Cuando elegí estudiar Trabajo Social lo hice sin duda con la idea de que, como trabajador social, iba a cambiar el mundo. Ya durante la carrera y en mis primeros años de ejercicio profesional, me dí cuenta de que el mundo era un lugar lo suficientemente grande y complejo como para que mi insignificante labor pudiera transformarlo en modo alguno.
«Lorenz attractor yb».Publicado bajo la licencia CC BY-SA 3.0 vía Wikimedia Commons. |
Así que centré mis esfuerzos en cambiar al menos las realidades más cercanas que tenía a mi alcance y me dediqué con ahinco a modificar las estructuras e instituciones donde trabajaba. Poco a poco, fuí descubriendo que en toda institución hay tal cantidad de fuerzas tan intrínsecamente entrelazadas que hacían estéril cualquier intento por mi parte. Todo cambio que me parecía conseguir, terminaba diluyéndose en dinámicas que no terminaba de controlar y cuando esos cambios persistían poco o nada tenían que ver con mi intervención.
Preocupado sobre la eficacia de mi ejercicio profesional pensé que, si no podía cambiar el mundo ni tampoco mis realidades más cercanas, tal vez pudiera cambiar la vida de algunas personas con las que trabajaba. No tardé tampoco en darme cuenta de que las personas son tan complejas como el mundo y que la vida de las personas tiene tal cantidad de matices que era muy ambicioso y soberbio por mi parte pensar que mi limitada intervención pudiera conseguir cambios significativos.
En plena crisis de identidad profesional comencé a madurar una nueva y liberadora idea. ¡Yo no tengo poder para cambiar nada ni nadie! El único cambio que tal vez tenga a mi alcance es el mío. Porque en todo este proceso, yo sí que notaba que había cambiado. De este modo, para seguir ejerciendo como trabajador social tenía que dar respuesta a dos preguntas: en qué había cambiado yo y qué me había hecho cambiar a mí.
La primera de ellas me costó un tiempo. Sin duda mis aptitudes habían evolucionado durante mi proceso. Sé muchas más cosas que cuando comencé y he acumulado un buen número de experiencias. Mi actitud ante los problemas y realidades que enfrento en el trabajo es bien distinta ahora que cuando comencé. Pero ¿en qúe ha cambiado principalmente?
Poco a poco he descubierto que lo que ha cambiado en mí ha sido sustancialmente mi mirada. Veo las cosas
de manera muy diferente, con más matices, con más complejidad... La comprensión que esta mirada me proporciona me ha hecho más tolerante, menos soberbio, más humilde y comprometido, menos ambicioso... Juzgo menos, acepto más. Actúo menos, reflexiono más. Hago más cosas "con" que cosas "para". Y creo que la relación es tan importante como la acción.
de manera muy diferente, con más matices, con más complejidad... La comprensión que esta mirada me proporciona me ha hecho más tolerante, menos soberbio, más humilde y comprometido, menos ambicioso... Juzgo menos, acepto más. Actúo menos, reflexiono más. Hago más cosas "con" que cosas "para". Y creo que la relación es tan importante como la acción.
En cuanto a qué me ha hecho cambiar tampoco tiene una respuesta fácil. Podría decir que el tiempo, las experiencias, incluso la formación... Pero despues de reflexionar sobre todo ello me inclino a pensar que lo que me ha hecho cambiar ha sido mi relación con los demás. Resulta que yo tampoco soy el protagonista de mi propio cambio. Son los demás los que me hacen cambiar. Personas y profesionales que me han impactado, removido, perturbado... Que han hecho que me cuestione mis valores, mis creencias, mis actitudes, mis prácticas... Unas veces con sus escritos, otras con sus prácticas, a veces simplemente con sus vidas, pero ha sido la interacción y el diálogo con ellos lo que me ha hecho cambiar. Y lo que es más importante: ninguno de ellos pretendía hacerlo.
Así que a eso me dedico ahora. Ya no pretendo cambiar nada, dedico mis esfuerzos a potenciar y estimular. Ya no dirijo, intento abrir posibilidades y alternativas. Ya no intento resolver las situaciones, intento darles nuevos significados. Ya no tomo a cargo a nadie, me relaciono con las personas y en ese encuentro se construyen realidades más creativas y liberadoras en un proceso planificado e impredecible.
¿Lo que haré mañana? No lo sé. Seguramente haya cambiado.
¿Y el mundo? Tampoco lo sé. Sigue siendo ese lugar incomprensible donde, como nos dicen las teorías del caos, el aleteo de las alas de una mariposa puede producir un tornado a miles de kilómetros de distancia.