En mi última videoconferencia con Wang reflexionábamos en torno a cómo el confinamiento y la reducción drástica del contacto físico entre las personas estaba influyendo a personas de nuestro entorno e incluso a nosotros mismos.
Ambos llegábamos a la misma conclusión. Los humanos somos seres sociales, y por tanto estamos condenados a mantener relaciones e interacciones entre nosotros si queremos seguir desarrollandonos como personas y mejorando nuestras comunidades.
Lo que este confinamiento está poniendo sobre la mesa es si esas interacciones pueden pasar del mundo analógico o físico, al digital. ¿Estamos ante un anticipo del próximo paso de las sociedades humanas?
Tal vez. Muchas de las interacciones que antes manteníamos físicamente han sido progresivamente sustituidas por instrumentos tecnológicos. El mundo virtual cada vez vehiculiza más muchas de nuestras necesidades y a través de él se dan respuesta a las mismas. Desde hace varios años han explotado exponencialmente las videoconferencias, la prestación de servicios profesionales por internet, el teletrabajo o la formación on-line.
Y es sólo el principio. La tecnología ya permite una interacción máxima con un mínimo contacto físico. Por ejemplo podemos imaginar, en un futuro tan distópico como posible, un quirófano ultraequipado tecnologicamente al cual acudirán los enfermos sólos, siendo operados por equipos médicos repartidos a lo largo de todo el mundo y sin contacto físico alguno.
O niños en sus casas, equipados con aulas virtuales a través de las cuales se relacionarán con sus compañeros y profesores, haciendo innecesarios los centros escolares y desarrollando a través de las mismas los juegos, el ejercicio físico y los aprendizajes individuales y cooperativos que ahora se hacen de modo analógico.
La sociedad parece evolucionar hacia personas-burbuja, conectadas entre sí por medios digitales.
A poco que nos pongamos a pensar, veremos los indicios que demuestran que todo lo que nos envuelve podemos sustituirlo por estos medios digitales. Desde las actividades productivas a las de ocio, desde las más individuales a las grupales.
Sin embargo, parece que esa renuncia al contacto físico entre humanos tiene un alto coste. El sufrimiento que nos causa estar alejados unos de otros, no poder tocarnos, sentirnos, abrazarnos o acariciarnos es innegable. Y no parece una cuestión cultural.
Seguramente está en nuestro ADN como especie esa necesidad de contacto físico. De sobras es conocido la necesidad que de ello tienen los bebés para desarrollarse con normalidad y aunque también podamos imaginar una especie de crianza ultratecnológica que lo sustituyera algo nos dice que no funcionaría. O tal vez queramos creerlo así.
En cualquier caso, en las próximas décadas la especie humana va a tener que afrontar un desafío importante, del que esta crisis está permitiendo percibir algunos flashes.
La apuesta al final va a ser por la individualidad o la colectividad. Si el indivíduo sigue siendo la medida de todas las cosas, ese futuro distópico que tan apenas vislumbramos y en el que hemos comenzamos a caminar se hará realidad. Si la apuesta es por la comunidad, habrá que poner en marcha nuevos mecanismos de solidaridad y renunciar a ese modelo productivo que nos está llevando a hundir el planeta.
Como dice el filósofo Byung-Chul Han en este estupendo artículo que os recomiendo "este virus nos aisla e individualiza", pero "somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZON quienes hemos de repensar y restringir este capitalismo destructivo."
Es una cuestión de elección.
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Reflexiones hechas por Wang y yo en el periodo de confinamiento del Coronavirus, aguantandonos el cabreo que llevamos ante el teatro que nuestros políticos están llevando para garantizar a todos los ciudadanos unos ingresos mínimos para vivir dignamente y presenciar los modelos que están proponiendo para ello.
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