viernes, 31 de agosto de 2012

Sobre la renta básica

Llevo ejerciendo de Trabajador social en un contexto en el que todas las personas y familias tenían garantizada la subsistencia, esto es, un mínimo para alimentarse, sobrevivir y un techo donde alojarse. Si no era con medios propios, la familia extensa o la propia comunidad, mediante distintas formas de ayuda mutua, garantizaba estos mínimos.

Naturalmente, he presenciado personas y familias en situaciones de pobreza extrema, pero más que por carencia de recursos, era por una inadecuada administración de los mismos. Este inadecuado aprovechamiento y utilización de los propios recursos venía determinado a veces por algún tipo de trastorno mental, aunque en la mayoría de ocasiones de las que he sido testigo respondía a determinadas características culturales y/o relacionales de las propias familias.


No es nuevo por tanto el fenómeno de personas rebuscando en contenedores de basura, a pesar de las fotografías y noticias que se han publicado. Lo que sí que parece nuevo es la generalización de tal práctica entre sectores de población que antes no la realizaban. Lo que antes respondía a otras razones, ahora empieza a hacerse como una verdadera necesidad para sobrevivir.


Porque todo ha cambiado en los últimos años de un modo vertiginoso. La crisis ha golpeado con dureza, de una manera que nunca pensamos y ahora empezamos a ver en lugares y contextos donde no existían antes situaciones de verdadera pobreza, que poco a poco engullen a más y más sectores y niveles de población.

Personalmente, creo que esta nueva realidad lleva tiempo situado a los Servicios Sociales ante una encrucijada, que a mi juicio tiene que ver con la dialéctica entre subsistencia e inclusión social. La mayoría de las prestaciones y recursos que manejábamos para la inserción social partían de la hipótesis de que las carencias en lo económico y en lo laboral estaban profundamente relacionadas con carencias en otras áreas (en lo relacional, en lo formativo, en lo cultural...), que debían ser superadas para solucionar las primeras. Mi experiencia me ha hecho presenciar que el dinero, por sí sólo, ni siquiera el empleo, es suficiente para sacar a las personas de la exclusión social. He visto fracasar reiteradamente con muchas familias prestaciones económicas y planes de inserción basados únicamente en lo laboral.

Y es que, como digo, la realidad está cambiando y creo que desde los Servicios Sociales estamos aplicando de una manera inadecuada prestaciones y recursos que no fueron diseñados, y por tanto son insuficientes e ineficaces, para responder de manera adecuada a las necesidades actuales. Vale aquí la frase de Mark Twain: "Si lo único que tienes en las manos es un martillo, tenderás a tratar todo como si fuera un clavo".

Desde el Trabajo Social creo que es una buena oportunidad para la reflexión, para re-pensar nuestras prácticas y también nuestros paradigmas. Porque de esta crisis nadie va a salir igual. Tampoco los Servicios Sociales, ni nuestra profesión.

Personalmente me parece importante desvincular la subsistencia de la inclusión social. La subsistencia es un derecho fundamental, tiene que ver con la propia vida, y como tal tiene que ser garantizado. La inclusión también es un derecho, pero a diferencia del primero, requiere la participación activa de la persona y de su voluntad para ejercerlo.

Por eso me parece fundamental en estos momentos, cuando la supervivencia de muchas personas comienza a estar amenazada, la instauración de una renta básica universal que garantice la subsistencia de las personas independientemente de cualquier otra circunstancia. Y despues, ya hablaremos de inclusión.

Habrá quien diga que no es el momento de instaurar una política social como la de la renta básica. Al respecto os remito a este interesante documento elaborado por la red rentabasica, que también os recomiento visitar.


jueves, 30 de agosto de 2012

Hai, la Muralla China y los platos rotos.

Los primeros esbozos de la gran muralla china se iniciaron en el s. V a. C. Su función era la de proteger las fronteras ante futuros ataques de otros pueblos. Algunas fuentes indican que su longitud es de 8.851 km, es decir 10.000 li, que en China equivale a infinito. Parece que actualmente sólo se ha conservado el 30%. En tiempos, estuvo custodiada por más de un millón de guerreros y también ha llegado a llamársele el“cementerio del mundo” porque en su construcción perdieron la vida más de 10 millones de trabajadores. Ahora es Patrimonio de la Humanidad.

Por fin Wang ha confesado. Ya os decía que, desde que vino de sus vacaciones en China, estaba un tanto raro, nervioso y atribulado. Ahora sé la razón. Sus padres le pidieron que acogiera en España a su hermana Hai. El no pudo negarse, pero lleva todo este tiempo muy preocupado porque sabe que la situación de su hermana, emigrando irregularmente, no va a ser nada fácil. ¡Con la que está cayendo!

Así que Hai ya lleva unos días viviendo con Wang. Ya le hemos contado la situación socioeconómica en la que nos encontramos y la política de recortes con la que nuestros gobernantes pretenden que creamos que la vamos a superar. Hai ya estaba al tanto, porque su hermano le había informado con el ánimo de desalentarla a venir, cosa que, obviamente, no consiguió.

Hai nos decía que los recortes en los derechos sociales más básicos, como son la educación, la sanidad, los propios servicios sociales, le llevaban a pensar en la muralla china. Tantos siglos de construcción, tantas personas a lo largo de la historia que se dejaron la piel por conseguir más igualdad, justicia y equidad, y de aquí a poco, ¿qué nos va a quedar? ¿El 30%? Y si pensábamos que ese logro era infinito, ya vemos que no, proseguía.. No sólo estamos expuestos a los ataques de los de fuera, es que los ataques más violentos vienen desde dentro y no sabemos ya en qué lado de la muralla nos tenemos que poner para defendernos y sobrevivir. Reflexionaba Hai sobre los esfuerzos que las naciones empeñan en conservar figuras como la Gran Muralla China.  Está bien. ¿Y los derechos sociales? ¿Y la dignidad de las personas?

Como veís, Hai tiene razón en muchas de sus apreciaciones.  Además, nos comentó que en China tienen un proverbio que viene a decir algó así como
                    Chéng mén shī huǒ, yāng jí chí yú
                            失 火,殃 及 池
que es como decir, “los señores se pelean y los siervos pagan los platos rotos”, que me pareció una perfecta analogía sobre la dialéctica política y sus repercusiones en los ciudadanos.

En fin. Defender la muralla y pagar los platos rotos. En poco tiempo ha definido Hai lo que va a ser nuestra tarea para los próximos tiempos.

lunes, 27 de agosto de 2012

Como un "ecce homo"


Ha sido la noticia “friki” de agosto. Una ancianita, con toda su buena voluntad, restaura una pintura de Jesucristo en una pequeña iglesia de su pueblo y el resultado de tal restauración es tan fallido que, una vez que se difunde, circula por rapidez por todo el mundo a través de las redes sociales. Medios de comunicación de los cinco continentes comentando el tema y una cantidad ingente de personas compartiendo y analizando el hecho.

La noticia tiene muchas lecturas. Por ejemplo, la potencia de las redes sociales para difundir un hecho que, sólo unos pocos años antes, apenas hubiera tenido una pequeña repercusión local. O el estado de nuestro patrimonio artístico y cultural, su conservación y su vigilancia. Incluso las repercusiones en forma de propaganda y publicidad para el pueblo donde han ocurrido los hechos. Por no hablar del papel de estas noticias, entre el gracejo y la burla, dentro de la situación actual de crisis del pais.

Todos estos aspectos configuran lo poliédrico de esta noticia, y darían para escribir un par de tratados y unos cuantos ensayos. Pero yo voy a comentar y referirme especialmente a unos aspectos sociales y convivenciales que me parece que están pasando desapercibidos, ocultados por el resto de aspectos y por el enfoque dado a la noticia por los medios de comunicación.

Yo conozco a Cecilia, la octogenaria responsable de la restauración. Sé de su vida y de sus circunstancias familiares y personales, que no voy a comentar aquí, por que además son comunes a las de muchas otras ancianas. Sobrepasada por las repercusiones de su actuación Cecilia lo ha pasado mal, lo que ha hecho que, principalmente en su pueblo, se haya generado una corriente de simpatía, afecto y apoyo hacia ella. Lo que empezó como una ligera reprobación hacia su restauración (nunca hacia su persona) se ha convertido primero en una disculpa (lo hizo con buena voluntad) y luego en una franca felicitación (es más importante la promoción obtenida para el pueblo que el destrozo de una obra de dudoso interés cultural o artístico).

No seré yo quien juzgue a esta Cecilia, pero como conozco a más “Cecilias”y en mi vida profesional me he encontrado con muchas de ellas, voy a permitirme analizar algunas de sus actuaciones. Cecilia ha actuado en el terreno artístico. Las “Cecilias” que yo conozco actúan en el terreno social. Pero son parecidas.

En primer lugar son buenas personas o al menos entre sus motivaciones no está el dañar a nadie. Su sensibilidad (artística o social) hace que detecten un problema. La protagonista de nuestra noticia fue una pintura que se estaba deteriorando. En el caso de las “Cecilias” sociales detectan o se sensibilizan con alguna persona o familia que está atravesando algún tipo de dificultad.

Y se lanzan a restaurar y reparar el daño detectado. Sin preguntar, sin pedir permiso, obviando los sistemas reglamentados para esas “restauraciones” y por supuesto, a los restauradores profesionales. Legitimadas por su buena voluntad y porque su afición a pintar (o a ayudar) les hace pensar que están capacitadas para ello. Además, opinan que nadie se estaba ocupando del daño, así que, ¿qué mal hay en que lo hagan ellas?.

Es la lógica del individualismo. La comunidad tiene arbitrados unos mecanismos para la solución de los problemas, pero pueden ser obviados cuando mi sensibilidad así me lo indica.

Esta actitud está legitimada,  y en muchas ocasiones felicitada y premiada, por la sociedad en general, independientemente del resultado de la restauración.

¡Cuántas veces he presenciado este tipo de actuaciones! Personas bienintencionadas ocupándose, sin ningún tipo de formación profesional, de los problemas de una persona o familia. Y aplaudidas por la sociedad, aunque el resultado de su ayuda (y perdón por la analogía, pero no me resisto) deje a la familia como un “ecce homo”.

Episodios como este hace que me plantee qué largo y difícil es el camino que lleva desde la beneficencia al bienestar social.

viernes, 10 de agosto de 2012

Beneficencia

    Aunque estemos en Agosto y los días más calurosos del año no inviten demasiado a la reflexión, no me resisto a comentar las últimas medidas del Gobierno español sobre la Sanidad, en lo que me parece el descarado desmontaje de un sistema universal y gratuito para convertirlo en uno elitista y mercantil. Vale aquí la frase "cuando las barbas de tu vecino veas pelar...", porque tengo la sensación de que lo que se aplica en Sanidad se aplica poco después en Servicios Sociales.


    Cuando comencé a trabajar en esto de los Servicios Sociales, hace casi 25 años, una de las principales tareas que me encargaron en mi Ayuntamiento fue la revisión de un dispositivo que había venido funcionando desde tiempos predemocráticos: el Padrón de Beneficencia. Muchos de vosotros lo recordareis. Era una especie de Sanidad para pobres en la cual el Ayuntamiento se hacía cargo de la asistencia sanitaria y farmaceútica de las personas que no tenían derecho a la Seguridad Social y carecían de medios para financiársela.

     A mi juicio, era un sistema bienintencionado que partía de un hecho incontrovertible: una Comunidad no puede permitirse tener entre su población a personas enfermas sin atenderlas. Además de peligroso para la propia Comunidad, en aquella España católico-franquista era moralmente reprobable el no atender a los enfermos.

    En el Padrón que yo conocí era el propio Alcalde del municipio el que proponía al Pleno Municipal la incorporación de las personas al mismo. Tras ello, se les asignaba un médico de los que, voluntariamente, participaban en el programa (por aquel entonces los médicos todavía atendían en sus domicilios, los ambulatorios y posteriormente Centros de Salud estaban apenas iniciándose) y estos médicos facturaban su intervención al consistorio. Del mismo modo se pagaban las recetas farmaceúticas que prescribían.

   Además de estigmatizador (era público, dado que se aprobaban en los Plenos las personas beneficiarias y sus tratamientos), el sistema era muy limitado, pues su cobertura era muy básica. Si se necesitaba una prueba medianamente especializada, quedaba en manos de la caridad de alguna persona o entidad benefactora o de los contactos personales del médico de turno.

    Lo primero que se cambió fue la necesidad de incorporar un informe social para acceder al Padrón. Posteriormente, el análisis individualizado caso por caso y las leyes y normas que por aquel entonces estaban desarrollándose (Ley de Pensiones no contributivas, LISMI, asistencia sanitaria para personas sin recursos...) permitieron que todas las personas que lo integraban fueran incorporándose al Sistema Sanitario general.

     Cuando el Padrón se cerró, consideramos que habíamos logrado en nuestro municipio incorporar un granito de arena hacia dos principios que nos inspiraban en la política social: la NORMALIZACIÓN y la UNIVERSALIDAD.

    ¿Por qué os cuento esta historia del "abuelo Cebolleta"? Por que resume justo lo contrario que la política social que nos están imponiendo. Una vuelta al asistencialismo, a la caridad, basada cuando más en la compasión y cada vez más alejada de los derechos sociales que con tanto esfuerzo hemos construido. Como bien dice nuestro compañero Gustavo García en este  artículo, la beneficencia sólo pretende "destacar la bondad del benefactor frente al pobre, cuya cualidad de desvalido se evidencia para destacar el valor de quien le ayuda". A eso caminamos, si no lo impedimos entre todos. Otra vez más.