lunes, 10 de enero de 2022

Cerrando un círculo

 Todo tiene un principio… y tiene que tener un final. Y creo que para este blog, tras diez años de andadura, ha llegado el momento de su despedida.

No me gusta dejar las cosas a medias, inacabadas o incompletas. Prefiero terminar las tareas, completar los círculos, cerrar las puertas…

Llevo tiempo dándole vueltas a la idea. Cada vez me veo menos motivado para mantener este blog. 

De hecho, creo que es la primera vez en estos diez años (salvo un paréntesis que me tomé hace unos años) que tardo más de un mes en escribir una entrada. Lo cual me parece una señal importante, que me indica que se ha acabado un ciclo.

Y como no me gustaría acabar este blog simplemente dejándolo ir, prefiero escribir una entrada de despedida. Creo que he volcado en él suficientes experiencias, reflexiones y emociones como para cerrarlo como se merece.

No os engañaré. Gran parte de las razones para esta despedida las tiene mi particular sensación sobre el estado actual de los servicios sociales y el Trabajo Social, en una deriva hacia el asistencialismo y la residualidad que percibo como imparable y que las dinámicas que han emergido en esta época pandémica no han hecho sino explicitar y potenciar.

Siento que el Trabajo Social y los servicios sociales se encuentran como un hámster en una rueda. Dándole vueltas a los mismos dilemas y contradicciones sin resolver ninguno de ellos y volviendo al mismo punto de partida una y otra vez.

El Sistema de Servicios Sociales en nuestro país es bastante especial. Es el único Sistema Público de Protección Social dividido en dos niveles, atención primaria y atención especializada, siendo la primera competencia de la administración local y la segunda de la administración autonómica.

Pero además, la falta de delimitación conceptual (en lo que a mi juicio influye decisivamente la ausencia de una Ley General de Servicios Sociales, que sí tienen otros sistemas, como educación o sanidad…), hace que puedan proponerse y ejecutarse servicios sociales (entendidos éstos como recursos, servicios y prestaciones) desde otros niveles de la administración, como la administración general, o desde otros órganos públicos, privados o de iniciativa social.

Proliferan los servicios de orientación e información, que lejos de ubicarse en la atención primaria, se encuentran repartidos por todo tipo de administraciones y entidades y que lejos de proporcionar un mejor servicio al ciudadano lo introducen en auténticas ceremonias de la confusión.

Un sistema en el que la valoración ha sido sustituida por la mera comprobación de requisitos y donde conceptos centrales como prescripción profesional, profesional de referencia, puerta de entrada al sistema y tantos otros… han sido abandonados.

La descoordinación es la norma en el Sistema. Ningún actor del mismo considera necesario valorar las actuaciones del resto para integrar e implementar las suyas propias. Cualquiera de ellos es autosuficiente para diseñar y ejecutar sus programas, sin más guía que sus propios intereses y sin más evaluaciones que las propias. Problema que incrementa una política de subvenciones más dedicada al postureo que a la efectividad.

La situación de la atención primaria del sistema y su relación con la especializada es digna de estudio. El nivel de responsabilización hacia la atención primaria es insostenible. Se le exigen soluciones inmediatas sin competencias ni recursos para ello. Tanto el resto del sistema como todos los demás sistemas de protección le delegan la última respuesta a las grandes problemáticas sociales (vivienda, superviviencia material, violencia…), en un juego infame y mentiroso cuyo objetivo es permitir la desresponsabilización de todos ellos.

Se aprovecha para ello la debilidad que supone que esa atención primaria se encuentre asentada en la administración local (la más cercana al individuo, suele decirse, pero también la peor financiada, la más descoordinada y la más presionada, utilizada y desprestigiada).

Este fenómeno de desresponsabilización y delegación ha llegado en los últimos años a un nivel sin precedentes, convirtiendo a la atención primaria en un sistema cuya única función es la de chivo expiatorio y cuya presencia justifica que el resto de sistemas puedan eludir sus obligaciones.

Por otro lado los profesionales del sistema estamos lejos de consensuar un diagnóstico sobre el mismo. Lo que unos denunciamos (esa desresponsabilización y delegación, básicamente), otros lo justifican como inevitable y otros como mal menor. Incluso hay voces que defienden con vehemencia que ocupar ese lugar residual en la política social es la verdadera razón de ser del sistema.

Al igual que el debate sobre el objeto de los servicios sociales, tan necesario como imposible ante las múltiples voces que varían entre lo imprescindible de mantenerlo como lo irrelevante de hacerlo.

De todas estas cuestiones he hablado con profusión y desde diferentes ángulos en este blog, así que no os cansaré mas con las mismas.

Lo que es cierto es que la situación comienza a recaer con demasiado peso sobre los hombros de los profesionales del sistema. El cansancio y la desmotivación comienzan a hacer mella en un número nada desdeñable de los mismos. Es verdad que hay cierto consenso en reconocerlo, pero de nuevo el diagnóstico de esta situación varía entre quienes opinan que ese cansancio es fruto de la sobrecarga coyuntural de un sistema en el que se aprecian más bondades que problemas y los que opinamos que es fruto de las contradicciones estructurales del mismo.

Como os decía, yo tampoco soy ajeno a este cansancio y desmotivación. Así que por lo menos, en lo que atañe al blog, dejo de girar en la rueda.

Por otro lado creo que el formato de los blogs ha ido perdiendo presencia y utilidad. Hoy la comunicación se mueve más en lo visual que en lo escrito y se priorizan los impactos sobre los argumentos. Y yo, un dinosaurio encarando las últimas etapas de mi vida laboral, no me veo explorando otros formatos.

Así que lo mejor es terminar aquí. Creo que los objetivos con los que nació el blog se han cubierto sobradamente y que Wang y yo hemos sido capaces de plasmar en él multitud de reflexiones sobre el sistema y sobre la profesión que confiamos hayan servido para enriquecer los debates.

Por lo demás, lo mejor que me ha traído el blog es la multitud de personas con las que he conectado. A algunas las he conocido personalmente. Con otras el contacto ha sido sólo virtual. Pero siento que me llevo un montón de amigos y amigas con los que seguiremos compartiendo, de una forma u otras, el camino.

Gracias a todos y todas por vuestra compañía estos diez intensos años.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Cuando la solución se convierte en problema

Se acerca el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Desafortunadamente, una problemática que estamos lejos de erradicar y que hunde sus raíces en las profundas desigualdades que siguen sufriendo las mujeres respecto a los hombres.

Afortunadamente, por otro lado, parece que la sociedad está cada vez más concienciada al respecto, y en estos días proliferan múltiples iniciativas que intentan sensibilizar sobre el problema.

Pero tengo la sensación de que esta movilización se está convirtiendo en una mala noticia. Como bien sabemos los que nos dedicamos a la intervención social, a veces la solución se convierte en problema.

En mi medio, una pequeña comunidad rural constituida por una comarca en torno a los 15.000 habitantes llevo contabilizadas más de una docena de actividades, todas del mismo corte: una charla por alguien más o menos “especializado”, al que invita una entidad para hablar a la comunidad sobre la violencia contra la mujer.

Entidades públicas, asociaciones privadas, incluso grupos informales, organizan dichas actividades de manera individualizada y sin ninguna coordinación entre las mismas. La población queda bombardeada por múltiples convocatorias presenciales y, ahora que han proliferado tanto, también on-line, con logos y temáticas tan similares que ya es difícil averiguar quien organiza cada una de ellas y qué es lo que se va a hablar.

Soy de los que creo que la mera agregación de actuaciones no produce ninguna sinergia útil. Más bien al contrario. Se produce un ruido en el que al final los mensajes se diluyen, las contradicciones no se resuelven y la confusión y saturación hace que la motivación disminuya.

Como hablaba en alguna otra entrada, las formas son más importantes que el fondo y tengo la sensación de que para todas estas entidades es más importante el parecer que se hace algo que solucionar el problema de verdad. A veces parece una competición (y perdón por el exabrupto machista) "a ver quien la tiene más larga".

Gastar la subvención a la que se ha accedido, (concedida sin mucho criterio, esa es otra…) y mantener una presencia pública (colgarse la medalla de toda la vida, vaya) parecen ser las motivaciones más importantes para todas estas iniciativas. Mucho más importantes que realizar una reflexión sosegada y planificar coordinadamente las actuaciones pensando en la mejor manera de sensibilizar y abordar el problema.

Estoy convencido también de que el Sistema de Servicios Sociales tendría que liderar y abordar esta coordinación, ordenar estas iniciativas, incluso supervisar los contenidos, al menos cuando están sostenidas con fondos públicos.

Pero, como en otras muchas cosas, tenemos el viento demasiado en contra.

Y eso es algo que me parece que está contribuyendo a un peor abordaje del problema de la violencia contra la mujer. Un problema que creo que habría que tomarse más en serio. Y eso no significa hacer más cosas. Significa hacerlas mejor.

miércoles, 27 de octubre de 2021

Postureo

Dícese del "comportamiento poco natural de una persona que se esfuerza por dar una imagen pública para conseguir la aprobación de otras personas".

Esto del postureo se ha puesto muy de moda en los últimos años, sobre todo con la eclosión de las redes sociales, donde encuentra un contexto muy favorable. Se trata de un comportamiento donde la imagen tiene más importancia que la realidad y las apariencias imperan sobre las verdaderas motivaciones.

A mi juicio, es un fenómeno que transciende el mero exhibicionismo público que una persona o entidad puede hacer ante su potencial público o, las más de las veces, simplemente ante su cohorte de seguidores.

Creo que es un comportamiento, una actitud, que ha invadido todas las esferas, incluidas las respuestas políticas a los grandes problemas sociales que hoy nos atraviesan.

En el fondo se trata de parecer que se hace algo. En ese sentido es una especie de pseudo-intervención donde se trata de aparentar que se hace lo correcto, sin que los resultados finales importen demasiado. Los protocolos tienen más importancia que las soluciones y la implementación de medidas mucho más que su impacto real.

Dichas medidas serán además más numerosas y más agrandadas, no en función de la gravedad del problema, sino en cuanto la percepción pública del mismo o la estrategia de algún grupo implicado así lo determinen.  

Las evaluaciones son siempre de procesos, rara vez de resultados, y la crítica es imposible o está prohibida: se está haciendo lo correcto.

Detecto que en política social el virus del postureo campa a sus anchas, convirtiendo todos los programas a los que infecta en un “como si”, esto es, abordar la problemática como si nos estuviéramos ocupando realmente de ella cuando todos sabemos que los intereses en juego son otros.

Lo más grave es que, a diferencia del coronavirus, este otro cuenta con mayoría de negacionistas. Aunque la realidad, tozuda, nos devuelva una y otra vez que los problemas no se solucionan y que cada vez más personas son expulsadas del camino en forma de exclusión social, de sufrimiento o de pérdida de oportunidades.

Y el verdadero drama es que tenemos vacunas, pero no queremos utilizarlas.


viernes, 1 de octubre de 2021

EL volcán

Dolor y miedo. No se me ocurren mejores palabras para definir lo que imagino deben sentir los habitantes de la isla de La Palma ante la cólera con que el volcán está arrasando sus propiedades y sus medios de vida.

No puedo ni pensar qué debe suponer perder la casa en la que has pasado tu vida, o ver arrasados irremediablemente tus cultivos, o vivir con la incertidumbre de qué futuro te espera a ti y a los tuyos mientras las explosiones y el ruido atronador de la lava expulsada por el volcán amenaza con llevarse todo por delante.

Aunque desde un lugar seguro como el que escribo es difícil imaginarse ahí, es fácil empatizar con quien está sufriendo semejante desventura. Por eso entiendo la explosión de solidaridad que a lo largo de todo el Estado se está produciendo.

Galas solidarias, actos benéficos, donaciones… iniciativas de entidades públicas, privadas o particulares, todas destinadas a recaudar fondos para que los afectados puedan hacer frente a las necesidades de subsistencia, alojamiento, medios de vida...

Diversos Ayuntamientos de la zona, el Cabildo insular, incluso Cruz Roja, han habilitado números de cuenta y bizum para vehiculizar esta expresión solidaria.

No juzgo estas iniciativas, ni mucho menos en momentos de tanto dolor e incertidumbre, pero sí me surgen algunas preguntas:

  •  En un Estado Social y de Derecho ¿es la solidaridad ciudadana la que debe garantizar la atención a las necesidades de los afectados por una desgracia como esta?
  • ¿Carece el Estado de la capacidad o los medios necesarios para proteger a los afectados y por ello son necesarias estas ayudas solidarias?
  •   ¿Son complementarias estas ayudas solidarias y las ayudas públicas? ¿Cómo se articula esta complementariedad?
  •  ¿Estado o Sociedad Civil?. ¿Impuestos o donaciones? ¿Cómo se entiende la protección social ante una desgracia como la que nos ocupa?
Son preguntas que me planteo al reflexionar sobre estas noticias y que sólo quería compartir con vosotros mientras deseo a los ciudadanos de La Palma que se acabe esta pesadilla cuanto antes.

 

lunes, 27 de septiembre de 2021

Elegía

Como podéis consultar en Wikipedia, la elegía es un subgénero de la poesía lírica que designa un poema de lamentación, un poema de duelo por la muerte de un personaje público o un ser querido. La actitud elegíaca consiste en lamentar cualquier cosa que se pierde: la ilusión, la vida, el tiempo, un ser querido, un sentimiento, etc…

Elegía, por William Adolphe Bouguereau (1899).
Wang y yo mantenemos esta actitud elegíaca desde hace tiempo, cuando tomamos conciencia de lo que para nosotros son dos realidades: la desaparición del Sistema de Servicios Sociales y la muerte del Trabajo Social dentro de él, en una relación de retroalimentación entre ambas cosas. Allá por el año 2017 escribimos profusamente al respecto.

En un análisis tan ligero como seguramente equivocado, opino que el Sistema de Servicios Sociales fue incapaz de adaptarse a los requerimientos de la crisis socioeconómica que comenzó en 2008. Probablemente había alguna semilla sembrada con anterioridad, pero el problema comenzó a florecer con fuerza a partir de entonces.

Las prácticas asistencialistas y benéfico paternalistas se convirtieron en la respuesta predominante a los desafíos que esa crisis trajo y poco a poco el Sistema se convirtió en un conjunto deforme e inconexo de normativas y prestaciones que lo arrinconaron en una posición residual, con el casi exclusivo encargo de atender y controlar la pobreza.

Paralelamente, el Trabajo Social asumió el liderazgo de dicha propuesta asistencial, y lo hizo incrementando el papel de gestión burocrática, convirtiéndolo así en su principal identidad.

Ya por aquel entonces homenajeé la desaparición del Sistema mediante la Copla II, de Jorge Manrique, que rescato ahora de nuevo:

Pues si vemos lo presente

cómo en un punto se es ido

y acabado,

si juzgamos sabiamente,

daremos lo no venido

por pasado.

No se engañe nadie, no,

pensando que ha de durar

lo que espera

más que duró lo que vio,

pues que todo ha de pasar

por tal manera.

Desde entonces y en diversos foros venimos compartiendo nuestra actitud elegíaca con el lamento de otros muchos profesionales y colegas de la intervención social, con la sensación de estar realizando una especie de travesía por el desierto. Coincidimos en el diagnóstico mientras soportamos el sol abrasador durante el día y el frío extremo por la noche, buscando un camino de salida que no acabamos de encontrar y seducidos por algún oasis que siempre termina siendo un espejismo.

Por ejemplo, esta misma semana dos compañeros de viaje en esto de la intervención social hablan de la situación actual del Sistema y de sus profesionales. Son Fernando Fantova y BelénNavarro  y os invito a leer las entradas que enlazo bajo sus nombres.

Ambos reflexionan sobre los Servicios Sociales en la época postpandémica y cómo la crisis que estamos atravesando con este virus no ha hecho sino incrementar las dinámicas de residualidad, asistencialismo y burocratización previas.

Y es que en esta crisis del virus hemos vuelto a responder con las mismas recetas, viejas, gastadas e ineficaces como ya lo eran cuando las utilizamos en la crisis anterior. Nuestra capacidad para tropezar en la misma piedra es ilimitada.

Personalmente llevo tiempo con la sensación de que no hay salida. Por un lado, que estas dinámicas se hayan instaurado con tanta fuerza señala que tienen mucho de legitimidad social, mucho más que las propuestas alternativas que algunos estamos intentando construir y reclamar. Son dinámicas con un amplio apoyo político, técnico y ciudadano.

Por otro lado, esas propuestas alternativas no acaban de hacerse con la concreción necesaria, probablemente porque en el fondo, no se vive la situación actual como problemática y quien lo hace, alude para salir de ella a intangibles difíciles de implementar en la práctica, sobre todo cuando el viento está tan en contra.

Por mi parte, para salir de este desierto creo que sería necesario partir de un proceso en el que primero hubiera un RECONOCIMIENTO del problema. Y por reconocimiento entiendo no únicamente constatar el mismo, sino averiguar las razones y asumir las responsabilidades en él. Un punto en el que no se ha avanzado lo suficiente aún.

Con posterioridad a ello, sería necesario una APUESTA Y APOYO POLITICO decidido al proyecto. Refundar los servicios sociales con un compromiso similar al que se tuvo para crear el Sistema,  allá por los años 80 del siglo pasado. Lamentablemente, no está en la agenda de ningún partido está necesidad de refundación. Al contrario, los Servicios Sociales llevan años invisibilizados, ninguneados y reducidos en la mayoría de dichas agendas. Las propuestas que se hacen son del tipo “más de lo mismo”: más control, más burocracia, más asistencialismo, más residualidad, más confusión…

En el hipotético caso de que siguiéramos avanzando en este proceso (y disculpad lo lineal del mismo) que describo, el siguiente paso sería la DEFINICION DEL OBJETO del sistema. Esto es, los cometidos, funciones y encargo social del mismo. La experiencia nos demuestra que no se puede soplar y sorber al mismo tiempo, por lo cual esta redefinición supone dos cosas: abandonar el actual encargo y sustituirlo por uno nuevo, con lo cual necesariamente conllevaría una redefinición global del conjunto de la política social y no sólo del sistema de servicios sociales. Vista la querencia dentro del sistema por las definiciones sobrevenidas y la urticaria que produce señalar por ejemplo la necesidad de una Ley General para el mismo, no hemos de esperar avances significativos en esta etapa.

El siguiente paso sería la definición de las ESTRUCTURAS necesarias para llevar a cabo el objeto definido. En estos tiempos digitales de sinergias, multiniveles e instituciones líquidas este paso tendría unas dificultades casi insalvables, pero definir con claridad los equipamientos materiales y profesionales es el único camino si se pretende construir un sistema de la complejidad que se le supone.

Así que mi pronóstico está claro. El sistema va a seguir así durante mucho tiempo. Un tiempo en el que sus problemas estructurales no van a ser resueltos y en el que, a los profesionales, no nos va a quedar otra cosa que la elegía.

Lo cual no estaría mal si no fuese porque es lo mismo que les queda a los ciudadanos que atendemos.