El domingo pasado me levanté con una noticia que hizo que no me sentara bien el desayuno. En Zaragoza, un adolescente de 16 años había matado esa madrugada a su madre de varias cuchilladas. Esta fue la noticia.
Como todas las noticias relativas a la violencia intrafamiliar, ésta me ha dejado impresionado y bastante apenado. Al parecer este pobre chaval, (y digo pobre porque a pesar de que parece haber sido el agresor de esta historia no puedo evitar pensar en él como una víctima más de la misma) discutió con su madre por el proceso de separación en el que estaban sus padres y tras golpearla y dejarla inconsciente, le asestó varias puñaladas en el corazón. Tras la dramática agresión llamó al padre, quien después de acudir al domicilio y ver lo sucedido avisó a la policía.
Poco a poco se han ido filtrando datos de la noticia: el chico era adoptado, los padres habían acordado una custodia compartida, se turnaban cada quince días a vivir con el chaval.... Al mismo tiempo van saliendo noticias y detalles del suceso: que si el tiempo que tardó el padre en avisar a la policía, que si los washaps que el muchacho envió antes y después avisando del asesinato... Por momentos he tenido miedo de que el caso se convirtiera en un nuevo espectáculo de morbo periodístico y televisivo. Espero que no sea así.
Poco a poco se han ido filtrando datos de la noticia: el chico era adoptado, los padres habían acordado una custodia compartida, se turnaban cada quince días a vivir con el chaval.... Al mismo tiempo van saliendo noticias y detalles del suceso: que si el tiempo que tardó el padre en avisar a la policía, que si los washaps que el muchacho envió antes y después avisando del asesinato... Por momentos he tenido miedo de que el caso se convirtiera en un nuevo espectáculo de morbo periodístico y televisivo. Espero que no sea así.
Por mi parte no analizaré esta historia. Carezco de la información necesaria para ello y, aunque puedo intuir una separación conflictiva y un hijo atrapado en un conflicto de lealtades, la espeluznante agresión y el brutal desenlace me proporcionan la certeza de que la misma es muy compleja y probablemente responda a un montón de variables multicausales difíciles de determinar. Jueces y profesionales sociales y sanitarios tendrán que averiguar qué ha pasado y espero que puedan ayudar a este chico. En cualquier caso estoy seguro que no van a encontrar explicaciones simples.
De todos modos este lamentable suceso me ha removido a nivel profesional, porque en nuestro trabajo cotidiano estamos presenciando separaciones de pareja cada vez más difíciles e hijos/as atrapados en la conflictividad de dichos procesos. Vemos con mucha frecuencia progenitores que, cegados por el dolor y el malestar de la ruptura, no consiguen proteger a sus hijos ni ayudarles en el difícil camino de entender y asumir la separación de sus padres. Al contrario, en muchas ocasiones sin pretenderlo los instrumentalizan y triangulan, unas veces de modo sútil, otras de maneras más burdas y las más de las veces, como digo, de modo inconsciente.
Creo que hay ocasiones en que ejercer la parentalidad de forma protectora es muy difícil. Estoy acostumbrado a ver muchas de estas situaciones. Padres y madres traicionados por su vivencia como hijos, por relaciones de pareja donde habían depositado expectativas inadecuadas, encuentran graves dificultades para actuar correctamente como padres en los procesos de separación.
Estos padres se presentan ante el mundo (y por tanto ante sus hijos, aunque no lo pretendan) como las víctimas en el proceso de separación. Es el otro el culpable de la ruptura y además, quien ha obtenido tras la misma una posición ventajosa (económicamente, en la custodia de los hijos...). Lejos de poder asumir una responsabilidad compartida y neutral se sienten agraviados. Y para los hijos, con sus ojos y pensamiento de niños, es dífícil sustraerse a la tentación de ver la situación en términos de parte agresora-culpable y parte víctima inocente.
Esta dinámica relacional entre los tres actores de la situación: padre-madre-hijos es frecuentemente amplificada por las familias extensas. El niño queda así dolorido por la pérdida del vínculo entre sus padres y confuso ante los contradictorios mensajes de los mismos.
Pero en los procesos a los que me refiero la cuestión no comienza con la ruptura. Suele comenzar bastante tiempo atrás. Todos los padres que conozco dicen haber protegido a los niños de las discusiones de pareja y todos se sorprenden cuando comprueban hasta qué punto no lo consiguieron. Y aparecen historias donde el conflicto de pareja envolvió a los niños durante mucho tiempo y como en todo conflicto, se vieron obligados a tomar partido.
Esta dinámica relacional entre los tres actores de la situación: padre-madre-hijos es frecuentemente amplificada por las familias extensas. El niño queda así dolorido por la pérdida del vínculo entre sus padres y confuso ante los contradictorios mensajes de los mismos.
Pero en los procesos a los que me refiero la cuestión no comienza con la ruptura. Suele comenzar bastante tiempo atrás. Todos los padres que conozco dicen haber protegido a los niños de las discusiones de pareja y todos se sorprenden cuando comprueban hasta qué punto no lo consiguieron. Y aparecen historias donde el conflicto de pareja envolvió a los niños durante mucho tiempo y como en todo conflicto, se vieron obligados a tomar partido.
Tampoco el conflicto acaba con la separación. Durante mucho tiempo después proseguirán los litigios, las peleas y, en resumen, el hondo dolor de todos estos niños.
Ya os digo que no sé si alguna de estas dinámicas que os relato ha tenido lugar en este caso. Lo que sí me preocupa cada vez más es la situación de toda esta infancia maltratada, depositaria de un maltrato oculto, negado y difícil de identificar.
Y sobre todo qué podemos hacer, como profesionales, para ayudarlos.
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