miércoles, 26 de diciembre de 2018

Vínculos

A nivel laboral, las Navidades comenzaron de una forma bastante dura, pues justo en la víspera de las vacaciones fallecía un alumno del Centro Ocupacional para personas con discapacidad intelectual que gestionamos.


Os pongo en situación. Se trata de un equipamiento pequeño, creado, mantenido y gestionado desde los servicios sociales locales, con un gran esfuerzo técnico y un importante compromiso político. Si un equipamiento de este tipo siempre tiene importancia, en el medio rural y en una pequeña comunidad pasa a ser transcendente.

Porque para los alumnos y alumnas del Centro, las relaciones que establecen allí son tan importantes como las familiares. Para muchos de ellos supone el único contacto con el mundo exterior más allá de su familia, unas oportunidades de ocio, de formación y desarrollo que de otro modo no tendrían.

Con historias muy duras de rechazo y no aceptación, en el Centro obtienen respeto, reconocimiento y un instrumento para integrarse en una Comunidad que en muchas ocasiones no construye para ellos más que barreras de todo tipo.

Por eso cualquier pérdida se sufre de una manera intensa y el mundo emocional que en la convivencia diaria se ha ido construyendo queda gravemente afectado para todo el que participa en él de una manera u otra.

Y eso es justo lo que ocurrió vísperas de Navidad. Un desgraciado accidente que se llevó a uno de nuestros alumnos, desgajando el Centro y atravesándolo con una dentellada de dolor inenarrable.

La celebración de la Navidad fue sustituida por el funeral. En él, en una pequeña Iglesia de nuestro medio rural, unos pocos vecinos, unos pocos familiares y todos los compañeros y compañeras del fallecido, acompañados de sus propias familias. Impresionaba el clima de dolor y de afecto compartido entre todos.

Los técnicos del Centro de Servicios Sociales, la trabajadora social de la familia, la psicóloga, la auxiliar de ayuda a domicilio que atendía al alumno y a su padre anciano en su casa, las monitoras del Centro... Todos juntos participando de ese dolor tan intenso y compartiendo la pérdida.

Conscientes de que este equipamiento es algo más que un servicio. Es vínculo, es relación, es convivencia.

A todos los que alguna vez preguntan a qué nos dedicamos los servicios sociales, me hubiese gustado que hubieran participado en ese funeral.

Allí quedó claro. Nos dedicamos a crear vínculos...  y a sufrir cuando se rompen.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Ahora que acaba el año...

Escribir en estos tiempos tiene un punto de locura. Atreverse a reflexionar sobre la política social y criticar algunos aspectos de los servicios sociales y del trabajo social sólo puede hacerse desde la inconsciencia o desde el privilegio de tener trabajo y haber ejercido en el sector más de treinta años.


Como Wang y yo cumplimos ambas condiciones (él es el inconsciente), hemos conseguido mantener vivo este blog durante siete años.

En unos momentos donde no es fácil exponerse. Hoy se lleva callar, pasar desapercibido, no perturbar el orden establecido, no provocar... Las redes sociales todo lo magnifican y si son un magnífico altavoz para compartir ideas, no es menos cierto que también son un perfecto vehículo para el insulto y la descalificación, en unos tiempos en que la sociedad (y nuestra profesión dentro de ella) tiene la piel demasiado fina en lo formal mientras aguanta carros y carretas en los contenidos.

Este ejercicio de escribir tiene estos claroscuros. Y eso que a mí hacerlo a través de este blog me ha traído sobre todo cosas positivas. Sanos debates y reflexiones, multitud de amigos/as, contactos, colegas... (a muchos de los cuales admiro y, a los que, algunos sin conocerles, les he cogido mucho cariño). 

No negaré que también me he llevado algún disgusto. Mi estilo de escribir y mi estrategia de comunicación creo que no siempre son bien entendidas y en ocasiones me parece que he herido alguna sensibilidad. Pido disculpas por ello.

A veces siento que escribo contra todo. No lo puedo evitar. El blog nació con vocación de denuncia, y así seguirá. Lo que no excluye que intente siempre fundamentar y argumentar mis críticas lo más solidamente que puedo y que procure siempre ofrecer alternativas dentro de ese contínuo que va desde la pragmática a la utopía.

Y bueno, ya no os canso más.

Os dejo, como todos los años, las entradas más visitadas del año que terminamos, por si os apetece revisitarlas.
  • "Pobreza menstrual". Un intento de denunciar el interesado parcelamiento de la pobreza y los modos ineficaces y crueles con que se finge poner remedio. 
  • "El barco". Sobre lo que parecía el inicio de una nueva política en materia de acogida de inmigrantes.

También os pongo un enlace a dos archivos con todas las entradas del blog en formato pdf, por si queréis descargarlas y conservarlas en ese formato. 

Aprovecho para desearos unas felices navidades y para el año que viene, la mejor de las fortunas. Por mi parte seguiré escribiendo durante 2019 siempre que la ocasión lo merezca y mientras la libertad y la creatividad me lo permitan.

Un fuerte abrazo de Wang, y otro mío... amigas y amigos. Espero seguir disfrutando de vuestra compañía el año que viene, a ver si nos trae algo más de justicia en esta política social que padecemos.

domingo, 9 de diciembre de 2018

Se ha escrito un crimen

Ea. Ya vale. Que no cuela, vaya. Que aunque no sea politicamente correcto voy a decir lo que llevo pensando mucho tiempo y no veo que nadie explique con claridad en este tema de los desahucios: que nadie se quita la vida, que nadie se suicida, por un desahucio. 

 

Me he animado a compartir esta reflexión al leer la valiente entrada de mi compañera Belén Navarro "De desahucios, suicidios, servicios sociales y hartazgo" , donde denuncia con claridad algunos aspectos en relación a estos casos, aspectos que yo pretendo desarrollar aquí.

Y es que mola llamar asesinos a los que desahucian. A esos bancos que promueven los casos, a los jueces que aplican la ley sobre la propiedad, a los políticos encargados de legislar, a esos policías que colaboran con el mandato judicial, a esos servicios sociales que no han tramitado con celeridad una alternativa...

En unos casos es una manera de instrumentalizar un hecho para intentar defender una causa en la que se cree. En otros casos es simplemente una reacción ante el dolor de presenciar como el sufrimiento de uno de nuestros semejantes le ha llevado a terminar con su vida.

A todos nos van las explicaciones sencillas y lineales. Si una persona se ha suicidado y estaba inserta en un proceso de desahucio, se atribuye la culpa de ese suicidio a ese proceso y pasamos a otra cosa. El problema es que en un mundo tan complejo y global como el que vivimos, esas explicaciones no sirven.

Y menos en el caso de los suicidios. Un suicidio es un asunto muy complejo, donde se entrelazan factores psicológicos individuales de diversa etiología, junto a un gran número de factores sociales y relacionales en la biografía e historia vital de un sujeto, causándole un gran sufrimiento y una situación insostenible de la que se pretende escapar con ese acto.

Ya Emile Durkheim, en su famoso estudio sociológico de hace más de cien años, demostró la importancia de esos factores sociales y propuso una clasificación de distintos tipos de suicidio. Desde entonces, han sido numerosos los autores y estudios sobre la conducta suicida, que, aún hoy, estamos lejos de comprender. 

Pero algo está claro. No puede ser atribuida esta conducta a un sólo factor. Al menos sin oscurecer el resto mediante una puntuación interesada que nos lleva a una menor comprensión del contexto y, por tanto, a una menor capacidad de prevenir y evitar estas situaciones.

Sentadas pues las bases de lo que pienso y obligado a aclarar que no estoy legitimando los desahucios ni negando el sufrimiento que suponen para quien los padece, sigamos denunciando otro aspecto de ese pensamiento simplificador tan arraigado.

Buscando eludir responsabilidades y legitimar el status quo establecido, se trata ahora de buscar a los culpables, esto es, a los asesinos.

Y aquí aparecen los servicios sociales, bien pertrechados con su traje de "chivo expiatorio", prestos a ser acusados del crimen.

Para gran parte de la sociedad, sobre todo para los políticos que intentan eludir responsabilidades y para muchas entidades "activistas", los servicios sociales somos los encargados de proporcionar vivienda a quien no la tiene. Ergo si a alguien le quitan la suya o le desalojan de la que ocupa, se crea un problema que deben solucionar con inmediatez, diligencia y anticipación.

Se trata de un fenómeno de desresponsabilización y delegación que todavía en servicios sociales no hemos identificado suficientemente y para el que carecemos de defensa alguna. Si os interesa, hablé de estas cosas en mi entrada "El secuestro de la relación de ayuda".

Al mismo tiempo que se dificulta e impide nuestro trabajo, los servicios sociales debemos proveer de recursos ilimitados para estas situaciones. Como dice la canción, debemos tener "pomada pa' to' los dolores, remedio para toda clase de errores, también recetas pa' la desilusión". Al igual que tenemos que erradicar la pobreza y alimentar a los que pasan hambre, tenemos que proporcionar vivienda a quien no la tiene. Y además debe hacerse "a la carta", aunque de esto hablaremos otro día.

El problema así, de nuevo, deja de ser social para pasar a ser individual. El problema no será más que la política de vivienda sea un disparate a nivel nacional y municipal, que nuestra sociedad está entregada al individualismo insolidario, ni que los servicios sociales tengamos "de facto" atribuidas unas funciones que no nos corresponden... El problema será que una trabajadora social de un centro de servicios sociales no ha sido suficientemente diligente para proporcionar una nueva vivienda, tal como la persona que se ha suicidado requería.

Entiendo y comparto el hartazgo de mi compañera Belén. Yo cada vez que oigo a esos políticos irresponsables utilizándonos como chivo expiatorio me dan ganas de... (no, de suicidarme no), de vomitar.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Reflexiones de un hambriento

Ha vuelto a pasarme. Al igual que hace un par de años, he vuelto a ser señalado como un ser insolidario al negarme a coger la bolsa que, a voz en grito, me acercaba uno de los voluntarios de la gran recogida que los Bancos de Alimentos han organizado este fin de semana pasado.

 

"Reflexiones de un hambriento" 1894 E. Longoni
No os aburriré con los detalles. Fue un episodio parecido al que en aquella ocasión os relataba en esta entrada. Y como en ella también os contaba mi postura al respecto, tampoco seré más pesado con el tema.

Sí os recomiendo la estupenda entrada al respecto de los compañeros/as de Ágora de Treball Social de Lleida  ("Atún y galletas, Menú de los pobres de hoy, sábado"), un estupendo trabajo de análisis, reflexión y alternativas al respecto de estas iniciativas.

También le podéis echar un ojo a este artículo "Es hora de cerrar los Bancos de Alimentos", en la web Renta Básica Universal

En todo caso, a pesar de que muchos de nosotros mantenemos una postura crítica al respecto de estas iniciativas y de que son cuestionadas desde muchos ámbitos en la intervención social, la verdad es que éstas gozan de una salud envidiable, pues las cifras en voluntarios y alimentos recogidos no dejan de incrementarse año tras año.

La extremada legitimidad social de estos Bancos y sus repartos de alimentos tienen diversas razones, ancladas en nuestro átavico subdesarrollo en materia de política social y sustentadas en una ideología benéfico-asistencial que estamos lejos de superar, pues entronca directamente con las corrientes neoliberales que arrasan nuestra sociedad.

Pero a mi juicio hay otras razones, seguramente contaminadas de esa ideología de la que hablo, que son igualmente importantes.

Una atañe a los profesionales y técnicos variados en esto de la acción social. Incapaces de consensuar unas alternativas eficaces a estos bancos, perdidos en palabrería en torno a la justicia social y los derechos sociales mientras por acción, omisión y/o obligación, diseñamos y gestionamos prestaciones y servicios tan asistenciales como aquello que denunciamos.

La otra tiene que ver con un factor psicológico de enorme fuerza rectora: nos hace sentir bien, esto de dar alimentos a los pobres. Nos reconcilia con el sentimiento de culpa que nace de nuestra desigualdad y nos genera una ilusión de reducirla que, aún siendo paradójica, no es menos tranquilizadora.

En cualquier caso, Wang y yo lo tenemos claro. El año que viene evitaremos ir al supermercado un fin de semana como éste. Nos ahorraremos algún disgusto.

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Entrada dedicada a mis colegas, amigos y amigas andaluzas. Que este fin de semana sí que han tenido un disgusto de los de verdad.