Anda Europa golpeada por los últimos actos terroristas que el islamismo radical ha cometido en París. Todo el mundo muestra su solidaridad con las víctimas a la par que la repulsa contra los perpetradores. Mientras las redes sociales se visten con la bandera francesa, no son pocos los que recuerdan que los muertos de otras banderas también son muertos, aunque en la lejanía duelan menos.
Como siempre, vaya por delante mi condolencia para con las víctimas. ¡Como si fuese necesario decirlo!
No es momento de comparaciones, ni de juzgar cómo cada cual expresa su dolor o solidaridad. Unos vecinos nuestros han sufrido un execrable atentado y hay que estar junto a ellos.
Pero también es tiempo de reflexionar sobre lo que está sucediendo.
Y lo estamos haciendo. ¡Vaya si lo estamos haciendo! Todos los medios de comunicación están analizando la situación desde múltiples perspectivas. Desde las más amplias, como la geopolítica hasta las más reducidas, como la psicología.
Entre tanta maraña de enfoques, uno tiende a perderse. Por lo que no está de más en estos momentos insistir en el verdadero germen de la violencia que estamos padeciendo, tanto en Europa (de un modo más puntual) como en Oriente Medio o Africa (de un modo más permanente).
Y ese no es otro sino la pobreza. Una pobreza que genera incultura y sobre todo, resentimiento. En la pobreza, y no en otro sitio, encuentran terreno abonado las ideas radicales y con ellas, los actos violentos.
Cuando un pueblo no tiene más esperanza que la amarga supervivencia entre el hambre y la miseria puede surgir en su seno la semilla del odio. Es en el fondo lo que estamos sufriendo, mucho más allá del resto de explicaciones.
Hemos vivido demasiado tiempo de espaldas a la pobreza de otros países. Nuestra solidaridad con ellos ha sido vergonzosamente escasa, sobre todo a nivel gubernamental. Los presupuestos para cooperación y solidaridad con estos países han sido siempre rácanos, como a regañadientes. "No podemos dedicar más..." nos decían (mos).
Tan sólo la sociedad civil, organizada en torno a unas cuantas organizaciones no gubernamentales, han estado, en ocasiones y de forma puntual (y naturalmente insuficiente) a la altura. En cuanto al Estado y sus políticos... ni han estado ni se han enterado. Lo cual es una amable manera de decir que les importaba más bien poco.
Y luego nos sorprendemos de los fenómenos migratorios y de radicalización que presenciamos.
Porque si la cooperación internacional es algo en lo que hemos fracasado sin paliativos, qué decir de la pobreza en nuestro propio pais. Se ha optado por una política económica y social que ha incrementado la pobreza hasta niveles inimaginables para un pais que se supone desarrollado. Convivimos como si nada con una desigualdad insultante y unos índices de pobreza que, en muchas ocasiones, nuestros prebostes se dedican a negar.
Pues bien, sigamos mirando para otro lado. Permitamos que la pobreza cabalgue a sus anchas en nuestro país y en otros paises. Sigamonos diciendo que no hay recursos suficientes para acabar con ella.
La factura la pagaremos más adelante. Y como siempre que nos retrasamos en un pago nos saldrá mucho más cara. Tan cara como ahora en París.
Y lo estamos haciendo. ¡Vaya si lo estamos haciendo! Todos los medios de comunicación están analizando la situación desde múltiples perspectivas. Desde las más amplias, como la geopolítica hasta las más reducidas, como la psicología.
Entre tanta maraña de enfoques, uno tiende a perderse. Por lo que no está de más en estos momentos insistir en el verdadero germen de la violencia que estamos padeciendo, tanto en Europa (de un modo más puntual) como en Oriente Medio o Africa (de un modo más permanente).
Y ese no es otro sino la pobreza. Una pobreza que genera incultura y sobre todo, resentimiento. En la pobreza, y no en otro sitio, encuentran terreno abonado las ideas radicales y con ellas, los actos violentos.
Cuando un pueblo no tiene más esperanza que la amarga supervivencia entre el hambre y la miseria puede surgir en su seno la semilla del odio. Es en el fondo lo que estamos sufriendo, mucho más allá del resto de explicaciones.
Hemos vivido demasiado tiempo de espaldas a la pobreza de otros países. Nuestra solidaridad con ellos ha sido vergonzosamente escasa, sobre todo a nivel gubernamental. Los presupuestos para cooperación y solidaridad con estos países han sido siempre rácanos, como a regañadientes. "No podemos dedicar más..." nos decían (mos).
Tan sólo la sociedad civil, organizada en torno a unas cuantas organizaciones no gubernamentales, han estado, en ocasiones y de forma puntual (y naturalmente insuficiente) a la altura. En cuanto al Estado y sus políticos... ni han estado ni se han enterado. Lo cual es una amable manera de decir que les importaba más bien poco.
Y luego nos sorprendemos de los fenómenos migratorios y de radicalización que presenciamos.
Porque si la cooperación internacional es algo en lo que hemos fracasado sin paliativos, qué decir de la pobreza en nuestro propio pais. Se ha optado por una política económica y social que ha incrementado la pobreza hasta niveles inimaginables para un pais que se supone desarrollado. Convivimos como si nada con una desigualdad insultante y unos índices de pobreza que, en muchas ocasiones, nuestros prebostes se dedican a negar.
Pues bien, sigamos mirando para otro lado. Permitamos que la pobreza cabalgue a sus anchas en nuestro país y en otros paises. Sigamonos diciendo que no hay recursos suficientes para acabar con ella.
La factura la pagaremos más adelante. Y como siempre que nos retrasamos en un pago nos saldrá mucho más cara. Tan cara como ahora en París.