lunes, 27 de septiembre de 2021

Elegía

Como podéis consultar en Wikipedia, la elegía es un subgénero de la poesía lírica que designa un poema de lamentación, un poema de duelo por la muerte de un personaje público o un ser querido. La actitud elegíaca consiste en lamentar cualquier cosa que se pierde: la ilusión, la vida, el tiempo, un ser querido, un sentimiento, etc…

Elegía, por William Adolphe Bouguereau (1899).
Wang y yo mantenemos esta actitud elegíaca desde hace tiempo, cuando tomamos conciencia de lo que para nosotros son dos realidades: la desaparición del Sistema de Servicios Sociales y la muerte del Trabajo Social dentro de él, en una relación de retroalimentación entre ambas cosas. Allá por el año 2017 escribimos profusamente al respecto.

En un análisis tan ligero como seguramente equivocado, opino que el Sistema de Servicios Sociales fue incapaz de adaptarse a los requerimientos de la crisis socioeconómica que comenzó en 2008. Probablemente había alguna semilla sembrada con anterioridad, pero el problema comenzó a florecer con fuerza a partir de entonces.

Las prácticas asistencialistas y benéfico paternalistas se convirtieron en la respuesta predominante a los desafíos que esa crisis trajo y poco a poco el Sistema se convirtió en un conjunto deforme e inconexo de normativas y prestaciones que lo arrinconaron en una posición residual, con el casi exclusivo encargo de atender y controlar la pobreza.

Paralelamente, el Trabajo Social asumió el liderazgo de dicha propuesta asistencial, y lo hizo incrementando el papel de gestión burocrática, convirtiéndolo así en su principal identidad.

Ya por aquel entonces homenajeé la desaparición del Sistema mediante la Copla II, de Jorge Manrique, que rescato ahora de nuevo:

Pues si vemos lo presente

cómo en un punto se es ido

y acabado,

si juzgamos sabiamente,

daremos lo no venido

por pasado.

No se engañe nadie, no,

pensando que ha de durar

lo que espera

más que duró lo que vio,

pues que todo ha de pasar

por tal manera.

Desde entonces y en diversos foros venimos compartiendo nuestra actitud elegíaca con el lamento de otros muchos profesionales y colegas de la intervención social, con la sensación de estar realizando una especie de travesía por el desierto. Coincidimos en el diagnóstico mientras soportamos el sol abrasador durante el día y el frío extremo por la noche, buscando un camino de salida que no acabamos de encontrar y seducidos por algún oasis que siempre termina siendo un espejismo.

Por ejemplo, esta misma semana dos compañeros de viaje en esto de la intervención social hablan de la situación actual del Sistema y de sus profesionales. Son Fernando Fantova y BelénNavarro  y os invito a leer las entradas que enlazo bajo sus nombres.

Ambos reflexionan sobre los Servicios Sociales en la época postpandémica y cómo la crisis que estamos atravesando con este virus no ha hecho sino incrementar las dinámicas de residualidad, asistencialismo y burocratización previas.

Y es que en esta crisis del virus hemos vuelto a responder con las mismas recetas, viejas, gastadas e ineficaces como ya lo eran cuando las utilizamos en la crisis anterior. Nuestra capacidad para tropezar en la misma piedra es ilimitada.

Personalmente llevo tiempo con la sensación de que no hay salida. Por un lado, que estas dinámicas se hayan instaurado con tanta fuerza señala que tienen mucho de legitimidad social, mucho más que las propuestas alternativas que algunos estamos intentando construir y reclamar. Son dinámicas con un amplio apoyo político, técnico y ciudadano.

Por otro lado, esas propuestas alternativas no acaban de hacerse con la concreción necesaria, probablemente porque en el fondo, no se vive la situación actual como problemática y quien lo hace, alude para salir de ella a intangibles difíciles de implementar en la práctica, sobre todo cuando el viento está tan en contra.

Por mi parte, para salir de este desierto creo que sería necesario partir de un proceso en el que primero hubiera un RECONOCIMIENTO del problema. Y por reconocimiento entiendo no únicamente constatar el mismo, sino averiguar las razones y asumir las responsabilidades en él. Un punto en el que no se ha avanzado lo suficiente aún.

Con posterioridad a ello, sería necesario una APUESTA Y APOYO POLITICO decidido al proyecto. Refundar los servicios sociales con un compromiso similar al que se tuvo para crear el Sistema,  allá por los años 80 del siglo pasado. Lamentablemente, no está en la agenda de ningún partido está necesidad de refundación. Al contrario, los Servicios Sociales llevan años invisibilizados, ninguneados y reducidos en la mayoría de dichas agendas. Las propuestas que se hacen son del tipo “más de lo mismo”: más control, más burocracia, más asistencialismo, más residualidad, más confusión…

En el hipotético caso de que siguiéramos avanzando en este proceso (y disculpad lo lineal del mismo) que describo, el siguiente paso sería la DEFINICION DEL OBJETO del sistema. Esto es, los cometidos, funciones y encargo social del mismo. La experiencia nos demuestra que no se puede soplar y sorber al mismo tiempo, por lo cual esta redefinición supone dos cosas: abandonar el actual encargo y sustituirlo por uno nuevo, con lo cual necesariamente conllevaría una redefinición global del conjunto de la política social y no sólo del sistema de servicios sociales. Vista la querencia dentro del sistema por las definiciones sobrevenidas y la urticaria que produce señalar por ejemplo la necesidad de una Ley General para el mismo, no hemos de esperar avances significativos en esta etapa.

El siguiente paso sería la definición de las ESTRUCTURAS necesarias para llevar a cabo el objeto definido. En estos tiempos digitales de sinergias, multiniveles e instituciones líquidas este paso tendría unas dificultades casi insalvables, pero definir con claridad los equipamientos materiales y profesionales es el único camino si se pretende construir un sistema de la complejidad que se le supone.

Así que mi pronóstico está claro. El sistema va a seguir así durante mucho tiempo. Un tiempo en el que sus problemas estructurales no van a ser resueltos y en el que, a los profesionales, no nos va a quedar otra cosa que la elegía.

Lo cual no estaría mal si no fuese porque es lo mismo que les queda a los ciudadanos que atendemos.