En mis diálogos con Wang intento explicarle muchas veces cómo el Trabajo Social
ocupa, por su propia esencia, lugares difíciles y contradictorios. Solemos
navegar por zonas de incertidumbre donde las tensiones dialécticas de todos los
actores comprometidos son importantes.
Desde la complejidad necesaria
para comprender y trabajar desde esos lugares suelo rechazar las explicaciones
simples que, sobre todo fuera de nuestra profesión pero en demasiadas ocasiones
también dentro, se dan a los problemas y situaciones sociales que abordamos.
Observo con preocupación las
propuestas que, invariablemente, surgen de algunas voces proféticas ante
algunos de estos problemas y situaciones sociales. Desde lo más individual,
como puede ser la situación de una familia concreta, a lo más global, como los
grandes problemas sociales que nos envuelven (la pobreza y desigualdad, la
violencia infantil o contra la mujer…) nunca faltan voces que nos indican lo
que hay que hacer. Y no sólo lo que hay que
hacer: lo que el Trabajo Social debe hacer.
Rechazo también ese tipo de
consejos, opiniones, recomendaciones o requerimientos. Si vienen desde fuera de
nuestra profesión, porque no es sino otra forma de intrusismo, problema al que
estamos tan acostumbrados que, en ocasiones, ni percibimos. Y si vienen desde
dentro, porque creo que a esas voces les sobra el grito y les falta reflexión y
diagnóstico, además de que no respetan las diferentes estrategias o
alternativas que, en función del contexto, puede realizar un profesional.
Huyo como digo de las soluciones
que parten de esas voces, que con mucha frecuencia, no esgrimen otro rango más
allá de la sintaxis del dar/quitar. “Lo
que hay que hacer con esta familia es…” darles algo (una vivienda, dinero para pagar la luz) o quitarles algo (los niños, la
prestación que perciben, la relación entre ellos).
Hablaríamos mucho de esa sintaxis
dar/quitar y de sus efectos en las familias, pero no quiero ir hoy por esos
derroteros.
Mi reflexión tiene más que ver
con el lugar que ocupamos como profesionales y la posición que tenemos que
adoptar. Explicaré esta posición en el marco de la pobreza y exclusión social (aclarando
que opino que la pobreza no es algo de lo que tenemos que ocuparnos los
servicios sociales, ni como problema social ni como situaciones concretas
familiares) y en el marco de los servicios sociales públicos, aunque creo que,
con la adaptación correspondiente, puede ser extrapolable a otros contextos.
En este contexto los
profesionales estamos en el medio de un triángulo en cuyos vértices estarían
los otros tres actores del cuadro: los políticos, los usuarios y el resto de la
población. Podríamos representarlo así:
Es un lugar, como se intuye en la
imagen, ciertamente difícil. Para poder trabajar desde ella adecuadamente, creo
que el profesional debe mantener una posición de neutralidad. Y explicaré que el concepto de neutralidad que yo
propongo no tiene nada que ver con el de equidistancia, sino más bien con la
conciencia de que cualquier desplazamiento del profesional hacia una de las
partes tiene repercusiones en las otras que debe medir y controlar.
Esas repercusiones serían los
efectos de los desplazamientos que realiza el profesional en su intervención y
que en el esquema que propongo estarían representados por las relaciones entre
los actores. Las internas del triángulo representan las que los profesionales
mantenemos con el resto de actores y las externas las que ellos mantienen entre
sí.
Es obvio inferir que cualquier
cambio en una de estas relaciones va a tener efectos en las demás. Sería
interesante analizar cada uno de los posibles movimientos y sus diferentes
repercusiones, pero nos llevaría demasiado lejos.
El concepto que pretendo dibujar
es que en esta posición y dimensión problemática, (dada porque los actores no
tienen las mismas condiciones, valores, poder e intereses) el profesional no
puede alinearse irresponsablemente con ninguno de ellos sin tener en cuenta
esta complejidad.
Y de lo que principalmente
adolecen esas propuestas simples de las que hablaba al principio es de ese
análisis contextual. Proponen generalmente que el profesional se alinee
incondicionalmente con uno de los actores, sin medir que eso va a afectar al
resto de relaciones, que en algunas ocasiones pueden quedar seriamente
afectadas y comprometidas.
Hace más de quince años que
descubrí las carreras de fondo y a través de ellas he aprendido algunas
cuestiones que hay que tener en cuenta para llegar con éxito a la meta. Y
utilizo esta metáfora de las carreras de fondo porque estoy convencido de que
la intervención social es una de ellas.
Cuando comienzas un maratón no
puedes lanzarte irresponsablemente a correr a un ritmo superior al que puedes
afrontar, a pesar de que el ambiente, tus sensaciones u otros corredores te lo
propongan. A no ser que seas un atleta de élite, tu objetivo no va a ser ganar,
sino llegar. Y para llegar no basta con correr: hay que saber el recorrido,
dónde y cómo dosificar los esfuerzos, alimentarse e hidratarse bien, haber
entrenado lo suficiente, ir a un ritmo adecuado, conocerse a sí mismo, ser
cauto con los dolores y las lesiones…
He sido testigo muchas veces de
corredores (a mí mismo me ha pasado en alguna ocasión) que empiezan la carrera
con mucho vigor y entusiasmo y luego no son capaces de acabarla.
Pero eso es un lujo que en la
intervención social no nos podemos permitir.
Mmm qué entrada, Pedro, da para mucho pensar. A bote pronto opino que existe una confusión entre respetar código deontológico en particular y nuestros valores en general y nuestra inserción como profesionales en una institución. Me explico: se plantean estas dos cuestiones como dicotómicas cuando en realidad no lo son. Una cosa son nuestros deberes para con los usuarios y otra bien distinta el posicionamiento táctico inteligente con la institución, que creo que es obligado (y además es que son quienes te pagan). Te paso este artículo de Damián Salcedo a ver qué te parece, igual no le ves la relación, pero al menos te hago leerlo, a mí me gustó...
ResponderEliminarhttps://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=170273
Le he echado un ojo por encima, lo leeré con más calma, aunque estoy llegando a mi límite de lecturas pendientes... y ya me pasa como a Homer Simpson: para aprender algo nuevo tengo que olvidar algo viejo; espero que, como a él, no se me olvide conducir, o algo peor...
EliminarEn cuanto a lo que planteas, tienes razón. El reto es integrar complejamente esas aparentes dicotomías entre la responsabilidad individual, la social y la institucional, sin hacer la escisiones que tanto nos tientan a veces.