miércoles, 26 de diciembre de 2018

Vínculos

A nivel laboral, las Navidades comenzaron de una forma bastante dura, pues justo en la víspera de las vacaciones fallecía un alumno del Centro Ocupacional para personas con discapacidad intelectual que gestionamos.


Os pongo en situación. Se trata de un equipamiento pequeño, creado, mantenido y gestionado desde los servicios sociales locales, con un gran esfuerzo técnico y un importante compromiso político. Si un equipamiento de este tipo siempre tiene importancia, en el medio rural y en una pequeña comunidad pasa a ser transcendente.

Porque para los alumnos y alumnas del Centro, las relaciones que establecen allí son tan importantes como las familiares. Para muchos de ellos supone el único contacto con el mundo exterior más allá de su familia, unas oportunidades de ocio, de formación y desarrollo que de otro modo no tendrían.

Con historias muy duras de rechazo y no aceptación, en el Centro obtienen respeto, reconocimiento y un instrumento para integrarse en una Comunidad que en muchas ocasiones no construye para ellos más que barreras de todo tipo.

Por eso cualquier pérdida se sufre de una manera intensa y el mundo emocional que en la convivencia diaria se ha ido construyendo queda gravemente afectado para todo el que participa en él de una manera u otra.

Y eso es justo lo que ocurrió vísperas de Navidad. Un desgraciado accidente que se llevó a uno de nuestros alumnos, desgajando el Centro y atravesándolo con una dentellada de dolor inenarrable.

La celebración de la Navidad fue sustituida por el funeral. En él, en una pequeña Iglesia de nuestro medio rural, unos pocos vecinos, unos pocos familiares y todos los compañeros y compañeras del fallecido, acompañados de sus propias familias. Impresionaba el clima de dolor y de afecto compartido entre todos.

Los técnicos del Centro de Servicios Sociales, la trabajadora social de la familia, la psicóloga, la auxiliar de ayuda a domicilio que atendía al alumno y a su padre anciano en su casa, las monitoras del Centro... Todos juntos participando de ese dolor tan intenso y compartiendo la pérdida.

Conscientes de que este equipamiento es algo más que un servicio. Es vínculo, es relación, es convivencia.

A todos los que alguna vez preguntan a qué nos dedicamos los servicios sociales, me hubiese gustado que hubieran participado en ese funeral.

Allí quedó claro. Nos dedicamos a crear vínculos...  y a sufrir cuando se rompen.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Ahora que acaba el año...

Escribir en estos tiempos tiene un punto de locura. Atreverse a reflexionar sobre la política social y criticar algunos aspectos de los servicios sociales y del trabajo social sólo puede hacerse desde la inconsciencia o desde el privilegio de tener trabajo y haber ejercido en el sector más de treinta años.


Como Wang y yo cumplimos ambas condiciones (él es el inconsciente), hemos conseguido mantener vivo este blog durante siete años.

En unos momentos donde no es fácil exponerse. Hoy se lleva callar, pasar desapercibido, no perturbar el orden establecido, no provocar... Las redes sociales todo lo magnifican y si son un magnífico altavoz para compartir ideas, no es menos cierto que también son un perfecto vehículo para el insulto y la descalificación, en unos tiempos en que la sociedad (y nuestra profesión dentro de ella) tiene la piel demasiado fina en lo formal mientras aguanta carros y carretas en los contenidos.

Este ejercicio de escribir tiene estos claroscuros. Y eso que a mí hacerlo a través de este blog me ha traído sobre todo cosas positivas. Sanos debates y reflexiones, multitud de amigos/as, contactos, colegas... (a muchos de los cuales admiro y, a los que, algunos sin conocerles, les he cogido mucho cariño). 

No negaré que también me he llevado algún disgusto. Mi estilo de escribir y mi estrategia de comunicación creo que no siempre son bien entendidas y en ocasiones me parece que he herido alguna sensibilidad. Pido disculpas por ello.

A veces siento que escribo contra todo. No lo puedo evitar. El blog nació con vocación de denuncia, y así seguirá. Lo que no excluye que intente siempre fundamentar y argumentar mis críticas lo más solidamente que puedo y que procure siempre ofrecer alternativas dentro de ese contínuo que va desde la pragmática a la utopía.

Y bueno, ya no os canso más.

Os dejo, como todos los años, las entradas más visitadas del año que terminamos, por si os apetece revisitarlas.
  • "Pobreza menstrual". Un intento de denunciar el interesado parcelamiento de la pobreza y los modos ineficaces y crueles con que se finge poner remedio. 
  • "El barco". Sobre lo que parecía el inicio de una nueva política en materia de acogida de inmigrantes.

También os pongo un enlace a dos archivos con todas las entradas del blog en formato pdf, por si queréis descargarlas y conservarlas en ese formato. 

Aprovecho para desearos unas felices navidades y para el año que viene, la mejor de las fortunas. Por mi parte seguiré escribiendo durante 2019 siempre que la ocasión lo merezca y mientras la libertad y la creatividad me lo permitan.

Un fuerte abrazo de Wang, y otro mío... amigas y amigos. Espero seguir disfrutando de vuestra compañía el año que viene, a ver si nos trae algo más de justicia en esta política social que padecemos.

domingo, 9 de diciembre de 2018

Se ha escrito un crimen

Ea. Ya vale. Que no cuela, vaya. Que aunque no sea politicamente correcto voy a decir lo que llevo pensando mucho tiempo y no veo que nadie explique con claridad en este tema de los desahucios: que nadie se quita la vida, que nadie se suicida, por un desahucio. 

 

Me he animado a compartir esta reflexión al leer la valiente entrada de mi compañera Belén Navarro "De desahucios, suicidios, servicios sociales y hartazgo" , donde denuncia con claridad algunos aspectos en relación a estos casos, aspectos que yo pretendo desarrollar aquí.

Y es que mola llamar asesinos a los que desahucian. A esos bancos que promueven los casos, a los jueces que aplican la ley sobre la propiedad, a los políticos encargados de legislar, a esos policías que colaboran con el mandato judicial, a esos servicios sociales que no han tramitado con celeridad una alternativa...

En unos casos es una manera de instrumentalizar un hecho para intentar defender una causa en la que se cree. En otros casos es simplemente una reacción ante el dolor de presenciar como el sufrimiento de uno de nuestros semejantes le ha llevado a terminar con su vida.

A todos nos van las explicaciones sencillas y lineales. Si una persona se ha suicidado y estaba inserta en un proceso de desahucio, se atribuye la culpa de ese suicidio a ese proceso y pasamos a otra cosa. El problema es que en un mundo tan complejo y global como el que vivimos, esas explicaciones no sirven.

Y menos en el caso de los suicidios. Un suicidio es un asunto muy complejo, donde se entrelazan factores psicológicos individuales de diversa etiología, junto a un gran número de factores sociales y relacionales en la biografía e historia vital de un sujeto, causándole un gran sufrimiento y una situación insostenible de la que se pretende escapar con ese acto.

Ya Emile Durkheim, en su famoso estudio sociológico de hace más de cien años, demostró la importancia de esos factores sociales y propuso una clasificación de distintos tipos de suicidio. Desde entonces, han sido numerosos los autores y estudios sobre la conducta suicida, que, aún hoy, estamos lejos de comprender. 

Pero algo está claro. No puede ser atribuida esta conducta a un sólo factor. Al menos sin oscurecer el resto mediante una puntuación interesada que nos lleva a una menor comprensión del contexto y, por tanto, a una menor capacidad de prevenir y evitar estas situaciones.

Sentadas pues las bases de lo que pienso y obligado a aclarar que no estoy legitimando los desahucios ni negando el sufrimiento que suponen para quien los padece, sigamos denunciando otro aspecto de ese pensamiento simplificador tan arraigado.

Buscando eludir responsabilidades y legitimar el status quo establecido, se trata ahora de buscar a los culpables, esto es, a los asesinos.

Y aquí aparecen los servicios sociales, bien pertrechados con su traje de "chivo expiatorio", prestos a ser acusados del crimen.

Para gran parte de la sociedad, sobre todo para los políticos que intentan eludir responsabilidades y para muchas entidades "activistas", los servicios sociales somos los encargados de proporcionar vivienda a quien no la tiene. Ergo si a alguien le quitan la suya o le desalojan de la que ocupa, se crea un problema que deben solucionar con inmediatez, diligencia y anticipación.

Se trata de un fenómeno de desresponsabilización y delegación que todavía en servicios sociales no hemos identificado suficientemente y para el que carecemos de defensa alguna. Si os interesa, hablé de estas cosas en mi entrada "El secuestro de la relación de ayuda".

Al mismo tiempo que se dificulta e impide nuestro trabajo, los servicios sociales debemos proveer de recursos ilimitados para estas situaciones. Como dice la canción, debemos tener "pomada pa' to' los dolores, remedio para toda clase de errores, también recetas pa' la desilusión". Al igual que tenemos que erradicar la pobreza y alimentar a los que pasan hambre, tenemos que proporcionar vivienda a quien no la tiene. Y además debe hacerse "a la carta", aunque de esto hablaremos otro día.

El problema así, de nuevo, deja de ser social para pasar a ser individual. El problema no será más que la política de vivienda sea un disparate a nivel nacional y municipal, que nuestra sociedad está entregada al individualismo insolidario, ni que los servicios sociales tengamos "de facto" atribuidas unas funciones que no nos corresponden... El problema será que una trabajadora social de un centro de servicios sociales no ha sido suficientemente diligente para proporcionar una nueva vivienda, tal como la persona que se ha suicidado requería.

Entiendo y comparto el hartazgo de mi compañera Belén. Yo cada vez que oigo a esos políticos irresponsables utilizándonos como chivo expiatorio me dan ganas de... (no, de suicidarme no), de vomitar.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Reflexiones de un hambriento

Ha vuelto a pasarme. Al igual que hace un par de años, he vuelto a ser señalado como un ser insolidario al negarme a coger la bolsa que, a voz en grito, me acercaba uno de los voluntarios de la gran recogida que los Bancos de Alimentos han organizado este fin de semana pasado.

 

"Reflexiones de un hambriento" 1894 E. Longoni
No os aburriré con los detalles. Fue un episodio parecido al que en aquella ocasión os relataba en esta entrada. Y como en ella también os contaba mi postura al respecto, tampoco seré más pesado con el tema.

Sí os recomiendo la estupenda entrada al respecto de los compañeros/as de Ágora de Treball Social de Lleida  ("Atún y galletas, Menú de los pobres de hoy, sábado"), un estupendo trabajo de análisis, reflexión y alternativas al respecto de estas iniciativas.

También le podéis echar un ojo a este artículo "Es hora de cerrar los Bancos de Alimentos", en la web Renta Básica Universal

En todo caso, a pesar de que muchos de nosotros mantenemos una postura crítica al respecto de estas iniciativas y de que son cuestionadas desde muchos ámbitos en la intervención social, la verdad es que éstas gozan de una salud envidiable, pues las cifras en voluntarios y alimentos recogidos no dejan de incrementarse año tras año.

La extremada legitimidad social de estos Bancos y sus repartos de alimentos tienen diversas razones, ancladas en nuestro átavico subdesarrollo en materia de política social y sustentadas en una ideología benéfico-asistencial que estamos lejos de superar, pues entronca directamente con las corrientes neoliberales que arrasan nuestra sociedad.

Pero a mi juicio hay otras razones, seguramente contaminadas de esa ideología de la que hablo, que son igualmente importantes.

Una atañe a los profesionales y técnicos variados en esto de la acción social. Incapaces de consensuar unas alternativas eficaces a estos bancos, perdidos en palabrería en torno a la justicia social y los derechos sociales mientras por acción, omisión y/o obligación, diseñamos y gestionamos prestaciones y servicios tan asistenciales como aquello que denunciamos.

La otra tiene que ver con un factor psicológico de enorme fuerza rectora: nos hace sentir bien, esto de dar alimentos a los pobres. Nos reconcilia con el sentimiento de culpa que nace de nuestra desigualdad y nos genera una ilusión de reducirla que, aún siendo paradójica, no es menos tranquilizadora.

En cualquier caso, Wang y yo lo tenemos claro. El año que viene evitaremos ir al supermercado un fin de semana como éste. Nos ahorraremos algún disgusto.

***

Entrada dedicada a mis colegas, amigos y amigas andaluzas. Que este fin de semana sí que han tenido un disgusto de los de verdad.

martes, 27 de noviembre de 2018

¿Visita el ratoncito Pérez a los usuarios de Servicios Sociales?

-¿A qué viene esa pregunta?- Le contesté a Wang cuando, de forma repentina, me planteó semejante cuestión. -Me lo preguntaba -me explicó mi compañero- al ver el nuevo servicio municipal de dentistas para usuarios de servicios sociales que se ha puesto en marcha en Barcelona.



Y me enseñó la noticia (aquí el enlace), donde se daba información de ese nuevo servicio.

Tras leer la noticia, y sin conocer en profundidad el proyecto, la verdad es que la creación del mismo me ha dejado un regusto más bien amargo.

En primer lugar, no veo qué pinta el sistema de servicios sociales en lo que es una prestación sanitaria. Más bien no termino de entender porqué una prestación sanitaria se ha de dirigir a usuarios de servicios sociales.

Personalmente no creo que el ratoncito Pérez se pregunte, a la hora de dejar una moneda o un caramelo por cada diente que recauda, si ese diente procede de un niño o niña cuyos padres sean usuarios de servicios sociales. Me parece que el ratoncito Pérez es más universal que todo eso. (Excepto en China, donde por cierto me dice Wang que no ha llegado).

Más allá de que un Ayuntamiento decida dedicar recursos a cubrir las carencias del sistema de salud, cuestión más o menos oportuna, legítima o discutible, la cuestión es ¿quienes son los usuarios de servicios sociales?. O más bien quién piensa el servicio (o la noticia) que són dichos usuarios.

Hasta lo que yo sé, los servicios sociales son universales. Esto es, van dirigidos a toda la población. Pero, llamadme iluso, creo que este servicio va dirigido sólo a una parte de ella: los pobres, excluidos, drogodependientes y personas sin hogar. Es decir, a los que en la práctica la mayoría de la población y nuestros políticos piensan que son los usuarios de los servicios sociales.

No me malinterpretéis. No estoy en contra (tampoco a favor, lo confieso) de que se cree este tipo de servicios. Pero no me parece oportuno mezclarlo con servicios sociales. Personalmente me retrotrae a aquellos Padrones de Beneficencia con los que los Ayuntamientos prestaban una precaria asistencia sanitaria y farmaceútica a las personas que no tenían acceso a la Seguridad Social. Ya hablé de ello en esta entrada del blog "Beneficencia", que os invito a recordar.

Alude la noticia, para legitimar el proyecto, que gran parte del gasto del servicio que se crea ya se realizaba por parte de los servicios sociales, imagino que refiriéndose a las prestaciones o ayudas de urgencia, emergencia o inclusión dedicadas al pago de estas necesidades odontológicas y que no son sino el claro reflejo del papel residual del sistema de servicios sociales, haciéndose cargo de las necesidades, competencia de otros sistemas, que éstos no quieren asumir. 

A mi juicio, este tipo de servicios son tan bienintencionados como estigmatizadores y responden a necesidades concretas en la misma medida que ahondan en las desigualdades territoriales. Además, como bien se explica en este artículo que os acompaño "La paradoja de la redistribución" son las prestaciones universales las más eficaces para la protección social.

Pero parece que nuestro Estado ha abandonado la idea de la universalidad en las prestaciones y servicios, diseñando de modo compulsivo prestaciones selectivas que, poco a poco, van socavando los cimientos de un verdadero Estado de Bienestar y aproximándolo cada vez más a un, nunca superado, Estado Benéfico-Asistencial.

En cuanto a Wang, siempre tan pragmático, me ha confesado que la próxima vez que se le caiga un diente lo pondrá en una bolsita por la noche junto con un certificado de que es usuario de servicios sociales, no vaya a ser que el ratoncito Pérez se ponga selectivo y no le traiga su caramelo.


jueves, 15 de noviembre de 2018

Monstruos s.a.

Al igual que el monstruo de Frankenstein estaba compuesto de trozos de cadáveres unidos en un conjunto deforme al que un loco intentaba devolver a la vida,  la política social en nuestro país es una amalgama descoordinada y confusa que sólo desde una profunda locura alguien puede hacerse la ilusión y empeñarse en que funcione.


Con frecuencia suelen decirme que mantengo una visión pesimista sobre la realidad de la política social en general y en particular sobre el sistema de servicios sociales. Sin negar que hay algo de verdad en esta acusación (el pesimismo es una licencia que me permito tras más de treinta años de experiencia en el sector, todos ellos en la dura trinchera de la atención primaria, aguantando el profundo deterioro de la última década), no es menos cierto que, tal y como he explicado en otras ocasiones, se trata de una estrategia que persigue captar la atención hacia los verdaderos problemas que afrontamos, más allá de los cantos de sirena que desde la política se nos ofrecen o de la autocomplacencia en la que caemos a veces como profesionales. 

Y es que en el fondo no albergo ninguna esperanza de que podamos mejorar la situación: no en vano hace unos meses declaré la muerte del sistema de servicios sociales ("Coplas a la muerte de un sistema"). Pero atención, aclaro, siempre que mantengamos los discursos actuales.

Esos discursos que nos dicen, por ejemplo, que el sistema de servicios sociales es la última red de protección de las personas, o que constituyen el cuarto pilar del Estado del Bienestar. Discursos sin duda atrayentes y bienintencionados, pero que sitúan al sistema de servicios sociales en una posición residual dentro de la política social, sin espacio propio, con un objeto confuso centrado en el asistencialismo y asumiendo una tarea tan ingente e imposible como indefinida.

Vengo planteando hace tiempo que es necesario cambiar ese discurso desde una profunda reconceptualización de los servicios sociales. Redefinirlos desde sus cimientos, estableciendo un objeto bien delimitado frente (y entre) al resto de sistemas públicos de protección social que configuran la política social. Un proceso parecido al que se hizo con el Plan Concertado, del que al año que viene celebraremos sus treinta años. 

Lo que no podemos seguir haciendo es continuar dando descargas eléctricas (en forma de inyecciones económicas) a este monstruo de Frankenstein intentando que vuelva a la vida. Lo más que estamos consiguiendo es que se levante dando tumbos y rompa algo... ("Frankenstein en la cristalería") Los retazos que lo componen son tan desiguales territorialmente y tan confusos conceptualmente que hacen imposible un funcionamiento coherente y eficaz.


Al año que viene comenzamos otro ciclo electoral, este año ya en alguna comunidad autónoma. De forma invariable, veremos como todos los políticos sin excepción van a establecer el debate en torno a la política social y los servicios sociales asumiendo como bueno el modelo actual y discutiendo qué cantidad de electricidad hay que insuflarle (unos muy poca, otros mucha; unos en algunos sitios, otros en lugares diferentes...). 

Me parece un debate inadecuado e ineficaz, cuando creo que lo importante es el cambio de modelo, para el que doy algunas claves (resumidas) que ya he desarrollado en otras ocasiones:
  1.  Ley General de Servicios Sociales
  2.  Conceptualización del objeto del sistema en torno a lo relacional y convivencial
  3.  Desarrollo de los sistemas de garantía de ingresos (Renta Básica) y de vivienda (garantía habitacional) de forma separada del sistema de servicios sociales.
  4.  Armonización del resto de sistemas (Educación, Sanidad, Empleo...) con la nueva conceptualización del sistema de Servicios Sociales.
Llamadme pesimista si queréis, pero veo lejos este cambio de modelo. Me parece que tendremos que seguir conviviendo con nuestros monstruos.



lunes, 15 de octubre de 2018

El gato que está triste y azul

A principios del verano pasado os proponía buscarle los seis pies al gato, en un intento de enriquecer el relato del Sistema de Servicios Sociales con metáforas complementarias a las que se vienen utilizando y sobre todo, intentando sustituir las concepciones que asimilan el contenido de nuestro sistema a la lucha contra la pobreza.


Sé que es una batalla perdida, pues los últimos pactos para los presupuestos generales del Estado vuelven a  poner en claro lo que ya sabemos: la invisibilidad del Sistema de Servicios Sociales y el encargo de nuestros gobernantes asignándonos como principal y casi única competencia la certificación y gestión de la pobreza.

Lo de la Ley de Dependencia como el cuarto pilar del Estado de Bienestar, ya lo dejo para otro día, que Wang dice que no me conviene alterarme....

Lo que subyace es un grandísimo consenso en que el Sistema de Servicios Sociales ha de ser el basurero social, careciendo de espacio propio y teniendo que recoger lo que los demás sistemas de protección social no hacen, no pueden o no quieren hacer. Y esto último tiene que ver, habitualmente, con dedicar las prestaciones y servicios de estos sistemas a las personas más vulnerables o con más dificultades. Y ante las carencias de nuestro sistema para ejecutar semejante labor, hemos terminado en muchas ocasiones "escondiendo la basura bajo las alfombras", que es lo que principalmente han conseguido nuestras tan cacareadas y chapuceramente construidas prestaciones sociales. Es lo que tiene ser basureros diligentes: si no se puede limpiar la basura, al menos que no se vea demasiado...

Porque asignar la lucha contra la pobreza al Sistema de Servicio Sociales resulta tan paradójico como la situación del gato en la famosa canción de Roberto Carlos que da título a esta entrada.

¿Cómo puede un gato ser azul? Es más... ¿cómo puede "estar" azul?  Al parecer, se trata de una contradicción fruto de un error en la traducción de la letra de la canción.

Creo que la misma contradicción cometemos cuando hacemos de la pobreza el objeto de nuestro sistema y olvidamos que es algo transversal a toda la política social.

Todas las personas y profesionales que siguen asiduamente este blog saben que mantengo una clara posición al respecto de la relación entre pobreza y sistema de servicios sociales. Considero que no es nuestra  principal función ni debe ser nuestra exclusiva competencia.

No porque no me importe, claro. Como ciudadano me preocupan enormemente las situaciones de desventaja social, y como profesional presencio y atiendo a diario los terribles efectos en las personas que las atraviesan. 

Pero creo que el Sistema de Servicios Sociales no es el sistema que debe ocuparse de ello. No es nuestra finalidad el garantizar una vivienda o la subsistencia de las personas que no la tienen. No. El problema es que llevamos demasiado tiempo con el encargo social de que lo hagamos, creyendo en muchas ocasiones que debíamos hacerlo o, al menos, sin la suficiente claridad para oponernos.

Pondré un ejemplo. Es algo probado que una de las más eficaces medidas de lucha contra la pobreza es la universalización y gratuidad de la educación. Cuanto más se avance en ambos conceptos, más colaborará la educación a erradicar la pobreza. Hablamos de centros inclusivos, de libros de texto, materiales y comedores gratuitos, de actividades extraescolares, gratuidad en la educación 0-3 años, de servicios de conciliación.... Medidas que puede (y debe) implementar el sistema educativo, y no derivarlas (como hasta ahora en muchas ocasiones) al sistema de servicios sociales, estigmatizando a los destinatarios y haciendo que asumamos una responsabilidad impropia.

Lo mismo podríamos decir del resto de sistemas de protección social. En todos hay que implementar medidas por un lado para atender a las personas que se encuentran en situación de pobreza y por otro para colaborar a su erradicación. Sólo así evitaremos que al Sistema de Servicios Sociales no le suceda lo que a otro famoso gato, el de la famosa paradoja de Schrodinger, con un estado tan indefinido que estaba en la caja muerto y vivo a la vez.
 
Porque en este tema el principal protagonismo lo ha de tener el todavía inexistente Sistema de Garantía de Ingresos (que debería coordinarse con la política fiscal y laboral) y que el resto de sistemas deberíamos apoyar de forma complementaria. Lamentablemente a este Sistema de Garantía de Ingresos ni se le ve, ni se le espera: de Renta Básica ni hablamos y del disparate de las Rentas Mínimas, ya lo hicimos en la entrada anterior.

Y mientras, resurgen con fuerza discursos totalitarios preñados de xenofobia, machismo y aporofobia, creando un ambiente social en el que va a ser imposible modificar estructuralmente la política social de este país más allá de un ineficiente maquillaje que no conseguirá ni avanzar en justicia social ni reducir la desigualdad.

Tengo la sensación de que cuando seamos conscientes de todo ello, nos daremos cuenta de que ya habíamos llegado tarde.



viernes, 5 de octubre de 2018

Mendicidad en “B”


El disparate de las Rentas Mínimas no tiene límite. Parece que el Gobierno de la Comunidad de Madrid tiene una particular lucha contra los perceptores de esta prestación, y exige a los solicitantes de la renta mínima de inserción una declaración jurada de sus ingresos en la calle. 


Y es que, al parecer en aras de la transparencia y en cumplimiento de la norma, exige que sean declarados y descontados de la prestación cualquier tipo de ingreso, proceda de donde proceda. Es algo previsto en la normativa que regula la prestación y que lleva aplicándose desde el principio y aunque su aplicación en estos casos de ingresos “irregulares” (como son los que obtienen las personas en situación de exclusión social para subsistir) debería realizarse con cierta flexibilidad, la Comunidad de Madrid parece optar por su aplicación más estricta. 

La máxima neoliberal de “débil con el fuerte, fuerte con el débil” llevada a su máxima expresión.

Y ahí andan los solicitantes que sobreviven de la mendicidad o de pequeños ingresos como recogida de chatarra, teniendo que hacer una especie de “estimación objetiva por módulos”, reflejando en ella esos miserables ingresos, que tras la aplicación de las correspondientes tablas de deducciones les supondrá una minoración importante en la renta a percibir (que de esta manera hará honor a su nombre: mínima). Es una medida inspectora que socava los derechos de estas personas y su dignidad.

Porque esta norma y su estricta aplicación tiene un olor a aporofobia que tira para atrás. 

Pero tiene una justificación importante. Hay que cumplir la ley. La pregunta es por qué tienen que cumplirla sólo los beneficiarios de estas rentas mínimas.

No estará de más recordar que hay otras leyes, como aquella que dice que hay que tributar impuestos por todos los ingresos que cualquier persona física o jurídica tenga. Y como es conocido por todos que entre las empresas y autónomos de este país hay una gran cantidad de dinero negro, que se oculta al fisco, podríamos aplicar para ellos la misma regla que para los anteriores.

Así, en la próxima declaración de impuestos, habría que exigir a las empresas y autónomos de este país una declaración complementaria, estimando los ingresos que generan en negro. En función de lo que declaren y comparándolo con el volumen de la empresa o negocio, se realiza una estimación de los impuestos complementarios que tienen que pagar por ese dinero negro, y todos tan contentos.

Es lo más justo ¿no? Transparencia, sí. Pero para todos. De pobreza, supervivencia y calidad de vida, ya hablamos otro día. Y si quieren, hasta de Renta Universal Básica.

 ***

Entrada dedicada a la gente del estupendo Foro Servicios Sociales de Madrid, al "Kolectivo Becerril" y en especial a Teresa Zamanillo,"instigadora" de este post.

sábado, 15 de septiembre de 2018

¿Qué hay de lo mío?...

No suelo meterme en este blog a analizar temas políticos o económicos generales. Bastante tengo con los rincones de la política social a los que aplico mi mirada de Trabajador Social. Pero es que la dimisión de la Ministra de Sanidad (y de otras cuestiones menores como Consumo o Bienestar Social...) me ha sugerido reflexiones que he decidido compartir.


Bueno, más bien se trata de la no-dimisión. Porque la forma en que la Ministra ha renunciado a su cargo cuando se le ha acusado de haber obtenido su título de master de forma fraudulenta utilizando los privilegios que su condición de diputada le daban, más bien ha parecido un cese que una dimisión.

Y es que con el esperpento que hemos presenciado, primero negando y ratificando-se, y luego "dimitiendo" sin reconocer ningún error, ni pedir disculpas por ello, la clase política ha vuelto a perder una oportunidad de oro (otra más) para regenerar el ejercicio de la política.

Dicho ejercicio, al cual estoy convencido de que la mayoría de las personas (exceptuando algunos delincuentes y personalidades narcisistas) acceden con un honesto interés por mejorar la sociedad, viene acompañado de una serie de privilegios y prebendas tan difíciles de rechazar que corrompen con facilidad esa primera motivación altruista y la dirigen hacia intereses particulares. Así, la política se convierte en una carrera profesional que permite el acceso a bienes y servicios difíciles de obtener de otra forma.

En ocasiones, este acceso a dichos bienes y privilegios se convierten en la principal motivación y ejercicio del político/a; otras veces simplemente le acompañan. Pero siempre están, y los políticos, unas veces más conscientemente y otras no tanto, se benefician de ello. Incluso hay ocasiones que los pueden considerar como una especie de compensación al duro oficio de la política o los consideran tan inherentemente unidos al cargo que no les genera ningún conflicto ético acceder a los mismos.

Resistirse a esos privilegios exige del político de una integridad y una determinación más propios de los héroes mitológicos que de los pobres humanos que ejercen esa actividad, así que por mi parte, me abstendré de juzgarlos ni de exigir para ellos una pureza absolutamente inmaculada que yo no tengo.
Creo que la línea entre beneficiarse de esos privilegios y cometer algún delito es bastante ténue y deben ser los jueces quienes la determinen.

Dicho lo cual, considero que en el caso del máster de esta Ministra hay indicios razonables de haberla cruzado, así que su dimisión era inevitable. Lástima que lo haya hecho tan mal.

Hace ya algunos años escribí un par de entradas sobre cómo pedir perdón. Son "Me he equivocado" y "El perdón y la nada", escritas precisamente a raiz de acontecimientos donde diversos políticos y cargos públicos eran acusados de corrupción.

Creo que el próximo político que vaya a dimitir debería leerlas. Pero como dudo que lo haga, le haré un resumen: reconocer el error, no poner excusas, pedir perdón, repararlo si es posible y marcharse. 

Sencillo ¿no?

No obstante, dados los problemas que están causando a nuestros políticos los estudios de posgrado, le propondré a Wang que incluya este tema en los planes de estudio de su Máster.



martes, 11 de septiembre de 2018

La trampa de la complejidad

En mi última entrada parodiaba el diseño de muchas de las prestaciones y servicios que se implementan en Servicios Sociales para dar respuesta a diferentes problemáticas sociales. Más allá de las chanzas, toca ahora reflexionar sobre el porqué de estas ineficientes políticas.


La mayoría de estas problemáticas, desde las más extensas como la pobreza o la desigualdad, la violencia contra la mujer, el maltrato y abuso a la infancia, la integración de inmigrantes... hasta las más concretas como el fracaso escolar, la soledad en que viven (y mueren) muchos de nuestros ancianos... son abordadas por los gestores de la política social mediante una combinación de dos factores: un análisis simplista de las causas de la problemática y de las medidas para solucionarla, acompañado de un complejo diseño en el planteamiento y desarrollo de esas medidas.

Sobre la simpleza en los análisis, pongamos algunos ejemplos recientes:

Sobre la complejidad con la que luego se diseñan las medidas con las que se piensa intervenir en la problemática, gran parte de las razones para ello las encontramos en esta entrevista a Félix Talego, profesor de Antropología Política de la Universidad de Sevilla, denunciando la "carrera de obstáculos" en que deliberadamente se han convertido las Rentas Mínimas de Inserción, ineficaces para solucionar las situaciones de pobreza, pero muy eficaces para castigar al pobre y mandar al resto de la sociedad un mensaje ejemplarizante.  Recomiendo que la leáis porque habla muy claro, y eso es algo que a veces echamos en falta.

La combinación del mensaje de las prestaciones como "derecho social"  (ver mi entrada "El corral") y la impúdica burocracia y exigencia de requisitos con las que se desarrollan es absolutamente perversa y responde a una especie de "conciencia social" a la que gran parte de la ideología neoliberal ha conseguido colonizar.

El mensaje fundamental se resume así: si eres pobre, si estás atravesando alguna situación de dificultad o incluso si tienes algún problema relacional, la culpa es tuya. No te estás esforzando lo suficiente o tus actitudes han provocado la situación. Aplíquese este mensaje en toda situación: al inmigrante que sólo quiere vivir de las ayudas que "les damos", a ese pobre menesteroso que no encuentra trabajo porque es un vago, o a esa mujer que "algo habrá hecho" o "algo pretende" si la han agredido....

Por lo tanto, vamos a ayudar a todos estos sectores de población, pero poco. Presupuestos escasos o muy contenidos. Ni hablar de incrementar estructuras o profesionales, medidas reactivas que sabemos que no sirven, pero se identifican claramente. Y sobre todo, mucha y compleja burocracia que contenga el gasto y fiscalice la vida de los destinatarios.

O empezamos a plantearnos seriamente que este no es el camino y a denunciar estas delirantes y perversas políticas sociales, o nos acostumbramos a vivir (si no lo hemos hecho ya) presenciando el incremento de todas estas (y otras) problemáticas.

Claro que para ello es previo un cambio en la mirada hacia dichas problemáticas para la que, como sociedad, tal vez  aún no estamos dispuestos.

jueves, 30 de agosto de 2018

Pobreza menstrual

Hace unos meses escribí una entrada en este blog sobre la perversidad que supone el ponerle apellidos a la pobreza. Lo que nunca pensé es que, dentro de la multitud de adjetivos con los que se está poniendo de moda acompañar el término, encontraríamos el de "pobreza menstrual".

 
 En dicha entrada "Pobreza Pérez", reflexionaba entre otras cosas sobre cómo el trocear y parcelar las situaciones de pobreza mediante esos calificativos es causa y consecuencia de una política social incapaz de abordar integralmente el problema y dirigida más bien a paliar o trabajar con las consecuencias de la pobreza, y no con sus causas. 

Pero esto de la "pobreza menstrual" me parece ya rizar el rizo. Los medios de comunicación lo están denominando así a raíz de la noticia de que en Escocia (ver noticia), han decidido facilitar a las mujeres que lo necesiten el acceso a estos productos higiénicos. 

La noticia no habla demasiado de cómo se va a implementar esa medida, pero parece ser que para no estigmatizar a las beneficiarias han tomado la decisión de entregar tampones y compresas de forma gratuita a todas las estudiantes del país.

Personalmente respeto esta medida, pues considero que los gastos en estos productos higiénicos suponen para muchas familias una dificultad en la que deben ser ayudadas, y aunque no estoy de acuerdo con el modelo de implantación (preferiría una suficiente política de garantía de ingresos para las familias combinada con una regulación de los precios en los productos de primera necesidad), sí me parece que contiene algunos elementos positivos, como el de cierta universalización, el citado de no estigmatización, el de no hacerlo a través del sistema de servicios sociales...

De todas formas, en nuestro país no creo que vayamos a copiar a los escoceses. Aquí tenemos nuestro propio sistema para hacer las cosas, y en el caso de que decidiéramos poner en marcha alguna medida al respecto, lo haríamos más o menos de la siguiente forma:
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Todo comenzaría con un Decreto elaborado por el Gobierno de la Nación con una larga y prolija explicación sobre lo conveniente y progresista de la medida. 

En dicho Decreto se determinarían las posibles beneficiarias, que se dividirían en seis subtipos mediante una combinación de sus capacidades económicas y las características y duración de su menstruación. Según su capacidad económica (personal y/o familiar según se trate de menores o no) se dividirán en mujeres vulnerables o mujeres muy vulnerables y según las características de la menstruación serán divididas en cortamente menstruantes, largamente menstruantes o irregularmente menstruantes.

Para cada subtipo se establecerá un porcentaje de financiación que podrá ir desde el 50% hasta el 90% del precio medio del coste mensual en este tipo de productos calculado para el mismo y que será delimitado por el Gobierno de forma mensual teniendo en cuenta la situación del mercado en cada momento. Para el cálculo del precio se aplicará un factor de corrección en función de si la mujer reside en el medio rural o el urbano.

Las mujeres que quieran acceder a estas prestaciones deberán acudir a los servicios sociales de su zona a solicitarlas. En función del estudio de la capacidad económica y del informe médico preceptivo que tendrán que aportar sobre las características de su mensturación, los servicios sociales establecerán el subtipo al que pertenecen y el porcentaje de financiación. Para el cálculo del porcentaje se establecerán y aplicarán por parte de los servicios sociales los correspondientes coeficientes en función de si se trata de mujeres víctimas de violencia, con alguna discapacidad, familias monomarentales y otras.

La concesión de la prestación será durante un año, (pudiendo ser revisada en cualquier momento, claro), durante el cual la entidad local titular de los servicios sociales ingresará cada mes al establecimiento elegido por la usuaria la cantidad resultante del porcentaje concedido. Sólo podrán elegirse los establecimientos que hayan firmado previamente un convenio con la entidad local en el cual, entre otras cosas, se garantice la confidencialidad de los datos. El Gobierno proporcionará un modelo de convenio para dichas situaciones.

De forma mensual el establecimiento remitirá un listado con las mujeres beneficiarias y el gasto efectuado en cada una de ellas a los servicios sociales de la zona. Dichos servicios sociales compararán dichos listados con las facturas que, tras efectuar la compra, la mujer beneficiaria debe entregar a los mismos. Así se comprobará mensualmente el adecuado destino de los fondos.

Una vez acreditado el destino y certificado correctamente el gasto, la entidad local remitirá dichos listados y toda la documentación a su comunidad autónoma, quien financiará a la entidad local un porcentaje entre el 50% y el 75% de los gastos efectuados según los subtipos de mujeres beneficiarias.

-¡Mucho mejor que los escoceses!, me ha espetado Wang cuando se lo he explicado, al tiempo que me preguntaba si también se financiaría de algún modo la copa menstrual a las mujeres pobres.

-No lo se, Wang, -le he contestado-. Habrá que crear alguna comisión al respecto.