domingo, 17 de enero de 2016

Gestos confusos

Mientras esperamos que del complicado puzzle político que se ha configurado tras las elecciones salga un gobierno que afronte los graves problemas de este país (aunque perdida toda esperanza de que las cosas en lo social mejoren significativamente esta legislatura), estamos presenciando una serie de gestos que parecen estar sustituyendo, al menos temporariamente, las medidas concretas.


Y pocas veces un gesto ha tenido tanta repercusión mediática como el que de esa nueva congresista llevándose a su hijo a la sesión constituyente de las Cortes. Enlace. De forma inmediata  surgieron voces criticando la decisión de la diputada y acusándola de hacer demagogia, pues el Congreso dispone de guardería y desde la privilegiada posición que ocupa esta madre tenía múltiples alternativas que hacían innecesaria la presencia de su hijo junto a ella en el escaño. 

Al mismo tiempo se emitían encendidas defensas de este gesto, reclamando el derecho de las madres a criar a sus hijos como consideren oportuno y reivindicando la compatibilidad de esa crianza con el ejercicio de sus profesiones en el entorno laboral. Además, se ha interpretado el gesto como una defensa de la crianza a través de una especie de maternidad "full-time", que defiende que la madre no se separe nunca del bebé en los primeros meses o años de su vida e incorporando la lactancia regulada a demanda del lactante y el colecho como la mejor forma de criar al niño.

Por mi parte, no me ha quedado claro qué pretendía con este gesto esta madre-diputada. Si reinvindicar derechos laborales, estilos de crianza como el descrito, ambas cosas a la vez, o ninguna de ellas. No se si el gesto era simplemente consecuencia de la situación de esta madre, que ha decidido ir siempre con su hijo a todas partes, o respondía a un propósito táctico y reivindicativo, pues ambos argumentos se han dado para explicarlo.

Por mi parte, respeto cualquier gesto con el que una mujer decida reclamar derechos sociales o laborales, aunque viniendo de una diputada espero más medidas concretas que gestos. En cualquier caso me parece legítimo que denuncie con su gesto (si eso era lo que pretendía) la situación de las mujeres en nuestro país, con una política familiar practicamente inexistente y que ha decidido que la carga de los cuidados de los niños, de los ancianos o de las personas en situación de dependencia, recaiga exclusivamente en los hombros de las familias y, dentro de ellas, en los de las mujeres.

Espero de esta diputada que proponga medidas legislativas que permitan una verdadera conciliación de la vida familiar y laboral que permita que cualquier familia o mujer pueda decidir el estilo de crianza para sus bebés. Desde aquellas que decidan tener a su hijo las veinticuatro horas del día con ellas hasta las que opten por utilizar guarderías u otros apoyos para la crianza desde los primeros momentos. Para que ni la maternidad ni el desarrollo profesional supongan un problema para la mujer, ni de manera conjunta ni por separado.

Entornos profesionales y legislación laboral que favorezca la cercanía de los bebés junto a sus madres y también con sus padres. Escuelas infantiles públicas y gratuitas desde el nacimiento. Apoyos económicos y técnicos para las familias que decidan cuidar a sus personas dependientes. Centros y recursos externos para aquellas familias que decidan no hacerlo.

Ojalá fuera todo ello lo que pretendiera la diputada. Pero mucho más allá de lo que pretendiera, (cada cuál sabrá lo que defiende y por qué lo hace), y pareciéndome legítimo tanto el gesto como las hipotéticas reivindicaciones, hay algo que no comparto.

Se trata de la presencia del bebé. Si como parece el gesto tenía un propósito táctico, a mí el bebé me sobra en la escena. Todas y cada una de las reivindicaciones que he descrito podían haberse hecho de igual manera sin él.

Creo, sinceramente, que hay otras formas de poner estos temas en el debate social y político y otras estrategias para conseguir los necesarios cambios sociales sin tener que utilizar a un niño para llamar la atención sobre el problema.

miércoles, 13 de enero de 2016

La administración de la miseria

"Nosotros, los que creemos ¿qué podemos temer? No hay retroceso en las ideas como no lo hay en los ríos. Nosotros no queremos ninguna muerte: la del  cuerpo lo más tarde posible, la del alma, nunca".

 

Se trata de una frase de la obra de Victor Hugo, "Los miserables", un complejo y extenso relato de la sociedad francesa del siglo XIX, donde entre otras cosas se retrata el crecimiento de la pobreza que fenómenos como la industrialización o el éxodo rural produjeron en aquellos años.

De manera sostenida e imparable, la pobreza y la desigualdad se están extendiendo en nuestra sociedad, en una cruel analogía con lo que sucedía en ese momento histórico.

La política neoliberal ha ido convirtiendo lo que era un fenómeno coyuntural, asociado a distintos acontecimientos vitales, en un fenómeno estructural, generalizado entre grandes capas de la sociedad y del cual es imposible resguardarse.

“Pertenecían estos seres a esa clase bastarda compuesta de personas incultas que han llegado a elevarse y de personas inteligentes que han decaído, que está entre la clase llamada media y la llamada inferior, y que combina algunos de los defectos de la segunda con casi todos los vicios de la primera, sin tener el generoso impulso del obrero, ni el honesto orden del burgués.” 

Mucho más allá de los valores morales que el romanticismo de Victor Hugo les atribuía, lo cierto es que los miserables, hoy al igual que entonces, son seres condenados. Condenados a vivir una vida llena de penurias y desdichas.

Porque nuestra sociedad ha decidido que la miseria no es digna de protección. Como mucho, de conmiseración.

Ya hace tiempo que perdí toda esperanza de que las cosas cambien. Me gustaría pensar otra cosa, pero no veo motivos. Las propuestas de los partidos políticos en esta materia son desalentadoras sin apenas excepción.

Medidas parciales, sectoriales, confusas, dificilmente realizables... Tras las últimas elecciones no veo ninguna posibilidad de que se implante en nuestro país unas medidas serias que acaben de una vez con la pobreza. Las que se proponen, en el hipotético caso de que se puedan poner en marcha, sin duda aliviarán la situación de alguna familia o persona concreta, pero... no les van a sacar de la pobreza. Seguirán siendo miserables, y como tales, condenados a diversos tipos de sufrimiento.

Nos hemos conformado con eso. Instalados en un pragmatismo tan ineficaz como tranquilizador pareciera que hemos hecho bandera de esta recomendación: 

"Si podéis curar, curad; si no podéis curar, calmad; si no podéis calmar, consolad."

Y aquí andamos: entre bancos de alimentos, campañas navideñas y orgullosos de dedicar al Sistema de Servicios Sociales (¿quién si no?, se plantea sin excepción...) a la imposible tarea de erradicar la pobreza transfiriendo algunas migajas de renta en una nueva forma de caridad institucionalizada.

Ahora que está de moda poner ostentosos nombres a los departamentos de servicios sociales y todos hablamos de justicia y derechos sociales, Wang me propone un nuevo nombre para nuestro sistema: la administración de la miseria. Dice que se aproxima mucho mejor a nuestro contenido.

Una veces pienso que como es chino, no se entera. Otras que, lamentablemente, tiene razón.