Sé que no tendría que sorprenderme, pero la verdad es que no puedo evitar hacerlo cada vez que soy consciente del crecimiento de la violencia, el odio y la agresividad en nuestra sociedad.
Y no me refiero sólo a la
cantidad de sucesos luctuosos que, día sí, día también, venimos presenciando
por ejemplo en asuntos como la violencia contra la mujer, agresiones a la
infancia bajo diversas formas o episodios donde la xenofobia o la homofobia se expresan con
contundencia.
A mí siempre se me queda el
estómago revuelto con estas noticias a la par de con la sensación de que no
terminamos de abordar con eficacia el fenómeno de la violencia en general. Más
allá de las particularidades de cada sector, no veo que los diagnósticos y estrategias que estamos utilizando sean
útiles.
Pero como digo estos episodios
violentos no son lo único preocupante. Hay una violencia institucional, que
muchas veces no identificamos como tal y que considero el germen de muchos de
esos episodios concretos.
Por ejemplo, el tema de los
refugiados. Las resistencias de nuestros gobernantes a acoger a personas y
familias que lo único que hacen es arriesgar su integridad para huir de unas
condiciones de vida miserables y violentas es algo absolutamente indigno que,
además, contiene un mensaje muy peligroso. El refugiado (y por extensión el
emigrante y el extranjero) no son sujetos de protección, ni siquiera importan
como seres humanos. Son seres peligrosos, cuya sola presencia en nuestro país
se vive como amenaza: tienen una religión y cultura distinta, son
potencialmente violentos o, simplemente, no podemos permitirnos el mantenerlos.
Con este mensaje que se lanza
nadie debería sorprenderse de que los fenómenos de intolerancia y racismo se
extiendan sin control.
Pero uno que a mi juicio merece una reflexión especial es el esperpento al que asistimos hace unas semanas con ese autobús naranja que definía como amenaza para la sociedad las diversas formas de vivir la identidad sexual y de género.
Todavía no entiendo cómo se puede defender semejante desatino. ¿Cómo puede un obispo, (enlace) representante de una institución como la iglesia católica, ser tan irresponsable como para defenderlo? ¿Cómo puede un filósofo con la repercusión mediática de éste (enlace), defender ese autobús diciendo que no ve ninguna incitación al odio y poniéndolo en igualdad con la otra campaña (a la que al parecer este autobús pretendía contestar) que intentaba sensibilizar sobre la transexualidad?
¿Qué tipo de objetivo pretenden? ¿No saben que eso sólo va a generar más incomprensión sobre esas personas, que en vez de ser normalizadas e integradas en sus comunidades van a ver incrementado el riesgo de ser estigmatizadas y agredidas? ¿Cómo no pueden ver la diferencia entre la primera campaña (que sólo defiende unos derechos reconociendo determinadas situaciones personales) y la segunda (que se limita a negar esos derechos y deslegitimar esas situaciones)?
Es algo que comienza a ser demasiado recurrente. Cualquier reivindicación, por legítima que sea, que intente luchar por los derechos de algun sector de población, es contestada y atacada por otros sectores que consideran, habitualmente por razones meramente ideológicas, que no deben adquirirlos.
Sucede con los inmigrantes, sucede con las reivindicaciones feministas, sucede con la renta básica...
Todavía no entiendo cómo se puede defender semejante desatino. ¿Cómo puede un obispo, (enlace) representante de una institución como la iglesia católica, ser tan irresponsable como para defenderlo? ¿Cómo puede un filósofo con la repercusión mediática de éste (enlace), defender ese autobús diciendo que no ve ninguna incitación al odio y poniéndolo en igualdad con la otra campaña (a la que al parecer este autobús pretendía contestar) que intentaba sensibilizar sobre la transexualidad?
¿Qué tipo de objetivo pretenden? ¿No saben que eso sólo va a generar más incomprensión sobre esas personas, que en vez de ser normalizadas e integradas en sus comunidades van a ver incrementado el riesgo de ser estigmatizadas y agredidas? ¿Cómo no pueden ver la diferencia entre la primera campaña (que sólo defiende unos derechos reconociendo determinadas situaciones personales) y la segunda (que se limita a negar esos derechos y deslegitimar esas situaciones)?
Es algo que comienza a ser demasiado recurrente. Cualquier reivindicación, por legítima que sea, que intente luchar por los derechos de algun sector de población, es contestada y atacada por otros sectores que consideran, habitualmente por razones meramente ideológicas, que no deben adquirirlos.
Sucede con los inmigrantes, sucede con las reivindicaciones feministas, sucede con la renta básica...
Resumo: percibo que la verdadera
herencia que nos va a dejar esta crisis y los últimos gobiernos conservadores
que hemos sufrido es un incremento de la intolerancia y del odio a lo que
consideramos diferente.
Y eso, unido a nuestra
incapacidad para abordar la violencia, es un cóctel muy peligroso…
Sólo puedo decirte GRACIAS por esta entrada, Pedro, me emociona mucho leerte. Satisfacción por compartir profesión y admiración hacia un tío tan grande. En un mundo con personas como tú sí merece la pena luchar contra la violencia. Gracias. Un abrazo.
ResponderEliminarMe dejas sin palabras, Eladio. Tan sólo puedo decirte que agradezco mucho la estima que me tienes. Un abrazo.
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