realizar los trámites de manera
adecuada.
Este tipo de
pobres son tan tontos que, consecuentemente, esperan que se les trate como
tales, así que la mejor manera de ayudarles es sustituir sus capacidades. El
profesional que se disponga a ayudarles debe estar dispuesto a hacer todo lo
que ellos no saben hacer, mientras intenta, habitualmente sin éxito, (para lo
que debe estar preparado), que aprendan a hacer algo por sí mismos. Enseñar al
que no sabe es sin duda una noble función, pero puede resultar ciertamente
frustrante.
En mi experiencia,
junto a los anteriores aparecen los POBRES LISTOS. Su principal objetivo
es no trabajar y vivir de las ayudas públicas, para lo cual desarrollan unas
habilidades importantes. Conocen todos los recursos, formas de ayuda, cómo,
dónde y con quién tramitarlas.
Como
habitualmente no se diseñan los programas de intervención por subtipos de
pobres (un error que este artículo espero contribuya a enmendar), a estos
pobres se les propone lo mismo que a los anteriores: formación. En los más
variados y diversos temas: desde cómo buscar un empleo (que no desean) hasta
cómo aprovechar mejor la compra semanal (como si no lo supieran).
Pero los
pobres listos no pondrán pega alguna a estos programas. Saben que participando
en ellos las probabilidades de acceder a ayudas y vivir regaladamente de las
mismas es mayor.
Al igual que
con los anteriores, el profesional que intervenga con ellos debe estar
preparado para trabajar incansablemente en todo lo que le demanden, preparado
para ver cómo las situaciones de pobreza de éstos se cronifican en el tiempo y
se transmiten de generación en generación.
Con matices
diferentes pero compartiendo algunas de las características con los pobres
listos y con los tontos, encontramos a
los POBRES VAGOS. Para estos el acceso al trabajo no responde a sus
esquemas vitales, lo cual muestran permanentemente con un importante
autoabandono e indolencia.
Su negligencia
es tal que, con frecuencia, ni siquiera demandarán ayudas directamente, como
hacen los pobres listos. Al contrario, dejarán que su situación personal y
familiar se deteriore lo suficiente como para que los profesionales se activen
e intervengan, lo cual tendrán que hacer como con los pobres tontos, dispuestos
para asumir todo lo que, en este caso no es que no sepan, sino que no quieren
hacer.
Paradójicamente,
uno de los programas que suelen proponerse para este tipo de pobres vagos son
lo que se llama programas de activación, desde posiciones en la que la única
motivación está en el profesional y con el propósito, fracasado de antemano, de
traspasársela.
Con estos tres
subtipos que acabo de describir no suele ser difícil trabajar. Tan sólo hay que
asumir el fracaso de cualquier intervención que pretenda que superen la
situación de pobreza. Pero hay otro tipo de pobres, más complicado. Son los POBRES
MALOS.
Estos, además
de ser pobres, se dedican a delinquir, toman drogas o alcohol y suelen ser
agresivos tanto para su entorno como para los profesionales que intervienen con
ellos.
Para ellos
suelen implementarse programas de exhaustivo control de las prestaciones que
reciben, pues en el fondo sabemos que no son merecedores de las mismas. Este
control será fuente de no pocas confrontaciones con los profesionales, pero es
algo ineludible pues sin él la ayuda carecería de cualquier tipo de
legitimación social.
Menos mal que,
también con frecuencia, encontramos a los POBRES BUENOS. Estos son
simpáticos y suelen mostrar agradecimiento, lo cual es una importante fuente de
satisfacción profesional.
No suele
generarse problemas en la relación con ellos, al contrario, es el subtipo más
necesario para la sociedad, pues permiten canalizar de mejor manera la
compasión y solidaridad de la misma. Y eso explica que este tipo de pobres
buenos no desaparezca.
Y ya para
finalizar, voy con el último de los subtipos que voy a nombrar. Hay algunos
más, pero no es objeto de este artículo ser demasiado exhaustivo. Si alguien
quiere hacer alguna tesis doctoral sobre el tema, me presto a darle más
información, pero de momento señalaré los POBRES QUE NO SON POBRES.
Y es que hay
pobres (pobres…) que no se encuentran en situación de pobreza por sus propias
aptitudes o actitudes personales. No son vagos, indolentes, malos o ignorantes.
Son simplemente personas en situación de pobreza, esto es, en un contexto
estructural que les mantiene en la misma y que les niega cualquier oportunidad
para salir de ella.
No son muchos,
pues todos sabemos que cuando eres pobre es porque algo habrás hecho mal, como
este artículo acaba de probar científicamente.
Lo cual
coincide por otra parte con lo que queremos creer. No vaya a ser que nosotros
mismos pudiéramos encontrarnos en alguna de estas situaciones.
Eso no nos puede
suceder, ¿verdad Wang?