viernes, 10 de agosto de 2012

Beneficencia

    Aunque estemos en Agosto y los días más calurosos del año no inviten demasiado a la reflexión, no me resisto a comentar las últimas medidas del Gobierno español sobre la Sanidad, en lo que me parece el descarado desmontaje de un sistema universal y gratuito para convertirlo en uno elitista y mercantil. Vale aquí la frase "cuando las barbas de tu vecino veas pelar...", porque tengo la sensación de que lo que se aplica en Sanidad se aplica poco después en Servicios Sociales.


    Cuando comencé a trabajar en esto de los Servicios Sociales, hace casi 25 años, una de las principales tareas que me encargaron en mi Ayuntamiento fue la revisión de un dispositivo que había venido funcionando desde tiempos predemocráticos: el Padrón de Beneficencia. Muchos de vosotros lo recordareis. Era una especie de Sanidad para pobres en la cual el Ayuntamiento se hacía cargo de la asistencia sanitaria y farmaceútica de las personas que no tenían derecho a la Seguridad Social y carecían de medios para financiársela.

     A mi juicio, era un sistema bienintencionado que partía de un hecho incontrovertible: una Comunidad no puede permitirse tener entre su población a personas enfermas sin atenderlas. Además de peligroso para la propia Comunidad, en aquella España católico-franquista era moralmente reprobable el no atender a los enfermos.

    En el Padrón que yo conocí era el propio Alcalde del municipio el que proponía al Pleno Municipal la incorporación de las personas al mismo. Tras ello, se les asignaba un médico de los que, voluntariamente, participaban en el programa (por aquel entonces los médicos todavía atendían en sus domicilios, los ambulatorios y posteriormente Centros de Salud estaban apenas iniciándose) y estos médicos facturaban su intervención al consistorio. Del mismo modo se pagaban las recetas farmaceúticas que prescribían.

   Además de estigmatizador (era público, dado que se aprobaban en los Plenos las personas beneficiarias y sus tratamientos), el sistema era muy limitado, pues su cobertura era muy básica. Si se necesitaba una prueba medianamente especializada, quedaba en manos de la caridad de alguna persona o entidad benefactora o de los contactos personales del médico de turno.

    Lo primero que se cambió fue la necesidad de incorporar un informe social para acceder al Padrón. Posteriormente, el análisis individualizado caso por caso y las leyes y normas que por aquel entonces estaban desarrollándose (Ley de Pensiones no contributivas, LISMI, asistencia sanitaria para personas sin recursos...) permitieron que todas las personas que lo integraban fueran incorporándose al Sistema Sanitario general.

     Cuando el Padrón se cerró, consideramos que habíamos logrado en nuestro municipio incorporar un granito de arena hacia dos principios que nos inspiraban en la política social: la NORMALIZACIÓN y la UNIVERSALIDAD.

    ¿Por qué os cuento esta historia del "abuelo Cebolleta"? Por que resume justo lo contrario que la política social que nos están imponiendo. Una vuelta al asistencialismo, a la caridad, basada cuando más en la compasión y cada vez más alejada de los derechos sociales que con tanto esfuerzo hemos construido. Como bien dice nuestro compañero Gustavo García en este  artículo, la beneficencia sólo pretende "destacar la bondad del benefactor frente al pobre, cuya cualidad de desvalido se evidencia para destacar el valor de quien le ayuda". A eso caminamos, si no lo impedimos entre todos. Otra vez más.

1 comentario:

  1. El Chojin tiene una canción, junto con el Gran Wyoming, llamada "La perversión del lenguaje": cuánto daño hacemos con las palabras, pero cuánto daño hemos hecho a las palabras: caridad, solidaridad... las hemos echado a perder con actitudes altivas y prepotentes como la de estas nuevas medidas...
    Lástima...

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Gracias por comentar.