viernes, 16 de febrero de 2018

Funcionarios

Un programa de televisión acaba de descubrir la actitud de un grupo de funcionarios en la Ciudad de la Justicia de Valencia, con graves incumplimientos de su horario de trabajo. No seré yo quien justifique esas actuaciones, al contrario, me parecen denunciables y castigables, pero me parece importante hacer una serie de salvedades.


Porque creo que, a pesar del estigma que los funcionarios tenemos y de los prejuicios contra nosotros (estigma y prejuicios que estas lamentables actitudes alimentan), el caso no es generalizable en modo alguno al conjunto de quienes trabajamos en los asuntos públicos.

Llevo casi treinta años trabajando en la administración pública y dentro de ella en un sitio con bastante poco prestigio: la administración local y en el área de servicios sociales. Y aún es el día en que con bastante frecuencia, cada vez que desvelo mi condición de funcionario, me encuentro con algún comentario sobre la vida laboral desahogada, placentera y regalada que mi interlocutor me atribuye.

Durante todos estos años he podido conocer infinidad de funcionarios de todos los niveles de la administración y de muchísimas áreas. Médicos, recaudadores, interventores, conserjes, bomberos, administrativos... Por supuesto trabajadores sociales, psicólogos, educadores, maestros... Y economistas, fontaneros, abogados, auxiliares de clìnica, policias... Tanta variedad como profesiones y personas.

Y lo normal entre tanta variedad es encontrar gente comprometida con su trabajo, que intenta sacarlo adelante de la mejor manera posible, esforzándose y sin engañar a nadie. Con frecuencia se encuentra gente excepcional, con una vocación de servicio público y un compromiso inmenso, trabajando sin escatimar esfuerzos y a costa muchas veces de su tiempo y su vida personal. 

Conozco muchas situaciones en las que se acude enfermo y con fiebre a trabajar, porque hay un plazo que se agota o porque hay un asunto grave que atender. Por las mismas razones no es infrecuente renunciar a días de vacaciones o permisos. Como tampoco lo es llevarse trabajo a casa o prolongar el horario de trabajo para conseguir sacar adelante una tarea.

También se encuentra a veces (con mucha menor frecuencia) funcionarios que incumplen sistemáticamente sus tareas y que utilizan la picaresca y el engaño para evadirse de sus compromisos laborales.

Los funcionarios no formamos un colectivo especial, diferente a otros. Como los empresarios, los politicos o los trabajadores en las empresas privadas hay entre nosotros gente noble, gente normal y mala gente. De estos últimos, como digo, no hay muchos. Pero por muchas razones se intenta magnificarlos y presentarlos como el prototipo de funcionario.
Creo que hay una razón para intentar magnificar a esa minoría y no hacer visible el compromiso y servicio de la gran mayoría. Esa no es otra que el desprestigio de lo público.

Interesa desprestigiar lo público, no ponerlo en valor,  en beneficio de lo privado. He hablado de ello en otras ocasiones, denunciando las estrategias de cierta clase política para hacerlo. Si queréis, podéis echarle un ojo en estas dos entradas: "ESTRATEGIA DDD" y "CON LAS MANOS EN LA MASA", que escribí hace años y que podría volver a redactar ahora.

¡Ah! Y un aviso para navegantes. La solución para controlar a esos funcionarios díscolos no es la "mano dura" o intensificar el control. El camino es otro y pasa por dignificar la función pública y dotarla de medios suficientes para hacer su labor.


lunes, 5 de febrero de 2018

Juegos de trileros

Suelo decir con frecuencia que los Servicios Sociales no deben ocuparse de garantizar las necesidades básicas de las personas. La supervivencia material de las mismas no debería ser objeto de nuestro sistema. 


Defender estas tesis me resulta cada vez más difícil, pues siempre que lo hago me encuentro con la incomprensión de mis interlocutores. Probablemente sea consecuencia de mi incapacidad para explicarlo, pero también de cómo la cultura dominante ha asignado a los servicios sociales esa función.

Las razones de ello las hemos analizado de forma recurrente en este blog. Razones ideológicas, políticas e históricas explican esta situación, tanto como el deficiente desarrollo técnico que hemos sido capaces de incorporar al sistema.

Del mismo modo hemos descrito las consecuencias de esta decisión social, la cual considero un enorme error estratégico de la deficiente política social de este país.

No reiteraré pues de nuevo las causas y consecuencias de este fenómeno. Pero sí tengo alguna propuesta.

Asumida por tanto esa convención social que nos asigna la función de satisfacer las necesidades básicas de las personas y familias, creo que tendríamos que hacer el esfuerzo de simplificar al máximo los procedimientos, y para ello considero necesario comenzar cambiando la terminología de muchas de las prestaciones del sistema.

Si nos pusiéramos a unificar estas denominaciones a lo largo de todo el Estado, ya sería perfecto. Pero vamos a ponernos a nombrar las cosas como son. 

Habitualmente nuestras prestaciones son un conjunto grandilocuente de términos vacuos que, a mi juicio, sólo pretenden generar la ilusión de que el contenido de las mismas responde a otra cosa que lo que verdaderamente son.

En el fondo es un juego de trileros, que intenta esconder el contenido asistencial (y asistencialista) de las prestaciones con denominaciones y formas que nos hagan sentirnos menos incómodos y tengamos la ilusión de que van dirigidas a la promoción, rehabilitación, inserción y no sé cuantas zarandajas más.


Por ejemplo: "Subsidio para Familias Pobres" igual suena peor que "Renta Mínima de Inserción para Personas en Situación de Exclusión o Vulnerabilidad Social", pero tal vez responda mejor a su contenido. 

Como sin duda  la "Prestación Económica para cuidados en el entorno familiar y apoyo a cuidadores no profesionales de la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de Dependencia" (tomad aire) suena mejor que "Pensión por Dependencia", pero seguro que de esta segunda manera se identifica mejor su contenido. 

Algunos podréis aducir que lo que pretenden estas denominaciones es no estigmatizar a sus beneficiarios. Es un error. Lo que verdaderamente estigmatiza es el contenido de las mismas y, por supuesto, las situaciones que se atraviesan para percibirlas. Situaciones para las que todas estas prestaciones han demostrado su absoluta ineficacia.