viernes, 30 de diciembre de 2016

Un año un poco raro...

Acaba un año extraño en muchos sentidos. También para este blog, que se tomó un descanso de seis meses para volver con fuerzas renovadas.


Una de las cosas más sorprendentes ha sido que, al volver tras esos meses, las estadísticas del blog se han multiplicado. Como media, cada una de las nuevas entradas tiene 3 o 4 veces más lecturas que las de la etapa anterior. 

Todavía no sé a qué es debido y tampoco me importa demasiado, os lo confieso. Llegar ahora a más gente es muy agradable (al fin y al cabo uno escribe para que lo lean...), pero también me da un poco de vértigo. Que algunas de mis entradas tengan ahora varios miles de lecturas me satisface tanto como me intimida.

En todo caso, gracias a tod@s los que me leéis y a aquell@s que tenéis la amabilidad de comentar mis entradas, tanto en el propio blog como en las redes sociales. Agradezco tanto las valoraciones como cuando recibo alguna crítica; procuro aprender tanto de unas como de otras.

Y ya sin más, como siempre al finalizar el año, os pongo los enlaces a las entradas que más lecturas han tenido durante el mismo:

En primer lugar Diálogo de besugos, en la que señalaba algunas de las absurdas contradicciones del sistema de servicios sociales cambiando el contexto del diálogo hacia el sistema sanitario.

En segundo lugar, una entrada que generó bastante polémica: Bancos de alimentos, donde me atreví a criticar ese tipo de iniciativas solidarias desde mi incomodidad en lo personal y desde mi convencimiento en lo profesional.

Y en tercer lugar, Limosna y arroz con leche, para reflexionar cómo la poderosa maquinaria de los medios de comunicación y el periodismo están dando publicidad a un modelo de acción social basado en la más rancia beneficencia. 

Sólo me queda expresar mis mejores deseos para tod@s en este año que va a comenzar. Wang y yo os envíamos un fuerte abrazo virtual, en especial a l@s que, por cualquier circunstancia, lo estéis pasando mal.

¡Feliz año nuevo!

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Dolores de mi vida


Excma. Sra. Dña. Dolors Monserrat, 
Ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad
   Paseo del Prado, 18
 28014 Madrid


"Estimada ministra:

            Como trabajador social del Sistema Público de Servicios Sociales, siendo usted en estos momentos la máxima representante de dicho sistema, me veo en la obligación de escribirle esta carta para expresarle el profundo malestar que he sentido al escuchar su felicitación navideña.

              Sin duda recordará la conversación telefónica que mantuvo con  mi compañera Belén, otra trabajadora social del sistema, en la que intentaba explicarle lo desafortunadas (cuando menos) de sus declaraciones en dicha felicitación. Como parece ser que no entendió las razones de ello, me he animado a escribirle esta carta confiando en que tal vez por escrito pueda comprenderlo.

             Los deseos navideños que usted ha expresado darían para escribir un libro, pero no quiero hacer muy larga esta misiva. Sólo le diré que son la expresión clara de la ideología y de la estrategia de su gobierno: la sustitución de los servicios sociales públicos basados en derechos y ejercidos por el Estado, por una suerte de beneficencia ejercida por la sociedad civil y basada en la graciabilidad.

             Porque no me parece ni gratuito ni inocente que, con la cantidad de cosas que podía haber planteado en su felicitación navideña, eligiera las palabras con las que arengaba a la sociedad civil a participar en esas campañas de alimentos y de juguetes con las que, según usted, se pone de  manifiesto lo maravillosa y solidaria que es nuestra sociedad con quien lo pasa mal.

              En cualquier caso, he de decirle que considero que su Ministerio no está para realizar estas arengas a la solidaridad ciudadana. Ésta debe expresarse mediante impuestos y su Ministerio (más bien el Gobierno al que pertenece), con los presupuestos procedentes de esos impuestos, debe garantizar el derecho a la alimentación de la población vulnerable y debe proteger a la infancia (también mediante el juego), y no fiar ambas cosas a las tómbolas y entregas aleatorias, injustas y humillantes de esos repartos ciudadanos.

            Y dado que tan amablemente ha tenido a bien felicitarnos, por mi parte creo razonable hacerle una serie de peticiones: consolide usted el maltratado Sistema de Servicios Sociales, dótele presupuestaria, técnica y organizativamente, defina de manera adecuada sus marcos legislativos y sus competencias, presione para que el resto de ministerios y sistemas asuman las suyas... 

              De sobras sé que son peticiones que usted no va a atender, pues ha dejado claro que no cree en ellas. Diferimos tan profundamente en el modo de abordar las situaciones de sufrimiento que no espero que atienda ninguna.

              No me queda más que felicitarle el Año Nuevo y compartir el deseo que, particularmente, voy a hacerle al año que entra: que vd y la ideología que representa desaparezcan cuanto antes de la política social.

               Reciba un cordial saludo

Pedro Celiméndiz Arilla
Trabajador Social
 del Sistema Público de Servicios Sociales"



            

lunes, 19 de diciembre de 2016

La autopista del hambre

La entrada que escribí hace unos días sobre los bancos de alimentos me ha proporcionado bastantes críticas (algunas merecidas, sin duda; otras, quizá no tanto...).  Preparando mi defensa contra esas críticas para que no se crea que soy totalmente insensible hacia el hambre y la miseria que padecen algunos de mis congéneres, me he encontrado con alguna curiosa coincidencia que comparto con vosotros.


Considero que la única manera de solucionar la situación sería instaurar una Renta Básica Universal, que garantizara unos mínimos de supervivencia a toda la población, pero como no creo que vayamos a poder desarrollarla ni a corto  ni a medio plazo, me he lanzado a diseñar (tal vez imaginar) una serie de medidas que, sin ser ideales, me parecen alternativas más dignas, eficaces y adecuadas que esos (mal llamados por otra parte) "bancos de alimentos".

Y pensando en esas alternativas, se me ocurría, entre otras cosas, que algo que tendría muchísimo impacto para solucionar el problema del hambre es garantizar la alimentación adecuada de todos los niños y niñas que se encuentran en familias bajo el umbral de la pobreza mediante la apertura de los comedores escolares todos los días del año y proporcionando al menos un desayuno y una comida diaria.

Dada mi (de)formación profesional, antes de concretar más una medida, realizo una estimación de los costes necesarios. Haciendo cifras gruesas, pongamos que en España hay algo menos de unos 8 millones de niños de niños y niñas menores de 16 años. Considerando que entre un 25 % y un 30 % de ellos se encuentren en situación de pobreza, podemos estimar en unos 2 millones de niños en esta situación.

Considerando un coste medio del menú en estos comedores de 5 € y el desayuno en 2,5 € tenemos que el coste diario para cada niño sería de 7,5 €, es decir, una cantidad de 225 € al mes.

Todo ello nos da que garantizar mediante los comedores escolares un desayuno y una comida adecuada a todos los niños en situación de pobreza supondría un coste de 5.400 millones de euros.

  • -¿Dónde he oído yo esta cifra?, le pregunté a Wang antes de ponerme a calcular otras cuestiones en torno a la medida, que reducirían este coste.
  •  -¿5.000 millones? me contestó. -Las autopistas.
  • -¡Las autopistas!, claro. El rescate del que tanto están hablando estos días...  

Es decir, que atender el hambre infantil costaría tanto como van a costarnos el rescate de la quiebra de las autopistas.
Cuando una viñeta vale más que mil palabras...

Y mientras el neoliberalismo que nos envuelve no tiene ningún pudor en financiar con dinero público esos negocios privados que han quebrado, prefiere que del hambre infantil se encarguen esos bancos de alimentos, con sus operaciones kilo, sus tómbolas benéficas y ese aroma de rancia conmiseración con el que se propugnan como la única alternativa.

Personalmente me niego. A mí se me ocurren unas cuantas medidas alternativas como la que os he expuesto. Y además de calcular los costes, me atrevo incluso con la financiación. Llamadme loco, pero creo que hay que financiarlas vía impuestos, tanto en renta como patrimonio, empresas y sociedades.

Claro que visto lo concienciada que está la ciudadanía con el problema (dado el éxito de esas campañas de alimentos) habría que complementar esos impuestos con algún tipo de asignación voluntaria en las declaraciones de renta, para que esa solidaridad ciudadana pudiera expresarse y que las personas que quisieran colaborar especialmente con el sistema pudiesen hacerlo.


Puestos a ello, analizando lo sensibilizadas que se se muestran las grandes empresas y cadenas de alimentación, habría que ponerles unos impuestos especiales (estos obligatorios), para que tengan la oportunidad de seguir siendo tan solidarios como hasta ahora.

Otro día os hablaré del modo de gestión que considero necesario para estas medidas, en el que considero que el papel de los servicios sociales y del trabajo social sería meramente tangencial. Porque, entre otras cosas, bastante trabajo tendríamos para luchar contra todas las voces que, estoy seguro, se levantarían contra el sistema y acusarían a quienes se beneficiasen de él de ser unos vagos y parásitos que se aprovechan del esfuerzo de todos.

Y os apuesto un tape de boli a que muchas de esas voces saldrían de entre los que ahora se encuentran encantados con los bancos de alimentos.

Y como no podría ser de otra manera, os dejo con AC/DC y su "Autopista al infierno". Que es a donde voy yo derechito, escribiendo estas cosas y metiéndome en estos charcos...





martes, 13 de diciembre de 2016

Aceitunas con chocolate

Creo que Wang anda algo nostálgico. El otro día le pillé preparándose un bocadillo de chocolate al que le añadía una generosa ración de aceitunas, cortadas en trocitos. Cuando le pregunté por esa combinación tan extraña me confesó que le recordaba algunos sabores de su infancia, en su China natal.


La verdad es que no me preocuparía si no le hubiese pillado algunas otras incongruencias. Pero es que mientras se preparaba su bocadillo, me preguntó si la Ley de Dependencia era esa que obligaba a los catalanes a permanecer en España.

No pude por menos que explicarle que no tenía nada que ver. Lo que mal llamamos Ley de Dependencia es en realidad Ley de Promoción de la Autonomía Personal y de Atención a las personas en situación de dependencia, y se diseñó como una parte más de nuestro sistema de protección social. Lo de los catalanes es otra historia.

- Sí, pero ellos, ¿no quieren también la autonomía?, me replicó mientras veía con espanto como comenzaba a añadirle mahonesa al bocadillo que se estaba preparando.

- Bueno, sí, pero son dos autonomías distintas. Le contesté. Una se refiere a unas condiciones personales y la otra al derecho de autodeterminación de un pueblo y a la voluntad de sus habitantes de ser independientes.

-Pues eso, ser independientes...

Y así continuamos el diálogo un buen rato. Yo creo que al final lo entendió todo. Al fin y al cabo, era una confusión creada por una mezcla de términos y conceptos que nada tenían que ver unos con otros.

Pero me quedé pensando en la cantidad de ocasiones en que, habitualmente desde la política o desde los medios de comunicación se mezclan conceptos que tampoco tienen nada que ver, pero que grandes sectores de la población se tragan sin darse cuenta de la imposible mezcla.

Pondré sólo dos ejemplos, pero los hay a cientos:  

"El futuro de las pensiones está en riesgo debido al envejecimiento de la población". Y te encuentras a un montón de gente convencida de que el problema de las pensiones es únicamente demográfico, sin reflexionar sobre como influyen en el tema, por ejemplo, los salarios bajos o la estructura del sistema de impuestos.

O este otro: "Los inmigrantes son un problema para la sociedad, una carga y un riesgo de violencia". Y de igual manera te encuentras gente defendiendo que todos los inmigrantes viven de las ayudas sociales, a pesar de que los datos demuestren lo contrario, o mirando con precaución al vecino musulman no vaya a ser que esconda una bomba bajo la chilaba.

Cuando masticando con la boca llena, Wang me ofreció darle un bocado a su merienda lo rechacé, aunque os tengo que confesar que fue unicamente por miedo a que fuera a gustarme...

jueves, 8 de diciembre de 2016

A propósito de Nadia

Estos días estamos asistiendo al polémico caso de Nadia, una niña de 10 años que padece una extraña enfermedad y cuyos padres llevan años recaudando fondos a través de la solidaridad ciudadana para poder proporcionarle los tratamientos que necesita.


La polémica se ha desatado cuando se ha comprobado que los padres estaban mintiendo respecto a esos tratamientos y que podrían haber estado cometiendo por tanto una estafa. Con la proliferación que ha habido en estos últimos años de este tipo de casos de niños enfermos y padres desesperados, no era extraño que más tarde que pronto aparecieran noticias de este cariz.

Por mi parte, me abstendré de realizar ningún juicio al respecto. Sabéis que estoy en contra de estas iniciativas y expresiones de la solidaridad ciudadana, modelo al que en alguna ocasión he denominado como "Tapones de plástico y gomas de borrar", y que me parece tan injusto como perverso. 

Pero mi crítica al modelo no presupone ninguna crítica a los participantes del mismo. Respeto profundamente el sufrimiento de esos padres y esos niños, así como la buena voluntad del que solidariamente se lanza, en muchas ocasiones tan generosa como irreflexivamente, a ayudarles.

Mi crítica al modelo ya hace mucho tiempo que la hice, allá por el año 2012, apenas comenzando a escribir en este blog. Ya por aquel entonces reflexionaba sobre este tipo de historias en una entrada que me ha parecido oportuno volver a compartir con vosotros y que os invito a que leáis haciendo click en el siguiente enlace, con el nombre que le puse a la misma:
 

 

domingo, 4 de diciembre de 2016

Estratos y coordinación (y II)



Retomo hoy la segunda parte de la entrada que escribí hace unos días, antes de meterme en el charco de los bancos de alimentos. Hablaba entonces que uno de los principales problemas que el sistema de servicios sociales tenía para ser eficaz en su tarea eran las dificultades de coordinación de las políticas sociales. Tal y como os dije, lo explico un poco más ahora.

              
Pondré algún ejemplo. ¿Cómo puede abordarse desde los servicios sociales la situación de exclusión social de una familia desestructurada o multiproblemática, sin abordar paralelamente los problemas de empleo, vivienda e ingresos de dicha familia?

Se puede, como lo hemos hecho hasta ahora: integrando esas políticas de garantía de ingresos, empleo y vivienda en la de servicios sociales, y convirtiendo a las primeras en el objeto de estas últimas. Podríamos hablar largo y tendido de las consecuencias de todo ello, pero por ahora nos limitaremos a decir que el resultado es el fracaso con esa familia en los términos que venimos describiendo: podremos inducir algunos cambios en su situación, pero difícilmente conseguiremos que cambie significativamente su nivel de sufrimiento, esto es, de forma tan suficiente y duradera que les permita acceder a otro estrato superior de bienestar.

Otro ejemplo en otro ámbito: ¿Cómo puede trabajarse la integración social y relacional de una persona con discapacidad y su familia, cuando las prestaciones económicas que se les ofrecen y los recursos a nivel de centros y servicios son tan rácanos que ni siquiera compensan el diferencial de gasto que estas familias tienen que afrontar como consecuencia de la atención de la discapacidad de su miembro?

Pues también se puede, del mismo modo: convirtiendo a los servicios sociales en una especie de gestoría de prestaciones por dependencia, intentando ayudar a las familias a navegar por el inextricable mar de normativas, recovecos y largos tiempos de espera en que se ha convertido el sistema.

Sólo desde una coordinación muy estrecha entre todas las políticas sociales podemos ayudar a que personas y familias accedan a niveles superiores de bienestar y sólo desde esta coordinación y acción general de la política social se podrá ser eficaz en la concreta tarea de cada una de las políticas sectoriales.

Pero hoy estamos muy lejos de conseguirlo. El sistema educativo y el sanitario no se definen
en la práctica como parte de las políticas sociales. Son entidades autónomas que no necesitan la coordinación con ninguna otra para ejecutar sus actuaciones. Así, encontramos paradojas tales como que el sistema educativo no considera que sean tarea suya los comedores escolares, que están siendo sufragados en muchos lugares por el sistema de servicios sociales, bien autonómico o local. O la sempiterna indefinición de esa entelequia llamada espacio sociosanitario, que en la práctica se reduce a que el sistema sanitario expulse hacia el sistema de servicios sociales a los pacientes cuyas circunstancias vitales (vejez, enfermedad mental, dependencia…) dificultan el acceso a los servicios de salud.

En cuanto a las políticas sociales de empleo varias cuestiones. Por un lado están sobrevaloradas. Atención, no se me malinterprete: considero el empleo fundamental para el desarrollo personal y social de una persona, y por tanto, de su bienestar. Sólo me refiero a esa manida frase (y a los mensajes subyacentes a la misma) que tanto gusta a nuestros políticos y que viene a decir “la mejor política social es el empleo”, como si el tener trabajo fuera la piedra filosofal que permite a las personas progresar.  Pues no. En mi dilatada (y limitada, claro) experiencia, no he visto a una sola persona en situación de exclusión social salir de la misma sólo a través del empleo. Y cuando lo han hecho, como decíamos en la entrada anterior, no ha sido duradero. Ya lo del precariado lo dejamos para otro día, así como esa especie de acuerdo tácito en el cual la inclusión laboral de las personas en situación de exclusión social ha de trabajarse por el sistema de servicios sociales y no por el de empleo.

Mención aparte merecerían las políticas de vivienda y de garantía de ingresos, con una indefinición, confusión y deficiencias tales que no voy a comentar por no hacer muy larga esta entrada. Sólo diré que la caridad y la beneficencia me parecen más eficaces que lo que estas políticas están haciendo.

Y esa sea tal vez la causa del amplísimo descrédito de nuestro sistema y de la promoción y desarrollo tan atroz que las medidas caritativo-benéficas están teniendo. Y de que muchas de las medidas que estamos implementando en los servicios sociales sean de corte tan asistencialista que cuesta mucho distinguirlas de ellas.

Según Wang, son lo mismo, pero con una mano de pintura para que parezcan nuevas. 

sábado, 26 de noviembre de 2016

Bancos de alimentos

Wang y yo solemos hacer la compra una vez a la semana. Hoy, al llegar a nuestro supermercado habitual, nos hemos encontrado con dos voluntarios que estaban recogiendo productos destinados a uno de los múltiples bancos de alimentos que se han extendido (al parecer de forma incuestionable e imparable) por toda nuestra geografía.


Lo que sigue a continuación, lo podéis imaginar. Uno de los voluntarios, en voz alta, nos pregunta si queremos colaborar con ellos, entregándonos una bolsa donde meter los productos que queramos entregarles, tras nuestro paso por caja.

Cuando rechazo la bolsa, con un amable "no, gracias", me veo obligado a hacerlo ante los dos voluntarios, tres cajeras del supermercado, dos jubilados que acababan de entrar detrás de mí y una joven pareja con dos niños que andaban correteando por el lugar.

Por una milésima de segundo, el tiempo se paró. ¿Cómo puedo ser tan mala persona para no colaborar con esta iniciativa? ¿En qué tipo insolidario e insensible me he convertido? Incluso Wang: -¿pero qué te cuesta coger la bolsa y entregarles una bote de lentejas o una botella de aceite?

Así que, aquí me tenéis. Ya que he tenido que mostrar en público mi insensibilidad y mi falta de compasión hacia las necesidades más esenciales de algunos de mis congéneres, he decidido escribir esta entrada para confesar mis pecados.

-Me llamo Pedro, soy trabajador social y no colaboro con los bancos de alimentos.

De momento, me niego a colaborar con estas formas de nueva beneficencia. Me niego a aceptarlos como la solución a los problemas, como una especie inevitable de mal menor ante la dejadez y la inoperancia de nuestros gobernantes con la  protección social y los derechos sociales.

Sé que han ganado. Sé que la ideología se ha impuesto. Sé que los bancos de alimentos, las tómbolas benéficas, las recogidas de juguetes, los rastrillos y  campañas solidarias han vuelto para quedarse. El Estado no va a ocuparse de la protección social (por convicción, por falta de recursos, o por una combinación de ambas cosas), así que ha de ser la sociedad civil quien lo haga.

Ya sé que tendría que dejarme de filosofías, que la gente tiene que comer, que hay gente que está pasando hambre y que eso justifica en sí mismo cualquier iniciativa, bajo cualquier forma y de cualquier modo. ¿Quién puede argumentar nada en contra de los bancos de alimentos?

Como digo, aquí me tenéis. Pensando, seguro que de forma equivocada, que todas estas iniciativas forman parte del problema, no de la solución. Que la pedagogía que se transmite con ellas no nos conduce a una sociedad con menos problemas, ni más justa, solidaria o protectora con los débiles.

De momento, no estoy colaborando con estas iniciativas. Pero no sé cuanto tiempo resistiré. Wang empieza a enfadarse conmigo...



Si queréis profundizar un poco más en el tema, os pongo este enlace a un artículo con el que no estoy de acuerdo del todo, pero que contiene algunos datos para reflexionar.


lunes, 21 de noviembre de 2016

Hormigas zombi y otras adorables criaturas

Al igual que en primavera se produce la explosión de colores y luces que las flores proporcionan, en invierno y vísperas de Navidad eclosionan también otro tipo de flores: las iniciativas benéfico-asistencialistas, que aunque están presentes todo el año, renacen en estas fechas con un renovado protagonismo.


Vengo reflexionando a menudo en este blog sobre este tipo de iniciativas en el que una entidad privada se dedica a recaudar fondos, bajo diversas formas, con los que atender las necesidades sociales de algún sector desfavorecido de la sociedad.

Hemos hablado de lo ineficaces e inapropiadas que son estas medidas,  y que en el fondo no sirven sino para acallar nuestra conciencia, sentirnos buenos y vivir con la fantasía y con la ilusión de que estamos haciendo algo contra la injusticia, la pobreza o la desigualdad social.

También de lo parecidas en el fondo que son estas iniciativas con muchas de las políticas públicas que se están desarrollando contra la pobreza y la exclusión social y de cómo estas medidas de corte asistencialista se han instalado profundamente en nuestros servicios sociales, a modo de virus tremendamente contagioso que amenaza con fagocitarnos por entero.

Wang me dice que lo que nos está pasando puede ser muy parecido a lo que les pasa a las llamadas "hormigas zombi" cuyo cerebro es invadido por un hongo parásito, que toma el control de su sistema nervioso central y obliga al insecto a trepar, sin quererlo, por el tronco de una planta hasta una de sus hojas. Allí, la hormiga muere invadida por ese hongo que utiliza su cuerpo para esparcir nuevamente sus esporas. Una vez que el hongo invade el cerebro de la hormiga, ésta no tiene ninguna posibilidad de actuar de forma libre, ni posiblemente, tenga conciencia de lo que le está pasando.

Supongo que esas pobres hormigas no se lo preguntarán, pero yo sí estoy hace tiempo preguntándome cómo no hemos acertado con ninguna vacuna para este virus. Por un lado, la presión de la población para que los servicios sociales "hagamos algo" ante las situaciones de sufrimiento que la pobreza causa lleva a muchos de nuestros políticos (y también a muchos técnicos, no nos engañemos) a implementar compulsivamente (sin demasiada reflexión y con urgencia, dos ingredientes del fracaso seguro...) medidas y parches variados.

Medidas y parches que, además de confundir el objeto de los servicios sociales, no consisten en otra cosa que en realizar una exigua transferencia de renta hacia los sectores más pobres de la sociedad, absolutamente ineficaz (además de bastante cara) tanto para solucionar el problema  en términos estructurales como de forma individualizada.

Pero parece que hacemos algo, y así nos quedamos tranquilos. Demasiado parecido a la sensación de dar limosna, como digo.

Y es que los servicios sociales siempre estamos bajo la presión social. Presiones hay de muchos tipos: desde las que dicen que no debemos ayudar a esa "cuadrilla de vagos" que no se esfuerzan lo suficiente, hasta las que defienden que debemos subvenir todas las carencias y necesidades de los "pobrecitos pobres" que acaban de descubrir. Lo más triste es que la presión va en términos de dar o no dar dinero; exigua función la que se nos atribuye.

Creo que no estamos respondiendo de forma adecuada a este tipo de presiones sociales. No estamos oponiéndonos con la fuerza necesaria a esta deriva asistencialista, ni estamos proponiendo contundentes alternativas. Como técnicos, a veces nos refugiamos en que esa presión social (de la ciudadanía y/o de los políticos) es demasiado fuerte. Pero este argumento no me explica en su totalidad lo que nos está pasando.

A veces pienso que a muchos técnicos, en el fondo, nos parecen bien este tipo de iniciativas y, desde un cómodo pragmatismo, creemos que es lo mejor que se puede hacer. Otros no nos sentimos tan cómodos con las mismas, pero no terminamos de ver que merezca la pena o que nos salga rentable oponernos a ellas. 

Por momentos pienso que Wang ha vuelto a acertar con su metáfora. Mientras, por mi parte, últimamente vengo ensayando con algún antídoto. Tal vez os lo cuente otro día. Y como vosotros sin duda también estareís haciendo ensayos, os agradeceré que compartáis vuestros avances con los antídotos en los comentarios.

martes, 15 de noviembre de 2016

Teoría de los estratos (I)

Las teorías sobre la estratificación social pretenden explicar y representar la desigual distribución de los bienes, rentas y otros atributos socialmente valorados que se da en una sociedad determinada.



           El otro día Wang me explicaba cómo en su país esta estratificación social era muy fuerte, con una sociedad dividida en, al menos, siete clases sociales, desde los poderosos funcionarios a las clases campesinas y proletarias pobres e intentábamos compararlas con las que podíamos identificar en España.

           En cualquier caso, independientemente del país o comunidad a la que se apliquen, las distintas teorías dividen a la sociedad en grupos de personas que comparten similares atributos, ocupando por tanto un nivel parecido dentro de la escala social que así se crea. Unas ponen el acento en las rentas, otras en la cultura, otras en los bienes y servicios a los que se tiene acceso, otras en diferentes cuestiones y rasgos como la edad, la raza o la religión… Y según dónde se  puntúe se habla de castas, niveles sociales, estatus social, clases sociales…

Todas estas teorías y sus autores son de sobras conocidos por cualquier persona a la que le interese medianamente la comprensión de la sociedad actual. No haré por ello un resumen de las mismas, pues este blog tiene un carácter más divulgativo que académico, pero sí  señalo que en ellas está enmarcado el concepto que intento transmitir.

Al igual que la sociedad está estratificada los usuarios de servicios sociales también lo están. En el caso de éstos últimos los estratos particulares estarían determinados por el nivel de bienestar. Nivel de bienestar que no estaría definido por la posesión o acceso a bienes y recursos, sino más bien en términos convivenciales y relacionales.

Entendemos por tanto que el objetivo de los servicios sociales sería posibilitar que sus usuarios superasen su actual nivel de bienestar y accediesen a otro superior, donde tendrían unas mejores condiciones vitales y un menor nivel de sufrimiento.


Mi hipótesis, elaborada en mis casi treinta años de ejercicio profesional, es que salvo en contadas ocasiones, todas las prestaciones y servicios sociales que se diseñan y se implementan no consiguen que las personas cambien de estrato. Sólo producen en ellos ligeros cambios de nivel, pero siempre dentro del mismo estrato de partida. Y cuando de modo excepcional lo consiguen, se trata de accesos a niveles superiores no duraderos ni estables en el tiempo: tarde o temprano la persona volverá a encontrarse en su estrato inicial.

          Pareciera que en servicios sociales hemos tomado como guía la célebre frase de Augusto Murry:
 "Si podéis curar, curad; 
si no podéis curar, calmad; 
si no podéis calmar, consolad."

          y hemos convertido el consuelo en el único remedio que le ofrecemos a la mayoría de las situaciones de sufrimiento humano que encontramos.

En el fondo, es como si la frontera entre cada estrato fuese infranqueable. Hay distintas explicaciones para ello, desde las más psicológicas que ponen el acento en las dificultades personales hasta las más sociológicas, que puntúan en los elementos de la estructura social. Para mí, uno de los más relevantes es la falta de coordinación entre las diferentes políticas sociales y el insuficiente desarrollo de las mismas (de forma sangrante el de las políticas de vivienda y de garantía de ingresos, con gravísimas deficiencias las de servicios sociales y las de empleo, y con muchos problemas las de salud y las de educación).

               Pero de este análisis de las políticas sociales desde esta óptica nos ocuparemos en otra entrada.

lunes, 7 de noviembre de 2016

De lo nuevo y lo viejo



En dos de mis entradas anteriores, compartí un par de imágenes sobre lo que hemos venido en denominar “enfoque de derechos” en la intervención social, tan de moda en estos momentos. Con la metáfora del corral y el diálogo de besugos he intentado representar algunas dudas y claroscuros con los que, a mi parecer, se ha desarrollado este modelo. Hoy voy un poco más allá y, a pesar del refrán, le pongo unas palabras.


Muy resumidamente lo que pretende este enfoque es centrarse en los beneficiarios como titulares de derechos, y no como receptores de acciones asistenciales. 

Es un enfoque que, en sus elementos teóricos, no tiene apenas discusión. Otra cosa es su pragmática.

En las concepciones tradicionales, basadas en otras nociones, (como por ejemplo la de necesidad), se generaban dialécticas que vamos a llamar “verticales”, en las cuales el sujeto era evaluado en su situación por un profesional al que discrecionalmente correspondía la prescripción de un recurso de entre los disponibles para solucionar los problemas diagnosticados en dicha situación.

Esta verticalidad y los juegos de poder inherentes a la misma eran fuente de no pocas complicaciones, (discrecionalidad vs. desigualdad; función de control social y otros que no vamos a desarrollar) que pretendieron solucionarse implementando otros enfoques, entre los cuales el enfoque de derechos sociales que estamos analizando se ha terminado imponiendo.

De tal manera que venimos asistiendo a una progresiva expansión del mismo, que poco a poco ha ido colonizando todo el lenguaje profesional, hasta el punto que se han sustituido conceptos y denominaciones tradicionales (prestaciones, servicios sociales, recursos…) por otras como derechos sociales, derechos de ciudadanía…

Por otro lado se están sustituyendo términos profesionales como valoración, o prescripción, (que situaban el poder en el profesional) por contenidos como evaluación, o elección, (donde el poder se transfiere al ciudadano) con los que parece que nos encontramos más cómodos.

El desplazamiento del foco del profesional, (central en las concepciones clásicas), al sujeto protagonista definido en el enfoque de derechos hace que se haya prestado una especial atención a las cuestiones relativas a la participación, una práctica y un concepto imprescindible en este enfoque.


El problema surge, como digo, en su desarrollo. Implantar este modelo no es la sencilla tarea de definir y denominar algunas cuestiones como derechos sociales. Se trata de sustituir unos conceptos por otros, unas prácticas profesionales por otras, reformar en profundidad unos marcos legislativos y reorganizar unos presupuestos que tradicionalmente han venido dedicando pocos recursos a lo social. Y todo ello en un marco social en el que los derechos humanos están siendo cuestionados y sacrificados en aras de la religión, la seguridad o el mercado.


No es por tanto tarea fácil, y así nos encontramos con una mezcla de modelos, conceptos, prácticas y normativas en las que conviven bastante confusamente diferentes maneras de entender y desarrollar la intervención social.

Lo cual genera no pocas contradicciones. Por ejemplo se definen prestaciones como derechos sociales y para ejercerlos (conseguirlas) se exigen tantas condiciones y se ponen tantas trabas que el asunto queda casi exclusivamente en manos del azar. Bajo la denominación de “garantía de derechos” encontramos auténticas loterías.  O pretendemos garantizar con instrumentos inadecuados (como las rentas mínimas, sin ir más lejos…) unos derechos sociales exigiendo unas contraprestaciones que los contradicen.

Creo que todavía falta mucho para que en la práctica se consolide este enfoque de derechos sociales. Y también que se está comenzando a quedar obsoleto. Creo necesario un nuevo enfoque, aún no conozco ni intuyo bien por dónde podría ir, que dé respuesta de verdad al verdadero reto de cualquier comunidad: que todas las personas puedan vivir en ella con dignidad, independientemente de sus circunstancias.

Cosa que hasta ahora, a pesar de tantos modelos, no hemos conseguido.