martes, 9 de julio de 2013

Sobre el caso de Inés

Mi entrada sobre el caso de Inés, "El olor de la injusticia",  ha generado una serie de comentarios que me han hecho reflexionar sobre el Sistema de Servicios Sociales, el papel de los trabajadores sociales en el mismo y algunas consideraciones éticas

 

En primer lugar, gracias a todos los que habéis comentado la entrada, tanto aquí como en el facebook o twitter. Es todo un privilegio poder conversar con vosotros y una oportunidad para seguir aprendiendo.

La primera de las reflexiones que estos comentarios me han sugerido es sobre uno de los principios básicos de nuestra profesión: la autodeterminación. Nuestro código deontológico la define como la "expresión de la persona y por tanto de la responsabilidad de sus acciones y decisiones". En este caso se intentó siempre respetarla, pero la cuestión se vuelve difusa cuando las personas, como ocurrió con Inés, se quedan sin voz para poder manifestar lo que desean o sin capacidad para tomar decisiones.

Sísifo, por Franz von Stuck.
Personalmente es un principio que intento siempre tener en cuenta en mi práctica profesional, y que considero que a veces tiene su dificultad. Como bien señala Gordon Hamilton en su libro "Teoría y práctica de Trabajo Social de Casos": "lo más dificil de todo es comprender que para una persona salga adelante psicologicamente, debe permitírsele que lo haga no sólo por sus propios esfuerzos, sino de acuerdo con su propio modo de ser". (pg. 44). Este clásico de nuestra profesión señala a continuación: "el trabajador ha de calcular también el grado de ayuda propia que puede esperarse del cliente. No todos son capaces de bastarse a sí mismos, y la ayuda que el trabajador ha de prestar está en relación inversa con las posibilidades del cliente. Los niños, los enfermos, los ancianos y los débiles mentales necesitan más cuidados, protección y activa interferencia que aquellas personas que están en mejor disposición para autoconducirse".

En el caso que os relataba llegó un momento que consideré que debía proporcionar a esa anciana un alojamiento distinto para que pasase sus últimos días, lo que, equivocadamente o no, no me pareció que estuviese vulnerando sus deseos. No lo consegui y en aquel momento sentí que era injusto (me lo sigue pareciendo ahora, desde la distancia temporal que me separa ya de la historia) que las instituciones sanitarias y sociales a las que apelé consideraran que Inés no debía ocupar una de sus plazas ante lo próximo de su fallecimiento.

La segunda reflexión tiene que ver con la dignidad. Creo que todos tenemos derecho a bien vivir, pero también a bien morir. Y el bienestar de Inés ante su muerte estaba muy en entredicho. Los días que pasó agonizando en la cama de la precaria vivienda que habitaba tuvo como única compañia a la auxiliar de hogar que os contaba y esporadicamente las visitas que el médico de cabecera o yo le hacíamos. Si tuvo algo de dignidad en esos momentos, si no murió envuelta en sus propias heces o vómitos fue gracias a esa auxiliar de hogar. Sobrepasando los límites de su profesión y sin ninguna obligación de hacerlo, se quedaba prácticamente a vivir con Inés. Pasaba las noches con ella, se llevaba su ropa a lavar, la limpiaba, intentaba alimentarla y la cuidaba. Se convirtió en su enfermera y en su única compañía.

La precaria dignidad con la que murió Inés no se la proporciornó el sistema sanitario o el de servicios sociales. Se la proporcionó una mujer abnegada, fue fruto de la compasión humana, y no de los derechos sociales. Fue, en suma, caridad. Lo que no está mal, pero no es el sistema en el que creo.

Lo cual me lleva a la tercera de mis reflexiones. Estoy muy harto, demasiado harto a veces, que las carencias del sistema de servicios sociales, que la garantía de muchos derechos sociales de las personas tengan que estar en función de la sobreimplicación, del sobreesfuerzo y de la abnegación de los profesionales del sistema. Lo he dicho muchas veces: no somos héroes. Y veo con frecuencia que el sistema funciona gracias a que los profesionales suplen con su implicación personal las limitaciones del mismo. Y creo que es injusto. Injusto para esos profesionales, pero sobre todo injusto para la ciudadanía.

He tenido el privilegio de participar en la creación del sistema de servicios sociales de atención primaria en el medio rural casi desde sus inicios. He visto como el sistema, ese que ahora va a desmontarse con la reforma local, se desarrollaba gracias al esfuerzo de muchos profesionales, implicados en el mismo mucho más de lo exigible, mucho más de lo razonable. Hemos compatibilizado la atención de casos, de grupos y la intervención comunitaria. Atendíamos casos por la mañana, por la tarde quedábamos con algún grupo o visitabamos algún caso y por la noche teníamos reuniones y asambleas. Hemos acabado de trabajar muchos días a la una de la madrugada y cuando al día siguiente comenzábamos a trabajar a las nueve en vez de a las ocho, como el resto de funcionarios, no faltaba el comentario despectivo de algún compañero o concejal sobre los privilegios que teníamos.

Pero así se construyó el sistema. Este que ahora no se reconoce, ni se valora. Este que ahora se va a mercantilizar, a poner precio. Cómo si pudieran traducir a euros el compromiso, la ilusión y el proyecto que teníamos.

Y esa ha sido nuestra trampa. Porque lo seguimos haciendo. Porque si muchos servicios y proyectos funcionan no es por su estructura, organización y planificación, sino porque hay profesionales que se implican hasta en lo personal en ellos.

 Y ya disculparéis los que habéis tenido la paciencia de leer hasta aquí. Pero tengo una cuarta reflexión. Lo resumiré para que lo entendáis rápido. Si Inés hubiese tenido un sobrino concejal, hubiese terminado sus días en una residencia, con sábanas limpias, cuidada por auxiliares de enfermería y atendida varias veces al día por los servicios médicos. No tengo ninguna duda.

Porque veo con excesiva frecuencia cómo el sistema tiene dos velocidades. La de la gente normal, que sólo tiene su voz y la que le ponemos nosotros para intentar garantizar sus derechos y la de los amigos del poder, que se saltan todas las normas, informes y prescripciones técnicas para acceder a los recursos.

En estos tiempos de inhumanos recortes, de dificultad de acceso a las prestaciones y servicios, ésta es la verdadera reforma local que me parece necesaria. Acabar con los políticos que gestionan los recursos como si fuesen su cortijo, en el que hacen y deshacen a su antojo. Pero eso es otro tema, del que también tengo unas cuantas historias. Tal vez algún día os las cuente. Mientras tanto, gracias por vuestra atención y sobre todo, por vuestros comentarios y reflexiones..

3 comentarios:

  1. Evidentemente ante este caso tenemos que hablar de dignidad y de autodeterminación. Y es cierto que nunca sabremos qué hubiera sido de Inés de tener un sobrino concejal... ni si su hipotético sobrino hubiera sido de esa clase de políticos cortijeros que están acabando con la política y con nuestro sistema público. Pero lo importante es que estas reflexiones que haces nos sirvan para analizar hacia dónde vamos hoy.

    Irremediablemente el concepto de Justicia Social que tanto nos gusta a los trabajadores sociales se nos desvanece en nuestras narices. Pasaba antes, pasa ahora, y desgraciadamente seguirá pasando si no ponemos freno a esto.

    Derechos sociales... sistema público...garantías... autonomía... todo esto frente al sistema de la "Sopa boba", el sistema asistencialista y caritativo que se nos viene encima.

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  2. Gracias Jemi, por tu comentario. Como bien dices, como trabajadores sociales estamos comprometid@s con la justicia social, cada uno desde su posición debe luchar por ella. Saludos,

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  3. Pedro me pongo al día con la lectura de tu blog tras la desconexión vacacional y no puedo evitar entrar a destiempo para agradecer que alguien hable de esa "sociedad secreta" formada por muchas personas que trabajamos, dentro y fuera de la administración, más allá de lo que nos exige la nómina y nuestra responsabilidad laboral intentando proteger, en la medida de lo posible, la dignidad de los ciudadanos que atendemos. Gracias.

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