sábado, 22 de febrero de 2020

Del coronavirus y lo relacional


Wang está preocupado por la crisis del coronavirus. Muchos de sus familiares, allí en China, se encuentran recluidos en sus casas y le cuentan cómo las personas intentan tener el menor contacto posible unos con otros para evitar contagios.


Ello nos ha permitido a Wang y a mí tener unas conversaciones muy interesantes sobre el aislamiento y las relaciones humanas.

Yo le explicaba que la mayoría de situaciones de sufrimiento que atendemos en servicios sociales tienen un componente relacional importante, que frecuentemente no consideramos.

Cuando una persona está atravesando una situación de dificultad sus redes familiares y sociales suelen estar rotas, o al menos, presentar fallas importantes. Reconstruir y normalizar esas redes es algo que difícilmente nos planteamos abordar, centrándonos más bien en proporcionar recursos materiales (prestaciones económicas, vivienda…) en la confianza de que una vez facilitados estos recursos cesarán los problemas.

En mi experiencia, rara vez sucede así. El sustrato relacional, la calidad de las interacciones de una persona con su red familiar, vecinal y comunitaria constituye un elemento fundamental para su bienestar. Si no se diagnostica y repara correctamente, la relación de ayuda servirá de más bien poco y el riesgo de que los problemas se cronifiquen será muy alto.

Creo que en cualquier situación de dependencia, pobreza, violencia, conflicto… el primer objetivo debe ser la reparación de esas redes relacionales. El resto serán meros instrumentos (a veces imprescindibles) pero que si se desconectan de esa reparación relacional no servirán para nada. Frecuentemente dinero tirado a la basura.

Una persona aislada de su comunidad o en conflicto con su red familiar difícilmente podrá salir adelante con un mínimo de dignidad y el riesgo de que genere numerosos problemas de salud y sociales extremadamente alto.

El problema es que este trabajo de reconexión y de integración relacional depende de dos elementos fundamentales: la técnica y el contexto.

Sobre la primera sólo diré que un trabajo a este nivel requiere de una alta capacitación. No es un trabajo sencillo, ni pueden realizarlo profesionales aislados.

Sobre el contexto, creo que la principal dificultad es cultural. Desde el postmodernismo todo está consagrado al individuo como unidad natural y suficiente y consecuentemente eso es lo que inspira toda la política social: actuaciones dirigidas al individuo, cargadas de atribuciones a la responsabilidad individual o a la subsanación de problemas de cada persona, descontextualizada (valga la redundancia) de su contexto.

Cuando comencé a trabajar, para ayudar a una persona era imprescindible (no había casi nada más) recurrir a la solidaridad y a la ayuda mutua de su familia o sus vecinos. Redes que en muchas ocasiones funcionaban autónomamente y que simplemente requerían de una pequeña intervención de activación para que los problemas se corrigiesen. El resto de intervenciones eran apoyos a la principal, accesorios que manejábamos con mucho cuidado de no generar dependencias, cronicidades o sustitución de capacidades.

Poco a poco comenzamos a cambiar de estrategia. Los accesorios ocuparon el lugar principal. Se empezaron a definir obligaciones y derechos individuales y en ese trabajo arrasamos con todas esas redes de apoyo que las personas tenían.

El mensaje fue cada vez más claro. No es su familia ni su comunidad quien debe ocuparse de usted si tiene problemas. Para eso está el Estado, quien primero le exigirá que se saque las castañas del fuego por sí mismo y, sólo si demuestra que no puede, se ocupará de usted.

La lógica de tal planteamiento es contundente. Los efectos para las personas, familias y comunidades, también.

Personas cada vez más aisladas, con redes familiares y sociales extremadamente inestables y lábiles.

O reaccionamos ya y nos ponemos a revertir la situación, o no hará falta ningún virus para que el futuro distópico que se anticipa con todas esas personas aisladas en sus casas, protegidas de toda relación con el otro por mascarillas se haga realidad.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Ensayo sobre la sordera


Con frecuencia recibo críticas del panorama que describo sobre los Servicios Sociales y/o el Trabajo Social. Suelen acusarme de ser demasiado pesimista, de hacer diagnósticos demasiado pesados, que desaniman más que alientan. En ocasiones me dicen que no valoro las fortalezas del sistema, o las partes que están funcionando bien. Que mis análisis dejan todo demasiado cerrado, sin margen para el cambio.

 

Admito todas esas críticas, comentarios y acusaciones. Podría decir que en parte es culpa de Wang, pero no sería justo. Es responsabilidad mía y voy a intentar aclarar algunas cosas.
  
El tono que suelo utilizar con frecuencia en el blog es premeditadamente crítico. Lo utilizo como estrategia para llamar la atención sobre las cosas que creo que hay que debatir, reflexionar o cambiar. Es una especie de “manotazo en la mesa” para generar un ruido y aprovechar el silencio posterior para la reflexión y el debate.  

También lo hago en contraposición a toda una corriente de “buenismo” que describe en muchas ocasiones el Trabajo Social y los Servicios Sociales como una especie de héroes que construyen un mundo mejor. A veces encuentro definiciones de auténtica vergüenza ajena.  
Por otra parte me siento legitimado para denunciar la quiebra del sistema. Más de treinta años de ejercicio profesional (creo que comprometido), me dan una visión suficientemente real de los límites del sistema y de sus múltiples carencias en la protección social. Sin este compromiso, con el cual asumo también mi parte de responsabilidad en el problema, no me atrevería a plantear la crítica en los términos que la hago.
 
Reflexiono sobre todo esto al hilo del informe que el relator de la ONU sobre extrema pobreza y derechos humanos, Philip Alston, ha realizado tras su visita a nuestro país, informe en el que parece que critica el sistema de protección social en España, calificándolo como “roto” y denuncia la desigualdad en nuestro país, acusando a la clase política de “fallar” a los más vulnerables. Os dejo un enlace a una estupenda entrada de nuestra compañera Belén Navarro al respecto.

 Digo “parece” porque no he leído el informe. No me hace falta. Hace muchos años que venimos señalando y denunciando la ruptura del sistema de protección social en nuestro país. Hace muchos años que me leo los informes de la Fundación FOESSA o los de Cáritas, donde por ejemplo hace más de veinte años que alertaban de la presencia de ocho (¡ocho!) millones de pobres en nuestro país. También los informes de la EAPN-ES (Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español), alertando de lo mismo. O incluso los de la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales de España señalando las carencias en la protección social de diversos colectivos (dependientes, familias en crisis, personas sin hogar…) 
 
Y en línea con mi estilo en el blog, os puedo decir desde ya que el informe de este relator no va servir para nada. Como de nada han servido los anteriores informes que he nombrado. 
 
La principal característica de la clase política en nuestro país es su sordera y una absoluta impermeabilidad para solucionar los problemas de los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad. 
Tal vez un poco de maquillaje. Medidas más efectistas que efectivas. Es todo lo que podemos esperar. 
Las razones del fracaso de la política en estos asuntos son variadas y complejas. Yo pienso que muchas de ellas se anclan en nuestra cultura. Constituimos una sociedad que, en el fondo, piensa que el pobre es pobre porque quiere, porque se lo merece o porque ha hecho algo mal. Y de ese pensamiento está imbuida toda la administración y, naturalmente, la clase política que la dirige.  

Por ello no hay políticas valientes y contundentes de lucha contra la pobreza o de protección a los sectores vulnerables. En el fondo pensamos que no se lo merecen.

Combinemos todo esto con la ideología neoliberal que todo lo envuelve y el pensamiento cada vez más arraigado de que el individuo todo lo puede y que cada cual debe “sacarse sus propias castañas del fuego”.

Razones más que suficientes como para pensar que, cuando venga el próximo relator de la ONU a analizar nuestro país, tal vez dentro de diez o veinte años, emitirá un nuevo informe cuyo diagnóstico seguirá siendo el mismo: la protección social en nuestro país está rota, ni se la vé, ni se la espera.