domingo, 8 de febrero de 2015

Dos historias y un relato

Hoy traigo al blog la historia de dos personas que he atendido en el trabajo. La historia y cada uno de sus detalles son ciertas. En cuanto al relato, es una ficción. O tal vez no...

 
Javier es un padre de familia de 47 años. Actualmente está casado y tiene una hija de 3 años. Estuvo casado anteriormente y tiene otra hija de 15 años a la que ve algunos fines de semana. 
     Con algún periodo de desempleo, Javier había trabajado siempre de operario de producción en diferentes fábricas en los alrededores.Siempre, hasta que hace unos años esas fábricas comenzaron a despedir personal.
      Al principio no se preocupó. Ya le había pasado otras veces y no solía tardar mucho en encontrar otro puesto de trabajo en alguna fábrica cercana. Pero esta vez fue diferente. Apenas se realizaban nuevas contrataciones, había mucha gente en su situación y su baja cualificación tampoco ayudaba.
     Cuando llegó a Servicios Sociales estaba apesadumbrado. Había agotado todas sus prestaciones y la familia subsistía de pequeños trabajos esporádicos de limpieza que la mujer realizaba.
     Solicitó la Renta Mínima de Inserción. Cuando le fue concedida estaba a punto de terminar unos estudios de técnico de mantenimiento industrial en los que, cuando se quedó en desempleo, decidió matricularse. Le costó mucho... ¡llevaba tanto tiempo sin estudiar!
     Percibió la RMI durante cinco meses, puesto que al terminar los estudios fue contratado por la empresa donde había hecho las prácticas de los mismos.
     Actualmente, tras varios meses de contrato temporal, tiene contrato indefinido en esa empresa.

     Manuel también es un padre de familia. Un poco más joven, tiene 40 años. También está casado y tiene dos hijos, de 10 y 8 años. Convive con su mujer y un hijo de 14 años, de una relación anterior de ella.
     Manuel siempre trabajó en la construcción, desde los 14 años, cuando abandonó los estudios. Trabajó en diferentes empresas y atravesó diferentes periodos de desempleo.Cuando cerró la última empresa en la que había sido contratado, decidió establecerse como autónomo, pero la falta de trabajo hizo que tuviera que abandonar a los pocos meses.
     Hace ya varios años que se encuentra en desempleo. Es la tercera vez que solicita la Renta Mínima de Inserción. Está desesperado porque no encuentra empleo, dice que nadie le ayuda y se queja con amargura de la falta de trabajo. Ante la ansiedad que la situación le produce su médico de cabecera le ha tratado con medicación.
    Actualmente está bebiendo demasiado y el ambiente familiar es cada vez peor, con frecuentes discusiones con su esposa.
    
* * *

     Javier y Manuel son diferentes. Pero también tienen muchas cosas en común. Tantas, que un día se me ocurrió juntarlos. Tal vez Javier podría servir de impulso a Manuel, y estaba convencido de que al primero también le podría venir bien conocer la historia de éste.

     Así que les propuse a ambos compartir su historia y concretamos una serie de entrevistas. Poco a poco Manuel fue exponiendo su doloroso recorrido. Era el menor de cuatro hermanos, siendo él el único varón. Apenas recuerda nada de su infancia, salvo los episodios de violencia que su padre, alcohólico, ejercía con frecuencia. Dice que pegaba con frecuencia a su madre y a él mismo. Los insultos y menosprecios eran habituales y, entre lágrimas, relata como un día su padre le gritó que "no servía para nada" y que "nunca iba a llegar a nada en la vida".
      
    El relato de Manuel continuaba con sus sensaciones de cómo toda su vida había quedado marcada por aquellos episodios, la culpa, la rabia y la depresión que ello le había causado, el refugio que a veces la droga y el alcohol le habían supuesto... Y lo que había sido su principal motivación para salir adelante: que sus hijos no pasasen por lo que él había pasado. Lloraba amargamente cuando nos confesaba lo derrotado que se sentía cuando veía que no lo estaba consiguiendo.

     Su padre tenía razón. Jamás llegaría a nada en la vida...

     Impresionado por el relato de su compañero, Javier guardaba un respetuoso silencio.Cuando Manuel terminó de hablar y a duras penas se repuso, Javier se le acercó y le dió un profundo abrazo.

      Y yo sentí que aquel abrazo iba a ayudar más a Manuel que cualquier subsidio o prestación a la que pudiera acceder.


4 comentarios:

  1. Hola Pedro,
    mientras lo iba leyendo me ha venido a la cabeza un artículo que leí hace poco donde decía que España es el 2º país de la OCDE en el que se recetan más tranquilizantes. Yo cuando viví en el extranjero la gente se pensaba que esto era el paraíso. Y mira la cantidad de gente empastillada que hay. Y para esto no hay que ir al psiquiatra, ya el médico de cabecera te receta ciertas cosas.
    Me ha gustado mucho la entrada.
    Un abrazo :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tienes razón, hace ya tiempo que los profesionales estamos alertando de la (en demasiadas ocasiones) injustificada medicalización de la vida cotidiana. Gracias por comentar.

      Eliminar
  2. Gracias por compartirlo. Me parece una idea genial el hacer coincidir dos experiencias, dos formas de afrontar las dificultades, dos experiencias como oportunidades de seguir haciendo camino al andar, y la creatividad cálida de l@s profesionales. El arte de acompañar. Gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a tí, Eva, por comentar. Son técnicas inspiradas en el enfoque narrativo y en el construccionismo social. Me alegro de que te haya gustado. Saludos.

      Eliminar

Gracias por comentar.