miércoles, 18 de diciembre de 2019

Más madera... ¡es la guerra!


Últimamente tengo a Wang un poco taciturno y muy reflexivo. Llevo varios días hablando con él del Sistema de Servicios Sociales y de mi sensación de que las contradicciones que vivimos en él no hacen sino incrementarse.

 Wang no me da ninguna pista útil que me ayude a comprender qué está pasando, aunque sí me señala que la situación que le describo le recuerda una metáfora que en ocasiones ya hemos utilizado.

Se trata de la escena del tren en la famosa película de “Los hermanos Marx en el Oeste”, en la que estos hermanos se dedican, durante una persecución, a deshacer los vagones del tren para alimentar la locomotora, llegando el tren a su meta totalmente destrozado, en un estado lamentable.

Wang tiene razón. Es una metáfora que describe con bastante precisión algunas dinámicas que observo en el Sistema de Servicios Sociales.

La principal dinámica que me preocupa últimamente es cómo hemos integrado, como hemos asumido en amplios sectores profesionales, que la función del Sistema de Servicios Sociales es básicamente la de prestar asistencia a los ciudadanos que no ven satisfechas las necesidades que debieran cubrir el resto de Sistemas Públicos de Protección Social.

He hablado en este blog de esta posición residual y de su consecuente función asistencial de una manera reiterada y bajo todos los ángulos que he ido descubriendo. Lo que subrayo ahora principalmente es cómo ese modelo se ha integrado en la cultura de los profesionales y de los servicios hasta hacerlo propio. En ocasiones por opción. En otras por pragmatismo. En otras por pensar como imposible otro modelo. Y en otras como opción estratégica para introducir cambios.

Sin juzgar esas razones, mi sensación es que el modelo que se ha impuesto, y que no hace sino incrementarse cada vez más, es el fruto de esa combinación de lo residual junto a lo asistencial, constituidos como los dos pilares básicos de nuestro Sistema. Los pilares del pilar, vaya.

Con la lógica de ese modelo, enfrentar los problemas de la población (pobreza, pongo por caso) o los graves problemas estructurales de nuestra protección social (la canallada por ejemplo de denegar una renta mínima por falta de presupuesto), requiere de una única solución, que es la que se reclama indefectiblemente: más recursos.

Y ahí andamos, pidiendo más recursos para hacer más y mejor nuestra función asistencial y residual del resto de sistemas. Igual que andaban los hermanos Marx destrozando los vagones del tren para alimentar la locomotora.

Hace un tiempo, el ex-presidente de Uruguay, Pepe Múgica, en el Seminario de Democracia de América Latina planteaba que "Nuestra lucha no es solo por la democracia, sino por otra civilización". Yo lo suscribo y lo adapto con humildad a nuestro contexto de servicios sociales: nuestra lucha no es sólo por más servicios sociales, sino por otra política social.

Nueva civilización y nueva política social.

Igual van las dos cosas juntas, me señala Wang. Ahí sí que me ha hecho pensar...

martes, 10 de diciembre de 2019

Sísifo y el río


Anda el Sistema de Servicios Sociales en una crisis de identidad fruto de su indefinición como sistema y del papel residual que ocupa en su relación con el resto de Sistemas Públicos de Protección Social.



El grado de conciencia sobre esta crisis no es ni mucho menos homogéneo. Hay quien considera que el modelo está agotado y que la deriva asistencialista que nos ha invadido desvirtúa el objeto del sistema. Hay quien piensa, sin embargo, que es principalmente en lo asistencial donde se encuentra la verdadera razón del mismo.

Cada vez el sistema se encuentra más escorado hacia lo paliativo y lo asistencial. Las condiciones estructurales socioeconómicas generan tal cantidad de problemas para los ciudadanos que el trabajo con las consecuencias de los mismos se hace ineludible.

En la clásica parábola del río, (utilizada por el antropólogo Saul Allinsky para explicar la necesidad de analizar las causas profundas de los problemas sociales y de las desigualdades de clase, en lugar de buscar soluciones puntuales a problemas específicos), hemos renunciado a analizar y preguntarnos porqué hay tantos cuerpos flotando en el río.

Nos limitamos a rescatarlos y ya está. Si caen de nuevo, o las razones (de orden individual, social, o de una combinación de ambas, como muchas veces olvidamos) da igual. Ya les volveremos a sacar. Al fin y al cabo, sólo es necesario reclamar más medios para ello.

Trabajar con las causas es complejo. Requiere de un tiempo y una energía del que carecemos en los entornos burocratizados en los que trabajamos. Puntuar en la responsabilidad individual tiene un sesgo culpabilizador que es complicado compatibilizar con la intervención social. Mejor obviarlo. Puntuar por otra parte en las condiciones estructurales nos sitúa ante una intervención política donde las referencias son tan amplias y complejas que hacen difícil, desde muchas de nuestras posiciones, el trabajo transformador sobre las mismas. Mejor no planteárselo. Y tener en cuenta la mutua interrelación entre ambas causas requiere de análisis complejos para los que no estamos preparados. Nos gustan demasiado las explicaciones simples.

Por tanto, si no trabajamos sobre las causas, nos queda como campo preferente de acción las consecuencias. Al fin y al cabo, se trata de una elección legítima para un sistema que presencia de una manera tan cercana el sufrimiento de las personas y a la que es difícil sustraerse desde el pragmatismo que muchas veces defendemos.

Pero no es una elección fácil, ni gratuita. En primer lugar supone dejar expedito el camino para las medidas asistenciales y paliativas, tan del agrado de la ideología neoliberal. Por otro lado supone presenciar la cronificación de los grandes problemas sociales de los que somos testigos. Y por último implica asumir los riesgos que suelen conllevar aparejados esas medidas: el paternalismo, el control social y la burocracia. Riesgos sobre los que, consecuentemente con nuestra elección no podremos sino aplicar una política de reducción de riesgos.

Es una de las razones, sólo una más por la que, al igual que en el mito de Sísifo, estamos ciegos y condenados a empujar indefinidamente la piedra de nuestro objeto montaña arriba mientras presenciamos como, una y otra vez, vuelve rodando hasta el valle.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

De la agenda social, servicios sociales y carruajes del siglo XIX


Hoy voy a comentar un artículo que se ha publicado sobre la agenda social que tendrá que afrontar el nuevo Gobierno, cuando se constituya, si es el caso.

Lo podéis consultar aquí. Artículo.

Estoy de acuerdo en gran parte de su contenido: la pobreza, la mal llamada (a mi juicio) pobreza infantil, la vivienda, los desahucios, la renta mínima, las listas de espera en dependencia, la violencia contra la infancia, los derechos LGTBI, la situación de la inmigración, los refugiados, los niños migrantes sólos…

Temas importantísimos en lo social que deberían ser abordados con seriedad y con profundas y valientes medidas más allá de los ligeros retoques o maquillajes que muchas veces vemos en política social.

Pero el artículo me ha preocupado profundamente, sobre todo cuando se refiere a los servicios sociales.

En él se reclama mayor financiación del Sistema Público de Servicios Sociales, (lo cual significa mayor financiación para los Servicios Sociales Municipales en los que se asienta) mediante el incremento de los fondos estatales del Plan concertado de Prestaciones Sociales Básicas.

Hasta aquí todo correcto. Una reivindicación histórica que corregiría la felonía que ha venido cometiendo el Estado recortando cada vez más su aportación al Plan.

Pero ¡atención! A continuación el artículo nos dice qué son esas Prestaciones Básicas. Y literalmente plantea que “son aquellas relacionadas con la alimentación, la ropa, o la vivienda de emergencia”.

Cualquiera que lea el artículo podrá interpretar por tanto a qué se dedican los servicios sociales: somos los que pagamos los alimentos, la ropa, la vivienda y los suministros a las personas y familias pobres.

Es preciso aclarar que las Prestaciones Básicas que desarrollan los Servicios Sociales Municipales y que se desarrollaron a través del Plan concertado, no son esas. Son prestaciones bastante más complejas, a través de las que se desarrollan multitud de programas, proyectos y actuaciones. Tienen que ver con la Información y Orientación, Ayuda a Domicilio y Apoyo a la Unidad Convivencial, Alojamiento Alternativo y Prevención e Inserción.

Constituyen el armazón que sostiene los Servicios Sociales, y reducirlas al pago de alimentos, ropa y vivienda de emergencia lo único que hace es fomentar el carácter asistencialista de los mismos y relegarlos a funciones residuales del resto de la política social.

Y eso es algo que no nos podemos permitir, a no ser que queramos volver a modelos más propios del siglo XIX, a los que parecemos estar abocados sin remedio y, en muchas ocasiones sin siquiera advertirlo.

Y ya que estamos aconsejando al futuro Gobierno sobre la política social, una humilde sugerencia: fortalezcan la red y las estructuras de los Servicios Sociales, incrementan las ratios de profesionales y los equipamientos, aclaren las funciones y desarrollen sus competencias. Después, diseñen las prestaciones.

No pongan, como en tantas otras ocasiones, al carro tirando de los caballos.