martes, 16 de junio de 2015

Radicales y miserables

Comentaba yo con Wang el otro día algunas de las propuestas que en materia de política social empiezan a configurarse como consecuencia de las nuevas relaciones de poder que se han establecido tras las últimas elecciones. Al igual que en otras ocasiones, sus reflexiones me han dejado tan pensativo que he decidido compartirlas con vosotros.



Y es que yo le comentaba mi preocupación ante lo inconcreto de muchas de estas medidas y sobre mis dudas de que, las que al final la correlación de fuerzas políticas va a permitir, vayan a reducir de verdad la insoportable pobreza y desigualdad que se ha instalado en nuestra sociedad.

Hasta ahora, los nuevos políticos se parecen, muy a su pesar, a los viejos, y andan metidos todos en unas dinámicas de acceso al poder que de momento está relegando el verdadero planteamiento de las medidas necesarias. 

No me malinterpretes, le decía yo a Wang. Que a lo mejor todo esto es necesario. Que tal vez la política tenga algo de necesario teatro y pronto, cuando se acaben las luces de la función, los políticos se pongan a solucionar de verdad los problemas. Tal vez. Pero de momento, desde el pequeño rincón desde el que veo las cosas, no acierto a ver muchos motivos para la esperanza. 

En nuestro país hemos convivido con ocho millones de pobres durante muchos años, sin haber acertado con una política social que solucionase dicho problema. Ahora estamos en doce millones de pobres, cifra igual de insostenible, injusta e innecesaria que la anterior, a la cual creo que al final nos acostumbramos y toleramos mirando hacia otro lado. Y no veo nada novedoso en las políticas sociales que se proponen que me lleve a pensar que el problema se vaya a solucionar ahora.

  •  -Paciencia, me sugiere Wang. -Igual en un poco más de tiempo vemos cómo cristalizan algunas medidas coherentes y eficaces.

  • -Vale, te haré caso. ¿Y mientras esperamos, qué hacemos?, le pregunté con un poco de sorna, he de reconocerlo.
  • -Siempre te puedo contar un cuento. Respondió, volviendo a sorprenderme. -Por ejemplo, éste: Se titula "Los barcos viejos"

"Cuando Yu Li-si abandonó la capital para regresar a su pueblo natal, el primer ministro puso un funcionario a su disposición para que lo acompañara y le dijo:

-Elige para tu viaje el barco del gobierno que más te agrade.

El día de la partida, Yu Li-si fue el primero en llegar al embarcadero. Había allí varios miles de embarcaciones amarradas a lo largo de la ribera. Todo esfuerzo para reconocer los barcos del gobierno le resultó inútil. Cuando llegó el funcionario que debía acompañarlo, le preguntó:

-¡Aquí hay tantos barcos! ¿Cómo distinguir los del gobierno?

-Nada más fácil -contestó el funcionario-. Aquellos que tienen el toldo agujereado, los remos quebrados y las velas rasgadas, son todos barcos del gobierno.

Yu Li-si levantó sus ojos al cielo y suspirando se dijo a sí mismo: "No es de extrañar que el pueblo sea tan miserable. ¡El emperador seguramente también lo considera como propiedad del gobierno!"

Y Wang se marchó sonriendo mientras yo me quedaba pensando en cómo los gobiernos van a solucionar el problema de la pobreza con unos barcos tan viejos...

domingo, 7 de junio de 2015

Del futuro de los Servicios Sociales y otras películas...

Últimamente el compañero Nacho y yo hemos iniciado un diálogo bloguero sobre nuestra visión del Sistema de Servicios Sociales. Como siempre,  él aporta su pragmatismo y su optimismo. Por mi parte intento avisar de los riesgos utilizando cierto tono escéptico e irónico que tal vez no siempre se entienda.



Ante mis apreciaciones sobre la crisis del Sistema de Servicios Sociales y sobre la deriva en la que el Trabajo Social y los Servicios Sociales nos encontramos, Nacho viene a contraargumentar que no todo está perdido. Que hay muchas iniciativas en los Servicios Sociales donde se trabaja muy bien, desarrollando programas, proyectos y atenciones muy adecuados. Actuaciones que trascienden la política benéfico-asistencialista a la que muchas veces nos empujan, para entrar en territorios de promoción y de incremento del bienestar que son la verdadera esencia de nuestro quehacer.

Podría decir que esas iniciativas son aisladas e insuficientes, pero no lo haré. De sobras sé, pues a lo largo de mis años de ejercicio profesional he podido presenciarlo, que las "buenas prácticas" (aunque no me gusta esta terminología), están muy extendidas en nuestra profesión. Sé de cantidad de centros y de profesionales que trabajan de una manera muy correcta, que desarrollan proyectos de mucha calidad, que son capaces de responder a la realidad social actual de una forma muy útil. Del mismo modo que conozco (las he nombrado muchas veces) auténticas iniciativas de reforma y denuncia social, que entroncan directamente con la verdadera razón de ser del Trabajo Social y que utilizan metodologías participativas y comunitarias con mucho acierto.

Tal vez os parezca una aberración, pero no he visto la película Matrix, a la que se refiere Nacho en su entrada. Lo he intentado un par de veces, pero no he conseguido terminarla. De todos modos, estoy de acuerdo con él. No pienso que los centros en los que se trabaja bien sean el último reducto para el Trabajo Social o los Servicios Sociales.

Dicho lo cual, también he de plantear que la gran mayoría de estas iniciativas son realizadas a costa exclusiva de los hombros de los profesionales, obligados a realizarlas con escasos medios y reconocimiento. Lo cual, obviamente no les quita ningún mérito, más bien al contrario. Pero sí que les añade algunos riesgos. Por ejemplo, en muchas ocasiones, al no ser asumidas por las instituciones ni demandadas por la ciudadanía son iniciativas prescindibles.

En todo caso, me parece que Nacho tiene razón cuando intenta señalar lo positivo del sistema. Muchas veces miramos más lo negativo, lo que nos falta, que lo que hacemos y así no ponemos en valor nuestros aciertos ni nuestra utilidad.

Eso compensa otras estrategias, como la que utilizo yo en algunas ocasiones. Señalar los riesgos. Tal vez abuse de ello o, en alguna ocasión, me permita alguna licencia con el ánimo de remover y perturbar.

En este sentido, hace ya tiempo que hice mía esta reflexión de Jorge Barudy, reflexión que he convertido en una de mis guías para ejercer el trabajo social:

“...no me veo como el detentor de un poder para cambiar, cuidar, ayudar o hacerme cargo de alguien, sino más bien como una persona capaz de relacionarme con otros para perturbarles, a raíz de mi creatividad, en el sentido de estimular sus potencialidades y sus posibilidades de cambio. Los límites de mi acción están determinados por mi propia estructura y por mi reflexión ética, realizada en el marco de un trabajo en equipo que me permite evaluar en cada momento los riesgos de mis intervenciones para la vida de las personas implicadas, así como para la mía.” 

Por todo ello, pido disculpas si alguien se siente perturbado en demasía por algunas de mis reflexiones. Tan sólo pretendo que, en servicios sociales, no nos pase como a los protagonistas de la película de Amenabar, "Los Otros", y nos demos cuenta demasiado tarde de que estamos muertos.