martes, 28 de febrero de 2017

Vejez y estupidez



Hace mucho que no comentaba ninguna noticia o comentario de algunos de nuestros políticos, pero hay estupideces que uno no puede dejar pasar…


El otro día leía algo así como que la incompetencia en grado suficiente es indistinguible de la mala voluntad. Me pareció una frase muy acertada, sobre la que estaba reflexionando cuando me encontré con las declaraciones de nuestro anterior presidente del gobierno de España, un tal Aznar, no sé si recordaréis…

Hablaba de las pensiones y venía a decir que para hacer el sistema de pensiones sostenible hay que retrasar la edad de jubilación a los 70 años.

En el fondo, tiene razón, me decía Wang. Retrasar la edad de jubilación a los 70 años hará el sistema más sostenible, y si la retrasan hasta los 100 años obtendrán seguramente un buen superávit, argumentaba mi amigo.

Y mientras nos dedicábamos a imaginar a qué se podría dedicar ese posible superávit (Wang abogaba por doblar los salarios de nuestros políticos, mientras yo me inclinaba más por subvencionar a bancos y grandes empresas), no podía dejar de pensar en la profunda estulticia que manifiestan unas declaraciones semejantes.

No sé apenas de economía, pero en un país con un porcentaje de paro tan alto como el nuestro y donde casi la mitad de nuestros jóvenes no encuentran trabajo, retrasar la edad de jubilación no parece una gran medida.

A no ser que se defienda, como hace toda esta secta de neoliberales que nos gobierna, que el problema de las pensiones es sólo demográfico. Los bajos salarios y cotizaciones, el fraude fiscal y empresarial, la escasa productividad de muchas de nuestras empresas, la falta de una política industrial y productiva que no se base más que en la especulación y en el cortoplacismo… deben ser a juicio de toda esta gente meras anécdotas apenas tangenciales al problema. Para ellos, lo único importante es que hay muchos viejos jubilados.

Y para reducirlos, no hay nada mejor que una combinación adecuada de recortes en la edad de jubilación y en los sistemas de protección social (con especial ahínco en el deterioro de la sanidad y en la dependencia).

Que son justo las medidas que (como digo desde la incompetencia y desde la mala voluntad) llevan tiempo aplicando.

No vaya a ser que, al final, lleguemos a vivir hasta edades por encima de nuestras posibilidades.

viernes, 17 de febrero de 2017

El secuestro de la relación de ayuda



Establecer una relación de ayuda con alguien es algo verdaderamente complejo, pues requiere de mucha técnica, un compromiso ético, cierta experiencia y también, por qué no decirlo, algo de arte. 


Algunos pensamos que esa es la principal función de los servicios sociales y la verdadera razón por la cual somos necesarios en ellos los trabajadores sociales, cuya formación universitaria nos permite realizar correctamente esa (compleja como digo, a la vez que apasionante), aventura de ayudar a alguien. Sólo nuestra disciplina, y no en exclusiva sino en colaboración con otras afines, es capaz de abordar todos los matices y factores que son necesarios para ello.

Paralelamente, hay quien piensa que la función de los servicios sociales no es la generación de esas relaciones de ayuda, sino que su cometido fundamental es proveer de recursos (económicos la mayoría de las veces) para las peticiones (no necesidades, ni demandas) de la gente. Es un esquema muy simple y potente. Por ejemplo: alguien alega no tener dinero ni recursos para pagar el alquiler. Los servicios sociales son los encargados de comprobar esa ausencia de recursos y una vez certificada, conceder la correspondiente prestación económica para afrontar el pago.

En un ejercicio de reduccionismo necesario para continuar mi reflexión, denominaré a ambas posiciones como RELACION DE AYUDA vs. PROVISIÓN DE RECURSOS y obviaré por el momento otras cuestiones y matices que he ido desarrollando en muchas entradas de este blog.

Quedémonos sólo con las dos posiciones y vamos a reducirlas un poco más (siendo consciente de que con cada reducción uno va siendo cada vez más impreciso). Hablaremos de AYUDAR vs. SUBVENIR.

AYUDAR entendiéndolo dentro de un marco terapéutico, pues se persigue en última instancia el cambio del sujeto para que pueda superar su situación, y SUBVENIR dentro naturalmente de un marco asistencial que pretende únicamente cubrir las necesidades del usuario.

Llegados hasta aquí, diremos que el debate sobre qué posición tienen que adoptar los servicios sociales está muy lejos de estar resuelto. Conviven ambas posiciones en una dialéctica que frecuentemente se torna problemática, dado que tanto los paradigmas de los que parten como las estrategias que promueven son en muchas ocasiones incompatibles y/o antagónicos.

Todas estas reflexiones surgen de una noticia que una compañera, Alba Pirla, nos hacía llegar el otro día. En ella denunciaba la situación de algunos servicios sociales en Lleida, presionados en su trabajo por diversas plataformas ciudadanas. Por mi parte, leía con verdadera preocupación las dinámicas que se habían generado y la difícil situación que estaban sufriendo muchos profesionales. Alba compartía las reflexiones que al respecto hacía otro compañero, Ramón Juliá, en el blog Ágora del treball social de Lleida. Os invito a que las leáis, pues el problema debe hacernos reflexionar y el escrito del compañero contiene muy buenas claves para ello y aporta a mi juicio elementos muy pertinentes.

Situación en la queda el usuario
Por mi parte, comprendo la situación de esos compañeros y compañeras que han sufrido esas situaciones. A mucho menor nivel, yo también he tenido ese tipo de presiones y he visto cómo usuarios eran “secuestrados” por activistas de algunos movimientos y utilizados en nuestra contra, interrumpiendo procesos de ayuda y dañando irremediablemente el trabajo profesional realizado. Además de las consecuencias para esos usuarios, sé lo difícil que es para los profesionales presenciar y soportar esos procesos y si, como en Lleida, las presiones entran en la agresividad y la violencia no puedo más que decirles a estos profesionales que, aún que sea virtualmente, estoy incondicionalmente de su lado.

Porque en realidad, y vuelvo a la reflexión de inicio, lo que está sucediendo no tiene que ver con ellos. Es consecuencia de la dialéctica que señalaba y en el fondo, del fenómeno que se describe como deslizamiento de contexto.

Volvamos a nuestras queridas y erróneas simplificaciones y digamos que la dialéctica descrita  entre AYUDAR y SUBVENIR es resonante a la dialéctica entre CONTEXTO TERAPÉUTICO y CONTEXTO ASISTENCIAL. Ya hemos hablado en este blog (y seguiremos hablando) del valor terapéutico de todos los contextos, incluido el asistencial y de cuestiones como si éste debe o no formar parte del sistema de servicios sociales, pero esas cuestiones vamos hoy a dejarlas de lado.

Cardona y Campos (2009) definen con claridad el fenómeno de deslizamiento de contexto:


“En el marco de las profesiones orientadas a las relaciones de ayuda, y por tanto, desde la perspectiva del Trabajo Social, la definición del contexto de intervención profesional pasa necesariamente por explicitar la finalidad, los propósitos, las expectativas y las disposiciones, y que éstos sean compartidos por las personas que integran una relación de ayuda permitiendo, a su vez, la creación de una relación colaborativa de confianza en el marco de un servicio.
No definir adecuadamente un contexto da lugar a la probable confusión de los significados entre los participantes (trabajador/a social y sistema cliente), que pueden tener la vivencia de estar trabajando en contextos diferentes, con finalidades diferentes. Esta situación se verá más agravada si el profesional no se percata de que se ha producido una discrepancia de contexto, un cambio de contexto, y por tanto un cambio en las pautas de relación, dando lugar al fenómeno de “deslizamiento de contexto” descrito por Selvini (1990):
Sin un marco de referencia (contextual), compartido, al menos en mínimo grado, los malos entendidos y las discrepancias comunicativas son inevitables. La confusión se agrava si los participantes no son conscientes de haber encontrado un propósito o un marco de referencia comunes.
Esta situación puede verse como un terreno abonado para generar situaciones de dependencia y cronicidad entre las familias y los servicios asistenciales”
Portularia Vol. IX, Nº 2, [17-35]

Y es también terreno abonado, añado yo, para que sucedan situaciones y conflictos como la que estamos refiriendo.

La indefinición del contexto entre el que el profesional considera que debe utilizar (terapéutico) y el que el usuario pretende (asistencial) es la causa de las dificultades de comunicación y entendimiento entre ambos y por tanto, de conflicto.

Por ejemplo, en el contexto terapéutico es importante preservar la relación, espacio e intimidad entre profesional y usuario. Es lo que piensan los profesionales de Lleida cuando definen en su protocolo que no harán entrevistas a nadie que vaya acompañado por plataformas y personas que intenten presionar a los trabajadores sociales. Pero eso lo piensan, como digo, porque definen su contexto como terapéutico. En el contexto asistencial en el que se define el usuario, eso no tiene importancia, por lo cual no hay posibilidad de entendimiento.

Y cuando hay un conflicto en una díada (en nuestro caso profesional-usuario), indefectiblemente aparecerá un tercero (en este caso esas plataformas o activistas), para constituir la necesaria coalición que desequilibre la balanza.

Errando el tiro
Además, es necesario tener en cuenta que en la coalición usuarios-plataformas intervienen muchos factores. Los usuarios pretenden forzar ese contexto asistencial respondiendo a fenómenos intrínsecos como la delegación, la desresponsabilización, cronicidad, dependencia y pasividad dentro en muchas ocasiones de una situación que Cirillo describe como “síndrome de indemnización” y que en otra ocasión desarrollaremos. Por otra parte, los intereses de esas plataformas son más de orden político y en algunas ocasiones fundamentadas en búsquedas de protagonismo cuando no en otras carencias personales que propician la “cosificación” de los usuarios.

Naturalmente, la pregunta es obligada: ¿cómo salir de esta situación?. La única manera es redefinir el sistema de servicios sociales, pues en la definición actual están los contextos tan confusamente mezclados que los deslizamientos son inevitables. A falta de esta redefinición general del sistema, tal vez podamos intentar redefiniciones internas, pero difícilmente así solucionaremos el problema.

Mientras, tal vez lo único que podamos hacer sea metacomunicar, hablar de la propia comunicación y de los elementos que subyacen a estos contextos y relaciones.

Que es lo que he pretendido yo, no sé si muy acertadamente, en esta entrada.

P.D. Un fuerte abrazo de Wang y otro mío para los y las profesionales que están sufriendo esas situaciones de presión y coacciones.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Sobre el poder



En Trabajo Social, en otras disciplinas afines y en general, en todo lo que tiene que ver con la acción social, se habla frecuentemente de empoderamiento. Es una referencia que forma parte de la  intervención social de manera más o menos estable (casi nadie duda de la utilidad ni de la pertinencia del constructo) aunque también  es cierto que no todo el mundo lo entiende de la misma manera y se observan diferencias significativas  y, en algunos casos, antagónicas.


En mi práctica profesional, personalmente lo entiendo como trabajar desde las fortalezas y capacidades de nuestros usuarios (sean individuos, familias, grupos o comunidades) para incrementar el poder que tienen para solucionar por sí mismos sus problemas.

Lamentablemente, también desde mi práctica me descubro en algunas ocasiones haciendo lo contrario. Mayoritariamente por la presión del contexto, pero a veces, lo confieso, también por comodidad… me encuentro desarrollando intervenciones asistencialistas y no potenciando, sino sustituyendo, las capacidades de esos  usuarios.

En estos casos, a veces el problema o la situación se solucionan, aunque las más de las veces suelen cronificarse. Pero siempre el usuario queda más debilitado y con menos capacidades para responder a la siguiente contingencia vital que atraviese. En ese momento, el proceso de ayuda será todavía más difícil y el riesgo de repetir la intervención inadecuada más alta, con lo cual se establece un círculo perverso, con un deterioro progresivo de la situación del usuario.

Pero me he ido un poco por las ramas, pues no era del empoderamiento de los usuarios de quien quería hablaros. Quería hablar del nuestro.

Es una contradicción importante y una dificultad para el trabajo de empoderamiento el que nosotros, como profesión no estemos empoderados. Por muchas razones, (algunas de ellas se desarrollan en este artículo que os recomiendo) los trabajadores sociales cada vez tenemos menos poder.

Poder entendido únicamente como la capacidad para cambiar las cosas, sin entrar en otras disquisiciones “weberianas” sobre la autoridad y la dominación. Y de esa capacidad, cada vez vamos más escasos.

Tal vez tenga que ver con que tenemos una concepción del poder en términos de dominación-sumisión. Es algo en lo que me hizo pensar nuestra compañera bloguera Belén Navarro, en la última entrada de su blog. Mientras escribía estas reflexiones, ella en su entrada nos hacía esta pregunta: ¿Queremos realmente abandonar la gestión de prestaciones o son, aunque nos avergüence admitirlo, un mecanismo de poder profesional? ¿Estamos dispuestas a decirles adiós?

Por mi parte, yo quiero tener "poder profesional". Esto es, capacidad e influencia para cambiar cosas en las personas y en las familias, aquellas cosas que las dañan y las limitan. Aunque considero que las prestaciones económicas son instrumentos muy limitados para ello, no reniego de las mismas en este sentido. Sí reniego, naturalmente, cuando se utilizan para sojuzgar, chantajear o controlar, de la misma manera que no entiendo el poder en esos términos.

Por otra parte, otro factor que influye es que, actualmente, se espera del Trabajo Social, al menos en el marco de los servicios sociales, que limiten su función a un contexto evaluativo y que apliquen con objetividad y sin interpretaciones los criterios para el acceso de los ciudadanos a los servicios y prestaciones que se supone garantizan sus derechos.

Con matices, considero poco útil esta función evaluativa, y creo que hay profesiones que podrían hacerla mejor. Creo que como trabajadores sociales nos corresponde el diagnóstico, y tal y como entiendo éste la subjetividad y la interpretación no me generan ningún problema. Al contrario, creo que forman parte de él. Pero eso también es otro tema.

En todo caso, las leyes y normativas que se promulgan cada vez van más (creo que equivocadamente), por la línea de la objetividad y la evaluación, considerando que así se garantizan mejor los derechos de los ciudadanos. Creo sinceramente que eso nos quita poder (insisto que sólo en términos de poder modificar las cosas, sin ningún otro juicio de valor sobre su ejercicio). Y creo que si no tenemos poder, somos inútiles y por tanto, prescindibles. Vista la deriva del Sistema de Servicios Sociales, no está lejos la desaparición de nuestra figura en el mismo.

Tan prescindibles somos que, por otro lado, llevamos tiempo presenciando cómo las funciones que se supone deberíamos realizar son ejecutadas por cualquier persona en cualquier contexto.

Ante un problema determinado hay tres grupos de funciones que hay que realizar. La definición del problema (QUÉ PASA), su diagnóstico (POR QUÉ PASA) y su posible solución (QUÉ DEBE HACERSE). Obviaremos por el momento otras referencias como a quien, desde cuándo o para qué…

Bien. La respuesta a esas tres preguntas, ante cualquier tipo de problemática social es contestada por cualquier tipo de profesional o persona. Cualquiera se siente legitimado para definir, diagnosticar y decidir la solución. La médico, el maestro, el político, la vecina, el activista, el voluntario… todo el mundo sabe más y mejor que nosotros lo que pasa en una situación y lo que debe hacerse. Y con frecuencia, lo más que se espera de nosotros es que apliquemos las soluciones que ellos han decidido o dadas por buenas. Lo cual a veces nos sitúa en alguna paradoja espacio-temporal como el tener que aplicar soluciones que no existen…

En cualquier caso, creo que nuestra profesión no está hoy reconocida ni legitimada para responder esas preguntas. O al menos, sin salirse del rango de lo política o socialmente correcto. El poder, en nuestro caso, es una falacia, una quimera o una ilusión…

Y sin poder, difícilmente podemos empoderar. No se puede dar lo que no se tiene. O como suele decir Wang: sin poder, no se puede.