domingo, 23 de marzo de 2014

Hechizados

Las "Marchas de la Dignidad" que se han celebrado este fin de semana me han traído un halo de esperanza. Tal vez no esté agotada la capacidad de respuesta y reacción de la sociedad civil frente al brutal recorte de derechos y la drástica reducción de nuestro Estado de Bienestar. Al hilo de este "viento fresco", reflexiono sobre algunas razones que pueden explicar la resignación con que parecemos vivir el aumento de la desigualdad social y el deterioro de nuestra calidad de vida.


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Es un debate y una reflexión que de forma frecuente aparece en los medios de comunicación. ¿Cómo es posible que la sociedad civil esté aguantando estoicamente este ataque sin que se produzca una masiva rebelión? ¿Por qué las respuestas que se han ido organizando desde distintas plataformas ciudadanas no se han generalizado e intensificado cada vez más?

He leído y oído diferentes argumentaciones que intentan explicar este fenómeno. Numerosos autores y personas han aportado razones históricas y sociológicas, unas idiosincráticas de nuestro país y otras más generales respecto a la condición humana, que  aportan algo de luz para comprender esta compleja situación. Como sucede en todos los fenómenos complejos, no hay una única lectura ni explicación, y la comprensión responde a multitud de variables interrelacionadas que a veces, es dificil identificar.

 Por mi parte, creo que hay dos conceptos que habitualmente utilizamos para describir dinámicas relacionales en otros contextos y que aplicados a esta situación, me han ayudado a comprenderla un poco más y creo que un poco mejor...

Se trata de los conceptos de HECHIZO y el de MISTIFICACIÓN.

El primero de ellos es un concepto desarrollado por Reynaldo Perrone para explicar algunas estrategias de dominación psicológica que se dan en el maltrato y abuso infantil. Mediante las mismas el abusador puede cometer sus tropelías no con el consentimiento sino con la indefensión de la víctima. El hechizo puede crearse por efecto del terror, la amenaza, la confusión y la violencia, pero también puede darse en interacciones de seducción, en las que la víctima no percibe su falta total de libertad. Resumo algunas características de este tipo de relación, descritas por su autor:

Se trata de una forma extrema de una relación no igualitaria, que se caracteriza por la influencia que una persona ejerce sobre otra sin que ésta lo sepa. Vive de esta manera una experiencia de injusticia, a la que somete porque no encuentra salida a la situación. La persona sometida registra el comportamiento del otro, pero el contexto o los medios de que dispone no le permiten escapar de esa relación. Hay una relación de dominio, pero no está claramente identificada por la víctima. Se trata de una colonización del espíritu de uno por el otro, una suerte de invasión, de negación de la alteridad de la victima, quedando así atrapada en una relación de alienación.

Naturamente, la víctima no es consciente del hechizo, desconociendo las intenciones y el comportamiento de la persona dominante, sin que pueda detectar con nitidez sus efectos. El dominador le envía un doble mensaje engañoso: "Aunque digas lo contrario, estoy seguro de que esto te gusta..."

La confusión y perturbación de la víctima son tales que pierde el sentimiento de identidad y no puede decodificar la naturaleza de la relación. El abusador no considera en absoluto a la víctima como sujeto, vale decir que no toma para nada en cuenta su deseo. Ella es lo que él quiere que sea, con la única meta de su beneficio personal. La persona dominada tiene una imagen ilusoria del otro, imposible de conocer y de definir, ya que la naturaleza misma de la relación altera sus funciones cognitivas y críticas.

Tal mecanismo no tiene nada que ver con un simple abuso de poder, ya que se basa en la fascinación. (*)

http://www.flickr.com/photos/cottergarage
Con respecto al segundo de los conceptos, la mistificación es una interacción descrita por Ronald Laing, a partir del concepto marxista del mismo nombre. Laing fué un psiquiatra escocés, fallecido en 1989 y conocido especialmente por sus estudios sobre las causas de las perturbaciones mentales.

Mistificar según este autor es "confundir, ofuscar, ocultar, enmascarar lo que está ocurriendo", utilizando interpretaciones falsas en lugar de las verdaderas o planteando problemas engañosos para cubrir los reales.  La persona mistificada se halla confundida pero "tal vez no se sienta así". "Es una forma de actuar sobre el otro, que sirve para la defensa y seguridad de la propia persona"

"La persona mistificada es aquella a la que se le hace entender que se siente feliz o triste, independientemente de cómo se sienta; que es responsable de esto o no responsable de aquello, independientemente de cuál sea la responsabilidad que se haya echado o no sobre sí misma. Se le atribuyen capacidades o la carencia de éstas, sin referencia a ningún criterio empírico compartido acerca de lo que puedan ser o no dichas capacidades"

 Para Laing, casi todo está mistificado sin que lo percibamos claramente. "Lo que llamamos realidad no es más que la estructura de la fábrica de estas alucinaciones socialmente compartidas... y nuestra locura colusoria es lo que llamamos cordura". Un ejemplo cotidiano sobre la mistificación se produce cuando la madre, agotada luego de la jornada, no trasmite al hijo su estado de fatiga y, por el contrario, le dice que nota que él está cansado y que seguramente quiere ir ya a la cama.

Particularmente creo que tomar conciencia de cómo los poderosos están utilizando estos métodos de hechizo y mistificación cuando ejecutan sus políticas puede ayudarnos a situarnos frente a las mismas.

Y para muestra, vale un botón: ¿qué véis vosotros en esta imagen de ayer?


No os preocupéis, que los medios oficiales del Gobierno nos la explican: son los apenas 36.000 exaltados (no se sabe muy bien todavía si salvajes neonazis o radicales extremistas de izquierda) que se manifestaron ayer injustamente contra este honrado y esforzado Gobierno que nos está sacando de la crisis...

- "Pues parecen más", me dice Wang.

  Tal vez su magia china le esté protegiendo de los hechizos...





(*) Tomado de Perrone, R y Nannini, M. "Violencia y abusos sexuales en la familia", Buenos Aires, Paidós 2005.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Palabras

Unos cuantos asuntos personales y profesionales me han tenido algunas semanas ocupado, sin dejarme el tiempo y el sosiego necesarios para escribir en el blog.

 

 Y la verdad es que en estos días han pasado un montón de cosas sobre las que me hubiera gustado escribir:desde cuestiones locales, como la Reforma del Ingreso Aragonés de Inserción, hasta más generales, como los lamentables sucesos de los inmigrantes en Ceuta o el debate sobre el Estado de la Nación.

 En todas ellas siempre me llaman la atención las palabras de los protagonistas. No sé por qué extraña razón, pero suelo sentirme "golpeado" en todos estos casos por alguna manifestación, alguna frase o alguna disertación de algún personaje en estas noticias.

 Uno de mis desarrollos profesionales es la psicoterapia. Allí he aprendido la importancia de las palabras y he podido comprobar hasta qué punto el lenguaje configura nuestra realidad. Entendemos y construimos el mundo a través del lenguaje, a través de las palabras.

  Las palabras curan, las palabras duelen, las palabras esconden, las palabras son difíciles de poner, las palabras nos acercan a otros... En suma, las palabras nos hacen humanos.

  Por eso me han parecido especialmente provocadoras unas palabras de nuestro loado Presidente del Gobierno en el Debate del Estado de la Nación. En contestación a la interpelación de un Diputado sobre diversos problemas, el Presidente le contestó que conocía muy bien esos problemas "pero más que hablar de ellos, lo que me preocupa es resolverlos".

  ¿De verdad piensa el Presidente que se pueden resolver los problemas sin hablar de ellos? Sé que estas manifestaciones pueden estar sacadas de contexto, pero no dejan de reflejar todo un estilo y una actitud de hacer política y de gobernar. "Yo soy un hombre de hechos, no de palabras", suelen presumir muchos de los políticos con los que me he encontrado. Detrás de ello no hay sino miedo. Miedo e inseguridad. Miedo a que el diálogo con el otro les haga cambiar o ponga en cuestión algunas de las certezas desde las que han construido su particular castillo.

  Pobre manera de ocuparse de los asuntos públicos, temas en los que el diálogo y la búsqueda del consenso mediante la participación de todos debería ser la máxima prioridad.

  Si alguien piensa que todo ello se puede hacer sin palabras yo lo tengo muy claro: piensa así porque no confía en ellas.

  Es decir, sus palabras no valen nada.

  Y hablando de palabras, la semana pasada tuve la oportunidad de acudir a la presentación del libro que nuestro compañero Joaquín Santos acaba de publicar: "El Sindrome Katrina. Por qué no sentimos la desigualdad como problema".  Aún no he tenido la oportunidad de leerlo entero, pero ya os digo que estas palabras (en este caso escritas) sí que valen.

  Entre otras cosas para denunciar la situación a la que la narrativa neoliberal (otras palabras), nos ha conducido: un mundo cada vez más injusto y con más sufrimiento para mucha gente.

   Un libro que nos demuestra que las palabras son nuestra mejor arma. Aunque nos las estén queriendo secuestrar.