Llevo tiempo dándole vueltas a lo que creo que es una tendencia cada vez más consolidada: la preeminencia de la satisfacción de las necesidades individuales y particulares por encima de las colectivas o comunitarias.
Es una consecuencia de la lógica posmoderna y neoliberal en la que estamos inmersos. El individuo y su subjetividad es la medida de todas las cosas y se ha producido una intensa desestructuración de toda idea de comunidad, hasta el punto de que el individuo reniega de cualquier identidad sujeta a vinculaciones sociales.
El derecho
individual se convierte en el indicador social privilegiado de las formas de
sociabilidad produciéndose, en términos del filósofo Gilles Lipovetsky, un
“narcisismo individualista” donde, como decía al principio, toda forma de
vinculación social queda supeditada a la satisfacción de las necesidades
individuales más que de las comunitarias.
Las
consecuencias de todo ello para el Trabajo Social, que trabaja básicamente con
los vínculos, son evidentes: unas profundas contradicciones entre lo que debe
hacer y lo que puede (o le es requerido) hacer.
Y en los
Servicios Sociales ocurre algo parecido. Servicios orientados a la comunidad y
a las formas de convivencia que se dan en ella, a los que se exige que se
ocupen únicamente de esas necesidades individuales y sobre todo, aceptando la
definición que el individuo, en su subjetividad, haga de ellas. La deriva hacia
agencias expendedoras de recursos es evidente.
Creo que estas
dinámicas están en el sustrato de los grandes problemas que el Trabajo Social y
los Servicios Sociales tienen hoy y oponerse a ellas, proponiendo otra manera
de afrontar los problemas sociales, es el gran reto al que nos enfrentamos.
Y no es un
reto menor. Porque no son dinámicas propias de nuestros sistemas. Están
imbricadas en la cultura e ideología de la sociedad. Desde esa perspectiva, el
Estado ya no debe garantizar el bien común, sino los intereses particulares de
cada uno de los individuos.
El bien común
no puede conseguirse sin la renuncia a algunos de esos intereses particulares,
lo cual es una lógica contraria a la dominante, en la cual son las estructuras
sociales y los servicios los que deben adaptarse a cada uno de los individuos,
con independencia de lo que ello signifique para el resto o para la
colectividad en su conjunto.
Recuperar la
idea de comunidad es tan urgente como necesario y sólo unos Servicios Sociales
orientados hacia lo convivencial y relacional podrán colaborar a conseguirlo.
Pero creo que
cada vez estamos más lejos de ello.