Los pobres, como todo en este mundo tan polarizado y ausente de matices, se dividen en dos: los buenos y los malos. Y parece ser que es necesario distinguirlos para no equivocarse a la hora de ejecutar las políticas sociales.
Los "buenos pobres" son aquellos que se encuentran en situación de pobreza debido a circunstancias externas, en nada atribuibles a sus actitudes o forma de vida. Atraviesan por una situación de dificultad como consecuencia de una especie de accidente (se han quedado sin trabajo, les hicieron una hipoteca abusiva, les agredieron sin razón alguna, contrajeron alguna enfermedad física o mental...).
Se les distingue fácilmente porque su situación suele ser coyuntural. En cuanto acceden a un trabajo y su situación económica mejora, salen sin dificultad de la misma, aunque también es cierto que la gravedad del incidente que atravesaron y las condiciones económico-sociales actuales (contratos precarios, salarios bajos...) pueden hacer que la situación se perpetúe y se haga crónica. En cualquier caso, no es su responsabilidad.
En cualquier momento, nosotros podríamos ser uno de ellos. No nos preocupan demasiado. Son buena gente que no suele portarse mal. No son violentos, respetan la propiedad privada... Tal vez en alguna situación desesperada pueden cometer un error, pero no es lo habitual. No generan miedo o rechazo, más bien lástima y conmiseración.
Nuestro estupendo sistema de bienestar social les protege suficientemente. Unos cuantos subsidios de desempleo, alternados con alguna renta mínima y por supuesto, con el colchón de las múltiples ayudas puntuales que pueden recibir para pagar la luz, la comida o el comedor de los niños... les permite sobrevivir mientras esperan que los hados se tornen favorables y la adversidad cese.
En cuanto a los "malos pobres", su situación es diferente. Se encuentran instalados en unas condiciones de pobreza en la que sobreviven con una combinación de ayudas sociales y el dinero que obtienen delinquiendo en mayor o menor medida. Suelen rechazar el trabajo y, en las pocas ocasiones que acceden a él, no suelen mantenerlo.
Su situación suele estar acompañada de situaciones de violencia, maltratos, drogadicción, delincuencia, enfermedad mental... A diferencia de los anteriores, la convivencia con ellos suele ser difícil, y suelen generar rechazo social durante la misma.
En estos casos la responsabilidad es claramente de ellos. Se encuentran en esta situación por su culpa y suelen desaprovechar una tras otra las oportunidades que se presentan a su alcance para mejorar su situación.
En este caso, nuestro sistema de servicios sociales no está preparado para atenderles. Para acceder a sus prestaciones, deben adquirir unos compromisos que dificilmente cumplirán. A pesar de ello, en muchas ocasiones esas prestaciones se mantienen (presionan con cierta violencia, exhiben el sufrimiento de otros miembros familiares o, simplemente, es más cómodo hacerlo...).
Pero más allá de saber distinguirlos (como digo es muy sencillo, aunque a veces la gente en general e incluso profesionales poco experimentados, pueden confundirlos...) es importante analizar las dinámicas que producen en el sistema de atención.
Para el sistema de servicios sociales, atender al primer grupo de ellos implica limitarse a implementar casi exclusivamente prestaciones asistenciales. Hay que garantizar la supervivencia de los mismos a la espera de que las circunstancias mejoren y asumir que si atraviesan dificultades en esta supervivencia es debido a las deficiencias de nuestro sistema (con prestaciones insuficientes) o de sus profesionales (poco hábiles en la tramitación de las mismas). Como estas dificultades en la supervivencia surgen con frecuencia, con la misma frecuencia el sistema o sus profesionales son acusados de ineficientes.
Para atender al segundo grupo, el sistema debe forzar unas prestaciones diseñadas (con muchas deficiencias) para la inserción y convertirlas en garantía para la supervivencia. Con frecuencia son situaciones paradójicas en la que no se pueden o deben conceder pero tampoco denegar o retirar. Optar por una cosa u otra depende exclusivamente de variables aleatorias cuya valoración compete al profesional. Si opta por la primera, seguramente solo servirá para colaborar al desprestigio del sistema "que mantiene a esos vagos y delincuentes". Si por lo segundo, será probablemente acusado de juzgar más que de ayudar.
Mientras tengamos un sistema construido en la dicotomía "buenos" y "malos" pobres y tengamos encomendada como función de servicios sociales garantizar la supervivencia material de las personas nos veremos abocados a un creciente desprestigio de nuestro sistema y de sus profesionales y a una progresiva re-implantación de los más rancios modelos benéfico-asistenciales.
Ya lleva un tiempo, quizá demasiado, sucediendo. El riesgo de que el daño sea irreparable es demasiado alto y al sistema parece preocuparle menos este daño que distinguir adecuadamente los "buenos" de los "malos".
Por cierto, ¿tú sabes distinguirlos?
Hola Pedro, supongo, que irónizas. planteado así el marco no tiene solución, y los profesionales no tienen salida. Quizá haya que salirse de ese marco, y mirar con otra perspectiva. Contextualizar la pobreza y dejar de achacar la a causas internas... Pero eso merece respuesta amplia. Un abrazo
ResponderEliminarHola Karina. No sé si es ironía, pesimismo, hastío o enfado... Sólo intento señalar las contradicciones y los callejones sin salida a los que nos llevan las actuales definiciones y construcción del sistema de servicios sociales. Saludos.
EliminarCreo que en muchas ocasiones el sistema está desbordado y los profesionales intentan hacer lo que mejor pueden con los recursos que tienen; por supuesto, insuficientes. En tu opinión, ¿cuál es la solución para que los "malos" también tengan una oportunidad? ¿Más recursos y personal? ¿Inversión en programas de reinserción? Yo diría que un mix de todo; aunque es fundamental la implicación del usuario... ¿Cómo reubicarlo (por decirlo de alguna manera)? Un tema complicado y bastante frustrante.
ResponderEliminarUn saludo, Annabel =)
Hola Annabel, gracias por comentar. La solución al problema es paradójica, pues no hay solución si se plantea en ese marco lógico buenos-malos. Defiendo un cambio de paradigma en el objeto y funciones de nuestro sistema sin el cual estamos abocados a estas y parecidas contradicciones. Un saludo.
EliminarHola Anabel y Pedro, permitidme que opine. A veces incluso teniendo la oportunidad no se aprovecha y, parte de la complejidad del trabajo social es respetar el rechazo a la ayuda. Quiza es el profesional (nada personal) o quiza el contexto o momento en el que el individuo se encuentra. Para mi la constancia puede hacer que un dia el individuo este dispuesto o se sienta fuerte para empezar el proceso de cambio. Solo mi experiencia y opinion. Gracias
EliminarEntiendo el mensaje, pero puliria la redaccion del texto pues se pueden malinterpretar algunas afirmaciones que se hacen. Personalmente, he trabajado con ´buenos pobres´con salud mental y en el articulo parece que los buenos pobres no vivan situaciones de violencia o maltrato. Haria referencia a la resiliencia y el empoderamiento que les impulsa y motiva a salir de la situacion de exclusion. La critica constructiva, en caso de Trabajo Social puede ayudarnos a defender la profesion de forma que personas externas tambien se sientan implicadas. En ese caso, compartiria en al articulo. Gracias por hacerme pensar
ResponderEliminarGracias a tí, por expresar tus comentarios y reflexiones en este blog. Así podemos seguir pensando y enriqueciendo los debates. Espero que no se me malinterprete, creo que queda claro que para mí no hay "buenos" ni "malos" pobres, pero lamentablemente es una división que con frecuencia se hace en la política, en la sociedad y, a veces (y esto me preocupa mucho) en nuestra profesión. Saludos.
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