viernes, 27 de enero de 2017

Wang y el efecto llamada

La verdad es que no pensaba comentar en este blog ese proyecto del Gobierno, expresado en la última Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas, que consiste en la creación de una "Tarjeta Social" y que en el fondo no es sino una "Tarjeta para pobres" en un retorno 2.0 a los antiguos Padrones de Beneficencia.


 
Porque como medida, no deja de ser una anécdota. Peligrosa, eso sí, pero tan sólo un reflejo más y la lógica consecuencia de aquello en lo que hemos convertido el Sistema de Servicios Sociales. La situación de este sistema, y por ende, la situación de la protección social en nuestro país es lo verdaderamente preocupante.

Sobre la tarjetita de marras ya se ha pronunciado magnificamente tanto la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales (ver este enlace) como nuestra compañera bloguera Belén (en este otro). No podría yo expresar con mejores palabras la necesidad de oponerse a esta medida, así que os las ahorro.

Del mismo modo que me proponía abstenerme de comentar los argumentos para la creación de esta tarjeta que tan bien exponía Javier Maroto, el Vicesecretario del Partido Popular y que basicamente se reducen a decir que hay que controlar las ayudas sociales pues hay personas que abusan mucho de ellas (enlace). Naturalmente, luego lo adornan todo con un poco de neo-jerga y hablan de eficacias, duplicidades, accesos, racionalizaciones... que intentan crear confusión respecto a la motivación fundamental: la persecución inmisericorde del posible fraude de los pobres en las ayudas sociales.

Pero hete aquí que aparece un nuevo personaje en la escena, el economista José Carlos Díez, encargado al parecer de asesorar al PSOE en el diseño de sus próximas propuestas económicas. Y va el elegido para tan noble tarea y se descuelga con un argumento en contra de la posible creación de una renta básica: que atraería tantos inmigrantes que habría que controlarlos con francotiradores en las fronteras (sic) .


Más allá de lo violentas de sus palabras, sobre las que pidió perdón y quiero pensar que fue un desafortunado error, pues no creo que piense de verdad que haya que matar a balazos a los inmigrantes  en nuestras fronteras, las declaraciones tienen un trasfondo preocupante.

Preocupante porque un economista elegido para asesorar al PSOE y un vicesecretario del PP comparten la misma ideología sobre las ayudas sociales (admitamos para el debate que la renta básica lo sea). Tanto uno como otro comparten los mismos prejuicios sobre los beneficiarios de las mismas y que muy groseramente se resumiría así: "hay que tener mucho cuidado con qué ayudas sociales se crean y cómo se instauran, pues hay unas hordas de pobres, dentro y fuera de nuestras fronteras, dispuestas a hacer un uso abusivo de las mismas y aprovecharse así del esfuerzo de todos". Ambos, además plantean las mismas medidas de control para evitarlo: el uno con la tarjetita y el otro con el control de las fronteras.

Tan parecidas son las declaraciones de uno y otro sobre el efecto llamada que Wang me ha recordado una entrada que escribi allí por el año 2014, sobre unas que hizo Javier Maroto, cuando éste era todavía sólo Alcalde de Vitoria, donde ya mostraba su enérgico y tenaz compromiso para evitar el fraude en las ayudas sociales y señalaba ese "efecto llamada" sobre su ciudad. La titulé "Fauna Ibérica" y os invito a que la leáis.

Tarjetas que nadie quiso controlar...
Me gustaría que el tenaz Vicesecretario dedicase la mitad del esfuerzo que dedica a pensar cómo controlar a los pobres en cómo controlar el fraude de las grandes empresas. Tanto como que el atribulado economista que se preocupa tanto de los posibles inmigrantes que puedan cruzar nuestra frontera al calor de las ayudas sociales, lo hiciese de los capitales en negro que las cruzan hacia los múltiples paraisos fiscales que el sistema mantiene.

Porque esta coincidencia ideológica entre estos dos actores, aparentemente antagónicos, sólo refleja que en nuestra sociedad se ha impuesto ese modo de pensar sobre las ayudas sociales, los pobres y los inmigrantes. Percibo una mayoría social convencida de que el fraude en las ayudas sociales es un grave y extendido problema que pone en riesgo la sostenibilidad del sistema de protección social. Mientras esta ideología no cambie tendremos muy crudo construir nada.

Y en cuanto al efecto llamada, Wang, como inmigrante, lo tiene muy claro. Los inmigrantes no vienen al calor de nada. Vienen huyendo del frío, del hambre y la violencia en sus países. Frío, hambre y violencia que nosotros vergonzosamente consentimos.

domingo, 22 de enero de 2017

De la supervivencia (cuando la solución se convierte en problema)

Esta entrada es una de esas en las que no tengo nada claro. Sensaciones, ideas y reflexiones se entremezclan en un dificil crisol del cual, con el fuego de la escritura, espero que salga algo aprehensible.  


El tema de mis elucubraciones tiene que ver esta vez con la vida de ese sector de personas y familias especialmente desfavorecidas, que acuden a nuestros servicios sociales en busca de una mejora de sus condiciones socioeconómicas.

He hablado en muchas ocasiones en este blog sobre la incapacidad de nuestro sistema de servicios sociales para proporcionar una mejora sustancial en esas familias, así como lo ineficaces e inadecuadas que son la mayoría de las prestaciones, mayoritariamente económicas, que manejamos. No reiteraré ahora este tema, ni en lo que considero su causa principal, la ausencia de una política social integral sobre el problema. 

Mis reflexiones hoy van más bien por alguna de sus consecuencias. Y creo que una de las principales es que se condena a estas familias a sobrevivir. La supervivencia se convierte en el objetivo último y prioritario de estas personas y familias. No hay futuro, ni proyecto de una vida digna. Todo eso queda mutilado y se interioriza en ellas que lo único posible es aguantar y resistir.

Y así los servicios sociales nos encontramos ante la difícil tesitura de convertirnos en unos instrumentos más de todos lo que estas personas utilizan para esta supervivencia. Para solucionar las necesidades más básicas, tal vez hoy un amigo o un familiar les preste dinero, cobijo o comida... tal vez logre realizar una chapuza o trabajo precario que aporte un dinero... tal vez la trabajadora social de alguna administración o entidad le pague la factura de comida o luz... tal vez durante unos meses pueda percibir una prestación económica...

Todas esas cosas, no puede ser de otra manera, se convierten en la fuerza vital de estas personas. El objetivo es la propia supervivencia, pues se ha asumido que nada más es posible. Es perder el tiempo y la esperanza pensar en otras cosas que puedan hacer que se supere esa situación. Es mucho mejor pensar en cómo se va a sobrevivir hoy.

Y en este sobrevivir hoy los servicios sociales somos un instrumento más. Así, nuestras prestaciones no son percibidas como un medio para salir de una situación desfavorable. Son el objetivo en sí mismas. Y la función se convierte en problema.

Son las consecuencias de estar condenados a una vida sin proyecto ni futuro. Personas de segunda clase, que no importan. Una vez interiorizado esto, es muy dificil cualquier otro tipo de planteamiento y hará estéril cualquier otro tipo de ayuda, dirigida a otra cosa que no sea colaborar con esa supervivencia, que pudiera proporcionárseles.

Pero, como decía al principio, todo esto no son más que elucubraciones. En las que pienso cada vez que salen noticias, o políticos y técnicos de nuestro sistema, presumiendo de haber desarrollado no sé que prestación o programa con los que han conseguido que la gente sobreviva.

Si no entendemos que todas esas medidas son fracasos, es que estamos asumiendo también lo mismo que los destinatarios de las mismas. Que sólo se merecen sobrevivir.

No deberíamos felicitarnos por ello.


miércoles, 11 de enero de 2017

Frankenstein en la cristalería (o de las nuevas políticas sociales)

Esa es la sensación que tengo al ver cómo se están construyendo muchas de las políticas sociales que algunos gobiernos, a lo largo y ancho de nuestro país, están planteando para dar respuesta a algunos de los problemas de nuestra sociedad.


La sensación es esa. Cada política o medida que se plantea, se diseña como una especie de monstruo, grande y desgarbado, torpe y desorientado, lleno de retazos, y se le pone a caminar en un sitio muy frágil y delicado, esa "cristalería" que somos los servicios sociales (débiles, fragmentados, descoordinados e insuficientemente dotados).

Ya pasó con la Ley de Dependencia, un monstruo que a duras penas podemos controlar para que cumpla alguna de las funciones para los que se intentó diseñar, mientras va dando manotazos y tropezones a fuerza de recortes presupuestarios y cambios de orientación normativa, con los que se lleva por delante no pocas de las delicadas piezas que guardamos en nuestros estantes. 

Diseño que también observo, por ejemplo, en muchas de las últimas Leyes de Servicios Sociales, o en los planteamientos de las llamadas Rentas Mínimas (a estas alturas ya no sé si de Inserción, de Supervivencia, de ambas cosas o de ninguna de ellas), o en las medidas que se plantean para algunas de las consecuencias de la pobreza, por no hablar de algunas de la medidas contra las diversas formas de maltrato o violencia.

Tal vez estemos obligados a contruir esa especie de monstruos, pues la política social de la última década ha sido un auténtico erial, donde nuestro gobierno ha abdicado de la protección social cuando más necesaria era. Estas políticas eran un conjunto de "muertos vivientes", y han dejado el panorama tan desolado, que acaso estos "Frankensteins" sean lo mejor que podamos construir ahora. Al fin y al cabo es posible que Frankenstein sea mejor que un muerto viviente...

Y tal vez nos sigamos viendo obligados a meter todos estos monstruos en el Sistema de Servicios Sociales. La ausencia de un diseño y una redefinición global de nuestro sistema, junto al empeño en que nos convirtamos en el sistema residual y receptor de las deficiencias del resto de sistemas, hace que tengamos que asumirlos y lidiar con ellos intentando que no rompan más cosas...

En cualquier caso, es mejor que nos lo tomemos con humor, así que os dejo con una escena de la famosa película de Mel Brooks, "El Jovencito Frankenstein", que creo que resume a la perfección lo que nos pasa con estas políticas...



viernes, 6 de enero de 2017

Más Dolores

Entre tanto día festivo y tantas cosas que comentar, no he podido hasta ahora hacer un hueco a una de las propuestas estrellas que hizo la Ministra de Sanidad y Servicios Sociales el mes pasado: una Ley para controlar el consumo de alcohol en menores



Creo que esta Ministra está tan mal asesorada, que me atrevo a aconsejarle (con lo poco que me gusta a mí dar consejos a nadie...) un poco más de prudencia a la hora de lanzar sus ideas. Incluso que, antes de exponerlas, las dialogue con los técnicos que se encuentran trabajando en las situaciones concretas y no sólo con los asesores de los que, seguro, se ha rodeado por afinidad ideológica.

No voy a negarle que la intención sea buena, aunque he de recordarle lo que muy acertadamente refleja nuestro refranero: "De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno". Lo que sí es cierto es que el consumo de alcohol en menores es un problema que requiere de permanentes medidas para su prevención y control y por ello es bienvenida cualquier política en este sentido.

Tampoco negaré que me parece un acierto (aunque lo realice de forma muy parcial y sesgada), aludir a la responsabilidad parental cuando un menor consume y abusa del alcohol.

Pero ya. El resto de las ideas que contiene la medida, tal y como la expresa la ministra, (enlace)  son un despropósito y una sarta de disparates que no van a servir para nada más allá de salir en una foto pareciendo que se ocupa del problema.

Y, como es habitual, las propuestas salen de un diagnóstico mal realizado. La ministra da por hecho que el consumo de alcohol reiterado de un menor es un problema individual que se soluciona obligando al niñ@ a recibir unos cursos de formación-sensibilización. Y la responsabilidad parental se sitúa en que los padres deben obligar a que ese menor realice esos cursos.

Las medidas que la Ministra plantea por tanto son obligar a los menores a esos cursos y multar a los padres que no colaboren o hagan lo suficiente para que sus hijos los realicen. Como tantas veces, las medidas protagonistas son de corte coercitivo, tan queridas por los gobiernos conservadores (y lamentablemente por amplias capas de la población) como ineficaces planteadas de este modo.

Porque el problema no son las medidas coercitivas. No tengo nada en contra de ellas, pues en ocasiones son necesarias. El problema es apoyarlas en un análisis y en un diagnóstico tan equivocados.

El consumo abusivo de alcohol de un menor puede ser desde un accidente (los menores y adolescentes exploran) hasta la expresión o síntoma de un problema que raramente será sólo a nivel individual. Probablemente hundirá sus raices en un complejo entramado entre el menor y sus contextos significativos, especialmente el familiar, el escolar y el de sus iguales, y las complicadas (y no siempre facilmente identificables) relaciones entre ambos.

De ahí la mala noticia que tengo que darle a la Ministra. Para un problema tan complejo como éste no sirven de nada las soluciones simples como cursos y multas. Cada caso requerirá de un diagnóstico y unas medidas diferentes, y lo que puede servir en uno puede ser inútil y en muchas ocasiones, contraproducente en otro.

Pero a la vez, tengo una buena noticia. Ya tenemos unos sistemas que se pueden ocupar de ese diagnóstico y tratamiento del problema. De hecho lo llevan haciendo mucho tiempo. Se llaman Sistema Público de Servicios Sociales y Sistema Público de Sanidad. Como lleva poco tiempo en el cargo y seguro que los desconoce, le voy a dar un par de pinceladas sobre cómo podría abordarse el problema del alcohol y los menores en estos sistemas.

Cuando se detecta un menor que ha abusado del alcohol no ha hecho otra cosa que detectarse una posible situación de riesgo en ese menor. Hay un indicio de que tal vez su entorno no esté protegiendo de manera adecuada su desarrollo psico-físico. Ello es lo que hay que averiguar.

Determinar si ha sido un simple accidente, o la consecuencia de una negligencia parental, o la expresión del sufrimiento de ese menor en otro contexto es un diagnóstico ineludible y complejo. En función de eso habrá que determinar desde no hacer nada hasta proporcionar esos cursos de sensibilización (al menor, a sus padres, a ambos...) o arbitrar otras medidas de control o terapeúticas.

En ambos sistemas hay equipos técnicos capaces de diagnosticar cada caso concreto y de actuar coordinadamente para implementar las medidas necesarias para proteger a ese menor.

Propongo por tanto que, esa Ley en la que está pensando la Ministra plantee que cuando se detecte a un menor que ha abusado del alcohol, garantice que la información llegue al Centro de Servicios Sociales y al Centro de Salud de la zona que se trate.

Y que no se preocupe más, que el resto ya lo haremos nosotros. Bueno, sí... que se preocupe mejor de revertir los recortes que se han hecho en ambos sistemas y de dotarnos de los medios necesarios para hacer bien esa labor que tanto parece preocuparle.

***

Wang me dice que esta Ministra se parece cada vez más a ese niño al que con motivo de Reyes le regalan un juguete muy delicado e inapropiado para su corta edad y capacidad. Lo más normal es que no pase mucho tiempo sin que lo rompa y lo dañe irremediablemente.¡Espero que se equivoque!