viernes, 21 de octubre de 2016

Diecisiete depresiones y una canción desesperada



Además de Wang, que me suele tener informado de todo lo que sucede, uno de los momentos del día que suelo aprovechar para ponerme al día con las noticias es por la mañana, mientras voy conduciendo camino del trabajo. A través de la radio, me entero de los sucesos que en la política, la economía o en lo social… se están comentando.



Suelo alternar con tres o cuatro emisoras, de ámbito nacional, durante el trayecto. No por buscar la pluralidad, (de la cual dudo, pues con ligerísimas variaciones, todas vienen a decir y reflexionar dentro de unos márgenes bastante previsibles) sino más bien por motivos de cobertura durante el recorrido.

Ello me hace pensar en la cantidad de personas que, como yo, estaremos siendo informados de las mismas noticias y escuchando parecidas reflexiones. Lo cual me hace ser consciente de la capacidad de los medios de comunicación para ir generando pensamiento y opinión.

Os cuento todo esto porque hace unos pocos meses, en uno de esos trayectos, escuché una noticia que me sorprendió por la contundencia con que se exponía. Casi literal, la noticia venía a decir algo así:

               “Un grupo de científicos ha descubierto los distintos genes implicados en la aparición de diecisiete tipos de depresión. Ello está permitiendo comprender mejor las bases biológicas de dicha enfermedad y posibilitará el desarrollo de mejores tratamientos.”

Diecisiete tipos de depresión. No me negaréis que no es afinar ¿eh?. Diecisiete nada más y nada menos. No alcanzo a imaginar cómo se habrá hecho el estudio de marras, pero supongo el coste en cuanto a personal y medios de identificar a suficientes pacientes, diagnosticarlos y adscribirlos (inequívocamente, como es necesario en el método científico) a cada uno de esos diecisiete tipos, y después averiguar los genes implicados y la variabilidad genética para cada uno de esos subgrupos. Sospecho que los tamaños de las muestras de los pacientes y de los grupos de control habrán tenido que ser muy amplios y el número de profesionales implicados en el estudio habrá sido muy numeroso, probablemente a nivel internacional.

Porque sólo desde un estudio muy amplio y una investigación muy rigurosa ha podido hacerse la afirmación de haberse descubierto esa piedra filosofal que parece airear la noticia: se han identificado los orígenes genéticos de las diferentes variantes de depresión.

Desde entonces he intentado buscar más información al respecto, pero no he encontrado nada, y aunque tampoco he hecho una búsqueda ni exhaustiva ni científica, esta ausencia de más referencias ha hecho que me haya quedado sólamente con ese flash, que probablemente era lo que pretendía la noticia.

Tal vez tenga una tendencia genética para "buscar tres pies al gato", pero no puedo evitar pensar que la proliferación de este tipo de noticias responden a una estudiada estrategia en la que se pretende hacer creer a la población que la causa de todos los trastornos mentales está en la biología y que sólo los avances científicos (atribuidos a las ciencias naturales, las únicas verdaderamente "científicas") encontrarán la causa y el tratamiento para las mismas.

Por razón de mi trabajo, me toca estar en contacto con bastantes personas que son diagnosticadas de depresión. Supongo que ahora estarán más tranquilas, sabiendo que su problema es debido a que tienen unos genes que les han inducido ese malestar y sufrimiento que padecen. En poco tiempo imagino que les diagnosticarán a cuál de los diecisiete tipos pertenece su depresión y les prescribirán un antidepresivo indicado y especializado para el mismo, con el que sin duda mejorarán rápidamente.

En cuanto a los factores sociales o psicológicos de la depresión… será mejor que vayamos olvidándolos.

Si vd. está deprimido no es debido, por ejemplo, a las circunstancias sociales, económicas o convivenciales que atraviesa, o a los acontecimientos y sucesos que a lo largo de su historia vital ha tenido, ni a las relaciones con otras personas en las que se ha desarrollado, ni cómo le han educado, inducido o enseñado a afrontarlos. Vd. está deprimido porque tiene un mal funcionamiento cerebral provocado por unos particulares genes que tiene en sus células.

¿A que es tranquilizador?              

jueves, 13 de octubre de 2016

Dimensiones problemáticas


En mis diálogos con Wang intento explicarle muchas veces cómo el Trabajo Social ocupa, por su propia esencia, lugares difíciles y contradictorios. Solemos navegar por zonas de incertidumbre donde las tensiones dialécticas de todos los actores comprometidos son importantes.


Desde la complejidad necesaria para comprender y trabajar desde esos lugares suelo rechazar las explicaciones simples que, sobre todo fuera de nuestra profesión pero en demasiadas ocasiones también dentro, se dan a los problemas y situaciones sociales que abordamos.

Observo con preocupación las propuestas que, invariablemente, surgen de algunas voces proféticas ante algunos de estos problemas y situaciones sociales. Desde lo más individual, como puede ser la situación de una familia concreta, a lo más global, como los grandes problemas sociales que nos envuelven (la pobreza y desigualdad, la violencia infantil o contra la mujer…) nunca faltan voces que nos indican lo que hay que hacer. Y no sólo lo que hay que hacer: lo que el Trabajo Social debe hacer.

Rechazo también ese tipo de consejos, opiniones, recomendaciones o requerimientos. Si vienen desde fuera de nuestra profesión, porque no es sino otra forma de intrusismo, problema al que estamos tan acostumbrados que, en ocasiones, ni percibimos. Y si vienen desde dentro, porque creo que a esas voces les sobra el grito y les falta reflexión y diagnóstico, además de que no respetan las diferentes estrategias o alternativas que, en función del contexto, puede realizar un profesional.

Huyo como digo de las soluciones que parten de esas voces, que con mucha frecuencia, no esgrimen otro rango más allá de la sintaxis del dar/quitar. “Lo que hay que hacer con esta familia es…” darles algo (una vivienda, dinero para pagar la luz) o quitarles algo (los niños, la prestación que perciben, la relación entre ellos).

Hablaríamos mucho de esa sintaxis dar/quitar y de sus efectos en las familias, pero no quiero ir hoy por esos derroteros.

Mi reflexión tiene más que ver con el lugar que ocupamos como profesionales y la posición que tenemos que adoptar. Explicaré esta posición en el marco de la pobreza y exclusión social (aclarando que opino que la pobreza no es algo de lo que tenemos que ocuparnos los servicios sociales, ni como problema social ni como situaciones concretas familiares) y en el marco de los servicios sociales públicos, aunque creo que, con la adaptación correspondiente, puede ser extrapolable a otros contextos.

En este contexto los profesionales estamos en el medio de un triángulo en cuyos vértices estarían los otros tres actores del cuadro: los políticos, los usuarios y el resto de la población. Podríamos representarlo así:





Es un lugar, como se intuye en la imagen, ciertamente difícil. Para poder trabajar desde ella adecuadamente, creo que el profesional debe mantener una posición de neutralidad. Y explicaré que el concepto de neutralidad que yo propongo no tiene nada que ver con el de equidistancia, sino más bien con la conciencia de que cualquier desplazamiento del profesional hacia una de las partes tiene repercusiones en las otras que debe medir y controlar.
  




Esas repercusiones serían los efectos de los desplazamientos que realiza el profesional en su intervención y que en el esquema que propongo estarían representados por las relaciones entre los actores. Las internas del triángulo representan las que los profesionales mantenemos con el resto de actores y las externas las que ellos mantienen entre sí.

Es obvio inferir que cualquier cambio en una de estas relaciones va a tener efectos en las demás. Sería interesante analizar cada uno de los posibles movimientos y sus diferentes repercusiones, pero nos llevaría demasiado lejos.

El concepto que pretendo dibujar es que en esta posición y dimensión problemática, (dada porque los actores no tienen las mismas condiciones, valores, poder e intereses) el profesional no puede alinearse irresponsablemente con ninguno de ellos sin tener en cuenta esta complejidad.

Y de lo que principalmente adolecen esas propuestas simples de las que hablaba al principio es de ese análisis contextual. Proponen generalmente que el profesional se alinee incondicionalmente con uno de los actores, sin medir que eso va a afectar al resto de relaciones, que en algunas ocasiones pueden quedar seriamente afectadas y comprometidas.

El desequilibrio de ese tejido relacional hacia el vértice de los usuarios es uno de los más frecuentes y necesarios en la intervención social. Pero oigo con frecuencia como se arenga a los profesionales a una intervención profesional que propone ese desequilibrio hacia los usuarios como si todo lo demás no existiera, como si no hubiera que tener en cuenta los contextos socio-políticos en que esa intervención se inscribe. Y veo con preocupación cómo se juzga al profesional que no suscribe esa “revolución”.

Hace más de quince años que descubrí las carreras de fondo y a través de ellas he aprendido algunas cuestiones que hay que tener en cuenta para llegar con éxito a la meta. Y utilizo esta metáfora de las carreras de fondo porque estoy convencido de que la intervención social es una de ellas.

Cuando comienzas un maratón no puedes lanzarte irresponsablemente a correr a un ritmo superior al que puedes afrontar, a pesar de que el ambiente, tus sensaciones u otros corredores te lo propongan. A no ser que seas un atleta de élite, tu objetivo no va a ser ganar, sino llegar. Y para llegar no basta con correr: hay que saber el recorrido, dónde y cómo dosificar los esfuerzos, alimentarse e hidratarse bien, haber entrenado lo suficiente, ir a un ritmo adecuado, conocerse a sí mismo, ser cauto con los dolores y las lesiones…

He sido testigo muchas veces de corredores (a mí mismo me ha pasado en alguna ocasión) que empiezan la carrera con mucho vigor y entusiasmo y luego no son capaces de acabarla.

Pero eso es un lujo que en la intervención social no nos podemos permitir.