lunes, 27 de abril de 2015

Adolescentes, machetes y psicosis

Hace unos días conocimos la noticia sobre el suceso ocurrido en un instituto de Barcelona, en el cual un alumno de 2º de ESO, armado con una ballesta y un machete, agredió a varios compañeros y profesores, llegando a causar la muerte a uno de ellos.


Y como ocurre siempre en estos casos, durante los días posteriores surgen una multitud de opiniones y reflexiones que pretenden explicar el suceso. Es curioso cómo necesitamos encontrar este tipo de explicaciones. Supongo que en el fondo nos motiva la necesidad de superar el trauma que estos hechos nos causan, aliviar el dolor, el miedo y la incertidumbre que provocan. 

Podría haber otro tipo de motivaciones: buscar explicaciones para encontrar la forma de prevenir actos similares. Lamentablemente, por lo que he leído creo que en esto fracasamos estrepitosamente.

Una de las cosas que más llaman mi atención en estas noticias es la rapidez con la que algún profesional (generalmente algún médico, psiquiatra o psicólogo) comienzan a diagnosticar la probable enfermedad mental que los protagonistas de estas noticias sin duda padecen. Al fin y al cabo, la enfermedad mental es una buena manera de explicar algo que no comprendemos. Así, comienza a hablarse de la posible psicosis que este chico padecía, o la depresión que atravesaba. Unos pocos datos, como que el chaval estaba más distraido o triste que de costumbre, o que había consultado a algún psicólogo o psiquiatra, sirven para que todos tengamos claro el diagnóstico: sin duda padecía algún trastorno psicótico o depresión...

Uno de los efectos que esta idea produce (los actos violentos los producen los enfermos mentales), es la estigmatización de las personas que padecen este tipo de trastornos. Pero de esto ya hemos hablado en entradas anteriores. El otro efecto es que se convierten en lo que Gregory Bateson llamaba "explicaciones dormitivas", en el sentido de que adormecen la capacidad crítica, atribuyendo a una esencia indeterminada la explicación de la conducta y olvidando la compleja red de aspectos sociales, relacionales e incluso lingüisticos en los que esta conducta se manifiesta y define.

Necesitamos comprender. Y una explicación simple (estaba loco), aunque en realidad no explique nada, nos atrae lo suficiente como para dejar de pensar y poder pasar a otro tema.

Pero si el atribuir los actos violentos a la locura me parece peligroso, no me lo parecen menos otras explicaciones (igual de dormitivas) que se resumen en la siguiente afirmación que otros gurus del comportamiento humano lanzarán a continuación de los anteriores: la maldad existe. Hay gente mala que comete actos violentos sin necesidad de sufrir ningún tipo de enfermedad mental.

Y se abre así el debate sobre los efectos de la educación (familiar, institucional y social) que los adolescentes reciben y los valores que están adquiriendo. Valores que a algunos adolescentes "malos" les hacen capaces de cometer semejantes actos violentos. Así se pone en cuestión, por ejemplo, la edad penal de los menores y surgen voces que propugnan el castigo ejemplarizante y la mano dura para prevenir estas conductas.

Mientras, entre las dos posturas, no faltarán propuestas (que serán utilizadas políticamente) sobre la elaboración de algún protocolo para trabajar con los adolescentes en los institutos o sobre la creación de no se cual comisión u observatorio en el que preeminentes expertos hallarán la piedra filosofal y evitarán que estas cosas sucedan.

Reflexiones, propuestas y medidas que, lamentablemente, no servirán para nada. Al menos mientras no abordemos estos fenómenos desde un punto de vista diferente. Analizar los hechos en el eje locura-maldad no nos va a llevar demasiado lejos en la comprensión y la prevención de la violencia. Necesitamos complejizar el debate e introducir otros temas, desde cuestiones más macrosociales como la extensión de la pobreza y la exclusión social a cuestiones más microsistémicas como el maltrato intrafamiliar y la protección o el sufrimiento infantil.

El problema es que mientras sigamos enfrascados en la búsqueda de soluciones fáciles no nos va a  quedar tiempo para los debates complejos.

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