Abordo hoy un tema relativo a la intervención social, más hacia terrenos técnicos que políticos, para el que os confieso que no tengo respuestas. Lo que van a continuación son sólo preguntas y reflexiones, sin ninguna certeza y sí con alguna preocupación.
El tema en cuestión, sobre el que
suelo reflexionar a menudo, tiene que ver con el trabajo social de casos y la
hago desde mi práctica en este tipo de intervención social.
Lo que suelo encontrarme es que,
ante un caso de tipo social (cualquier tipo de violencia familiar, personas en
situación de riesgo por diversas causas, familias en situación de exclusión
social…) la cantidad de profesionales y personas intervinientes es
extremadamente elevada y con frecuencia, su implicación en el problema también.
Ello tiene que ver con algunas
características de las personas o familias que atraviesan situaciones de
dificultad, pero no nos detendremos ahora en ellas. Considero que la responsabilidad
está más bien en ese contexto de intervención que crece sin guía ni control
conforme el caso se desarrolla.
Esto es algo que sólo ocurre, al
menos en este grado, con los problemas sociales. En otros terrenos, por ejemplo
el sanitario, son muchos menos los profesionales intervinientes. Para la
mayoría de los problemas médicos de cierta gravedad en este ámbito hay un par
de profesionales en la atención primaria y otro par de profesionales en la
atención especializada que sostienen el núcleo de la intervención. Si hay más
profesionales son accesorios y subordinados a éstos.
Y además, esto es importante, con
ligeras variaciones suelen coincidir en el diagnóstico y el tratamiento, al
menos en sus líneas más generales. Naturalmente que hay discrepancias, pero no
suelen ser la norma.
Al contrario que en nuestro
“territorio”. En los problemas sociales, todo el mundo se siente legitimado
para opinar e intervenir. La intervención social se construye bajo un paradigma
pseudodemocrático, en el que todas las voces son legitimadas y todas las
intervenciones bienvenidas. Así, independientemente de su procedencia (pública
o privada, individual o institucional, del mismo o de diferentes niveles de la
administración, profesional o voluntario…) los operadores van desarrollando sus
intervenciones conforme a sus paradigmas e intereses.
A diferencia del sistema
sanitario, donde, pongo por caso, a nadie se le ocurre que la voz de un
curandero sea considerada igual que la de un catedrático de anatomía
patológica, en el sistema de servicios sociales todas las voces tienen más o
menos el mismo peso.
Profesionales de servicios
sociales de atención primaria, atención especializada, voluntarios, miembros de
asociaciones, curas, alcaldes, maestros, médicos, “activistas”, vecinos… Todos
saben qué hay que hacer, quien debe hacerlo y cuándo y cómo debe hacerse.
Naturalmente, cada uno piensa una cosa diferente.
Y no sólo eso. Entre la profesión
y dentro del propio sistema, también ocurrirá algo parecido. Ante la misma
situación, difícilmente se coincidirá en el diagnóstico (suponiendo que alguien
se tome la molestia de desarrollar ese extraño paso intermedio entre la
presentación del problema y su resolución). Cada profesional interviniente
“echará la suya” y, legitimado como digo para intervenir, comenzará a
desarrollar actuaciones de las cuales no necesita dar cuenta a nadie más allá
de su propia institución (si pertenece a alguna). Además de todo ello, con frecuencia tenemos a gala contradecir el diagnóstico y cuestionar las intervenciones previas de otros colegas, ejerciendo un anti-corporativismo radical que nos apasiona.
Pero no descubro nada nuevo
¿verdad? Tanto es así que hace tiempo que hemos descubierto las dificultades
que ello supone para la intervención social, que construida de esta manera,
siendo generosos, la podríamos tildar de ineficaz.
Por eso hemos intentado aplicar
algunas soluciones. En concreto hemos desarrollado dos: una cosa que hemos dado
en llamar COORDINACION y otra PROFESIONAL DE REFERENCIA.
De cada una de ambas podríamos
escribir unas cuantas entradas…Sobre algunos de los problemas de ambas ya escribimos una hace un par de años. "Fragmentación al cubo", que os invito a que leáis.
Personalmente, pienso que el desarrollo que esto del
profesional de referencia está teniendo lo asemeja cada vez más a un titiritero-equilibrista. Un saltimbanqui
enfrentado a una tarea de todo punto imposible y teniendo que saltar sin red en un circo tan roto y desvencijado como triste y decadente.
En cuanto a lo de la coordinación,
en la propia definición llevamos las contradicciones. Vuelvo al ejemplo. ¿Debe
el catedrático coordinarse con el curandero?
El verdadero problema para que
ambas soluciones (o cualquier otra que pudiéramos imaginar) funcionen es que no se puede legitimar de igual manera todos
los intervinientes en una situación social. Y eso sólo puede hacerse desde unas
estructuras claras, donde se encuentren definidas las responsabilidades y
competencias.
Desarrollo estructural y competencial que, en nuestro
sistema, estamos lejos de abordar con la seriedad y la profundidad necesarias.
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