lunes, 15 de octubre de 2018

El gato que está triste y azul

A principios del verano pasado os proponía buscarle los seis pies al gato, en un intento de enriquecer el relato del Sistema de Servicios Sociales con metáforas complementarias a las que se vienen utilizando y sobre todo, intentando sustituir las concepciones que asimilan el contenido de nuestro sistema a la lucha contra la pobreza.


Sé que es una batalla perdida, pues los últimos pactos para los presupuestos generales del Estado vuelven a  poner en claro lo que ya sabemos: la invisibilidad del Sistema de Servicios Sociales y el encargo de nuestros gobernantes asignándonos como principal y casi única competencia la certificación y gestión de la pobreza.

Lo de la Ley de Dependencia como el cuarto pilar del Estado de Bienestar, ya lo dejo para otro día, que Wang dice que no me conviene alterarme....

Lo que subyace es un grandísimo consenso en que el Sistema de Servicios Sociales ha de ser el basurero social, careciendo de espacio propio y teniendo que recoger lo que los demás sistemas de protección social no hacen, no pueden o no quieren hacer. Y esto último tiene que ver, habitualmente, con dedicar las prestaciones y servicios de estos sistemas a las personas más vulnerables o con más dificultades. Y ante las carencias de nuestro sistema para ejecutar semejante labor, hemos terminado en muchas ocasiones "escondiendo la basura bajo las alfombras", que es lo que principalmente han conseguido nuestras tan cacareadas y chapuceramente construidas prestaciones sociales. Es lo que tiene ser basureros diligentes: si no se puede limpiar la basura, al menos que no se vea demasiado...

Porque asignar la lucha contra la pobreza al Sistema de Servicio Sociales resulta tan paradójico como la situación del gato en la famosa canción de Roberto Carlos que da título a esta entrada.

¿Cómo puede un gato ser azul? Es más... ¿cómo puede "estar" azul?  Al parecer, se trata de una contradicción fruto de un error en la traducción de la letra de la canción.

Creo que la misma contradicción cometemos cuando hacemos de la pobreza el objeto de nuestro sistema y olvidamos que es algo transversal a toda la política social.

Todas las personas y profesionales que siguen asiduamente este blog saben que mantengo una clara posición al respecto de la relación entre pobreza y sistema de servicios sociales. Considero que no es nuestra  principal función ni debe ser nuestra exclusiva competencia.

No porque no me importe, claro. Como ciudadano me preocupan enormemente las situaciones de desventaja social, y como profesional presencio y atiendo a diario los terribles efectos en las personas que las atraviesan. 

Pero creo que el Sistema de Servicios Sociales no es el sistema que debe ocuparse de ello. No es nuestra finalidad el garantizar una vivienda o la subsistencia de las personas que no la tienen. No. El problema es que llevamos demasiado tiempo con el encargo social de que lo hagamos, creyendo en muchas ocasiones que debíamos hacerlo o, al menos, sin la suficiente claridad para oponernos.

Pondré un ejemplo. Es algo probado que una de las más eficaces medidas de lucha contra la pobreza es la universalización y gratuidad de la educación. Cuanto más se avance en ambos conceptos, más colaborará la educación a erradicar la pobreza. Hablamos de centros inclusivos, de libros de texto, materiales y comedores gratuitos, de actividades extraescolares, gratuidad en la educación 0-3 años, de servicios de conciliación.... Medidas que puede (y debe) implementar el sistema educativo, y no derivarlas (como hasta ahora en muchas ocasiones) al sistema de servicios sociales, estigmatizando a los destinatarios y haciendo que asumamos una responsabilidad impropia.

Lo mismo podríamos decir del resto de sistemas de protección social. En todos hay que implementar medidas por un lado para atender a las personas que se encuentran en situación de pobreza y por otro para colaborar a su erradicación. Sólo así evitaremos que al Sistema de Servicios Sociales no le suceda lo que a otro famoso gato, el de la famosa paradoja de Schrodinger, con un estado tan indefinido que estaba en la caja muerto y vivo a la vez.
 
Porque en este tema el principal protagonismo lo ha de tener el todavía inexistente Sistema de Garantía de Ingresos (que debería coordinarse con la política fiscal y laboral) y que el resto de sistemas deberíamos apoyar de forma complementaria. Lamentablemente a este Sistema de Garantía de Ingresos ni se le ve, ni se le espera: de Renta Básica ni hablamos y del disparate de las Rentas Mínimas, ya lo hicimos en la entrada anterior.

Y mientras, resurgen con fuerza discursos totalitarios preñados de xenofobia, machismo y aporofobia, creando un ambiente social en el que va a ser imposible modificar estructuralmente la política social de este país más allá de un ineficiente maquillaje que no conseguirá ni avanzar en justicia social ni reducir la desigualdad.

Tengo la sensación de que cuando seamos conscientes de todo ello, nos daremos cuenta de que ya habíamos llegado tarde.



viernes, 5 de octubre de 2018

Mendicidad en “B”


El disparate de las Rentas Mínimas no tiene límite. Parece que el Gobierno de la Comunidad de Madrid tiene una particular lucha contra los perceptores de esta prestación, y exige a los solicitantes de la renta mínima de inserción una declaración jurada de sus ingresos en la calle. 


Y es que, al parecer en aras de la transparencia y en cumplimiento de la norma, exige que sean declarados y descontados de la prestación cualquier tipo de ingreso, proceda de donde proceda. Es algo previsto en la normativa que regula la prestación y que lleva aplicándose desde el principio y aunque su aplicación en estos casos de ingresos “irregulares” (como son los que obtienen las personas en situación de exclusión social para subsistir) debería realizarse con cierta flexibilidad, la Comunidad de Madrid parece optar por su aplicación más estricta. 

La máxima neoliberal de “débil con el fuerte, fuerte con el débil” llevada a su máxima expresión.

Y ahí andan los solicitantes que sobreviven de la mendicidad o de pequeños ingresos como recogida de chatarra, teniendo que hacer una especie de “estimación objetiva por módulos”, reflejando en ella esos miserables ingresos, que tras la aplicación de las correspondientes tablas de deducciones les supondrá una minoración importante en la renta a percibir (que de esta manera hará honor a su nombre: mínima). Es una medida inspectora que socava los derechos de estas personas y su dignidad.

Porque esta norma y su estricta aplicación tiene un olor a aporofobia que tira para atrás. 

Pero tiene una justificación importante. Hay que cumplir la ley. La pregunta es por qué tienen que cumplirla sólo los beneficiarios de estas rentas mínimas.

No estará de más recordar que hay otras leyes, como aquella que dice que hay que tributar impuestos por todos los ingresos que cualquier persona física o jurídica tenga. Y como es conocido por todos que entre las empresas y autónomos de este país hay una gran cantidad de dinero negro, que se oculta al fisco, podríamos aplicar para ellos la misma regla que para los anteriores.

Así, en la próxima declaración de impuestos, habría que exigir a las empresas y autónomos de este país una declaración complementaria, estimando los ingresos que generan en negro. En función de lo que declaren y comparándolo con el volumen de la empresa o negocio, se realiza una estimación de los impuestos complementarios que tienen que pagar por ese dinero negro, y todos tan contentos.

Es lo más justo ¿no? Transparencia, sí. Pero para todos. De pobreza, supervivencia y calidad de vida, ya hablamos otro día. Y si quieren, hasta de Renta Universal Básica.

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Entrada dedicada a la gente del estupendo Foro Servicios Sociales de Madrid, al "Kolectivo Becerril" y en especial a Teresa Zamanillo,"instigadora" de este post.