domingo, 27 de agosto de 2017

Bolardos

Os tengo que confesar que no conocía esta palabra. Bolardo. Al parecer se llaman así a esos postes de pequeña altura, de piedra o metal, que sirven para impedir el acceso de los vehículos a determinadas zonas. Pero antes de que los desgraciados atentados que hemos sufrido en Barcelona pusieran sobre la mesa el debate sobre su utilización como elementos de seguridad, los bolardos para mí eran unos auténticos desconocidos.


Es más, si alguien me dice que la palabrita de marras era un insulto, hubiera dicho que como tal era contundente e ingenioso. Llamar a alguien "bolardo" no me negaréis que suena bien; como insulto, digo.

Y no debo andar muy desencaminado, cuando el debate sobre estos elementos está siendo utilizado políticamente para insultar y atacar a la alcaldesa de Barcelona, tachándola de negligente al no haberlos puesto en las Ramblas y responsabilizándola por tanto de los atentados. Así lo han hecho el Ministro del interior o el párroco del barrio madrileño de Cuatro Caminos, en una actitud tan despreciable y falta de ética como la que supone la utilización de un episodio tan doloroso, del cual los únicos culpables son los terroristas, para intentar desacreditar un gobierno municipal y sacar rédito político. Si fuese un insulto, estos dos personajes lo describirían a la perfección. Dos bolardos.

Pero no lo es. A estas alturas ya tenemos todos claro que los bolardos son esos elementos de distintos tamaños y formas que vemos por las calles de nuestros pueblos y ciudades y por extensión se están llamando así a todos los parapetos, maceteros y obstáculos que se utilizan para proteger determinadas zonas del acceso de vehículos.

Cuando el terrorismo ha decidido utilizar los vehículos como arma contra la población, los bolardos han pasado a ser un elemento muy importante para la seguridad en el que, hasta entonces, no habíamos reparado demasiado. 

Pero como sabéis, los asuntos de seguridad no son la especialidad de este blog. Nos dedicamos más bien al Trabajo Social y los Servicios Sociales, y todo este asunto de los bolardos me ha hecho preguntarme si en nuestro sistema no serían necesarios también unos cuantos de estos elementos. 

Porque tengo la sensación de que el Sistema de Servicios Sociales (y de esto hemos escrito mucho) se encuentra invadido y atacado permanentemente. Si de protección hablásemos, no tendríamos ninguna. Permitimos que las definiciones sobre qué, cuando y cómo tenemos que hacer se nos hagan desde fuera y terminamos acometiendo funciones que ni nos son propias ni responden a nuestro objeto. Cualquiera, desde el más cercano ciudadano hasta el cargo político de turno, pasando por toda la pléyade de profesionales de otros sistemas, asociaciones y entidades de cualquier nivel, se permiten indicarnos qué tenemos que hacer ante tal o cual problemática social (me da igual individual o colectiva), con requerimientos faltos de cualquier análisis y fundamento, muchas veces contradictorios y que, en demasiadas ocasiones nos vemos empujados a implementar.

Tengo claro por tanto que necesitamos bolardos. Señalaré tres, de los muchos que hemos ido planteando a lo largo de muchas entradas en este blog.

Un bolardo fundamental sería la aprobación de una Ley General de Servicios Sociales, tal y como la tienen los Sistemas Públicos de Educación o Sanidad. Una Ley que regulara unos mínimos homogéneos para todo el territorio y que definiera con claridad nuestro objeto y competencias, delimitándolos y compleméntandolos con los del resto de sistemas. En esta Ley además habría que incluir algunos bolardos fundamentales, como es la regulación del Sistema de Atención Primaria, a mi juicio el elemento fundamental del Sistema de Servicios Sociales.

Otro bolardo que venimos reclamando hace tiempo es la Renta Básica Universal. Sólo cuando los ciudadanos tengan garantizados los mínimos de supervivencia material, podremos en Servicios Sociales desarrollar con claridad nuestras competencias. Como sé que este bolardo tal vez sea demasiado grande para la mente de nuestros políticos, propongo otro un poco más pequeño. Unificar las prestaciones económicas de inserción, desempleo y garantía de rentas en un único sistema y separarlo del de servicios sociales. Sé que es un bolardo con defectos, pero menos es nada.

Y el tercero de ellos tiene que ver con la mal llamada Ley de Dependencia. Se impone una revisión en profundidad no tanto de la Ley, como de su desarrollo. Unificarla a lo largo del territorio, simplificar y agilizar la tramitación administrativa y, por supuesto, dotarla presupuestariamente con suficiencia es algo imprescindible para que los ciudadanos vean de verdad reconocidos sus derechos y satisfechas sus necesidades.

Creo que estos son los bolardos más importantes, con los cuales el Sistema de Servicios Sociales quedaría protegido y podríamos desarrollar nuestras funciones colaborando decisivamente en el bienestar social de la población. Habría otros bolardos más pequeños, aunque también importantes: la prescripción profesional, los profesionales de referencia, las puertas de entrada... pero no nos vamos hoy a referir a ellas, que tampoco se trata de llenar todo de bolardos a la primera de cambio.

Lo dicho. Necesitamos bolardos. No botarates, que de éstos ya vamos sobrados...

martes, 22 de agosto de 2017

Pesadillas de verano

En este verano, cuando las amables temperaturas y el relajo propio de las vacaciones nos invitaba a la tranquilidad, nos hemos sobresaltado con varios sucesos que nos están dejando con el corazón encogido y una honda preocupación social.


Desde este blog no hemos comentado estos sucesos, pues la complejidad de los mismos requería de profundas reflexiones que ni Wang ni yo estábamos dispuestos a acometer en este periodo de estío. Pero ello no significa que no los hayamos presenciado, en ocasiones tristes, en otras perplejos, a veces enfadados y siempre preocupados.

De todas las pesadillas que hemos sufrido nos referiremos especialmente a tres, que creo que han marcado todo este periodo. Son, como digo, temas complejos sobre los que Wang y yo tenemos más dudas e incertidumbres que certezas y claridades. Al escribirlas y exponerlas en este blog sólo pretendemos, como siempre, intentar aclararnos un poco.

La primera noticia no puede ser otra que los atentados en Cataluña. Poco tenemos que añadir a lo que ya reflexionábamos hace poco sobre los atentados de Londres ocurridos el pasado mes de junio. Esta vez el terrorismo yihadista nos ha golpeado muy de cerca y, como decíamos entonces, esperamos ser capaces como sociedad de responder a la violencia sin violencia. Más allá del necesario incremento de las políticas de seguridad, hemos de apostar con más claridad por las políticas sociales de integración, igualdad y multiculturalidad. Sólo una sociedad donde los niveles de pobreza y desigualdad sean mínimos y la convivencia y comunicación entre culturas sea fluída y abundante será capaz, pongo por caso, de prevenir y detectar la radicalización de jóvenes como los que han cometido esos abominables atentados. Y para la correcta ejecución de estas políticas sociales el sistema de servicios sociales debe asumir y realizar unas funciones que en muchas ocasiones se encuentran muy limitadas.

El otro caso que ha marcado nuestros sueños de verano ha sido el de Juana Rivas, una madre que ha decidido desafiar a la justicia para no entregar a sus hijos al padre, condenado por maltrato en 2009 y que al parecer tiene la custodia provisional de los menores. Por mi experiencia laboral, sé lo difícil que lo tiene una mujer para salir de una situación de maltrato y probar que ha sido víctima del mismo. Por eso, y a pesar de las versiones que parecen defender al padre, tiendo a creer a esta mujer y entiendo su desesperación a la hora de tomar las decisiones con las que ella estima que defiende a sus hijos.

Dicho esto, y respetando su opción por la desobediencia legal, yo nunca se la hubiese recomendado. Optar por semejante desafío debe ser algo muy personal, que creo que nunca hay que aconsejar a nadie más allá de uno mismo. Las repercusiones pueden ser importantes y el riesgo de que esta mujer consiga lo contrario de lo que pretende (convivir con sus hijos y protegerlos) me parecen demasiado elevados. Por ello entiendo el movimiento social que se ha generado con el lema "Juana está en mi casa", legitimando y apoyando su desobediencia a las resoluciones judiciales, pero no lo apoyo, pues discrepo de esa estrategia. 

De todas formas, se trata de un caso, como muchos otros, lleno de complejidades y claroscuros, con unas decisiones judiciales cuestionadas y que, en cualquier caso, considero que deberían estar orientadas de forma fundamental y protagonista por el diagnóstico y orientaciones del sistema de servicios sociales, garante a mi juicio del bienestar de los menores en su convivencia familiar.

Y la tercera noticia tiene que ver con dos casos extremos de maltrato y violencia hacia los menores, situaciones que hemos conocido en estos días y cuya repercusión social ha quedado en cierto segundo plano por los acontecimientos que he relatado antes.

En uno de ellos una niña de ocho años fue asesinada en Sabiñánigo, Huesca,  tras sufrir una brutal paliza a manos de su tío, quien la torturaba de modo habitual. El otro, el de una niña de cuatro años fallecida presuntamente tras sufrir maltrato y abusos sexuales que justo en ese momento se estaban investigando al haber detectado los servicios sanitarios indicios de maltrato.

En ambos casos las mismas preguntas: ¿Se podían haber evitado ambas muertes? ¿Se trata de accidentes, o por el contrario son sucesos previsibles? En especial en el segundo caso, pero con mucha probabilidad también en el primero, los indicios de que un maltrato de gravedad se estaba produciendo eran bastante altos. ¿Qué falló para que no se detectaran a tiempo?

La violencia hacia los menores es una epidemia que creo que no dimensionamos de manera adecuada y de la que los casos que hemos nombrado no son sino la punta del iceberg. Para erradicarla (no puede ser otro el objetivo) es necesario revisar los protocolos de notificación, denuncia e investigación, en muchos casos lentos y confusos. También se hace imprescindible formar a los profesionales del ámbito educativo, sanitario y social en la detección y intervención en maltrato infantil. Y es necesaria una adecuada coordinación de todos los anteriores con el sistema policial-judicial.

Creo que la clave para que todo ella sea posible está en el sistema de servicios sociales, y más concretamente en su atención primaria. Sólo si construimos este sistema de atención primaria de una manera sólida y a lo largo de todo el territorio seremos capaces de afrontar los retos a los que todas estas situaciones nos desafían.

Estoy convencido de que es la mejor manera de acabar con nuestras pesadillas.