martes, 22 de septiembre de 2015

Evolución

Cuando elegí estudiar Trabajo Social lo hice sin duda con la idea de que, como trabajador social, iba a cambiar el mundo. Ya durante la carrera y en mis primeros años de ejercicio profesional, me dí cuenta de que el mundo era un lugar lo suficientemente grande y complejo como para que mi insignificante labor pudiera transformarlo en modo alguno.


«Lorenz attractor yb».Publicado bajo la licencia CC BY-SA 3.0 vía Wikimedia Commons.
Así que centré mis esfuerzos en cambiar al menos las realidades más cercanas que tenía a mi alcance y me dediqué con ahinco a modificar las estructuras e instituciones donde trabajaba. Poco a poco, fuí descubriendo que en toda institución hay tal cantidad de fuerzas tan intrínsecamente entrelazadas que hacían estéril cualquier intento por mi parte. Todo cambio que me parecía conseguir, terminaba diluyéndose en dinámicas que no terminaba de controlar y cuando esos cambios persistían poco o nada tenían que ver con mi intervención.

Preocupado sobre la eficacia de mi ejercicio profesional pensé que, si no podía cambiar el mundo ni tampoco mis realidades más cercanas, tal vez pudiera cambiar la vida de algunas personas con las que trabajaba. No tardé tampoco en darme cuenta de que las personas son tan complejas como el mundo y que la vida de las personas tiene tal cantidad de matices que era muy ambicioso y soberbio por mi parte pensar que mi limitada intervención pudiera conseguir cambios significativos.

En plena crisis de identidad profesional comencé a madurar una nueva y liberadora idea. ¡Yo no tengo poder para cambiar nada ni nadie! El único cambio que tal vez tenga a mi alcance es el mío. Porque en todo este proceso, yo sí que notaba que había cambiado. De este modo, para seguir ejerciendo como trabajador social tenía que dar respuesta a dos preguntas: en qué había cambiado yo y qué me había hecho cambiar a mí.

La primera de ellas me costó un tiempo. Sin duda mis aptitudes habían evolucionado durante mi proceso. Sé muchas más cosas que cuando comencé y he acumulado un buen número de experiencias. Mi actitud ante los problemas y realidades que enfrento en el trabajo es bien distinta ahora que cuando comencé. Pero ¿en qúe ha cambiado principalmente?

Poco a poco he descubierto que lo que ha cambiado en mí ha sido sustancialmente mi mirada. Veo las cosas
de manera muy diferente, con más matices, con más complejidad... La comprensión que esta mirada me proporciona me ha hecho más tolerante, menos soberbio, más humilde y comprometido, menos ambicioso... Juzgo menos, acepto más. Actúo menos, reflexiono más. Hago más cosas "con" que cosas "para". Y creo que la relación es tan importante como la acción.

En cuanto a qué me ha hecho cambiar tampoco tiene una respuesta fácil. Podría decir que el tiempo, las experiencias, incluso la formación... Pero despues de reflexionar sobre todo ello me inclino a pensar que lo que me ha hecho cambiar ha sido mi relación con los demás. Resulta que yo tampoco soy el protagonista de mi propio cambio. Son los demás los que me hacen cambiar. Personas y profesionales que me han impactado, removido, perturbado... Que han hecho que me cuestione mis valores, mis creencias, mis actitudes, mis prácticas... Unas veces con sus escritos, otras con sus prácticas, a veces simplemente con sus vidas, pero ha sido la interacción y el diálogo con ellos lo que me ha hecho cambiar. Y lo que es más importante: ninguno de ellos pretendía hacerlo.

Así que a eso me dedico ahora. Ya no pretendo cambiar nada, dedico mis esfuerzos a potenciar y estimular. Ya no dirijo, intento abrir posibilidades y alternativas. Ya no intento resolver las situaciones, intento darles nuevos significados. Ya no tomo a cargo a nadie, me relaciono con las personas y en ese encuentro se construyen realidades más creativas y liberadoras en un proceso planificado e impredecible.

¿Lo que haré mañana? No lo sé. Seguramente haya cambiado. 

¿Y el mundo? Tampoco lo sé. Sigue siendo ese lugar incomprensible donde, como nos dicen las teorías del caos, el aleteo de las alas de una mariposa puede producir un tornado a miles de kilómetros de distancia.


martes, 15 de septiembre de 2015

Atontaos

Si hay alguna declaración política que me haya impresionado ultimamente de verdad ha sido la del Presidente del Gobierno de nuestra nación refiriéndose a su política económica y utilizando para ello la metáfora de la lluvia, de la cual, vino a decir, "nadie sabe por qué cae agua del cielo". Podéis verlo en este enlace.



"Este tío es tonto", dijo Wang cuando lo oyó. No sé muy bien porqué, pero cuando Wang aprendía castellano, una de las palabras que más llamaron su atención fue la de "tonto". Desde entonces la utiliza con frecuencia y habitualmente, de manera acertada.

Pero esta vez tuve que corregirle. Una de las acepciones más frecuentes de la palabra "tonto" es la de alguien poco inteligente, ingénuo y sin malicia. Y ninguna de las tres cosas pueden aplicarse a nuestro Presidente.

Las redes sociales enseguida empezaron a bromear con la supuesta estulticia de nuestro protagonista y comenzaron a explicarle las razones científicas para ese misterio del "agua que cae del cielo". 



Pero yo no estoy de acuerdo. En primer lugar no creo que el Presidente sea tan zafio como para no saber lo que todos estudiamos de niños sobre el ciclo del agua y de la lluvia. Y en segundo lugar porque me he acostumbrado a observar que los mensajes de toda esta secta neoliberal son de todo menos espontáneos e inocentes. 

Seguramente traicionado por su ineptitud para los discursos y obligado a emitir más palabrería que la que desearía, no acertó a darle forma del todo al mensaje y utilizó una metáfora inadecuada. (Aunque también es muy posible que su subconsciente le traicionara y en su interior ultra-retro-católico siga atribuyendo la lluvia a la intersección de los santos). 

Pero más allá de la ejecución chapucera, el mensaje es certero: las cosas no suceden porque sí y sólo se consiguen con esfuerzo. Ergo si no consigues nada es porque no te esfuerzas lo suficiente.

Wang me dice que en mis intentos por deconstruir los mensajes neoconservadores a veces le busco "tres pies al gato" (otra expresión que le encanta) y que, simplemente, nuestro Presidente es tonto.

Y yo le contesto que tal vez, pero que todos estos mensajes al final están calando y nos están atontando a nosotros. Porque solo atontándonos puede tener esperanzas nuestro ínclito amigo de volver a gobernar.

Y para desgracia de todos las tiene, vaya que si las tiene...

* * *

Mientras, os dejo con este vídeo de Les Luthiers, uno de cuyos miembros ha fallecido recientemente, invocando a la lluvia. Por si acaso os hace falta.


martes, 8 de septiembre de 2015

Buscando refugio

No tenía previsto hablar de la mal llamada, a mi juicio, "crisis de los refugiados". El drama del pueblo sirio (y el de otros pueblos) huyendo de sus paises de origen y llamando a las puertas de Europa buscando refugio, merece sin duda un acercamiento respetuoso, con un profundo análisis que yo no soy capaz de hacer.



Bandera de Siria, usada por la oposición en el exilio.
Pero alrededor de todo este drama, sí se han producido algunos fenómenos que me han hecho reflexionar. 

En primer lugar, el papel de la sociedad civil en todo esto. Llevamos décadas asistiendo a auténticos genocidios y vulneraciones sistemáticas de los derechos humanos en todo el planeta, pero nunca hasta ahora se había producido una sensibilización tan generalizada como la que se está produciendo con el éxodo Sirio. ¿Qué ha sucedido para que así sea? Os confieso que se me escapan las razones, probablemente sean más complejas que las que puedo analizar, pero la verdad es que me ha sorprendido la explosión de solidaridad con este problema. 

¿Una foto? ¿El recuerdo de nuestros históricos dramas? ¿La situación política o económica nacional, europea o mundial? No lo sé. La cuestión es que la sociedad civil se ha movilizado y, como siempre que ello ocurre, presenciamos la emergencia de multitud de iniciativas que pretenden colaborar, ayudar o solucionar el problema. 

La mayoría de estas iniciativas surgen de la solidaridad y de la buena voluntad. Las más de las veces son iniciativas serias, aunque en ocasiones surgen algunas cuya frivolidad espanta. Generalmente pretenden la coordinación de esfuerzos y la integración y sinergia de las actuaciones, aunque no faltan tampoco aquellas que sólo parecen actuar desde el protagonismo de quien las desarrolla. Frecuentemente están bien planificadas y diseñadas pero hay ocasiones en que son actuaciones irreflexivas, guiadas únicamente por la emoción.

Así, multitud de asociaciones, grupos, ONG's, municipios, comunidades autónomas... incluso ciudadanos individuales, han lanzado sus propuestas para dar refugio a los sirios que están huyendo de su país. Uno de los efectos de esta movilización ha sido la presión ejercida hacia el Gobierno de la nación, que se ha visto obligado a dar un giro a sus intenciones y plantear la acogida de más refugiados de los que sin duda había previsto.

No tengo ni idea cómo va a concretar esto el Gobierno, enfangado en una vergonzosa discusión con Europa en cuanto a los "cupos" de refugiados que "nos tocan" a nuestro país y preocupado unicamente en sacar la calculadora para ver los recursos que tiene que reclamarle para admitir acogerlos. Lo que temo es que con la desgana con la que afronta esta tarea (coherentes con su credo neoliberal) diseñe una rácana respuesta institucional al problema y abandone en manos de la iniciativa de esa sociedad civil la mayor carga de la misma.

A mi juicio, el Gobierno de la Nación debería ejercer en este tema una función de liderazgo y determinar con generosidad no sólo "cuántos", sino (cuestiones igual de importantes) "dónde", "quien", "qué" y "cómo". Y creo también que este liderazgo debería hacerlo coordinando a través de las Comunidades autónomas y Municipios la estructura de la respuesta.

 Azaz, Syria. vía Wikimedia Commons
Creo que Comunidades autónomas y Municipios tienen que tener el principal papel protagonista en la acogida de refugiados, pues no se trata sólo de dar asilo. Se trata también de garantizar la adecuada y convivencia e inserción social de los refugiados. Estamos hablando en última instancia de garantizar los derechos sociales de estas personas y ello exige la tutela y el protagonismo de las administraciones.

Creo también que todo ello debería hacerse a través del Sistema Público de Servicios Sociales, en concreto a través de su atención primaria, a la cual debería dotarse de los recursos necesarios para afrontar la tarea de conseguir la inserción social de las personas que lleguen. Y lo creo a pesar de la situación de abandono, descrédito y deterioro en que el Sistema se encuentra, consciente de la dificultad de la tarea.

Ojalá tuviésemos un Sistema de Servicios Sociales capaz de afrontar este tipo de situaciones de manera normalizada. Lamentablemente y como venimos definiendo en este blog, nuestro sistema dista mucho de ser un verdadero sistema, cuyas graves deficiencias estructurales y normativas no se abordan nunca en profundidad.

Pero aún con todo ello, del mismo modo que nadie duda (espero) que la situación de salud de los refugiados deba ser atendida por el Sistema Sanitario normalizado, todo lo relacionado con la inserción social debe ser atendido por el Sistema de Servicios Sociales. No en vano hace ya mucho tiempo que definimos como uno de los sectores de intervención del mismo a los Refugiados y Asilados (SIUSS dixit) y tenemos a la inserción social como una de las principales prestaciones de nuestro devastado sistema.

Dudo mucho (ojalá me equivoque) que así vaya a hacerse, pero tengo claro que sólo de esa manera podrán garantizarse esos derechos de los que hablo y podrá conseguirse que los procesos de inserción social que se pongan en marcha lleguen a buen término.


martes, 1 de septiembre de 2015

La danza de la demanda

La última entrada que ha publicado la compañera Belén confesando su odio a las prestaciones económicas (ver aquí), me ha animado a publicar esta entrada, que tenía escrita hace algún tiempo, donde reflexiono sobre aspectos parecidos o, al menos, en relación a ellos.



-"Buenas, quiero una cita con la Trabajadora Social, a ver si me da trabajo".

¡Cuántas veces he oído esta frase en mi Centro! Y no me refiero a los últimos años, que también. Es algo que oigo desde que comencé en esta profesión con bastante frecuencia.

Más allá de la frase, es una poderosa manera de encarar una demanda. Es una manera de contactar con el Sistema de Servicios Sociales intentando controlar la relación que se pretende establecer con el mismo. Lo explico.

Una vez en la consulta de la Trabajadora Social, comenzará una pequeña danza en la que ambos, profesional y usuario, son conscientes del engaño. Valgan aquí las palabras del poema de Machado, 
    

                                                  "Cuando dos gitanos hablan
                                                     ya es la mentira inocente: 
                                                  se mienten y no se engañan."

  El usuario sabe que la Trabajadora Social no puede proporcionarle trabajo y ésta sabe que el usuario no ha venido a su consulta con la esperanza de que se lo proporcione. Pero por unos momentos van a bailar un rato.

  Probablemente el siguiente movimiento de la danza sea la petición del usuario de una prestación económica, planteando las dificultades económicas que está atravesando por su situación de desempleo.

   La Trabajadora social enfrentará entonces una disyuntiva: ¿acepta el nuevo paso de baile propuesto y tramita con diligencia la ayuda solicitada? ¿O afronta la ardua tarea de elaborar un complejo diagnóstico (que nadie le demanda) sobre la historia y la situación personal, social y familiar de la persona que tiene en su consulta?

  Pero recordemos que la Trabajadora Social ha comenzado a bailar y las normas implícitas de ese baile ya llevan el diagnóstico incorporado: la causa de la precariedad económica es el desempleo del usuario y la solución, la prestación económica solicitada.

  Añadamos ahora que la Trabajadora Social se encuentra ya cansada de bailar el mismo baile tantos y tantos días... ¡et voilà! La prestación económica queda tramitada y el problema resuelto.

  Pero, como en los cuentos de hadas, los finales felices tal vez no lo sean tanto...

  Comencemos por el principio. Tras la inocente frase con la que nuestro imaginario usuario se ha presentado hay más de lo que parece. En primer lugar hay un mensaje implicito, que más o menos viene a ser éste: 

"estoy atravesando dificultades económicas, pero no vaya a pensar usted que la causa es responsabilidad mía. El problema es que no hay trabajo (si lo hubiera, ya lo habría conseguido o usted me lo proporcionaría). Por tanto no hay nada que yo pueda hacer y debe ser usted la que, tramitándome la ayuda que le solicito, solucione mi problema."

 Es un discurso potente, que contiene en sí diversos elementos: en primer lugar, un diagnóstico (mi problema: las dificultades económicas; la causa: el desempleo). En segundo una definición del objeto de intervención, el cual, mediante un fenómeno de atribución externa, el usuario señala. En tercer lugar, una manera de definir la relación mediante una delegación del usuario, que se declara incapaz, al t.s., que debe proveer la solución. Y en cuarto lugar por el momento, un juego de poder, con el que el usuario intenta controlar dicha relación.

  Como se indica, es una frase y un mensaje en nada inocentes. Aunque atención, tampoco estoy indicando con ello que el usuario los utilice de forma consciente, estratégica y perversa. Más bien lo hace inconscientemente, respondiendo a patrones relacionales que ha ido incorporando a lo largo de su vida familiar, personal y social.  

  Pero es curioso comprobar cómo en muchas ocasiones  este discurso individual es admitido sin más por los profesionales. Además del cansancio del que hablaba en nuestra también imaginaria protagonista, las causas creo que van un poco más allá. Este tipo de discursos no pueden ser cuestionados, pues nos resuena con posiciones de juzgar, que tanto aborrecemos. Además, no se trata de un discurso individual, es más bien social. Está muy arraigada en nuestra sociedad la creencia de que el empleo es lo que conduce al bienestar.

 No en vano hemos oído unas cuántas veces que la mejor política social es el empleo. Mensaje perverso de nuestros gobernantes neoliberales para justificar los recortes en servicios y prestaciones sociales. Pero que al final damos por bueno.

  Por supuesto que el empleo contribuye al bienestar, pero si no va acompañado de otras políticas sociales, difícilmente lo conseguirá por sí sólo. No tenemos más que tomar el ejemplo del nuevo fenómeno social que venimos llamando "precariado". Hay más, pero no voy a extenderme en este punto.

   Porque más allá de estos conceptos, digamos que el baile viene ya viciado de origen. En nuestra metáfora diríamos que se está bailando en la pista equivocada. Propio de nuestra indefinición como sistema, tanto el usuario como el profesional admiten bailar en torno a un problema que no es competencia de servicios sociales. El empleo ya hemos dicho que ambos saben que no. Pero ambos admiten que la garantía de ingresos sí lo es. 

   Y admitido este concepto, nada ya de lo que se haga tiene sentido. Por ejemplo, que sea un Trabajador Social quien haga ese trabajo. Hay profesiones mucho más preparadas, más eficientes y seguramente más económicas, para valorar una carencia de medios e ingresos y tramitar una prestación económica. 

     De la misma manera, tampoco tiene sentido pensar que obtener esa prestación económica mejorará la situación personal, familiar o social del beneficiario. Ello dependerá únicamente del propio beneficiario y del azar en combinación con sus acontecimientos y contextos vitales; poco o nada tendrá que ver con la propia prestación y mucho menos con el trabajo del profesional. 

   Tampoco podrán medirse los efectos iatrogénicos que tal prestación pueda tener.

 Con respecto al propio sistema, los hemos dejado claros: en última instancia, la desaparición. Con respecto a los usuarios... ¿queda a estas alturas alguien que piense que es necesario medirlos?

   Porque puede tenerlos, sin duda. Al igual que toda medicación tiene sus efectos secundarios (y no puede ser prescrita de forma universal, sin la individuación que proporciona la evaluación médica), toda intervención social tiene también unas consecuencias, a veces indeseadas, que los profesionales hemos de prever, medir y controlar.

   En el inextricable mundo de la intervención social, donde se ponen en juego tantas variables intersistémicas, toda actuación tiene unas repercusiones en las esferas intrapsíquicas y relacionales que son, en última instancia, las que constituyen el objeto de nuestra profesión.
  
 El resto, es otra historia...