domingo, 28 de enero de 2018

La delgada línea entre el bienestar y el malestar

Una de mis guías para mi vida personal y profesional es recordar que la delgada línea que separa una vida de cierto confort y bienestar de una vida llena de desgracias y penurias se encuentra mayoritariamente compuesta del azar y de condiciones externas.


Tener por ejemplo una vivienda segura, agua caliente y comida suficiente son privilegios que no todo el mundo tiene y para los que gozamos de ellos no hemos tenido más merito que nacer rodeados de unas circunstancias que nos han permitido acceder a los mismos.

Nacer en una familia que te quiera o que te maltrate, crecer rodeado de libros o de violencia, dormir caliente o a la intemperie... son por ejemplo las únicas cuestiones que marcan la diferencia entre unos seres humanos y otros.

Por eso me indigna la criminalización que se hace de las personas que se encuentran en situación de pobreza, o las políticas de rechazo a los refugiados o inmigrantes. ¿Desde qué superioridad moral se legisla y se diseñan esas políticas? ¿Con qué derecho nos arrogamos en exclusiva el bienestar de nuestra sociedad, reservándolo para unos cuantos mientras a otros no les arrojamos más que unas migajas del mismo?

Hoy la salud y la esperanza de vida se mide más por la geografía, por el barrio, municipio, región o país que por ninguna otra circunstancia. El lugar donde se nace, se crece y se vive determinará con total probabilidad tu nivel y calidad de vida. Los condicionantes sociales de tu entorno serán los más determinantes para ello.

Los que asumimos el reto de intentar ayudar a otros a superar situaciones de dificultad, haremos bien en tener esto muy presente a la hora de comprender y establecer las estrategias y los procesos de apoyo.

De otra manera diseñaremos procesos éticamente reprobables y técnicamente ineficientes. Y eso sí que es un lujo que no nos podemos permitir.

viernes, 19 de enero de 2018

Antónimos

Wang ha vuelto a liarse con nuestro idioma. Siempre que vuelve de China viene lleno de dudas y le tengo que volver a explicar algunos giros y usos de nuestro idioma. Esta vez le ha tocado el tema a los antónimos.


Los niños que viven aquí son normales...
Y es que mi amigo acaba de oir las declaraciones de Carlos Izquierdo, consejero de Políticas Sociales y Familia de la Comunidad de Madrid, distinguiendo entre "niños pobres" y "niños normales" y me ha preguntado si en nuestro idioma "pobre" es lo contrario de "normal".


Y ya que se lo he explicado a él, fieles como siempre a la naturaleza didáctica de nuestro blog, he creído conveniente compartir aquí esas explicaciones, especialmente dirigidas a ese responsable político.

Lo contrario de "pobre" es "rico". Punto y fin de la explicación.

... y los que viven aquí, también.

Que un político que se dedica a asuntos sociales no lo sepa y pueda llegar a pensar que los niños pobres no son normales, haciendo gala de unos prejuicios tras los cuales se explicita claramente su aporofobia (-fobia u odio a las personas pobres o desfavorecidas-, ahora que lo ha recogido la RAE), debiera suponer su expulsión inmediata del cargo. 

Pero como no va a suceder, y este ínclito personaje tan sólo representa un modo de pensar muy frecuente y extendido entres quienes nos gobiernan y diseñan hoy las políticas sociales, voy a aprovechar para explicarle los antónimos del otro término que utiliza. La palabra "normal".

Le dejo para que elija:
Anormal, raro, anómalo, insólito, extraño, irregular, defectuoso, deforme, aberrante, peregrino, excéntrico, lunático, atolondrado, avieso, confuso, disforme, estrafalario, grotesco...

Cualquiera de ellos puede aplicarse a sus abyectas y repugnantes declaraciones.

De nada...

lunes, 15 de enero de 2018

Trampantojos

Un trampantojo se define como una ilusión óptica o trampa con que se engaña a una persona haciéndole creer que ve algo distinto a lo que en realidad ve. Es algo en lo que nos hemos especializado en  materia de política social.


Hace unas semanas conocíamos las lamentables declaraciones de un edil de Cuenca, para más ignominia responsable del Area de Servicios Sociales, en las que venía a decir que las personas que duermen en la calle lo hacen porque así lo quieren.

Más allá de la insensibilidad que manifiestan esas declaraciones y del profundo desconocimiento que revelan sobre una problemática tan compleja y dolorosa como la de las personas sin hogar (desconozco la preparación o los méritos de este señor, pero sólo con esas palabras me basta para saber que no debería dirigir un área como la que dirige), creo que en el fondo revelan algo un poco más profundo y estructural.

Este tipo de responsable político y este tipo de creencias que tienen sobre las personas en situación de dificultad (a las cuales se criminaliza y y a las que se atribuye la exclusiva responsabilidad individual sobre sus problemas) son tan frecuentes que indican hasta qué punto han calado en nuestra sociedad algunos supuestos de la ideología neoliberal.

El primero de ellos, naturalmente, es uno de los pilares de la ideología liberal. Las personas son libres para elegir su camino en la vida y si no prosperan es porque no se esfuerzan los suficiente. Con este supuesto no hay problema, pues es suficientemente explicitado y bastante identificable.

Un poco menos evidente es otro de los supuestos que, apenas sin excepción, está siendo asumido por la generalidad de la clase política y por grandes sectores de la sociedad. Viene a decir que hay suficientes oportunidades para todos, lo cual traducido al sistema de servicios sociales significa que hay un adecuado sistema de protección social para subvenir cualquier contingencia que le pueda sobrevenir al indivíduo. En el caso del concejal que nos ocupa, que hay suficientes plazas en albergues para todas las personas y por el tiempo que necesiten.

O de que todas las situaciones de necesidad que pueda presentar cualquier persona están suficientemente cubiertas por los sistemas de bienestar social y, en última instancia, el sistema de servicios sociales se encargará de subvenirlas.

Hemos asumido como real el trampantojo que supone desarrollar un sistema de garantía de ingresos a través de las prestaciones económicas del sistema de servicios sociales y en este blog hemos denunciado (clamado en el desierto, más bien diría) las nefastas consecuencias de semejante opción.

La supervivencia material de las personas no es función exclusiva del sistema de servicios sociales, sino compartida con el conjunto de la política social. El insuficiente o inexistente grado de desarrollo de los sistemas de vivienda, empleo o de garantía de ingresos no pueden ser sustituidos por las prestaciones de servicios sociales, salvo secuestrando la verdadera función de éstos y asumiendo ineficaz e ineficientemente las funciones de los demás.

Sin embargo, es el modelo elegido pues, además de las razones ideológicas que lo sostienen (de las que hemos hablado en otras entradas) tiene unas ventajas innegables. Por un lado permite a las clases dirigentes negar el problema y no asumir responsabilidad alguna sobre el mismo. Es la persona quien no aprovecha las prestaciones a las que tiene acceso. O el profesional que no sabe proporcionárselas... ¿recordáis estas otras declaraciones sobre los "buenos asistentes sociales"?

La otra gran ventaja es que evita tener que asumir una verdadera reforma estructural de la política social con unos costes ideológicos, políticos y presupuestarios que no se está dispuesto a asumir.

Aplicar la lógica común a la hora de abordar los problemas sociales y considerar suficiente el sistema actual de protección social y dedicarnos a parchearlo a base de órdenes y decretos de ayudas económicas puntuales y coyunturales es en el fondo un juego en el que nos estamos haciendo trampas a nosotros mismos.

Mientras asistimos a la cronificación de las situaciones de pobreza, convivimos con una desigualdad creciente y colaboramos a la debilidad de los lazos familiares y comunitarios de la protección social.


lunes, 8 de enero de 2018

Ayuditis

Bueno, pues ya ha acabado la Navidad, esas fechas en las que parece que en la sociedad se movilizan los buenos deseos y cierta solidaridad con la gente que lo pasa mal.


"The Laundress" Honoré Daumier
Lástima que, como siempre, esa solidaridad se derive casi exclusivamente hacia esas campañas de recogidas de juguetes, alimentos, ropa y otros bienes "de primera necesidad" que con tanta frecuencia presenciamos. La beneficencia, la caridad, el asistencialismo y la filantropía son el modelo que ha impuesto la doctrina neoliberal para la acción social y, aunque como digo es una lástima, cuanto antes lo admitamos y seamos conscientes de ello, mejor.

Somos una sociedad ciertamente atrasada en esto de la política social. Los cuarenta años de dictadura padecidos el siglo pasado y una transición democrática dominada por las fuerzas conservadoras se reflejan en el modelo que, en mútua interacción, políticos y ciudadanía reclaman e implementan para hacer frente a los grandes retos de nuestra sociedad, entre los cuales podríamos situar sin duda en los primeros lugares la pobreza y la desigualdad.

Como muestra de este retraso, el vergonzoso desarrollo del sistema público de servicios sociales, tanto en su vertiente cuantitativa como cualitativa. En este sentido os invito a leer el magnífico análisis que del sistema hace la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes en Servicios Sociales  a través del Indice DEC y la denuncia que esta asociación hace de la deriva hacia "el asistencialismo y la limosna institucional"  en que el sistema ha caído.

(Por cierto, merecido premio "Corazón de Piedra" el que esta Asociación ha otorgado a la actual Ministra de Servicios Sociales, más preocupada de arengar a la sociedad a que participe en actos benéficos que en solucionar las carencias del sistema.)

Tal y como dice Fernando Fantova en este artículo, "los  servicios sociales consisten, en buena medida, en oficinas municipales que dan ayudas económicas a personas o familias pobres". Como él mismo señala es una definición a trazo grueso en la que no nos reconocemos, pero que hemos de convenir que responde al imaginario social que se tiene sobre el sistema y que, además, algo de verdad contiene.

Y es que, salvo honrosas excepciones en algunos ámbitos geográficos y/o funcionales del sistema, los servicios sociales se han convertido en eso: oficinas para dar ayudas. En términos médicos, el sistema está enfermo de "ayuditis". Se diseña y desarrolla una ayuda para cada problema y la finalidad del sistema consiste no en mejorar la situación de la persona, sino en garantizarle esa ayuda independientemente de que la misma sirva o no para esa mejora.

Por mi parte, suelo diferenciar entre "dar (o pedir) ayuda" y "dar (o pedir) ayudas" (atención al plural, que es lo que marca la diferencia). Lamentablemente nos hemos instalado en el asistencialismo de la segunda opción.

La paradoja: cada vez garantizamos más los derechos de las personas y al mismo tiempo ejercer esos derechos y obtener las ayudas correspondientes les sirven menos para superar sus dificultades.

Salir de este círculo requerirá de un nuevo modo de pensar y hacer en servicios sociales que todavía no se atisba.