miércoles, 27 de noviembre de 2019

De la agenda social, servicios sociales y carruajes del siglo XIX


Hoy voy a comentar un artículo que se ha publicado sobre la agenda social que tendrá que afrontar el nuevo Gobierno, cuando se constituya, si es el caso.

Lo podéis consultar aquí. Artículo.

Estoy de acuerdo en gran parte de su contenido: la pobreza, la mal llamada (a mi juicio) pobreza infantil, la vivienda, los desahucios, la renta mínima, las listas de espera en dependencia, la violencia contra la infancia, los derechos LGTBI, la situación de la inmigración, los refugiados, los niños migrantes sólos…

Temas importantísimos en lo social que deberían ser abordados con seriedad y con profundas y valientes medidas más allá de los ligeros retoques o maquillajes que muchas veces vemos en política social.

Pero el artículo me ha preocupado profundamente, sobre todo cuando se refiere a los servicios sociales.

En él se reclama mayor financiación del Sistema Público de Servicios Sociales, (lo cual significa mayor financiación para los Servicios Sociales Municipales en los que se asienta) mediante el incremento de los fondos estatales del Plan concertado de Prestaciones Sociales Básicas.

Hasta aquí todo correcto. Una reivindicación histórica que corregiría la felonía que ha venido cometiendo el Estado recortando cada vez más su aportación al Plan.

Pero ¡atención! A continuación el artículo nos dice qué son esas Prestaciones Básicas. Y literalmente plantea que “son aquellas relacionadas con la alimentación, la ropa, o la vivienda de emergencia”.

Cualquiera que lea el artículo podrá interpretar por tanto a qué se dedican los servicios sociales: somos los que pagamos los alimentos, la ropa, la vivienda y los suministros a las personas y familias pobres.

Es preciso aclarar que las Prestaciones Básicas que desarrollan los Servicios Sociales Municipales y que se desarrollaron a través del Plan concertado, no son esas. Son prestaciones bastante más complejas, a través de las que se desarrollan multitud de programas, proyectos y actuaciones. Tienen que ver con la Información y Orientación, Ayuda a Domicilio y Apoyo a la Unidad Convivencial, Alojamiento Alternativo y Prevención e Inserción.

Constituyen el armazón que sostiene los Servicios Sociales, y reducirlas al pago de alimentos, ropa y vivienda de emergencia lo único que hace es fomentar el carácter asistencialista de los mismos y relegarlos a funciones residuales del resto de la política social.

Y eso es algo que no nos podemos permitir, a no ser que queramos volver a modelos más propios del siglo XIX, a los que parecemos estar abocados sin remedio y, en muchas ocasiones sin siquiera advertirlo.

Y ya que estamos aconsejando al futuro Gobierno sobre la política social, una humilde sugerencia: fortalezcan la red y las estructuras de los Servicios Sociales, incrementan las ratios de profesionales y los equipamientos, aclaren las funciones y desarrollen sus competencias. Después, diseñen las prestaciones.

No pongan, como en tantas otras ocasiones, al carro tirando de los caballos.

lunes, 25 de noviembre de 2019

Tradiciones y sentimientos



Como cada año, los Bancos de Alimentos nos anuncian la llegada de la Navidad. Y aprovechando la proximidad de las fechas en las que, presumiblemente, todos andamos con el amor y la solidaridad a flor de piel, lanzan su campaña anual de recogida.

 


Ya he criticado en otras entradas este tipo de iniciativas, ancladas en prácticas benéfico-asistenciales y realizadas desde un paternalismo contrario a lo que algunos entendemos por justicia social. Si tenéis curiosidad, poner en el buscador del blog el término “alimentos” y os saldrán varias.

Esta vez, me abstendré de criticarlas. Llevo demasiado tiempo enfadado con este tipo de modelos y creo que no sirve de nada. Personalmente, estoy en fase de aceptación.

Creo que los Bancos de Alimentos, o cualquier otra forma de caridad o limosna, ocupan un papel fundamental. Y no me refiero al impacto en el bienestar de los beneficiarios, que considero mínimo, ni siquiera como apoyo a su supervivencia material. 

La principal función de estos Bancos se dirige no a sus beneficiarios, sino a sus promotores y colaboradores: les permite sentirse bien, sentir que hacen algo ante el sufrimiento de sus congéneres y, de esta manera, exorcizar un poco la culpa que todos podemos sentir ante el mantenimiento de la desigualdad y la injusticia.

En esa función digamos que el medio importa más que el resultado. Y así andan legiones de colaboradores, desde niños hasta personas mayores, recogiendo alimentos con los que están convencidos de que mejorarán la situación de alguna persona o familia que lo esté pasando mal.

¿Y quién puede luchar contra este sentimiento?

Las prácticas asistencialistas están ancladas en nuestra cultura de un modo tan arraigado que no hemos sido capaces de sustituirlas por otros más modernos y eficaces. Y parte del problema es que responden a esa necesidad de sentirnos bien de la que hablo.

Por ello el asistencialismo sigue impregnándolo todo, desde las iniciativas privadas hasta las políticas públicas. Porque muchas de las críticas que hacemos a los Bancos de Alimentos, podríamos hacerlas sobre nosotros mismos, sobre las prestaciones del Sistema Público de Servicios Sociales, en demasiadas ocasiones tan paternalistas y tan asistencialistas como aquellas.

El pragmatismo, el posibilismo, cuando no directamente la opción por esos modelos son los argumentos que se esgrimen para mantener un sistema y unas prestaciones ineficaces contra la exclusión social e ineficientes contra la pobreza.

Y es que el Sistema Público de Servicios Sociales ocupa en la Política Social un papel parecido al de los Bancos de Alimentos en la solidaridad social. Es el “chivo expiatorio”, (el “tonto útil” si lo preferís), que permite al resto de políticas públicas (vivienda, empleo, ingresos…) convivir con los grandes problemas sociales actuales con la ilusión de que alguien se ocupa al final de todo ello.

Aunque no sea cierto, porque, en el fondo, no es eso lo que importa.