martes, 28 de marzo de 2017

...y con poder, tampoco se puede.

Hace unas semanas reflexionaba en este blog sobre el poder, y más concretamente sobre el poder profesional, que definía como la capacidad e influencia para cambiar las cosas. A raíz de algunos comentarios recibidos como consecuencia de esa entrada he creído conveniente completarla para aclarar algunos de los conceptos que en ella exponía.


Terminaba la entrada con una frase de Wang en la que me decía que "sin poder, no se puede". La principal aclaración ya la habréis adivinado con el título de esta entrada "...y con poder, tampoco se puede".

Esto es, mi concepto de poder lleva implícito la renuncia del mismo. No, no tenemos poder para cambiar las cosas, y mucho menos a las personas. 

Inserto ahora un aviso para estudiantes y profesionales que -ojalá- estén comenzando a ejercer: podéis dejar de leer esta entrada. Seguro que estáis ilusionados y convencidos de salir al mundo a cambiar la vida de las personas, mejorar sus condiciones, incrementar su bienestar y todas esas cosas que se aprenden durante los estudios de nuestra disciplina. No leáis más, de verdad. No quiero quitaros esa ilusión, sin la que estoy convencido de que no se puede ejercer. Tan sólo creo que debemos ser conscientes de que se trata de eso, de una ilusión. En lugar de esta entrada os recomiendo esta otra de otro compañero bloguero, Israel Hergón, que reflexiona sobre lo que es el Trabajo Social mediante una sugerente disertación entre lo académico y lo divulgativo.

A los que decidáis continuar (allá vosotros), os diré que estoy convencido de que nadie tiene la capacidad de cambiar la vida de nadie. Ninguna persona, ningún profesional, ninguna disciplina. 

Podemos manejar con soltura toda la legislación y normativa referente a un caso. Podemos conocer todos los recursos que podrían aplicarse. Podemos poner en marcha toda nuestra pericia técnica en la relación con los participantes del mismo. Podemos aplicar el más adecuado protocolo y utilizar las mejores herramientas. Pero siempre, siempre, el resultado será impredecible y dificilmente atribuible a nuestra acción.

Poco a poco me he ido haciendo consciente de la extrema complejidad de los sistemas humanos y sociales y de la necesidad de asumir e incorporar su inherente impredecibilidad. El azar juega un papel importante y creo que las lógicas lineales en las que todo está determinado según unas causas y sus consiguientes consecuencias son tan tentadoras como erradas. 

A mí me costó tiempo asumir esa incapacidad. Al principio la veía como fracaso. A veces sentía que en un caso había (habíamos) hecho todo lo correcto y que, con mucho trabajo y dedicación, no habíamos dejado ni un cabo suelto. Y el caso no se solucionaba. Otras veces, en cambio, el caso parecía solucionarse sin apenas intervención por nuestra parte, o por la intervención de algo o alguien que ni de lejos podíamos prever o valorar como necesaria.

Experimentar la realidad de estar insertos en sistemas complejos, con una diversidad casi infinita de variables, personas, profesionales e instituciones implicadas es una buena manera de conocer los límites de nuestra acción y de transitar responsablemente por los caminos de la humildad.

Ya os he comentado en alguna ocasión que hace tiempo que hice mías estas palabras de Barudy:
 “...no me veo como el detentor de un poder 
para cambiar, cuidar, ayudar o hacerme cargo de alguien, 
sino más bien como una persona capaz de relacionarme con otros para perturbarles, 
a raíz de mi creatividad, 
en el sentido de estimular sus potencialidades y sus posibilidades de cambio".

 Tomar conciencia de que nosotros no podemos cambiar nada es sin duda un duro aprendizaje. Pero también liberador. Nos sitúa ante los límites de nuestra acción y de que, tal vez, el único cambio accesible para nosotros es el nuestro. Y ni siquiera ese cambio podemos hacerlo nosotros: necesitamos a los demás.

Así que, ya lo sabéis. No se puede. Y hay que tomar conciencia profunda de ello, porque sólo así podremos seguir trabajando para  hacer lo correcto y necesario en cada situación. 

Y es que a pesar de que no se pueda, tenemos que seguir haciéndolo. Es nuestra responsabilidad.

martes, 21 de marzo de 2017

¡Que nadie se quede fuera!

Hace unas semanas, Mª José Aguilar, entre otras cosas compañera bloguera, nos propuso a la Blogotsfera una acción coordinada con motivo del Día Internacional del Trabajo Social que, como sin duda habreís adivinado, este año se celebra hoy. La acción incluía publicar una entrada en cada blog con motivo de la efemérides, así que aquí va la mía.


¡Cómo no colaborar con semejante iniciativa!, le dije enseguida a Wang en cuanto leí la propuesta. Así que me puse entusiasmado a leer el tema-lema del día este año, sobre el que debíamos reflexionar y me encuentro lo siguiente:
"El Trabajo Social como promotor de comunidades y entornos sostenibles".
y os confieso que el entusiasmo dejó paso al desasosiego.

Como muchas cosas en esta profesión, me genera sensaciones contradictorias. Me parece atractivo y me golpea en el estómago. Lo veo sugerente al tiempo que demasiado general y vacuo. Creo que conecta con una de nuestras funciones (desarrollo comunitario) y a la vez no sé muy bien a qué se refiere. Me suena como una canción descompasada, como si la música y la letra no terminaran de ajustarse.

Aunque me toca desarrollar algunas tareas y funciones de Trabajo Social Comunitario y manejo algunas claves, no soy especialista en ello. Unido a que lo de "entornos sostenibles" lo asocio a temas más relacionados con la ecología (que me interesan profundamente, pero que tampoco soy muy ducho en ellos), pues me encuentro con que no sé muy bien qué puedo aportar a esta reflexión.

De modo que lo haré desde la clave de nuestra presencia social. Sé que es una sensación personal la confusión que a mí me genera el lema pero... ¿y las personas ajenas a nuestra profesión? ¿Qué les aporta el lema? ¿Qué imagen de nuestra profesión transmite? ¿Les aclarará con respecto a nuestras funciones? Pienso en la cantidad de profesionales con los que trabajo en red y también en personas no profesionales, que hayan tenido o no contacto con nuestra disciplina... Si mañana me preguntan cómo hacemos eso que pone en el lema, reconozco que me ponen en un brete. O no voy a saber explicarlo o no me van a entender.

Creo que mi argumentación iría por la sostenibilidad social. Intentaría simplificar el concepto y diría que no son comunidades sostenibles aquellas que dejan gente fuera. Y a eso nos dedicamos en el Trabajo Social. A que nadie se quede fuera. A que todo el mundo, sea cual sea su condición personal, pueda desarrollar al máximo sus capacidades, integrarse en la sociedad y convivir en ella en libertad sin sufrir ningún tipo de exclusión o violencia.

Y en estos tiempos de fronteras, muros y desigualdades... es una tarea tan necesaria como apasionante.

Así que ¡Feliz día del Trabajo Social a tod@s!

jueves, 16 de marzo de 2017

Mauricia, virgen y mártir



¡Milagro! Una mujer de 64 años, burgalesa, ha dado a luz a dos mellizos tras someterse a un tratamiento de fecundación en Estados Unidos. Podéis ver aquí la noticia.


Paolo de Matteis - The Annunciation
Aceptamos el milagro. Las ciencias adelantan que es una barbaridad y lo que la naturaleza ha negado, puede la técnica milagrosa modificarlo y hacer que una mujer pueda ser madre a una edad tan avanzada.

Pero aceptado, no podemos por menos que señalar que el tema está lleno de conflictos éticos, que se acentúan cuando conocemos los detalles del caso.

Dos de ellos: Que la sexagenaria señora, de nombre Mauricia, está incapacitada laboralmente desde hace años por un trastorno paranoide de la personalidad. Que a los 58 años tuvo a su primera hija, que le sería declarada en desamparo y retirada por los servicios de protección de menores tres años más tarde.

¿Es compatible por tanto el derecho que esgrime esta mujer a ser madre con el derecho que sus hijos recién nacidos tienen a crecer en un entorno favorable? ¿Puede esta mujer proporcionárselo?

Aunque con los datos que constan en la noticia puedo formarme una opinión al respecto, me abstendré de hacerlo, pues de sobras sé que para expresar un juicio de estas características se ha de contar con más elementos y con un análisis y conocimiento bastante más profundo que el que aparece en la misma.

Pero como en ella aparecen otros elementos en los que se presenta a esta mujer como una pobre víctima de los malvados servicios sociales, que ya le retiraron una hija y ahora teme que sus nuevos hijos “caigan también en sus manos”, me veo en la obligación de aclarar y señalar algunas cosas.

Acepto como digo el milagro, pero no el martirio.

El Sistema de Servicios Sociales, aún con todas sus deficiencias, y dentro de él, el Sistema de Protección de Menores, tiene de todo menos de arbitrario. Los menores no se declaran en desamparo gratuitamente y los niños y niñas no son “arrancados” de ninguna familia sin unas sólidas pruebas de negligencia, maltrato y desprotección. La declaración de desamparo además es la última opción y antes se exploran e intentan activarse cualquier medida y alternativa que haga posible que esos menores permanezcan en su propio entorno familiar.

Y como conozco el tema, y la seriedad y responsabilidad con la que se trabaja en el sector, le digo a esta señora que no me trago lo de que quiera presentarse como una mártir y como la víctima de un atropello. Que no cuela, vaya.

Aun admitiendo que pueda cometerse algún error, en la decisión de retirar y tutelar un menor intervienen equipos de profesionales que realizan un estudio profundo del caso, en un proceso largo y complejo. No se retira ningún niño o niña a la ligera, ni con unas acusaciones tan caricaturizadas como las que suelen esgrimir las familias que no son conscientes (ni saben, ni quieren, ni pueden reconocer) el maltrato al que sometían a sus hijos.

Y más allá de todo esto, hay otro elemento en la noticia que me ha llamado la atención. Cuando el Gobierno regional decreta el desamparo de la menor, la alcaldesa del pueblo sale en su defensa y escribe una carta relatando que “Mauricia contaba en el pueblo con el apoyo familiar suficiente para atender a su hija”.

¿No tienen los alcaldes otra cosa que hacer que meterse donde no les llaman? ¿Desde cuándo una alcaldesa es la encargada de valorar los apoyos familiares o las capacidades parentales? Tan clara injerencia del poder político en unos aspectos técnicos debería conllevar, sino la inhabilitación, sí el apercibimiento de esta preboste. Un tirón de orejas y una recomendación: zapatero a tus zapatos.

Porque va siendo hora de pedir a muchos políticos no sólo el respeto que el sistema de servicios sociales merece. Es necesario también que colaboren al prestigio del mismo no sólo evitando esas injerencias, sino además dotándole de los medios necesarios para realizar adecuadamente su labor.

Y en el tema que nos ocupa, la protección a la infancia, los recursos y medios deberían incrementarse exponencialmente, con prioridad absoluta.

Es donde nos jugamos el futuro como sociedad.

Porque ni Wang ni yo, lo confesamos, creemos en los milagros. A pesar de Mauricia y de su "milagroso" y caro embarazo.

lunes, 13 de marzo de 2017

El odio viaja en autobús



Sé que no tendría que sorprenderme, pero la verdad es que no puedo evitar hacerlo cada vez que soy consciente del crecimiento de la violencia, el odio y la agresividad en nuestra sociedad.


Y no me refiero sólo a la cantidad de sucesos luctuosos que, día sí, día también, venimos presenciando por ejemplo en asuntos como la violencia contra la mujer, agresiones a la infancia bajo diversas formas o episodios donde la xenofobia o la homofobia se expresan con contundencia.

A mí siempre se me queda el estómago revuelto con estas noticias a la par de con la sensación de que no terminamos de abordar con eficacia el fenómeno de la violencia en general. Más allá de las particularidades de cada sector, no veo que los diagnósticos y  estrategias que estamos utilizando sean útiles.

Pero como digo estos episodios violentos no son lo único preocupante. Hay una violencia institucional, que muchas veces no identificamos como tal y que considero el germen de muchos de esos episodios concretos.

Por ejemplo, el tema de los refugiados. Las resistencias de nuestros gobernantes a acoger a personas y familias que lo único que hacen es arriesgar su integridad para huir de unas condiciones de vida miserables y violentas es algo absolutamente indigno que, además, contiene un mensaje muy peligroso. El refugiado (y por extensión el emigrante y el extranjero) no son sujetos de protección, ni siquiera importan como seres humanos. Son seres peligrosos, cuya sola presencia en nuestro país se vive como amenaza: tienen una religión y cultura distinta, son potencialmente violentos o, simplemente, no podemos permitirnos el mantenerlos.

Con este mensaje que se lanza nadie debería sorprenderse de que los fenómenos de intolerancia y racismo se extiendan sin control.

Pero uno que a mi juicio merece una reflexión especial es el esperpento al que asistimos hace unas semanas con ese autobús naranja que definía como amenaza para la sociedad las diversas formas de vivir la identidad sexual y de género.

Todavía no entiendo cómo se puede defender semejante desatino.  ¿Cómo puede un obispo, (enlace) representante de una institución como la iglesia católica, ser tan irresponsable como para defenderlo? ¿Cómo puede un filósofo con la repercusión mediática de éste (enlace), defender ese autobús diciendo que no ve ninguna incitación al odio y poniéndolo en igualdad con la otra campaña (a la que al parecer este autobús pretendía contestar) que intentaba sensibilizar sobre la transexualidad?

¿Qué tipo de objetivo pretenden?  ¿No saben que eso sólo va a generar más incomprensión sobre esas personas, que en vez de ser normalizadas e integradas en sus comunidades van a ver incrementado el riesgo de ser estigmatizadas y agredidas? ¿Cómo no pueden ver la diferencia entre la primera campaña (que sólo defiende unos derechos reconociendo determinadas situaciones personales) y la segunda (que se limita a negar esos derechos y deslegitimar esas situaciones)?

Es algo que comienza a ser demasiado recurrente. Cualquier reivindicación, por legítima que sea, que intente luchar por los derechos de algun sector de población, es contestada y atacada por otros sectores que consideran, habitualmente por razones meramente ideológicas, que no deben adquirirlos.

Sucede con los inmigrantes, sucede con las reivindicaciones feministas, sucede con la renta básica...

Resumo: percibo que la verdadera herencia que nos va a dejar esta crisis y los últimos gobiernos conservadores que hemos sufrido es un incremento de la intolerancia y del odio a lo que consideramos diferente.

Y eso, unido a nuestra incapacidad para abordar la violencia, es un cóctel muy peligroso…

domingo, 5 de marzo de 2017

Consejos para pobres

Hace un tiempo, en un viaje a Sevilla, tuve la oportunidad de visitar el Hospital de la Caridad, un edificio del siglo XVII perteneciente al barroco sevillano. En él encontré una inscripción que me pareció de mucha actualidad en estos tiempos que corren, así que os la comparto.


Dicho hospital, como muchos otros edificios en distintas ciudades en esa época, era la sede de una institución benéfica, en este caso la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla, fundada en el siglo XV y dedicada a atender a los enfermos desvalidos, ocuparse de los necesitados y dar sepultura a los reos condenados a muerte.

La inscripción a la que me refiero responde a los valores y modos de acción social que se desarrollaban en esos siglos, pero sus enseñanzas son tan actuales que las considero de perfecta aplicación para la acción social moderna y para el sistema de servicios sociales que estamos desarrollando.

Es la siguiente:


No me negaréis que contiene mensajes muy útiles y actuales. Tal vez haya que traducir un poco, ya sabéis, cosas de la época. 

Obviaremos las referencias católicas, ya sabemos que en la actualidad nuestro estado es laico y aconfesional, ¿no?
 
Por lo demás, la parte que dice "perol de sopa y pan de los pobres" la podemos sustituir como "bancos y campañas de alimentos". Sí, justo esas a las que hace poco nos animaba a participar nuestra flamante ministra de servicios sociales. De plena actualidad, vaya.

Además en aquella época, ya véis que estaban muy adelantados... No se conformaban con el asistencialismo, qué va. Además proponían consolar a los pobres y enfermos y darles "santos consejos". Nosotros hemos traducido eso en una cosa que llamamos "contraprestaciones" y que les entregamos a los pobres junto a cada plato, ¡perdón!, junto a cada prestación.

Pero a mí la parte que más me gusta es la dirigida a los profesionales: "reprimir la ira y ejercitar la paciencia". ¿Es o no un consejo útil? ¿Cómo si no íbamos a poder lidiar con toda esa población de pobres que atendemos y que, no nos olvidemos, son pobres porque no quieren trabajar? No podemos enfadarnos con ellos, un poco de paciencia, por favor...

 Y si me gusta mucho ese consejo para los profesionales, mucho más útil me parece la recomendación a los pobres. Que "sujeten la ira y la impaciencia" y sobre todo, que "ofrezcan a Dios sus dolores y penalidades". Pues eso, también paciencia. El Estado les cuida, ya hace todo lo posible por ellos, los recursos son limitados, no hay para todos, estamos creando empleo...

A Wang le han parecido tan necesarias estas enseñanzas y recomendaciones que está pensando en lanzar un crowdfunding para editar unos paneles y colocarlos en todos los Centros de Servicios Sociales de nuestro territorio. 

Si estáis interesados, no dudéis en poneros en contacto con él.