miércoles, 15 de mayo de 2019

Crisis... ¿qué crisis?

No, no voy a hablar de la crisis económica, esa sobre la que los políticos y economistas discuten si ha pasado o no, mientras los pobres, los de siempre, siguen en ella de manera crónica, incluso antes de que se anunciara y, por supuesto, después de que se declare su superación. Y es que los pobres siempre están en crisis.


Así que hoy no me voy a ocupar de esa crisis. Voy a hacerlo de otra de la que llevamos mucho tiempo hablando en el sector. La crisis del sistema de servicios sociales.

Las dos crisis son isomorfas. Lejos de ser coyunturales, son consecuencia de deficits estructurales en la sociedad y, por tanto, crónicas e independientes de las condiciones temporales del contexto. La primera, la económica, consecuencia de la estructura social de nuestro país, terriblemente desigual y que mantiene a grandes capas de la población en situación de pobreza. La segunda, la del sistema, consecuencia de su confusa definición y de su compleja y dispersa creación y organización.

Practicamente desde la creación del sistema llevamos hablando de su crisis. El Sistema de Servicios Sociales se asentó con unas bases jurídicas y organizativas tan débiles y confusas que, operativamente, no podemos hablar de un sistema como tal, sino de una compleja amalgama de prestaciones y actividades en acción social de imposible armonización y sobre todo, de escasa eficacia para solucionar problemas.

Llevo mucho tiempo abogando porque no podemos solucionar los graves deficits del sistema sin una redefinición del mismo en el marco de la política social general. Es necesaria una revolución epistemológica, previa a la organizativa.

Para mí, pasa por afrontar uno de nuestros grandes paradigmas. El binomio servicios sociales - pobreza. La pobreza no puede ser objeto del sistema de servicios sociales, como está ocurriendo ahora.

Esa relación simbiótica que hemos mantenido con la misma ha hecho que hoy se identifique al Sistema (por la mayoría de los políticos y por la mayoría de los ciudadanos, con escasas excepciones) como un proveedor de recursos, básicamente dinero, para las situaciones de pobreza y necesidad.

Esta simbiosis contamina de tal manera al Sistema (tanto conceptual como operativamente) que le hace incapaz para desarrollar otras funciones que podrían ser más propias del mismo: la inclusión social, la protección ante las diversas formas de violencia, las dificultades relacionales y convivenciales, la autonomía y los cuidados...

Estoy convencido de que el Sistema no puede seguir integrando ambos grupos de funciones, resumidamente las que tienen que ver con la supervivencia material de las personas (dinero, vivienda, empleo...) y las que tienen que ver con su universo convivencial y relacional. En esta relación, vale el viejo aforismo: "quien a dos amos sirve, con uno de ellos quedará mal".

Personalmente, creo que estamos quedando mal con los dos. En el primero de ellos estamos realizando una exigua transferencia de renta con tantas trabas y precauciones, que es absolutamente ineficaz para solucionar las situaciones de pobreza que se pretenden, colaborando además en la cronificación de muchas de ellas.

Con respecto al segundo, no estamos pudiendo afrontar con la profundidad necesaria la definición de los aspectos relacionales (familiares, comunitarios...) a proteger, ni estamos siendo capaces de desarrollar mecanismos de intervención y evaluación estables en el tiempo y generalizables.

Por ello, creo que el primer paso es liberar al Sistema de ese primer grupo de funciones. Y aunque sé que estoy pidiendo un imposible (hay demasiadas presiones e intereses para mantener la simbiosis con las mismas), estoy persuadido de que de otro modo nunca superaremos nuestra crisis.

Esta necesaria redefinición conceptual del Sistema, que he definido otras veces como "Del cuarto pilar a la sexta pata" , ha de hacerse en el marco, como hemos señalado reiteradamente, de varias cuestiones:

  • Una Ley General de Servicios Sociales, que afronte la redefinición del Sistema dentro de la Política Social y lo armonice para todo el territorio.
  • La instauración de una Renta Básica Universal que garantice la supervivencia material de todas las personas sin más condición que la de existir y a partir de la cual se estructure el Sistema de Garantía de Ingresos.
  • El desarrollo de un Sistema de Vivienda que coordine todas las políticas en esta materia y garantice el derecho a la misma para todas las personas.
  • La creación de un auténtico Sistema de Atención Social Primaria suficientemente dotado en cuanto a profesionales, funciones y estructuras, que constituya la verdadera (y única) puerta de entrada al mismo.
  • La simplificación administrativa de todos los programas y prestaciones en todos los Sistemas de Protección Social.
A pocos días de la celebración de las elecciones municipales y autonómicas los nuevos gobiernos que se constituyan poco podrán hacer para sacarnos de la crisis si no caminan en esta dirección.

Lo demás son cuentos chinos, como diría mi amigo Wang.





3 comentarios:

  1. Chapó!
    Me encanta tu entrada, Pedro. Ahora bien, veo riesgo en este planteamiento de una desresponsabilización profesional, para pasar a adjudicar a los políticos y gestores toda la capacidad de cambio (creación del sistema). Personalmente creo que la gobernanza falla y que sin ella no es posible avanzar, pero me planteo cuál es el rol de los currelas sociales?

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    1. Los currelas sociales, como los llamas, somos una especie de ejército de Pancho Villa, anárquico y descoordinado, donde cada uno tiene su criterio sin buscar consensos ni acuerdos. Esa es nuestra responsabilidad, pues ante tal indefinición, los gobernantes desarrollan políticas inadecuadas en la política social.Saludos, Pau.

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  2. *redefinición... revolución epistemológica, previa a la organizativa... ". Ejército de Pancho Villa jjjjj Buena reflexión compañero. Comparto y me apunto a lo de revolución. Bravo

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