Con frecuencia, aparecen noticias sobre ancianos y/o personas vulnerables que aparecen muertos en sus domicilios o en situaciones absolutamente deplorables. Y en la gran mayoría de esos sucesos una pregunta sobrevuela. ¿porqué los servicios sociales no habían protegido a estas personas?
Ya hablé de esta problemática hace unos meses en la entrada "Ancianos que mueren sólos en sus casas", así que no reiteraré más mis reflexiones sobre ello.
En su lugar, os voy a contar un caso que me sucedió hace ya unos cuantos años y os dejo las reflexiones al respecto a vosotros.
Andaba yo por aquel entonces intentando implantar en un municipio pequeño el Servicio de Ayuda a Domicilio y el Servicio de Teleasistencia.
Tras unas cuantas visitas y algo de tiempo había convencido a María (la llamaremos así), una anciana con algunas limitaciones físicas que le hacían deambular con dificultad y le coartaban su autonomía para algunas actividades, para que solicitase ambos servicios.
Aunque María era independiente, reacia a pedir ayuda, aceptó. Así que consintió que una auxiliar acudiese a su domicilio martes y jueves, para ayudarle con algunas tareas y al mismo tiempo que se le pusiese ese aparato que debía llevar colgado del cuello y que llamábamos teleasistencia.
Todo fue bien durante un tiempo.
Hasta que un martes, la auxiliar avisó de que María no abría la puerta de su casa, ni contestaba al timbre o teléfono. Tampoco los vecinos la habían visto en unos días ni sabían nada de ella, aunque tampoco les extrañaba: María no era muy sociable, salía poco de casa y de vez en cuando, se iba unos días a casa de su hija, en la capital.
Resumo. Aviso a la Guardia Civil, trepada por el balcón y descubrir a María, con la cadera rota a los pies de su cama, con el colgante de teleasistencia bien guardado en el cajón de la mesilla de noche y con un rosario en la mano.
Aunque muy debilitada, María no murió. Fue hospitalizada y se recuperó luego en una residencia de su rotura de cadera. Se había levantado por la noche, tal vez el viernes, tal vez el sábado... y se había caído en su habitación.
Luego nos diría que al principio intentó gritar y llamar a los vecinos, pero consciente de que era una casa aislada y que no la oirían, en seguida desistió y, aceptando su destino, se puso a rezar con el rosario que llevaba en la mano.
Cuando yo le reproché (era joven, torpe e inexperto) que si hubiera llevado el colgante de telasistencia no hubiera estado a punto de morir, la pobre María no supo qué decirme.
Tan sólo que ¡menos mal que llevaba el rosario!. Así había estado entretenida y las horas esperando a ver si alguien la rescataba no se le habían hecho tan angustiosas.
Pues menos mal, María, acerté a contestarle. ¡Menos mal!.
Fácil. Hay que hacer rosarios con el botón de teleasistencia incorporado.
ResponderEliminarO mejor, botones de teleasistencia que se incorporen a los objetos cotidianos de la gente y no solo aparatejos extraños a ellos.
Por otra parte, sin la mínima supervisión que proporcionaba la ayuda a domicilio... seguro que habría muerto.
Míralo así. La salvásteis la vida.
Creo que fue casualidad. Pudo haber muerto En cualquier caso fue hace ya un buen puñado de años, ahora el Rosario 3.0 con GPS incorporado no tendría mucha venta... Saludos
Eliminar