¡Milagro! Una mujer de 64 años, burgalesa, ha dado a luz a dos mellizos tras someterse a un tratamiento de fecundación en Estados Unidos. Podéis ver aquí la noticia.
Paolo de Matteis - The Annunciation |
Aceptamos el milagro. Las
ciencias adelantan que es una barbaridad y lo que la naturaleza ha negado,
puede la técnica milagrosa modificarlo y hacer que una mujer pueda ser madre a
una edad tan avanzada.
Pero aceptado, no podemos por
menos que señalar que el tema está lleno de conflictos éticos, que se acentúan
cuando conocemos los detalles del caso.
Dos de ellos: Que la sexagenaria señora, de nombre Mauricia, está incapacitada laboralmente desde hace años por un trastorno paranoide de la
personalidad. Que a los 58 años tuvo a su primera hija, que le sería declarada
en desamparo y retirada por los servicios de protección de menores tres años
más tarde.
¿Es compatible por tanto el
derecho que esgrime esta mujer a ser madre con el derecho que sus hijos recién nacidos
tienen a crecer en un entorno favorable? ¿Puede esta mujer proporcionárselo?
Aunque con los datos que constan
en la noticia puedo formarme una opinión al respecto, me abstendré de hacerlo,
pues de sobras sé que para expresar un juicio de estas características se ha de
contar con más elementos y con un análisis y conocimiento bastante más profundo
que el que aparece en la misma.
Pero como en ella aparecen otros
elementos en los que se presenta a esta mujer como una pobre víctima de los
malvados servicios sociales, que ya le retiraron una hija y ahora teme que sus
nuevos hijos “caigan también en sus manos”,
me veo en la obligación de aclarar y señalar algunas cosas.
Acepto como digo el milagro, pero
no el martirio.
El Sistema de Servicios Sociales,
aún con todas sus deficiencias, y dentro de él, el Sistema de Protección de
Menores, tiene de todo menos de arbitrario. Los menores no se declaran en
desamparo gratuitamente y los niños y niñas no son “arrancados” de ninguna
familia sin unas sólidas pruebas de negligencia, maltrato y desprotección. La
declaración de desamparo además es la última opción y antes se exploran e
intentan activarse cualquier medida y alternativa que haga posible que esos
menores permanezcan en su propio entorno familiar.
Y como conozco el tema, y la
seriedad y responsabilidad con la que se trabaja en el sector, le digo a esta
señora que no me trago lo de que quiera presentarse como una mártir y como la
víctima de un atropello. Que no cuela, vaya.
Aun admitiendo que pueda
cometerse algún error, en la decisión de retirar y tutelar un menor intervienen
equipos de profesionales que realizan un estudio profundo del caso, en un
proceso largo y complejo. No se retira ningún niño o niña a la ligera, ni con
unas acusaciones tan caricaturizadas como las que suelen esgrimir las familias
que no son conscientes (ni saben, ni quieren, ni pueden reconocer) el maltrato
al que sometían a sus hijos.
Y más allá de todo esto, hay otro
elemento en la noticia que me ha llamado la atención. Cuando el Gobierno
regional decreta el desamparo de la menor, la alcaldesa del pueblo sale en su
defensa y escribe una carta relatando que “Mauricia
contaba en el pueblo con el apoyo familiar suficiente para atender a su hija”.
¿No tienen los alcaldes otra cosa
que hacer que meterse donde no les llaman? ¿Desde cuándo una alcaldesa es la
encargada de valorar los apoyos familiares o las capacidades parentales? Tan
clara injerencia del poder político en unos aspectos técnicos debería conllevar,
sino la inhabilitación, sí el apercibimiento de esta preboste. Un tirón de
orejas y una recomendación: zapatero a tus zapatos.
Porque va siendo hora de pedir a
muchos políticos no sólo el respeto que el sistema de servicios sociales
merece. Es necesario también que colaboren al prestigio del mismo no sólo
evitando esas injerencias, sino además dotándole de los medios necesarios para
realizar adecuadamente su labor.
Y en el tema que nos ocupa, la
protección a la infancia, los recursos y medios deberían incrementarse
exponencialmente, con prioridad absoluta.
Es donde nos jugamos el futuro
como sociedad.
Porque ni Wang ni yo, lo
confesamos, creemos en los milagros. A pesar de Mauricia y de su "milagroso" y caro embarazo.
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