viernes, 10 de julio de 2020

Estrategias y reforma social

Una de las funciones del Trabajo Social que entronca directamente con sus orígenes es la de Reforma Social, esto es, la modificación de las condiciones estructurales que generan las injusticias y la desigualdad.

Sin duda fue Jane Addams la máxima representante de esta propuesta epistemológica para el Trabajo Social, surgida de la fusión ciencia-reforma a partir de las actividades del centro social de la Hull House en Chicago, a caballo entre finales del siglo XIX y los albores del siglo XX.

Más de cien años más tarde (pocas profesiones tienen la suerte de tener desafíos tan antiguos), nos encontramos ante el reto de redefinir para el contexto histórico y social actual esta función y para ello el Trabajo Social Comunitario (al que no terminamos de hacerle el hueco necesario), debe ocupar un lugar principal.

Personalmente creo que es una función que debe ejecutarse de modo colectivo por la profesión y por tanto los debates, y canales institucionales me parecen fundamentales para ello.

Pero más allá de todo eso, también es cierto que cada uno de nosotros, como profesionales, debemos tener presente en nuestro ejercicio esta dimensión de reforma social.

Y en este terreno de lo individual, observo frecuentemente estrategias que se contraponen.

Por un lado, aquellos profesionales que optan por la confrontación y denuncia pública de toda forma de opresión, desigualdad o injusticia. Con más o menos vehemencia plantean la necesidad de manifestarse contra las mismas, tanto para los problemas individuales como para los más colectivos, constituyendo las redes sociales un instrumento preferente para ello.

Desde otra postura la lucha contra esas desigualdades se realiza de una manera más institucional y con menos presencia pública. La transformación interna de estructuras y procedimientos constituyen el eje central de la intervención y la búsqueda de consensos, alianzas y términos medios los instrumentos prioritarios.

A mí me parecen legítimas ambas estrategias y utilizo una u otra en función del contexto concreto de cada problemática. Para muchas de ellas, me resulta más eficaz la segunda de ellas, pues la primera sólo genera resistencias que encallan más el problema. Sin embargo, hay otras muchas ocasiones que es necesario manifestarse y llamar la atención sobre un problema, pues sin ello no se movilizan las fuerzas necesarias para modificarlo.

Como en todo, la elección de la estrategia me parece fundamental. Utilizar siempre una u otra como el único modo de intervención rígido ante los problemas puede hacerse en otras situaciones, pero no en una disciplina como la nuestra, que se pretende científica.

Como tampoco lo es descalificar o denostar a quien utiliza otras estrategias diferentes. Cada cual tiene su contexto desde el que desarrolla unos u otros instrumentos, sin que esto quiera decir que todo valga o que no podamos señalar una mala práctica.

Malas prácticas que podemos encontrar en cualquiera de las estrategias utilizadas e independientemente de ellas.

Por otro lado, en mi experiencia, aún siendo éstas frecuentes, las buenas prácticas lo son mucho más y creo necesario una puesta en valor y un reconocimiento de nuestra profesión y de la legión de trabajadoras sociales (la gran mayoría mujeres) que están intentando a dirario y muchas veces en condiciones nada fáciles, transformar la realidad para hacer de esta sociedad algo más habitable.

Independientemente de las estrategias que se utilicen, los errores que se cometan o los resultados que se obtengan.

jueves, 2 de julio de 2020

De la crítica

Entre las situaciones que estamos viviendo como consecuencia de la crisis causada por este coronavirus hay algunas que me han enseñado (y confirmado) algunos aspectos de las relaciones humanas que ya intuía pero que se han puesto muy claramente de manifiesto.


De todas ellas, la que más me ha sorprendido, por decirlo de alguna manera, es la facilidad con la que se critican las decisiones que toman los que han asumido la responsabilidad de solucionar los problemas que la crisis ha traído.

Me sorprende la virulencia con la que algunos sectores atacan y cuestionan todas y cada una de las decisiones y medidas que se intentan implementar.

En una situación normal, lo entiendo. Lo acepto entonces como crítica legítima incluso cuando lo único que se pretende es desgastar y tumbar al que ejerce el poder, para sustituirle.

Pero en la situación actual... Cuando nuestro país se enfrenta a la mayor crisis sanitaria y económica en muchas décadas. Cuando hay miles de vidas en juego y tiemblan los cimientos de nuestra sociedad.

No entiendo que se adopte esa postura tan crítica y destructiva. Deslegitimar al que gobierna a costa de todo, poner la ideología o los intereses particulares por encima del bien común y de la búsqueda de la salida a los problemas es, cuando menos, mezquino.

En estos tiempos no me cuesta empatizar con los que tienen responsabilidades de gobierno, en cualquiera de sus niveles. No quisiera verme en el pellejo de muchos de ellos, enfrentados a tener que tomar duras decisiones, sin hojas de ruta ni experiencias a las que mirar. Imagino sus dudas, sus desasosiegos...

La única respuesta que se me ocurre útil es el apoyo incondicional. Aunque creas erradas sus decisiones. Aunque pienses que tú en su lugar lo harías mejor.

A mucho menor nivel, como trabajador social y responsable técnico de un servicio, también me ha tocado tomar decisiones difíciles. Nuestro trabajo toca áreas fundamentales de la vida de la personas y en este contexto de crisis la intervención se ha tornado extraordinariamente compleja. Y en ella he podido sentir quien se situaba en posición de ayudar y quien, respondiendo a sus intereses particulares, se dedicaba a poner obstáculos.

Como en tantas ocasiones, el bien comun entra en conflicto con lo particular. Optar por un camino u otro es lo que marca la diferencia entre avanzar juntos como comunidad resolviendo los problemas o transitar por los caminos del "sálvese quien pueda".

Porque en estos caminos, ya sabemos quién se queda siempre atrás.