Cuanto más nos adentramos en la difícil situación socio-económica que nos ha dejado la crisis, más proliferan las iniciativas que apelan a la solidaridad ciudadana para resolver las necesidades de alguna persona o colectivo que precisa de ayuda. Viejas formas de acción social que ¿han vuelto para quedarse?
Septiembre. Tras el verano
comienza el curso escolar y todo vuelve a la rutina pos-vacacional. Y con la
rutina, la explosión de iniciativas solidarias para atender tal o cual
necesidad.
En este blog venimos hablando con
frecuencia de este fenómeno. A quien le interese el tema puede consultar mis
entradas: “De la ciencia a la caridad” o “La epidemia de la caridad”.
También os recomiendo “Beneficencia” en la que hablo de la regresión que han experimentado las políticas sociales en
la administración pública.
A cualquier observador interesado
no le pasará inadvertido que no hay un solo día en el que no aparezca una
noticia de este tipo. Antes fueron las campañas de alimentos. Ahora es la época
del material escolar. Asociaciones, entidades, ayuntamientos, grupos de
vecinos… todos lanzados compulsivamente a la recogida y reparto de material
escolar para los niños cuyas familias tienen dificultades para pagarlos.
Y por supuesto, todo sumido en la
mayor descoordinación. Por momentos pareciera que interesa más el protagonismo
de la entidad que promueve la iniciativa (enrollada, sensible y solidaria como
ella sola) que la verdadera resolución de la problemática o la eficacia última
de la actuación.
- ¿Análisis previo de las necesidades? -¿Para qué? Cada entidad conoce alguna familia necesitada. Eso basta para saber que existe el problema.
- ¿Evaluación del impacto, o los resultados? -¡Oiga!, que bastante tenemos con el reparto.
- ¿Coordinación de entidades? -¿Qué pretenden, controlar nuestra labor?
Ante semejante fenómeno creo que
los servicios sociales deberíamos poner algo de cordura. La ineficacia de
muchas de esas actuaciones, la estigmatización que producen, el despilfarro de
recursos que debieran ser utilizados de otra manera… requieren que denunciemos
muchas de estas actuaciones y que propongamos cambios sustanciales en el
desarrollo de otras tantas.
Tarea ingente para la que no
estamos legitimados en el contexto actual. El modelo que se propone por parte
del Estado es precisamente potenciar este tipo de actuaciones y nuestra
Sociedad tiene un claro déficit histórico con respecto a la herencia
benéfico-asistencial que a duras penas se empezaba a superar en las últimas
décadas.
Los servicios sociales quedamos
así atrapados. Por un lado, por un Estado que no reconoce derechos sociales y
que considera que debe dejar en manos de la sociedad y de la iniciativa privada
la satisfacción de las necesidades de la gente; por el otro, por una Sociedad
que legitima, aplaude y pone como ejemplo estas formas solidarias de ocuparse
de las mismas.
Lo mismo sucede con otra de las
iniciativas que más desasosiego me causan: las recogidas de tapones para pagar
los tratamientos médicos de niños enfermos. Cada vez que conozco un caso de
éstos me da una punzada el estómago. ¿Cómo puede condenarse a una familia al
oprobio de esta nueva mendicidad para que su hijo reciba un tratamiento médico?
¿Cuánto hay de anhelos, engaños y de vagas esperanzas? ¿Dónde queda la
denuncia, concreta y constante, de los responsables de que esos niños no
reciban en su entorno y junto a los suyos los tratamientos necesarios?
Por momentos siento que hemos
perdido la batalla. Todo
esto ha vuelto (nunca conseguimos que se fuera del todo) para quedarse.
Bienvenidos al Siglo XIX.
Aplaudamos el nuevo altruismo y la filantropía de los tapones de plástico y las
gomas de borrar.
Es lo único que nos va a quedar.