domingo, 4 de diciembre de 2016

Estratos y coordinación (y II)



Retomo hoy la segunda parte de la entrada que escribí hace unos días, antes de meterme en el charco de los bancos de alimentos. Hablaba entonces que uno de los principales problemas que el sistema de servicios sociales tenía para ser eficaz en su tarea eran las dificultades de coordinación de las políticas sociales. Tal y como os dije, lo explico un poco más ahora.

              
Pondré algún ejemplo. ¿Cómo puede abordarse desde los servicios sociales la situación de exclusión social de una familia desestructurada o multiproblemática, sin abordar paralelamente los problemas de empleo, vivienda e ingresos de dicha familia?

Se puede, como lo hemos hecho hasta ahora: integrando esas políticas de garantía de ingresos, empleo y vivienda en la de servicios sociales, y convirtiendo a las primeras en el objeto de estas últimas. Podríamos hablar largo y tendido de las consecuencias de todo ello, pero por ahora nos limitaremos a decir que el resultado es el fracaso con esa familia en los términos que venimos describiendo: podremos inducir algunos cambios en su situación, pero difícilmente conseguiremos que cambie significativamente su nivel de sufrimiento, esto es, de forma tan suficiente y duradera que les permita acceder a otro estrato superior de bienestar.

Otro ejemplo en otro ámbito: ¿Cómo puede trabajarse la integración social y relacional de una persona con discapacidad y su familia, cuando las prestaciones económicas que se les ofrecen y los recursos a nivel de centros y servicios son tan rácanos que ni siquiera compensan el diferencial de gasto que estas familias tienen que afrontar como consecuencia de la atención de la discapacidad de su miembro?

Pues también se puede, del mismo modo: convirtiendo a los servicios sociales en una especie de gestoría de prestaciones por dependencia, intentando ayudar a las familias a navegar por el inextricable mar de normativas, recovecos y largos tiempos de espera en que se ha convertido el sistema.

Sólo desde una coordinación muy estrecha entre todas las políticas sociales podemos ayudar a que personas y familias accedan a niveles superiores de bienestar y sólo desde esta coordinación y acción general de la política social se podrá ser eficaz en la concreta tarea de cada una de las políticas sectoriales.

Pero hoy estamos muy lejos de conseguirlo. El sistema educativo y el sanitario no se definen
en la práctica como parte de las políticas sociales. Son entidades autónomas que no necesitan la coordinación con ninguna otra para ejecutar sus actuaciones. Así, encontramos paradojas tales como que el sistema educativo no considera que sean tarea suya los comedores escolares, que están siendo sufragados en muchos lugares por el sistema de servicios sociales, bien autonómico o local. O la sempiterna indefinición de esa entelequia llamada espacio sociosanitario, que en la práctica se reduce a que el sistema sanitario expulse hacia el sistema de servicios sociales a los pacientes cuyas circunstancias vitales (vejez, enfermedad mental, dependencia…) dificultan el acceso a los servicios de salud.

En cuanto a las políticas sociales de empleo varias cuestiones. Por un lado están sobrevaloradas. Atención, no se me malinterprete: considero el empleo fundamental para el desarrollo personal y social de una persona, y por tanto, de su bienestar. Sólo me refiero a esa manida frase (y a los mensajes subyacentes a la misma) que tanto gusta a nuestros políticos y que viene a decir “la mejor política social es el empleo”, como si el tener trabajo fuera la piedra filosofal que permite a las personas progresar.  Pues no. En mi dilatada (y limitada, claro) experiencia, no he visto a una sola persona en situación de exclusión social salir de la misma sólo a través del empleo. Y cuando lo han hecho, como decíamos en la entrada anterior, no ha sido duradero. Ya lo del precariado lo dejamos para otro día, así como esa especie de acuerdo tácito en el cual la inclusión laboral de las personas en situación de exclusión social ha de trabajarse por el sistema de servicios sociales y no por el de empleo.

Mención aparte merecerían las políticas de vivienda y de garantía de ingresos, con una indefinición, confusión y deficiencias tales que no voy a comentar por no hacer muy larga esta entrada. Sólo diré que la caridad y la beneficencia me parecen más eficaces que lo que estas políticas están haciendo.

Y esa sea tal vez la causa del amplísimo descrédito de nuestro sistema y de la promoción y desarrollo tan atroz que las medidas caritativo-benéficas están teniendo. Y de que muchas de las medidas que estamos implementando en los servicios sociales sean de corte tan asistencialista que cuesta mucho distinguirlas de ellas.

Según Wang, son lo mismo, pero con una mano de pintura para que parezcan nuevas. 

2 comentarios:

  1. ¿Sabes Pedro? Cuando hay cosas que te dan vueltas y vueltas en la cabeza y crees que estás cansada, que llevas muchos años trabajando, que no es para tanto, que es una mala racha... porque en el fondo prefieres echarle la culpa a otras cosas... pero cuando Wang y tú decidís que mi domingo tenga un chute de realidad... Me entran ganas de llorar, aunque... mejor me doy yo también una mano de pintura. Un beso para los dos.

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  2. Querida Carmen, lo último que pretendo con mis entradas es provocar a nadie ganas de llorar, y menos a una profesional tan comprometida como tú. LLevamos muchos años navegando por estos mares tan revueltos que son los servicios sociales, así que aprovecha esa mano de pintura y tómate un vino de esos que tenéis por tu tierra y celebra con los tuyos que aún estamos a flote. Un abrazo.

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