La crisis del coronavirus y una tormenta de nieve de dos días con una moderada ola de frío ha descubierto todas nuestras miserias como comunidad, aunque tranquilos, hay una solución para todo.
Tal vez esté equivocado, pero tengo la sensación de una total descoordinación, improvisación, reactividad y falta de planificación en las propuestas de solución a los problemas que esta crisis ha destapado.
Y no es que los problemas no existieran antes. Por ejemplo, llevamos décadas con unos niveles de pobreza escandalosos e inasumibles, impropios de un país con los recursos del nuestro, sin que se haya nunca implementado una verdadera estrategia que abordase de verdad este problema estructural, más allá de unos tibios, confusos y desordenados programas de rentas mínimas.
Parece que es ahora cuando muchos están descubriendo que hay personas y familias con graves dificultades para atender sus medios básicos de subsistencia como vivienda, suministros o alimentación adecuada.
Pero o mucho me equivoco o creo que este “descubrimiento” no vaya a servir de nada, pues las medidas que se proponen para esos problemas desde el ámbito político y que se asumen desde los ámbitos técnico y ciudadano siguen siendo de corte asistencial y paliativo, sin apenas repercusión en los cambios estructurales que serían necesarios.
Medidas asistenciales y llamadas a la solidaridad ciudadana y al voluntariado que parecen dejar satisfechos a todos. Excepto a los beneficiarios de la ayuda, me temo.
Como ejemplo, vaya un botón, con la noticia de que la Comunidad de Madrid va a entregar 120 bombonas y 100 estufas de gas a las familias de la Cañada Real. (Enlace) Sin duda una eficaz y planificada medida para solucionar el problema que el Gobierno de esa Comunidad Autónoma coordina con la parroquia de la zona, en otro ejemplo de la cooperación Iglesia-Estado que tan buenos resultados ha dado siempre en nuestro país.
Ante el virus, ante la nieve, ante el frío, para las personas sin hogar, para cualquier problema comunitario todo el mundo se pone a tomar decisiones como “pollo sin cabeza”.
En lugar de planificar y consensuar (con quien piensa diferente también, no se olvide), se establece una carrera entre políticos a ver quien responde de manera más rápida y efectista. Todo el mundo tiene la razón, “su” razón, y desde ahí tiene clara la solución e intenta demostrar que la pone en marcha. Que funcione o no es irrelevante y en cuanto a los resultados y efectos (hasta los iatrogénicos)… total, no se van a evaluar nunca.
Carrera que se reproduce entre la sociedad civil, con mútiples ONGs tan voluntariosas como desordenadas conviviendo con iniciativas informales cuyo impacto es muy limitado.
La descoordinación entre los múltiples niveles de la administración tampoco ayuda demasiado y se termina elevando a la enésima potencia esa toma de decisiones que venimos describiendo, tan efectista como ineficaz.
Claro que una cosa que esta crisis ha puesto a las claras es que, al igual que para el virus parece que se ha descubierto una vacuna, también para los grandes problemas sociales se ha descubierto una solución universal: los protocolos.
Es una solución mágica, pues de todos es sabido que establecer un protocolo hace que inmediatamente desaparezca el problema. Basta con elaborarlo rápidamente y difundirlo con profusión desde todo medio digital o físico disponible, sin valorar la pertinencia para los receptores. En esto, como en todo, mejor exceso que defecto.
Que los protocolos sean confusos, de inaplicable gestión, sin dotación suficiente o contradictorios entre sí son detalles sin importancia. Lo importante es que se han elaborado a plena satisfacción de… ¿los destinatarios? No, ¡que va! De quien los ha elaborado, claro.
Porque en el fondo, siempre hay cosas más prioritarias que atender, de verdad, las necesidades de las personas vulnerables.
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